Tendía a flor bajo la escarcha, a mariposa
cuando pestañeaba, a pájaro, incluso a libélula cuando soñaba. No era extraño
que asumiera esa consistencia entre difusa y asiluetada de las cosas que
dejamos de ver por un tiempo pero que permanecen en la memoria como objetos
sagrados. Sus ojos solían dejar la tarde en suspenso, aminorando la urgencia
del crepúsculo, o dejar ciega la noche en sus tegumentos lunares, en las espumas
de los insomnios y en las telarañas de su nocturno registro fundacional. Se iba
bordoneando sus sueños, atrayendo hacía ella los delicados estambres de las
madreselvas, la miel más dulce de los colmenares, el tenue ruido de los brotes
en la ramas y la lenta ascensión subterránea de los cotiledones de los
girasoles. Siempre supo que un férvido fauno la acechaba en las esquinas donde
hubiera balcones con geranios florecidos, no obstante mantenía una calma de
esfinge ocluida en su alabastro que hacía morir de pena a las gárgolas de las
altas catedrales. Se dejaba querer a la distancia en un pacto confirmado por
esas tímidas miradas que se escondían diáfanas en los parques mientras luctuosas
soledades iban rompiendo las membranas vegetales henchidas de la savia de cada
primavera. A veces dejaba de respirar por algunos instantes para que el perfume
de las rosas asumiera su presencia y ella pudiera escapar del asedio de los
míticos druidas que fijaban sus premoniciones en su aliento condensado en el
aire madrugador de los bosques. Conocía el dialecto insular de los picaflores y
el intrincado lenguaje de los insectos por lo que acostumbraba a quedarse horas
y horas quieta escuchando los alborozados chismes del jardín. Cuando la mirada
se le iba perdida en otros infinitos y miraba sin mirar los objetos, los
rostros, la lluvia sobre los rosales, un silencio de penumbra abarcaba su
entorno destilando una nostalgia devastadora que echaba al vuelo las palomas
como si se derrumbaran de una vez todos los campanarios. No había pétalo que soportara su tierna fragilidad, su
levedad casi insensata, la inmortalidad dolorosa de su rostro en su distancia y
su dulzura. Las larvas ilusionadas construían sus capullos soñando despertar a
su imagen y semejanza, las cigarras repetían su voz por los follajes
exultantes, las abejas urdían en su honor la vendimia. Las raíces congregadas
seguían sus pasos por sus honduras de tierra húmeda esquivando las piedras que
se quedaban palpitando en el halo de su cercanía. Las manos de un férvido fauno
la acechaban en las enredaderas que se descolgaban de los balcones solo para
alcanzar a rozar su pelo.
domingo, 6 de octubre de 2013
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Chismes del jardin.....eso solo me parece de una ternura infinita.Que hermoso texto!
ResponderEliminarAlguna influencia cósmica te está beneficiando!! podrías pasarla a mi ordenado?? estos dos últimos textos son maravillosos, poseen una creatividad grandiosa. Felicitaciones!
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