(Anega tu silencio ausencia las callecitas de una ciudad que se pierde
en oscuros augurios, en una desolación de perro abandonado, en la rabia que
acomete arrebatada por los catorce días con su noches troqueladas en infinitos
insomnios, trizadas como un espejo que te refleja de a pedazos, en fragmentos
irreconocibles que no logran perfilarte para que des la sombra que se proyecta
curvada en las esquinas donde te esperan los besos esos que se esparcían por
las tanguerías y las islas acometidas por cañaverales y camalotes. Con sus
noche sin tu piel exasperando los entresijos de los parques somnolientos que
visitabas asidua en las madrugadas de los sueños, escondida detrás de las
estatuas, reflejada como luna en los estanques de los peces que te miraban
embobados, refractada en los rocíos que lagrimeaban en las hojas de los ceibos
y los jacarandás, entumida de nostalgias o garúas. De los sueños donde
navegabas entre los escollos de mis anhelos de tu naufragio, por donde los
sargazos de mis deseos confundían el imán de tu brújula y te desviaban hacia la
oquedad oceánica donde debía atraparte en la orilla de los acantilados abisales
en cuyo fondo bullían las pesadillas marinas de amanecer sin ti, escorado y
roto el velamen, impávido esperando el oleaje que rompiera los carcomidos
maderos de la víspera del infierno. En mis deseos que fluyen crecientes como
una pleamar furiosa en las tibias arenas de tu piel imaginada hasta el
cansancio, el sumergimiento, el hundimiento o la encalladura, que se estrella
contra los muros de tu lejanía, que desencuaderna el navío donde huyes mar
adentro de los albatros que te persiguen en ocasos y horizontes sobrevolando tu
boca en sus navegaciones fantasmas. Esa lejanía sutil y siseante como afilada daga
o sigilosa serpiente donde se fraguan los toscos ejercicios de la paciencia
durante las jornadas del adviento, esa liturgia desesperada sobre los ecos
imposibles de una voz resentida, leyendo entrelineas los arcanos de los salmos
escritos por el tiempo en las cortezas muertas de los troncos de los añosos árboles
de un bosque indolente, en las grietas de las paredes de ladrillos donde otrora
vagaban voluptuosos caracoles, en los intersticios de cielo gris entrevistos en
el mecido ramaje del eucalipto. Es el eco de tu voz en silencio de piedra el
que inunda esta anchurosa ciénaga de noventa días con sus densas noches de
alquitrán sin tu amargo perfume de hechicera. Vale.)
jueves, 7 de febrero de 2013
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