El silencio
inunda la mañana con sus arpegios en clavicordio esparciendo un color azulado
sobre las iridiscencias de los pensamientos y los suspiros, los geranios se
tiñen de una anilina de ausencia y los pájaros congelan sus vuelos esperando.
Una leve llovizna se desata como una pequeña tormenta sobre los botones de los
rosales silenciando los ruiseñores mientras los silfos se refugian en sus
subterráneas catedrales y las golondrinas miran el mundo cobijadas en el
silencio de los campanarios, el alma absorbe la pena de las goteras que lloran
las gárgolas. Así como la higuera con sus brotes ya verdes profetiza el verano
(Mateo 24, 32-33) el colibrí
insistente, el nogal enverdeciendo y los gatos impacientes declaran el inicio
de los juegos de las ardientes primaveras. Reasumen sus vuelos las mariposas
sedientas de los néctares sagrados, los caracoles se desentierran buscándose
entre las piedras mojadas por la llovizna, se comienzan a conjugar los verbos
prohibidos, un fauno impúdico curiosea el paraíso que se esconde detrás del
recatado tul de las cortinas. Cesadas las lloviznas imprudentes del octubre la
primavera retomas sus trabajos de sol alegres y verdes iniciales, de coloridos
florecimientos, de brisa suave y perfumada de azahares y cerezos en flor. Ya
despierta el fauno con el trinar de aves y el murmullo del arroyo allá abajo en
el bajo entre los cañaverales, despierta envuelto en la persistente fragancia
de una silueta que se esconde en el fresco tejido vegetal, despierta
estremecido por esa presencia que juega a esconderse en los bordados brillantes
del mediodía. La dulce leña de la piel espiada atraviesa, lanza y fuego, la
delicada urdimbre del tul del cortinaje, el vidrio inocente en sus congelados
cristales de cuarzo transparente, la brisa grata olorosa a jazmín, el cerco
trenzado por el recato y el pudor, la distancia que separa pero no evita, la
cornea, el iris y la pupila, y se convierte en destello de piel desnuda, en
imago vívida del cuerpo del deseo, y en un furioso estallido volcánico enciende
al furtivo fauno voyeur convirtiéndolo en un incensario voluptuoso cuyos humos
perfumados de sándalo atraviesan la pupila, el iris y la cornea, la distancia,
el pudor y el recato, la brisa, el vidrio y el tul, y alcanza la piel pulsante
por la sangre galopante y se absorbe como un vaho ardiente hasta destellar en
el brillo de los reflejos esmeraldas de los ojos del deseo.
martes, 9 de octubre de 2012
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bellisimo y apasionante relato amoroso
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