Me dejaré dormir
entre esa rosa impúdica y tu boca de besos en el jardín lunar de tus caricias,
te soñare extendida sobre lecho y sal, navegando por tus mareas que suben por
el río hasta inundar las islas de mi desamparo sin ti, mía en la silente
nocturnidad que abarca todo el espacio que nos duele en la piel horadada en las
ausencias sin destierro, mía en la mano que toca y en el reflejo de los cuerpos
escurriéndose atravesados de luzluna por el borde del sueño, mía dormida en la
sinuosidad inconsumada del deseo. Y te doy besitos calladitos para no
despertarte, levanto suave y lentamente tus sabanas y te miro... te miro allí
dormida, y veo en el escote abierto la amplia plenitud de tus pechos, y veo tu
camisola subida por tus muslos y contemplo tus piernas desnudas con el
arrobamiento del macho hambriento. Y permanezco ahí, insecto macho libando la
rosa en su brote carnal, urgido de pétalos perfumados de rosa y lavanda,
saboreando el sabor de perdido allá en tu boca por el día sin ti, recuperando
la intimidad prohibida por la impenetrable distancia, sorbiendo la humedad
vegetal a lo largo de tu lecho, buscando los vestigios de la espuma y la huella
de la esponja que acariciaron en mi nombre tu cuerpo mientras soñabas mi ojos
mirando el secreto nacimiento de Venus. Es que yo solo quiero dormir apegadito
a ti para olvidarme del mundo que no entiendo, vagar delirando por el perfume
de tu cuerpo, soñarme en ti feliz como niño extraviado en un cuento de hadas,
navegarte costeando tu silueta de norte a sur y de oriente a poniente oteando
tus horizontes desde las cúspides de tus cálidas geografías, ir como en un
sueño en el sueño soñándote soñándonos y encontrarnos de pronto de frente, sin
pensarlo ni esperarlo en la Avenida Santa Fe entre Borges y Anchorena, y
caminar de la mano en silencio hasta la próxima esquina y despedirnos ahí mismo
para que el sueño no termine y volvamos a encontrarnos noches tras noches en
esas mismas callecitas. O quizá mejor nos encontramos en la misma Avenida Santa
Fe, pero entre Maipú y Esmeralda, bajo la perfumada sombra azul violácea de ese
jacarandá, a la salida del metro (subte, para vos) San Martín, y buscamos un
discreto cafecito donde sentarnos a contarnos las vidas que hemos vivido antes
del encuentro, cuando no nos existíamos y nos buscábamos equivocados de rumbo
por las dos ciudades equivocadas.
domingo, 21 de octubre de 2012
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