Vio las casitas bajas lado a lado de la calle con el volcán el fondo ensimismado en su nieve y sus fumarolas confundiéndose con las nubes chatas enredadas en el cono perfecto y apacible. Olió las esencias florales de los aromos dorados, de las rosas intensas, rojas y abundantes con su aroma cítrico, de las azucenas virginales, y se hundido en la nostalgias desperdigadas por los años. Tocó la persistencia dolorosa de una piel deshabitada, perdida o fragmentada, y no pudo encontrar su nombre ni su voz ni su rostro en la turbiedad del recuerdo. Escuchó cantos de pájaros, aguas en cascadas, lluvias sobre el techo de zinc, oleajes rompiendo en un roquerío cercano a las ágatas y muchas voces acaecidas de noche. Saboreó con delicadeza uno a uno los besos, las salivas, las lagrimas ajenas, el mustio relente de bocas confusas y labios repetidos, hasta que reconoció la vehemencia de una sola boca en una sola noche y lloró.
domingo, 26 de diciembre de 2010
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