Viajo otra vez a buscar ahora los
tesoros verdes y amarillos de los cobres del inicio del norte de los desiertos,
las pampas calicheras y las garumas en los cielos, sé que irrumpirán por ahí
tus ojos en las quebradas y los riscos, intentaré atraparlos para iluminar la
solitaria noche de los mineros fantasmas que recorren los abruptos senderos de
los pirquenes buscando el venero perdido en los mapas y en los mitos. Por esos
cerros y sus matices terrosos del púrpura andaban tus ojos en los míos en busca
de las vetas de oro invisible y de las verdes crisocolas escondidas en los
ancestrales territorios de los coyas. Fue una travesía desde el calmo mar de
los alcatraces faraónicos hasta las cumbres desoladas de la ventolera y la
puna. El camino tortuoso, el abismo, la alta soledad que cruza el vacío de un
apacible silencio geológico. Una soledad, los sedimentos plegados en un
carnaval de deformaciones, foliaciones y ondulaciones tectónicas. Cicatrices de
orogenias, de cataclismos continentales, de aquellos inexistentes
geosinclinales. Un pequeño oasis, una dura arboleda en medio de la nada,
aferrándose a las aguas invisibles de una tortuosa quebrada. Y allí arriba un
breve epitermal inconcluso. Nada más y para abajo. Después un viaje de edad
dorada. El río, la desembocadura, el amplio humedal sin pájaros castigado con
una salmuera bíblica. Las salinas, las aguas muertas con sus vahos rojizos y
los dedos pequeñitos de las halófilas intentado alcanzar el azul cielo
imposible, y los zancudos negros zumbando sobre las aguas muertas de sal y
arcillas decantadas. Los medanos amarillos en la costa y las dunas atravesadas en el desierto
con sus tenues anaranjados, ambas con sus partículas de hierro esperando la
magia de los imanes. Las antiguas areniscas con sus cornisas y sus laminaciones
en ocres y amarillos de un otoño horizontal. El puerto viejo con sus
innumerables casitas de colores de acuarela inhabitadas al borde del mar
sembrado, con sus laberintos soleados de calles de juguete. La honda mina que
quiso tragarse hasta la muerte a los treinta y tres y no pudo aun con sus
cuarzos y sus calcopiritas. Fin del itinerario. Y tus ojos vieron lo que vi y
el viento te despeinó el cabello mientras tus manos en mis manos tocaban en la
piedra el sílice filoso de las miradas inquietantes y descifraban los geoglifos
imposibles en un granito erosionado más allá de sus pequeñísimas micas doradas.
Así fue mi viaje en ti.
Imagen: Alturas de Copiapó. Fotografía del autor,
junio 2012.
Viaje de soledad y nostalgias y recuerdos extraviados. Buen texto.
ResponderEliminarLa foto me es muy conocida...bella, muy bella.
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