Elí, Elí, ¿lama sabactani?
Mateo 27:46
Sobre los escombros, entre la
espuma y los vientos, o en los aledaños de los bosques encantados, siempre
buscando esa revelación insensata, la epifanía que ha de resolver el misterio
del Universo, explicar el sinsentido del vivir, confirmar la certeza de la
ausencia de un Dios. Lo rasgado en el templo aquella tarde aciaga, la inepta
exploración por justificar el dolor, el sufrimiento, la humillación, sin los
alamares del incienso ni la torpeza de un alguien que rige este caos
incomprensible. Quemar la indumentaria grotesca de los equivocados y los
ilusos, de los ignorantes y los ingenuos, la farsa de los augurios de
alcantarilla, y la decadente promesa de un paraíso inexistente, todo en un solo
destello de verdad última antes de hundirnos en la dicha serena de la
desaparición sin retorno. Sobre los despojos, entre la efervescencia y las
galernas, o en los confines de las arboledas embrujadas siempre demandando esa
manifestación desatinada, el fenómeno que ha de desatar el secreto del Cosmos,
aclarar el absurdo del existir, ratificar la convicción de la inexistencia de
una Deidad. Lo desgarrado en el santuario aquella funesta hora nona, la incapaz
indagación por acreditar el tormento, el desconsuelo, la degradación, sin los
fastos del humo sagrado ni la ineptitud de un ente que gobierna este revoltijo
ininteligible. Calcinar la vestidura bufona de los errados y los cándidos, de
los incultos y los simples, la tramoya de las profecías de cloaca, y la
menguada oferta de un edén ilusorio, todo en un solo resplandor de evidencia
definitiva antes de sumergirnos en la sosegada complacencia de la extinción sin
regreso. Sobre los desechos, entre la baba y las ráfagas, o en las cercanías de
los boscajes hechizados, siempre indagando por esa intuición alocada, el
descubrimiento que ha de solucionar el enigma del Todo, justificar el vacío del
ser, corroborar la veracidad de la imposibilidad de un Creador. Lo rajado en la
sinagoga aquel entre mediodía y atardecer infausto, la desmañada búsqueda por
validar el suplicio, la amargura, la ignominia, sin los adornos del sahumerio
ni la incapacidad de una entelequia que tutela este fárrago inexplicable.
Carbonizar el ropaje ridículo de los desorientados y los insensatos, de los
iletrados y los incautos, la comedia de las predicciones de albañal, y el
menoscabado compromiso de un nirvana inconcebible, todo en un solo centelleo de
certidumbre concluyente antes de sumirnos en el tranquilo contento de la evanescencia
sin reanudación. Vale.
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