“Les idées; nées douces, elles vieillissent féroces”.
L’Ermitage. Lettre à M. André Gide. Francis Vielé-Griffin, 1898.
Te sumerges en
mí, me inundas, me naufragas en tu piel ojos boca, me voy enverdeciendo
encendido a lo largo de tu cuerpo intocable y a lo ancho de tu voz palabra
verbo sumergido, fluyo y me hundo ahogándome en tibios fluidos de colores
tenues y algas urdidas por tu mano como una red que atrapa los peces incesantes
de mis más oscuros y prohibidos delirios mientras tú te elevas, surges,
irrumpes rompiendo el fino caparazón con que las sales milenarias y las breves
lloviznas de una sequía eterna sellaron los quietos sedimentos por donde mis
pasos iban dejando las primeras huellas que por rara maravilla escribían tu nombre
en un secreto idioma vesperal, traduciendo los intensos y obscenos desvaríos
que me quemaban como leña de abedul bajo el delicado fuego de tu espera. Pero
todo sucede en un ayer de leyenda o de mito. Mientras descifro tu hilado
evanescente, ese juego impúdico que tiene entretejido el saludo ritual, el
tejado destila el agua madrugadora de la escarcha y un sol encapuchado por
oscuros nubarrones se asoma distante por el otro lado de las montañas que ven
tus ojos como si fuera otro mensaje cifrado tuyo que me trae un desconocido
dios solar desde tus íntimos arcanos egipcios. Iniciado el adusto invierno en
medio de una lluvia de media mañana y su ventolera que termina de derramar los
últimos ocres otoñales solo falta tu presencia indefinible desde este aquí, aunque
has de saber que el día se vino y se fue sin desasosiegos en su entramado
cotidiano, quizá solo un tanto aletargado por esa llovizna intermitente. Ahora,
en los arreboles de este atardecer, con su frío impenitente desde la fina
escarcha de la mañana, desde el oscuro que inicia la noche probable de mórbidas
instancias, una leve ausencia se esparce en una voluptuosidad que atrapa los
silfos en los bosques donde buscan anhelantes las caricias de los bronces y las
sales de todas las aguas de todos los mares. Eso es todo, ya no hay noches
amiga hilandera. Pero sigo intentado interpretar el tejido de tu desaparición
con la ansiedad de un explorador extraviado, o de un amante secreto que busca
indicios de esperanza en las plateadas huellas de los caracoles en los muros
del jardín. No hay tal. Naufragando en medio del péndulo horizontal del oleaje,
en oscuro mar de tormentas que me sumerge ahogándome en la concavidad del
silencio salgo a respirar desesperado entre la espuma buscando los símbolos
perdidos, imagino a mi modo y deseos imposibles espejismos, arriba la luna
nueva como una daga de plata cincelada pende sobre este mar aciago. Sé que la
noche sucederá como si lloviera.
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