Yo viví en altos vuelos postergado como un
albatros extraviado en un océano sin islotes, y vi los buques atracados a los
muelles nocturnos meciéndose con las olas que traía la noche con su luna
reflejada en un cardumen de sardinas que relampagueaban arrastradas por la
marea mientras cruzaba el horizonte marino un velero de tres palos con el
velamen henchido y un timonel fantasma. Y yo volaba alto por sobre las espumas
sin dejar sombra ni estela, sobre los oleajes que sajaban las quillas para
robarles las cicatrices fosforescentes de las noctilucas, sobre las medusas que
subían desde los tenebrosos territorios abisales como hermosos espantos
transparentes, sobre los cangrejos de negra porcelana que observaban desde el
fondo de arenas sumergidas allá abajo en la profundidad azul oscuro que no
alcanzaba a invadir la luz de luna. Y yo volaba con la inercia del asombro
sobre espumas y fosforescencias, sobre los espantos translucidos de las aguas
malas que se mecían a medianoche en el abierto oleaje lunar. Planeaba rozando
las islas falsas de los sargazos con sus pequeños monstruos sigilosos en
continuo naufragio y el extenso tejido ocre de algas atrapadas en los remolinos
de las contracorrientes oceánicas. Desde mi alto vuelo alcanzaba a vislumbrar
los jardines de las anémonas de mar teñidos de los colores inverosímiles de sus
afilados pétalos ponzoñosos. Vi los crustáceos y los celacantos traslapados en
las oscuridades verdiazules de las volcánicas dorsales marinas, vi una y otra
vez los mismos grises cachalotes y mismas blancas belugas en medio de un
paisaje de barcos hundidos, y en sus ojos de buey vi refractadas las calaveras
tristes de los tripulantes todavía esperando que amainara la última tormenta. Sobrevolé
las islas perdidas que nunca descubrieron los navegantes y donde estaba todo el
oro, todas las esmeraldas y todas las especias resguardadas por dragones de ojos
de cuarzo y feroces uñas de amatista. Volé por horas en espirales interminables
sobre un denso mar de salmueras, con sus aguas mansas y cuajadas como babas de
esturión o espumarajos de mantarrayas plagado de trilobites silúricos, donde
los buzos se morían de pesadumbre adormecidos por el ruido de la sal
cristalizando en el bochorno del mediodía, yo los vi flotando boca arriba en
los atardeceres iluminados por un sol moribundo con la cuencas de los ojos
asomados en las escafandras de bronces más antiguos que la sal de las
salmueras. Yo surqué los cielos de todos los océanos buscando las secretas
grutas del tiempo perdido en los roqueríos de las rompientes y en los profundos
acantilados pelágicos pero solo encontré el viento salobre y los hielos
prohibidos arrastrando o congelando la continuidad de las horas. Solo ahora,
aquí, en el islote del ocaso sé que fueron altos vuelos inútiles. Vale.
sábado, 24 de agosto de 2013
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Un texto de alto vuelo!! Felicitaciones!
ResponderEliminarSiempre me asombras con la aparente facilidad que demuestras tus sentimientos mas escondidos.La creacion que nos rodea,tu entorno,tus inmensidades.Hilda Breer
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