Voy a ver brillar
los bichos de noche, azules y rosados, color caramelo clavelina.
“Me estaba
reservado lo que a nadie”. Marosa Di Giorgio.
Para habitar por un instante tus ojos me
derramo en la brevedad de la luz que acude clareando la madrugada al concho de
tu insomnio. Antes ya he dejado empavonados los espejos con el vaho de mi
presencia porque allí las huellas de mis dedos acarician tu rostro detrás del
vidrio antes que se refleje semidormido y después de buscar tu boca en la
oscuridad silenciosa de la casa siguiendo los vestigios de tu aroma carcomidos
por la noche sin orillas. Me desato de sombras entre las arañas huidizas que
asaltan en los rincones y escurro como un reguero de aguas púrpuras por el
canto afilado de la mesa dibujado en los bronces nocturnos y en las flores
mustias que agonizan en los floreros de cristal burilado saciados del rojo rubí
y del místico violeta. Mientras espero el amanecer descifro los nudos de las
maderas y las trizaduras de los enyesados como un monje atormentado. A
medianoche hago el conteo de tus fantasmas para ver si falta alguno en el
clavijero del molino de tu memoria e ir a buscarlo entre las tibiezas solemnes
de tus sábanas. La noche camina a paso lento como si no quisiera despertar los
pájaros dormidos ni el tornasol iridiscente de los incestos. Allá afuera el
rocío está afanado cotejando los colores de las rosas con la luz de la luna
estremecida que baila su danza enamorada del sutil azul de los agapantos.
Adentro hay un rumor de mar lejano que va y viene en un oleaje que se achica
hasta el silencio cuando ladran allá en el campo los perros o cantan los gallos
equivocados. Recorro la sala donde el relente acecha por las ventanas queriendo
entrar a besar las caobas y las copas. Nadie escucha los crujidos de las horas
que conviven con los murciélagos en ese espacio negado que siempre hay entre el
cielo raso y el tejado cuando nadie mira los relojes. Un escarabajo verde se
asoma detrás de los geranios iluminado apenas por las estrellas porque la luna
sigue embobada por el matiz azulino de los vanidosos agapantos. Vuelvo una y
otra vez a la habitación donde duermes para leer en tu respiración pausada y
tranquila los himnos que ha de cantar la mañana entre los girasoles torcidos.
Habitando por un instante el concho de tu insomnio dejo que tus ojos me
observen asombrados bajo la claridad inicial de la somnolienta madrugada. Vale.
Todo un barroco, barroquísimo!!!Tiene hermosas imágenes entrelazadas, amalgamadas. Un placer!
ResponderEliminarQue maravilla poder leer estas bellezas....Gracias por regalarnos tanta felicidad literaria...Un abrazo alejadito!
ResponderEliminar