“la memoria de una
mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos
años
que hoy puede
recordarla sin amargura,”
Alguien.
J.L.Borges
Salí a buscarla sin conocer por donde ni por
cuando, desplegué el velamen bajo los vientos de su rostro fijando rumbo a su
boca y fui así dibujando el mapa de aquellos derroteros que me fijaron las misteriosas
corrientes oceánicas del azar y del instinto. Visité la isla del anillo de una
perla y del reloj en su muñeca del último roce del amor vencido. Deambulé desde
el acacio de los besos adolescentes hasta el lugar donde estuvo el salón de la
niña de los tules. Divisé la playa del carbón donde un lanchón recostado en grises
arenas detentaba un nombre escrito de mi puño y letra borrándose. La esperé sin
esperanza a la salida de un teatro de neones y espejos y en la orilla de un
parque en invierno con los vidrios empañados. Miré las olas de las noctilucas,
las penumbras bajo los añosos árboles de la espera y miré el mar de las luces
lejos y barcos quietos en la rada frente a los ocres y púrpuras distantes que
sobrevolaban las gaviotas adormecidas y las hileras de pelícanos. Aceché con
nostalgia en un muelle de pescadores donde la ternura era soleada en un diurno
que se pareció a una breve felicidad. Me detuve por horas en la esquina donde
se disolvió un atardecer sin pena ni gloria. Caminé por las calles ilusorias que
rodean una infinita catedral inconclusa, y también la grama y los manglares de
un trópico censurado. Recorrí las sabanas y los llanos inundados de las anacondas,
el salto de agua y los lirios de agua. Anduve por las callecitas esas y por las
estaciones atestadas de gentes que no miraban un río de aguas zainas y lentos camalotes.
Esperé por ella en un escaño rodeado de jacarandaes, de verde pasto, del tumulto
de estudiantes y oficinistas. Peregriné por todas las plazas de todas las
ciudades donde viví buscando en el entorno de sus fuentes de agua, sus estatuas
y sus otoños. Vagué como un explorador extraviado por las cercanas campiñas de
la nada y por los lejanos territorios sin nombre y sin recuerdos, por mares
siempre nocturnos y por calles vacías siempre en crepúsculo, esperé iluso o
equivocado en muchas esquinas, cuartos ajenos y lechos olvidados, en muchos
rostros difusos, ojos tristes o manos de uñas pintadas, y nunca fue o estuvo, en
ningún lugar, en ningún día, atardecer o noche. Quizá era imaginaria, virtual,
esencialmente imposible, como si la hubiera creado a mi modo en la hondura de
mi soledad vagabunda con las arcillas perpetuas de la tierra madre.
Exquisito texto Fernán, se lee lento de melancolía contagiosa , dulcemente triste. Gracias.
ResponderEliminarUn mundo indreible de sueños que siempre pueden cumplirse....
ResponderEliminarUn viaje en el tiempo donde la nostalgia va de la mano con los recuerdos más hermosos y entrañables de alguien que tan sólo habita ya en la imaginación. Hermoso!!
ResponderEliminarSaludos!!