Verás, ya cerca
del fin, casi sin luz, estragado el cuerpo, el alma desgastada, (con solo
tiempo para hacer la suma), que días perdiste buscando nadas, afanando torpezas
y viviendo errores, construyendo templos que no duraron tus siglos, y siempre
hilando sueños, imposibles o inútiles. Los días fueron caudal, así por años y
calmos vados hubieron cuando perdiste la fuerza, allí, a pesar de ti, te
cercarán estancados pantanos. Dolorosa esa tarde en que verás, si la razón te
asiste, que el aquí y el ahora nunca fueron tuyos, los rumbos los fijaba tu
carne ansiosa, los vientos tus instintos, tus anhelos, las corrientes tus
miedos y derrotas, apenas el hambre. Tormentas y estiajes, no tú, negaban
caudal o decretaban torrentes. Que el azar construyó tus reinos y el mismo azar
los volvió ruinas, verás, cercano el fin y ya vencido. Entonces te irás. Te
buscará la muerte entre los rostros de ese día, su mano fría te salvará de la
infamia del dolor. Amanecerá con colores de crepúsculo, las horas de ese día
serán lentas, tardas, tristes. Tus pecados, las traiciones, las mentiras, tus
pequeñas miserias y tus patéticas vanidades se irán de ti como palomas
asustadas. Tus desesperaciones perderán el poder sobre tu sangre y los sagrados
vínculos del odio se romperán como un cristal. La intranquila conciencia se
abandonará a la impunidad del olvido. Se rendirá al fin la esperanza al sosiego
del fin. Laxa tu mano buscará hacia la tarde otra mano, alguien humedecerá tus
labios, solo entonces se justificará el amor. Desde esa noche, limpia ya tu
sombra en la agonía, altas, muy altas esfinges cuidaran para siempre tu alma, toda
ausencia finalmente dejará de doler. Ahora bien, habría en cierto lugar
inaccesible Alguien en tu espera con una herrumbrosa balanza y un ajado
catalogo de pecados, dicen que en el Cielo, pero
son embelecos fraguados en las antiguas catedrales. Lo cierto es que en ese
lugar gris y entristecido hay un anciano habitante entumecido por una bruma
azul y ciertos carcomidos resplandores. Es un dios antiguo en un cielo
abandonado, de altas ceremonias inútiles y de inocuas consecuencias, un continuo
revoloteo de invisibles ángeles marchitos le murmuran hastiados su vana gloria entre
las miserias de la desidia del desamparo y la ancha soledad. Ese dios, ajeno y
cansado, soportando achaques de mala vejez, espera también como tú el fin de
los tiempos. Alabado sea ese Dios en la inmensidad de su gloria, que no nos dejó
ver su luz, pero tampoco sus sombras. Cuídate entonces de esa hora precisa,
para ti la última, cuando terminada esta fanfarria y sus desdichas solo importe
tu suma. Vale.
viernes, 30 de noviembre de 2012
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