sábado, 30 de noviembre de 2013

CASSIOPEIA


“Vivía en las nuevas hierbas de abril, en suaves y claros líquidos que se alzaban de la tierra de almizcle.” La bruja de abril, Ray Bradbury.

Los vestigios anulares de las innumerables lunas con sus ríos de plata fundida y sus oros espejeando en las arenas y las cenizas volcánicas de los soles y planetas inútiles en la hondura de un universo en continua degradación, en los vacíos palacios de amatistas con sus balcones florecidos de geranios azules y sus antiguos portones de hierro forjado y maderas resecas. Las cinco estrellas congeladas, sus ascensiones y declinaciones desde una tierra muerta envuelta en las emanaciones de un pasado feroz que dejó la impronta de su culminación de noviembre, de los centauros y los unicornios, de la cursi bisutería de sus crepúsculos y la extensa soledad de piedras canteadas, sin lluvias, sin la nostalgia de civilizaciones extintas enterradas bajo los bosques de los granitos y los gabros, sin cárcavas ni drenajes, solo sus desiertos fosforescentes y las refulgentes avenidas de obsidiana, sin fantasmas ni huellas de pisadas. Un lento corcel de acrílicos y micas vaga por el polvo de sus tormentas buscando para siempre las lujuriosas selvas de las incertidumbres gravitatorias, de las vibraciones estelares, intentando decodificar los jeroglíficos trazados en la herrumbre de los sideritos embancados en un tiempo que ya no sucede, atrapando los cuarzos de los suplicios y los tungstenos de las naves inverosímiles que cruzaron los eones explorando las constelaciones perdidas. El viento de los milenios ha erosionado los monumentos fúnebres, los pomos de las puertas y el alféizar de los ventanales, los vidrios esparcidos y las mustias paredes de adobes, también los escombros de las ecuaciones y los algoritmos de lo esotérico, el significado de los sueños, los horóscopos, las runas y la esfera de cristal, los oráculos, el tarot, el feng shui, y el I-Ching, las premoniciones de las fases lunares, el burdo tejido tetradimensional del espacio-tiempo, la distancia y el silencio que definen la soledad absoluta, la verdadera. El azar medra entre los soles de espanto con sus hielos cristalizados sobre las grandes piedras que dejaron los diluvios, un aura de quietud invade esas tardes de dragones y murciélagos, de blancos y frágiles esqueletos de celacantos, de élitros calcáreos, de caparazones vacías. Los secretos cementerios de tumbas vacías resplandecen constatados por el albedo de un astro que no existe desde hace centurias, la noche es un terciopelo tenebroso donde los vestiglos sueñan con la luna, con las espumas y los jazmines iluminados por noctilucas y luciérnagas sucesivamente en una misteriosa convergencia.

sábado, 9 de noviembre de 2013

VAGO POR LOS SUBURBIOS DE TU ROSTRO


Hay un silencio de fieltro, un vacío de grieta en un muro sin musgo, acecha el día en su nublado frío y ventoso, los pájaros enmudecidos describen fúnebres arcos de ópalo en el gris de un cielo atormentado, las horas suceden lineales, previsibles, sin el azar cotidiano de unos ojos invisibles o una risa dibujada en el azogue del espejo. Vago por los suburbios del imperio de tu rostro buscando tu rastro, vestigios o mínimas evidencias de que ayer existías, discrepo con el color de las rosas, con la solemnidad de los altos nubarrones, con la tarde que se va desvaneciendo en sus fronteras sin rubores, con el vaho que acomete los sentidos con un desencanto de mar incierto y de cierto ácido perfume de rojas rosas trepadoras en la noches de antiguas primaveras. Merodeo las lunas que socavan la noche, su rodaja de plata liquida escurriendo por entre los árboles, su eternidad de filoso alfanje noctambulo, sus espumas y sus penumbras, decreto plenilunios en terciopelo y solsticios sobre los gladiolos siempre a destiempo con un calendario equivocado. Se derrama tu ausencia desde el cántaro roto del rocío madrugador que se quedó con tu eco incrustado en sus gredas como pequeñas micas cuando reías o brillantes cristales de oligisto cuando algo o alguien pisaba las resecas hojas de tu otoño. Deambulo ebrio de soledades por los mismos parajes del infierno donde tú pernoctas entre las violetas y las madreselvas esperando inquisitiva en los albores y las palabras un sosiego a tus insomnios. Hay una oscuridad de túnel o tormenta, un abismo cuajado de penumbras, una somnolencia de arcillas donde vago por los suburbios de tu rostro, cercado por tus fantasmas y tus estatuas, por las vertientes de todas las aguas de las lluvias venideras y los deshielos que fueron los vidrios del desamparo. Concurro a tus ritos, a tus ceremoniales y liturgias, pero ausente o en escorzo, como si no fuera yo y asistiera un simulacro hecho de oscuras escorias volcánicas, te observo desde un lejos de espejismo, como una  reverberación o un reflejo, te veo alta e imposible, entre rojas sedas y negros tules, ilusoria, discontinua y evanescente. Recorro el atardecer de tus arrabales, las calles que te vieron niña en sus veredas, los charcos acontecidos de arreboles, las esquinas donde aun se esconden tus secretos. Te voy escribiendo de a poco, describiendo y desescribiendo tu lejana melancolía silenciosa, intentado tu último retrato guiado apenas por el borroso contorno de tu última sombra.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

DIGITACIONES


Quizás un día me atreva a tocarte, sí, a tocarte con un solo dedo, el del corazón, y tocarte ahí, por encima de tu mano, en el tenue surco que hay entre el anular y el del corazón de tu mano izquierda, iré desde la hondonada entre tus coyunturas hasta la muñeca deslizando mi dedo por ese leve cauce para sentir la suavidad que prometes y la tibieza que adivino, verás que hay algo misterioso en ese trayecto acontecido de tu piel, en la extraña sensación que se siente cuando el dedo llega a la muñeca, cuando no se sabe donde termina el pequeño valle porque de pronto deja de ser la caricia en la mano y ya es en el brazo, sí, y es ahí donde surge el perverso estremecimiento, porque la mano es aun territorio del amigo pero el brazo ya no, esa piel es otra, esa piel es ya tu cuerpo, es todo tu cuerpo ahí, detrás de ese limite difuso, y ya no es el amigo el que te toca, y hay algo que no sabes muy bien que es que te obliga a querer seguir sintiendo, a seguir ahí quieta, con toda tu voluntad ebria de esa caricia encausada, deseando que siga, que continúe, que se extienda más allá de la mano, en ese otro territorio y no, mi dedo se devuelve por la otra línea, la que va hasta las coyunturas del dedo del corazón y el índice, se va deslizando muy suave y lento, alejándose del límite de tu intimidad, de esa frontera de lo prohibido, ese punto donde termina la mano y se inicia tu cuerpo. Sentirás algo indefinible y no te atreverá a negarlo, sabrás por una milésima de segundo que me sentiste ahí, en esa cisura que desde ahora no olvidaras que existe ahí en tu cuerpo, nunca la olvidaras, y cada vez que alguien toque tu mano, esperaras esa caricia y no, no te la darán, nadie nunca, y sabrás que solo yo puedo dártela sin que te humilles pidiéndola, y desde ese ahora serás un poquito mía, un poquito nada más pero mía, allí en ese limites del encantamiento, y cada vez que repitas ese rito por mano propia me tendrás allí, y sabrás que puedes repetirlo y lo repetirás, y será tu secreto, será tu pecado más cometido, lo sé, lo harás escondida, avergonzada de ti, como cuando niña te comías el azúcar o hundía tu dedo en los pasteles, y no podrás evitarlo, lo sé, entonces sabrás finalmente quien soy en ti, pero mejor aun, tú al fin sabrás quien eres en ese ahora sin mí.

martes, 5 de noviembre de 2013

NEXOS


Un beso evanescente, apenas un roce leve y breve de labios que se buscan temerosos, tímidos, asustados, como nómades mariposas en sus vuelos a ras de pétalos sobre las flores que las incitan con sus néctares escondidos, como un instantáneo parpadeo que asoma a un paraíso que se niega y se desea a la vez. Cuando te beso, todo un océano me corre por las venas, nacen flores en mi cuerpo cual jardín, y me abonas y me podas soy feliz, y sobre mi lengua se desviste un ruiseñor, y entre sus alitas nos amamos sin pudor, cuando me besas un premio Nóbel le regalas a mi boca. Cuando te beso, te abres y te cierras como ala de mariposa, y bautiza tu saliva mi ilusión, y me muerdes hasta el fondo la razón, y un gemido se desnuda y sale de tu voz, le sigo los pasos y me roba el corazón. Cuando me besas, se prenden todas las estrellas en la aurora, sobre mi lengua se desviste un ruiseñor, y entre sus alitas nos amamos sin pudor, cuando me besas un premio Nóbel le regalas a mi boca. Cuando te beso, tiembla la luna sobre el río y se reboza. Rostros que se desdibujan en sus tenues urdimbres para buscarse y encontrarse como máscaras sin máscaras, atrapados en sus propias redes de necesarias ternuras, cercanías y deseos, embebidos de la humedad de un beso que consuma la trama de palabras y susurros que llevaron a ese momento en que los labios se tocan para siempre en el inicio luminoso de un recuerdo imborrable. Todo se va en la vida, amigos. Se va o perece. Se va la mano que te induce. Se va o perece. Se va la rosa que desates. También la boca que te bese. Convergencia de destinos extraviados en elusivos sueños de una boca que besa bajo la lluvia en un mediodía de invierno en una calle cualquiera, o bajo un farol de penumbras en la esquina de una noche o en la florida quietud de un anochecer en un parque, coincidencia en un aquí y ahora de los labios sedientos en la culminación del destello del amor que se vierte como el dulce sumo de los maduros frutos de dos otoños que concurren cierta tarde no esperada a una cita con otros labios no esperados. Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad de los besos. Vale.

Referencias, (en cursivas), por orden de aparición:
Cuando te beso. Juan Luis Guerra
Mariposa de otoño. Pablo Neruda

Una despedida. Jorge Luis Borges

domingo, 3 de noviembre de 2013

A modo de sinopsis


Un texto de Pedro Lemebel

“Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino inútil. Podría escribir casi telegráfico para la globa y para la homologación simétrica de las lenguas arrodilladas al inglés. Nunca escribiré en inglés, con suerte digo go home. Podría escribir novelas y novelones de historias precisas de silencios simbólicos. Podría escribir en el silencio del tao con esa fastuosidad de la letra precisa y guardarme los adjetivos bajo la lengua proscrita. Podría escribir sin lengua, como un conductor de CNN, sin acento y sin sal. Pero tengo la lengua salada y las vocales me cantan en vez de educar. Podría escribir para educar, para entregar conocimiento, para que la babel de mi lengua aprenda a sentarse sin decir palabra. Podría escribir con las piernas juntas, con las nalgas apretadas, con un pujo sufi y una economía oriental del idioma. Podría mejorar el idioma metiéndome en el orto mis metáforas corroídas, mis deseos malolientes y mi desbaratada cabeza de mariluz o marisombra, sin sombrilla o con el paraguas al revés, a todo sol para que la globa me haga mundial, exportable, traducible hasta el arameo que me canta como un florido peo. Podría guardarme la ira y la rabia emplumada de mis imágenes, la violencia devuelta a la violencia y dormir tranquilo con mi novelería cursi. Pero no me llamo así, me inventé un nombre con arrastre de tango maricueca, bolero rockerazo, o vedette travestonga. Podría ser el cronista del high life y arrepentirme de mis temas gruesos y escabrosos. Dejar a la chusma en la chusma y hacer arqueología en el idioma hispanoparlante. Pero no vine a eso. Está lleno de cronistas con una flor estilográfica en el ojal mezquino de la solapa. No vine a cantar ladies and gentlemen; pero igual me canta, señora mía. No sé a lo que vine a este concierto, pero llegué. Y me salió la letra como un estilete. Más bien sin letra, como una prolongación de mi mano el gruñido la llora. Parecen gemidos de hembra cobarde, dijeron por ahí los escritores del culebrón derechista. Llegué a la escritura sin quererlo, iba para otro lado, quería ser cantora, trapecista o una india pájara trinándole al ocaso. Pero la lengua se me enroscó de impotencia y en vez de claridad o emoción letrada produje una jungla de ruidos. No fui musiquera, ni le canté al oído de la trascendencia para que me recordara a la diestra del paraíso neoliberal. Mi padre se preguntaba por qué a mí me pagaban por escribir y a él nadie le remuneró ese esfuerzo. Aprendí a la fuerza, aprendí de grande, como dice Paquita La del Barrio; la letra no me fue fácil. Yo quería cantar y me daban palos ortográficos. Aprendí a arañazos la onomatopeya, la diéresis, la melopea y la tetona ortografía. Pero olvidé todo enseguida, me hacía mal tanta regla, tanto crucigrama del pensar escrito. Aprendía por hambre, por necesidad, por laburo, de cafiola, pero comenzaba a estar triste. Pude haber escrito como la gente y tener una letra preciosa, clarita, clarita como el agua que corre por los ríos del sur. Pero la urbe me hizo mal, la calle me maltrató, y el sexo con hache me escupió el esfínter. Digo podría, pero sé bien que no pude, me faltó rigurosidad y me ganó la farra, el embrujo sórdido del amor mentido. Y creí como una tonta, como una perra lacia me dejé embaucar por alegorías barrocas y palabreríos que sonaban tan relindos. Pudiste ser otro, me dijeron los maestros con sus babas mojándoles los pelos de profetas. A pesar de todo aprendí, pero la tristeza caía sobre mí como un manto culto. No fui cantor, les repito, pero la música fue el único tecnicolor de mi biografía descompuesta”.