A la Maga
Era la penumbra
dulce y narcotizada que precede a la buena muerte, movió lentamente la mano y
tocó esa otra piel que hacía tantos años le era cercana, sintió esa tibieza
acurrucada que poseen los objetos que ya son nuestros por certidumbre, por
nostalgia o por hábito, no necesitó abrir los ojos para saber que era ella,
reconocería esa sombra borrosa bajo la luz de cualquier plenilunio. La silueta
de su cuerpo se había incrustado en el suyo a la manera de un vicio necesario,
irremplazable, no sabía respirar si ella no lo respiraba. A veces permanecía
enterrada por varios días o semanas solo por hacerle sentir que su presencia lo
justificaba, era cosa de pensarlo; no se imaginaba sin ella. Tal vez, pensó, no
era ella la que debió estar ahí en esa reposada agonía, pero la amó más de
cuarenta veces los mismos años, hubo noches en que esa sola sombra le dio el
cobijo que necesitó para no quedarse a dormir para siempre en otro lecho
equivocado. Soportó su innata lejanía de viajero extraviado y le perdonó sus constantes
fugas de niño abandonado, lo dejó ser feliz a contramano, como escondido, para
que nunca se supiera sin ella. Le dio hijos con el hierro de su misma semilla y
cuidó afanando del castillo y de las rosas, le ayudó a habitar los terrores
secretos del dolor físico y sus intolerables penas funerarias, los tormentos de
los días grises o tristes, no los de las lluvias, alguna vez lo miró a los ojos
y él no supo si en ellos vio el amor o el odio, no obstante, el cariño de madre
otra instaurada, la ternura que derramó antes ciertas tristezas y esa cercanía
constante, perenne como su fidelidad inquebrantable le borraron fácil el
recuerdo de aquella mirada. Ya viejo le fue soltando la mano, de a poco, como
no queriendo, quizás porque ella tampoco sabía que iba a hacer sin él. Y ahí
estaba, cerca e intocable como la esfinge lejana que siempre fue. Ahora, en la
hora terminal de la suma confirmó con entera certeza que si no era ella a lo
menos tuvo la grandeza majestuosa de reemplazar perfectamente la perfección de
la imposible. Era casi llegada la noche cuando le sobrevino la esperada
oscuridad de los ojos abiertos y sintió complacido que ya se iba desenhebrando y
escindiendo el delicado cordón de plata, entonces recordó la promesa que le
había hecho tantas veces sin decírselo, y entreabriendo apenas los labios
resecos pronunció, con debida veneración y en un último susurro, su nombre.
Vale.
Me conmueve el relato y esos 40 años que fueron o podrian haber sido.....Siempre repetire que sus escritos tienen el peso y la profundidad de un agujero negro.....y colocado en la Virgen es un homenaje a la amistad sincera que jamas se pierde..........
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