viernes, 27 de diciembre de 2013

DE MARIPOSAS Y MAGNOLIAS


Existe una absoluta discontinuidad entre mariposas y magnolias, discrepancias magnificadas por revoloteos y  fragancias, distinciones de texturas o de contornos del perfil en el aire cargado del mediodía. Todo acontece en la sinuosidad del tiempo que a veces es lineal oscilativo como un péndulo, y otras se curva en un espiral de sucesos como las pequeñas sombras de las gaviotas contra el crepúsculo en la ascendente sobre el mar de esa tarde. Las mariposas trazan sus delicadas danzas por las orilla de la flores, en su alegre palinología que irrumpirá en la próxima primavera repitiéndolas iguales, clónicas en su eternidad decantada. Hay alas y probóscides, antenas y palpos, y una veleidosa alegoría de colores en vuelo. La mariposa volotea y arde —con el sol— a veces. Mancha volante y llamarada, ahora se queda parada sobre una hoja que la mece (i). En las magnolias el color se despliega con el fresco silencio del nocturno, en altos follajes verde brillante, surgen del plenilunio y lo retratan escondidas y siniestras en su blanco virginal y su rosado levemente carnal. Hay estambres y pistilos, pétalos, sépalos y una altura de floración lunar. En el bosque, de aromas y de músicas lleno, la magnolia florece delicada y ligera, cual vellón que en las zarpas enredado estuviera, o cual copo de espuma sobre lago sereno (ii). El estío induce reflejos de orquídeas en las turbaciones y los estremecimientos, provoca espejismo de libélulas en la tenue reverberancia de la tarde que se despliega con infinitud de memoria de juegos de capullo, botón o pupa, de semilla o larva dormidas. Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica  creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros niños dijeron: —Bajo las alas hay un hombre (iii). Una tregua invernal de escarchas y lluvias, de fríos congregados y desolados parajes  inserta un espanto de insectos invisibles, de ausencias florales, de lejanos jardines con abejas afanadas y cerezos sobre un estanque de lentos peces silenciosos. Árbol de magnolias, te conocí el día primero de mi infancia, a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador de donde ella sacaba el almíbar y las tazas (iv). Los afanes del otoño en sus ocres y ventoleras van adormeciendo los entreveros de mariposas y magnolias, la hojarasca las mimetiza en sus agonías y desapariciones convirtiéndolas en una elegía inconclusa. Cristaliza la magnolia porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve, como un rayo de luna que se cuaja en la nieve, o como una paloma que se queda dormida (ii). La mariposa volotea, revolotea, y desaparece. (i)


Notas bibliográficas.-
(i) “Mariposa de Otoño”, Pablo Neruda.
(ii) “La Magnolia”, José Santos Chocano.
(iii) “Bajó una mariposa a un lugar oscuro...”, Marosa di Giorgio
(iv) “Árbol de magnolias...” Marosa di Giorgio

miércoles, 25 de diciembre de 2013

COTIDIANEIDADES DE LOS ESPURIOS


En las mañanas su silencio se embancaba en el maicillo de caolín, cuarzo y feldespato o se incrustaba como un grillo asustado en las grietas y diaclasas de exfoliación de los erosionados bloques rocosos, dormían solo unas pocas horas hacinados, ocultos, casi transparentes, insertos en las ásperas descamaciones berroqueñas. En el mediodía se escondían en las innumerables oquedades de aquellos granitos costeros del grande imperio donde solían alimentarse de las pequeñas mariposas azules que cruzaban por las bocaminas de aquellas cavidades ásperas y circulares en busca de los néctares venenosos del euforbio y de las libélulas tornasoladas que se alimentaban de ellas. En las tardes se escurrían sigilosos entre las piedras y los arbustos para ir a beber siempre sedientos el agua arcillosa en los charcos de la última lluvia, o en tiempos de sequía, la savia acre y lechosa de las euforbiáceas que les dejaba los ojos glaucos y vidriosos. En los atardeceres iniciaban los misteriosos monólogos que se iban convirtiendo en un zumbido cada vez más agudo hasta que sobrepasaba el ruido del oleaje de las playas pedregosas o de los estallidos de las espumas del mar furioso contra los roqueríos de las algas que se mecían como luctuosas cabelleras de sirenas muertas. En las noches visitaban asiduamente los tugurios de mala muerte que espejeaban como rojas luciérnagas en las callejuelas entorno al puerto mayor o en la costanera que bordeaba de la caleta triste y empobrecida de los pescadores, allí compartían el vino agrio y el denso humo del tabaco con las marchitas prostitutas o el coñac con sabores de las maderas de roble y los caros perfumes de las meretrices de ojos pintados con oligisto a la usanza de las diosas egipcias. En las madrugadas volvían cantando jaraneros en medio de una algarabía que espantaba a las gaviotas y hacía huir a los lagartos, ebrios de licores, con los cuerpos pintados de rouge y olorosos a benjuí, a sudores de cantina y a tabaco rancio. Veces el plenilunio los confundía en su luz de plata bruñida y se pasaban la noche al acecho inútil de las libélulas y las mariposas que nunca llegaban, otras veces un eclipse o un día de nubarrones oscuros los arrastraba sin más a los callejones dormidos o a la costanera atestada de cajones de merluzas exangües y mallas con mariscos petrificados, y se pasaban el resto de la jornada golpeando las puertas de los míseros burdeles clandestinos o haciendo retumbar los pulidos aldabones de los salones del pecado.

sábado, 7 de diciembre de 2013

INCLEMENCIAS


“desbaratada la ficción del Tiempo / sin el amor, sin mí.” Amorosa anticipación. Jorge Luis Borges.

Es la muerte del viento, la espiral el helicoide de gaviotas silenciosas en la ascendente sobre el mar contra un azul cielo empavonado de siniestras metáforas de los retos escombros de un pasado arrumbado en los últimos rincones, en la melancolía de las grietas por donde las hierbas crecen aferradas al pequeño abismo del muro. Sé que hizo llover para que los ojos de los pájaros no la persiguieran desde mis ojos fisgones pero igual la obligué a pensarme mientras miraba sin mirar su misma lluvia en las ventanas o escuchabas el silencio de los mismos pájaros míos, y yo era pasto y piedra, agua y silencio y pájaros ciegos, y también el susurro que buscaba en los matorrales y los árboles llovidos para que fuera a besarla en las noches mientras escuchaba el murmullo de su lluvia que no descampaba nunca en el siempre de su recuerdo en mis recuerdos de un amor confuso, misterioso, complejo, que me inspiró/asustó por todo su tiempo, ahora detenido, cuando se hicieron duros y filosos cristales sus celos. En las desinencias de sus verbos inconclusos pervivían las esencias de los tenebrosos laberintos y de los arcos de mármol que cercaban sus monumentos fúnebres, sus estatuas siniestras en los parques del otoño vertido, las evanescencias que la asiluetaban en el contracrepúsculo de maja o diva, las divergencias que bifurcaron los días de su voz y mi silencio. El prodigio de ubicarla en los catálogos del tiempo sucedido con la absoluta certeza de la equivocación, de sentirla viviendo reviviendo los claustros donde abjuró sin traiciones del espanto de la huida continúa, de la fuga de ella misma, de la disolución de los años que carcomen horadan roen fragmentan y disgregan más allá de la arena o la ceniza. Diosa impasible o irascible según los matices de los rojos o de los verdes, según los capítulos de los antiguos libros del destino o según la densidad de las piedras en la palma de su mano. En cierto sentido la nostalgia la visitaba o habitaba desde siempre ocluida en la maraña de las calles de las ciudades que no eran la suya, en los tumultos y en los dialectos, en la nieve o las sabanas, en el viento muerto y en los escombros de todos los ayeres de su desolación, en la única ausencia que la dejaba con la mirada perdida en los bosques esperando ver unos ojos que quizá nunca volverá a ver.

Imagen: Fotografía de Hilda Breer, abril 2013


sábado, 30 de noviembre de 2013

CASSIOPEIA


“Vivía en las nuevas hierbas de abril, en suaves y claros líquidos que se alzaban de la tierra de almizcle.” La bruja de abril, Ray Bradbury.

Los vestigios anulares de las innumerables lunas con sus ríos de plata fundida y sus oros espejeando en las arenas y las cenizas volcánicas de los soles y planetas inútiles en la hondura de un universo en continua degradación, en los vacíos palacios de amatistas con sus balcones florecidos de geranios azules y sus antiguos portones de hierro forjado y maderas resecas. Las cinco estrellas congeladas, sus ascensiones y declinaciones desde una tierra muerta envuelta en las emanaciones de un pasado feroz que dejó la impronta de su culminación de noviembre, de los centauros y los unicornios, de la cursi bisutería de sus crepúsculos y la extensa soledad de piedras canteadas, sin lluvias, sin la nostalgia de civilizaciones extintas enterradas bajo los bosques de los granitos y los gabros, sin cárcavas ni drenajes, solo sus desiertos fosforescentes y las refulgentes avenidas de obsidiana, sin fantasmas ni huellas de pisadas. Un lento corcel de acrílicos y micas vaga por el polvo de sus tormentas buscando para siempre las lujuriosas selvas de las incertidumbres gravitatorias, de las vibraciones estelares, intentando decodificar los jeroglíficos trazados en la herrumbre de los sideritos embancados en un tiempo que ya no sucede, atrapando los cuarzos de los suplicios y los tungstenos de las naves inverosímiles que cruzaron los eones explorando las constelaciones perdidas. El viento de los milenios ha erosionado los monumentos fúnebres, los pomos de las puertas y el alféizar de los ventanales, los vidrios esparcidos y las mustias paredes de adobes, también los escombros de las ecuaciones y los algoritmos de lo esotérico, el significado de los sueños, los horóscopos, las runas y la esfera de cristal, los oráculos, el tarot, el feng shui, y el I-Ching, las premoniciones de las fases lunares, el burdo tejido tetradimensional del espacio-tiempo, la distancia y el silencio que definen la soledad absoluta, la verdadera. El azar medra entre los soles de espanto con sus hielos cristalizados sobre las grandes piedras que dejaron los diluvios, un aura de quietud invade esas tardes de dragones y murciélagos, de blancos y frágiles esqueletos de celacantos, de élitros calcáreos, de caparazones vacías. Los secretos cementerios de tumbas vacías resplandecen constatados por el albedo de un astro que no existe desde hace centurias, la noche es un terciopelo tenebroso donde los vestiglos sueñan con la luna, con las espumas y los jazmines iluminados por noctilucas y luciérnagas sucesivamente en una misteriosa convergencia.

sábado, 9 de noviembre de 2013

VAGO POR LOS SUBURBIOS DE TU ROSTRO


Hay un silencio de fieltro, un vacío de grieta en un muro sin musgo, acecha el día en su nublado frío y ventoso, los pájaros enmudecidos describen fúnebres arcos de ópalo en el gris de un cielo atormentado, las horas suceden lineales, previsibles, sin el azar cotidiano de unos ojos invisibles o una risa dibujada en el azogue del espejo. Vago por los suburbios del imperio de tu rostro buscando tu rastro, vestigios o mínimas evidencias de que ayer existías, discrepo con el color de las rosas, con la solemnidad de los altos nubarrones, con la tarde que se va desvaneciendo en sus fronteras sin rubores, con el vaho que acomete los sentidos con un desencanto de mar incierto y de cierto ácido perfume de rojas rosas trepadoras en la noches de antiguas primaveras. Merodeo las lunas que socavan la noche, su rodaja de plata liquida escurriendo por entre los árboles, su eternidad de filoso alfanje noctambulo, sus espumas y sus penumbras, decreto plenilunios en terciopelo y solsticios sobre los gladiolos siempre a destiempo con un calendario equivocado. Se derrama tu ausencia desde el cántaro roto del rocío madrugador que se quedó con tu eco incrustado en sus gredas como pequeñas micas cuando reías o brillantes cristales de oligisto cuando algo o alguien pisaba las resecas hojas de tu otoño. Deambulo ebrio de soledades por los mismos parajes del infierno donde tú pernoctas entre las violetas y las madreselvas esperando inquisitiva en los albores y las palabras un sosiego a tus insomnios. Hay una oscuridad de túnel o tormenta, un abismo cuajado de penumbras, una somnolencia de arcillas donde vago por los suburbios de tu rostro, cercado por tus fantasmas y tus estatuas, por las vertientes de todas las aguas de las lluvias venideras y los deshielos que fueron los vidrios del desamparo. Concurro a tus ritos, a tus ceremoniales y liturgias, pero ausente o en escorzo, como si no fuera yo y asistiera un simulacro hecho de oscuras escorias volcánicas, te observo desde un lejos de espejismo, como una  reverberación o un reflejo, te veo alta e imposible, entre rojas sedas y negros tules, ilusoria, discontinua y evanescente. Recorro el atardecer de tus arrabales, las calles que te vieron niña en sus veredas, los charcos acontecidos de arreboles, las esquinas donde aun se esconden tus secretos. Te voy escribiendo de a poco, describiendo y desescribiendo tu lejana melancolía silenciosa, intentado tu último retrato guiado apenas por el borroso contorno de tu última sombra.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

DIGITACIONES


Quizás un día me atreva a tocarte, sí, a tocarte con un solo dedo, el del corazón, y tocarte ahí, por encima de tu mano, en el tenue surco que hay entre el anular y el del corazón de tu mano izquierda, iré desde la hondonada entre tus coyunturas hasta la muñeca deslizando mi dedo por ese leve cauce para sentir la suavidad que prometes y la tibieza que adivino, verás que hay algo misterioso en ese trayecto acontecido de tu piel, en la extraña sensación que se siente cuando el dedo llega a la muñeca, cuando no se sabe donde termina el pequeño valle porque de pronto deja de ser la caricia en la mano y ya es en el brazo, sí, y es ahí donde surge el perverso estremecimiento, porque la mano es aun territorio del amigo pero el brazo ya no, esa piel es otra, esa piel es ya tu cuerpo, es todo tu cuerpo ahí, detrás de ese limite difuso, y ya no es el amigo el que te toca, y hay algo que no sabes muy bien que es que te obliga a querer seguir sintiendo, a seguir ahí quieta, con toda tu voluntad ebria de esa caricia encausada, deseando que siga, que continúe, que se extienda más allá de la mano, en ese otro territorio y no, mi dedo se devuelve por la otra línea, la que va hasta las coyunturas del dedo del corazón y el índice, se va deslizando muy suave y lento, alejándose del límite de tu intimidad, de esa frontera de lo prohibido, ese punto donde termina la mano y se inicia tu cuerpo. Sentirás algo indefinible y no te atreverá a negarlo, sabrás por una milésima de segundo que me sentiste ahí, en esa cisura que desde ahora no olvidaras que existe ahí en tu cuerpo, nunca la olvidaras, y cada vez que alguien toque tu mano, esperaras esa caricia y no, no te la darán, nadie nunca, y sabrás que solo yo puedo dártela sin que te humilles pidiéndola, y desde ese ahora serás un poquito mía, un poquito nada más pero mía, allí en ese limites del encantamiento, y cada vez que repitas ese rito por mano propia me tendrás allí, y sabrás que puedes repetirlo y lo repetirás, y será tu secreto, será tu pecado más cometido, lo sé, lo harás escondida, avergonzada de ti, como cuando niña te comías el azúcar o hundía tu dedo en los pasteles, y no podrás evitarlo, lo sé, entonces sabrás finalmente quien soy en ti, pero mejor aun, tú al fin sabrás quien eres en ese ahora sin mí.

martes, 5 de noviembre de 2013

NEXOS


Un beso evanescente, apenas un roce leve y breve de labios que se buscan temerosos, tímidos, asustados, como nómades mariposas en sus vuelos a ras de pétalos sobre las flores que las incitan con sus néctares escondidos, como un instantáneo parpadeo que asoma a un paraíso que se niega y se desea a la vez. Cuando te beso, todo un océano me corre por las venas, nacen flores en mi cuerpo cual jardín, y me abonas y me podas soy feliz, y sobre mi lengua se desviste un ruiseñor, y entre sus alitas nos amamos sin pudor, cuando me besas un premio Nóbel le regalas a mi boca. Cuando te beso, te abres y te cierras como ala de mariposa, y bautiza tu saliva mi ilusión, y me muerdes hasta el fondo la razón, y un gemido se desnuda y sale de tu voz, le sigo los pasos y me roba el corazón. Cuando me besas, se prenden todas las estrellas en la aurora, sobre mi lengua se desviste un ruiseñor, y entre sus alitas nos amamos sin pudor, cuando me besas un premio Nóbel le regalas a mi boca. Cuando te beso, tiembla la luna sobre el río y se reboza. Rostros que se desdibujan en sus tenues urdimbres para buscarse y encontrarse como máscaras sin máscaras, atrapados en sus propias redes de necesarias ternuras, cercanías y deseos, embebidos de la humedad de un beso que consuma la trama de palabras y susurros que llevaron a ese momento en que los labios se tocan para siempre en el inicio luminoso de un recuerdo imborrable. Todo se va en la vida, amigos. Se va o perece. Se va la mano que te induce. Se va o perece. Se va la rosa que desates. También la boca que te bese. Convergencia de destinos extraviados en elusivos sueños de una boca que besa bajo la lluvia en un mediodía de invierno en una calle cualquiera, o bajo un farol de penumbras en la esquina de una noche o en la florida quietud de un anochecer en un parque, coincidencia en un aquí y ahora de los labios sedientos en la culminación del destello del amor que se vierte como el dulce sumo de los maduros frutos de dos otoños que concurren cierta tarde no esperada a una cita con otros labios no esperados. Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad de los besos. Vale.

Referencias, (en cursivas), por orden de aparición:
Cuando te beso. Juan Luis Guerra
Mariposa de otoño. Pablo Neruda

Una despedida. Jorge Luis Borges

domingo, 3 de noviembre de 2013

A modo de sinopsis


Un texto de Pedro Lemebel

“Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino inútil. Podría escribir casi telegráfico para la globa y para la homologación simétrica de las lenguas arrodilladas al inglés. Nunca escribiré en inglés, con suerte digo go home. Podría escribir novelas y novelones de historias precisas de silencios simbólicos. Podría escribir en el silencio del tao con esa fastuosidad de la letra precisa y guardarme los adjetivos bajo la lengua proscrita. Podría escribir sin lengua, como un conductor de CNN, sin acento y sin sal. Pero tengo la lengua salada y las vocales me cantan en vez de educar. Podría escribir para educar, para entregar conocimiento, para que la babel de mi lengua aprenda a sentarse sin decir palabra. Podría escribir con las piernas juntas, con las nalgas apretadas, con un pujo sufi y una economía oriental del idioma. Podría mejorar el idioma metiéndome en el orto mis metáforas corroídas, mis deseos malolientes y mi desbaratada cabeza de mariluz o marisombra, sin sombrilla o con el paraguas al revés, a todo sol para que la globa me haga mundial, exportable, traducible hasta el arameo que me canta como un florido peo. Podría guardarme la ira y la rabia emplumada de mis imágenes, la violencia devuelta a la violencia y dormir tranquilo con mi novelería cursi. Pero no me llamo así, me inventé un nombre con arrastre de tango maricueca, bolero rockerazo, o vedette travestonga. Podría ser el cronista del high life y arrepentirme de mis temas gruesos y escabrosos. Dejar a la chusma en la chusma y hacer arqueología en el idioma hispanoparlante. Pero no vine a eso. Está lleno de cronistas con una flor estilográfica en el ojal mezquino de la solapa. No vine a cantar ladies and gentlemen; pero igual me canta, señora mía. No sé a lo que vine a este concierto, pero llegué. Y me salió la letra como un estilete. Más bien sin letra, como una prolongación de mi mano el gruñido la llora. Parecen gemidos de hembra cobarde, dijeron por ahí los escritores del culebrón derechista. Llegué a la escritura sin quererlo, iba para otro lado, quería ser cantora, trapecista o una india pájara trinándole al ocaso. Pero la lengua se me enroscó de impotencia y en vez de claridad o emoción letrada produje una jungla de ruidos. No fui musiquera, ni le canté al oído de la trascendencia para que me recordara a la diestra del paraíso neoliberal. Mi padre se preguntaba por qué a mí me pagaban por escribir y a él nadie le remuneró ese esfuerzo. Aprendí a la fuerza, aprendí de grande, como dice Paquita La del Barrio; la letra no me fue fácil. Yo quería cantar y me daban palos ortográficos. Aprendí a arañazos la onomatopeya, la diéresis, la melopea y la tetona ortografía. Pero olvidé todo enseguida, me hacía mal tanta regla, tanto crucigrama del pensar escrito. Aprendía por hambre, por necesidad, por laburo, de cafiola, pero comenzaba a estar triste. Pude haber escrito como la gente y tener una letra preciosa, clarita, clarita como el agua que corre por los ríos del sur. Pero la urbe me hizo mal, la calle me maltrató, y el sexo con hache me escupió el esfínter. Digo podría, pero sé bien que no pude, me faltó rigurosidad y me ganó la farra, el embrujo sórdido del amor mentido. Y creí como una tonta, como una perra lacia me dejé embaucar por alegorías barrocas y palabreríos que sonaban tan relindos. Pudiste ser otro, me dijeron los maestros con sus babas mojándoles los pelos de profetas. A pesar de todo aprendí, pero la tristeza caía sobre mí como un manto culto. No fui cantor, les repito, pero la música fue el único tecnicolor de mi biografía descompuesta”.

viernes, 18 de octubre de 2013

ENSOÑACION (CHLOÉ)


Es en la penumbra fresca y plácida de una habitación quizás no imaginaria, las cortinas cerradas como pétalos nocturnos, nosotros sentados frente a frente, sin malicia ni deseos, como en un florecido paraíso antes de la serpiente, nada más existe que el tú y yo inaugural, tu cuerpo vestido con esa placidez pura y sin pecado de manzana roja o rosada magnolia, sin pudores ni temores, sin recatos puritanos ni burdos desparpajos. Las miradas buscan los ojos para besarse apenas en el rito de la intención, antes de la celebración inconclusa que irá a buscarnos en los fondos marinos, en los acantilados del viento, en las selvas olorosas a orquídeas. Te observo, macho tímido, al alcance de mi mano, recorro tu cuerpo como el de la esfinge de un espejismo, inalcanzable, ilusorio, negado. Sonríes. Tu mirada vaga por mi semisombra con esa infinita ternura que me viste y me desnuda sin atreverse. Sonrío. La tarde va sucediendo ajena, sin entrar en la habitación de la penumbra. A veces hablamos en el idioma indescifrable de los caracoles en celo, o por señas en los mohines de tu boca y en la insistencia de mis miradas. Todo tiende a una culminación necesaria o perseguida, pero seguimos quietos mirándonos a través de ese espacio pequeñito que nos separa. Me inclino y tiendo mi mano hacía ti, tú me miras desde tu dulce silencio y la tomas, un suspiro cruza entre nosotros y se derrama por los fondos marinos, por los acantilados del viento, por las selvas olorosas a orquídeas. Rozo delicadamente esa piel erizada por la cercanía de lo inminente, acaso imposible. Cierras los ojos liberándome del peso de seguir siendo y me dejo ir por el oleaje fuerte, dominante, arrebatador de tu perfume, respiro profundo para atrapar esa estela de mujer que me eleva en un misterioso éxtasis y me deja flotando en un nirvana donde poseo tu esencia más allá de tu voluntad inmutable. Me quedo ido pensando en como será hacerte el amor sin tocarte, sin el sexo que te aterra, hacerte sentir el amor en una ceremonia de iniciación que no te asuste, que te deje ser en tu esencia primordial, que nos vuelva pájaros o insectos, que nos diluya así sin más en un destello que quedará reflejándose para siempre en los espejos, en los fondos marinos, en los acantilados del viento, en las selvas olorosas a orquídeas.

martes, 15 de octubre de 2013

PROMETO


Prometo no romper tus mesuras, tus recatos, tus temores, no quebrar la música de tus silencios sino con suaves susurros, besarte apenas leve y breve para que no se vuele asustada la dulce mariposa de tu boca, prometo no alejar tus seguras penumbras ni descorrer los cortinajes del día, no irrumpir como un ángel perturbador o un demonio en desacato, no inducir falsos fervores sobornando tus cristales dormidos, prometo no sugerir ni insinuar, evadir lo intocable, no enfrentar tus pudores ni desatar las aguas turbulentas ni liberar los vientos atrapados, prometo pequeñas distancias, delicadas cercanías, un lento paraíso otoñal, una intensidad de perfume de rosas en un atardecer de estío, prometo hacer como que duermo entre tus sombras cálidas, extasiado, besarte sin besos y escurrir por el quieto paisaje de tu solemne intimidad con caricias sin roce oculto en el sigilo del cobarde, habitar tu aroma escondido en el bosque florecido, navegar tu mar de mimosas espumas, embriagarme en el deleite ilusorio de tu densidad contigua, mirarte sin máscaras, con los ojos de un solo rostro, el verdadero, prometo fragmentar el tiempo, disgregarlo en tenues detalles, en insinuantes sutilezas, para fijarlo en el casto presente, cercar el pasado en sus vigilias y clausurar el portalón del porvenir en sus intentos, prometo no excavar antiguas ruinas, derribar muros ni socavar diques, respetar el desierto de la esfinge y el templo de la vestal inconclusa, no erguir túmulos ni obeliscos ni incendiar tus poros o incinerar tu pelo entre mis dedos, prometo silenciar tu nombre en mis delirios, prometo dejar de ser para que tú comiences a ser, escribir en tu vientre un solo verso y otro en la suave corva de tu espalda, no hundir, impregnar, insertar, ser macho niño o dormido, dejarme ser de tu mano guía, contención, límite, frontera, no caer en tentación ni desmadres, no intentar invadir el inexpugnable castillo, la magnolia oculta, la vertiente contenida, no palpar las turgencias, delinear sinuosidades prohibidas ni caer en vértigos o sacrilegios, alejarme de vértices y vórtices, intentar a como de lugar un intranquilo celibato, prometo no dejar otras huellas que tu respiración agitada, solo fulgurar un instante en un efímero destello y desaparecer entre cenizas apagándome, consumar la cercanía en tibias ternuras, ser ubicuo, no insistente, algo crepuscular, y sobretodo tierno e inseguro, prometo un olvido cómplice, la frágil memoria de esas horas como un insomnio intermitente, prometo ser tan evasivo que amanezcas con la clara certidumbre de que todo fue un sueño imposible.


viernes, 11 de octubre de 2013

CRONICA SUBTERRANEA


“nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto”
El jardín de senderos que se bifurcan. Jorge Luis Borges, en Ficciones (1944)

Detento el prodigio de la breve sombra que invade tus laberintos, tu secreto destino de enclaustrada penitente, en los albores de una epifanía que romperá tu alma vaciada de emociones entre los destellos de sus vidrios y sus frías porcelanas. Poseo la llave de la única cerradura que yace en la herrumbre de tus sueños nonatos, del vértigo de los acantilados nocturnos donde no te atreves al suicidio, de las marismas invadidas por los cangrejos de la soledad, de las llanuras donde duermen las grandes serpientes de tu cotidiano. Abro los cofres de tus joyas diminutas, esos tímidos besos adolescentes allá enfrente de la casa donde aún vive tu infancia de muñecas y de lirios, los baúles de tus peregrinaciones insensatas a los templos vacíos, a las tumbas sin nombre, a los lugares que un día se te hicieron primavera, los arcones de las mentiras que guardas como piedras pulidas por el insistente recuerdo, como los pétalos olvidados entre las páginas de un libro, como brillantes y hermosas monedas que ya no tiene valor. Sé que escribes en el polvo de los rincones los salmos de tus tristezas en un idioma vernáculo y confuso en el que nada es lo que nombras y que nadie puede descifrar sino acaso los que algún otoño te amaron, y aquel que detenta la magia de la breve sombra. Una tarde de violetas oculta el sagrario que custodia los pocos nombres que perfuman tus fugaces encantamientos de atardeceres marinos, de un río lento que arrastra los verdes fragmentos de una selva lejana y las arcillas de sus colinas en continua disolución, allí me instauro en las oquedades que han dejado tus nostalgias y ahí, musgo o liquen, invado ese lado sombrío de tu vida cerrada a las tupidas enredaderas del amor. Como un minotauro asustado recorro las galerías anegadas por el agua muerta que irrumpe desde las vertientes de todas las premoniciones con una alegría de flores amarillas, cogollos de toronjil, sahumerios de romero y una densa persistencia de gladiolos funerarios. Sombra breve me voy derribando los muros de arena, desaguando los pozos de las aguas atrapadas, derrumbando las arcadas que soportan el entero laberinto, accediendo paso a paso a todo lo que has sido o eres. No obstante, hay un antiguo tabernáculo de duro y tosco granito cuyo contenido nadie más que tú conoce y que, así está escrito en su sello, permanecerá cerrado incluso más allá del fin de tus tiempos. Sin que lo sepas voy trazando el mapa de esa trama subterránea de túneles silenciosos que dan una y otra vez a tu misma noche. Vale.

miércoles, 9 de octubre de 2013

OLEO DE MUJER IMPOSIBLE


Si toleraras una tarde ilícita que yo alcanzara con mis ojos tu tímida y esquiva desnudez encubierta, estaría horas haciendo el inventario cromático de tu dermis, creando el catalogo de sus tonos posibles en las dos dimensiones del color: el tinte y su valor claro u oscuro, combinando un tierra con predominio de amarillo, un poco de azul de ultramar, rojo mediano y amarillo mediano o de cadmio, un naranja medio y un poquito de blanco, o simplemente un rosa bajo combinado con café, hasta converger riguroso en el color de tu singular carnación. Si me dejaras con un dedo, el solo dedo del corazón dibujar tu cuerpo desnudo en toda la extensión voluptuosa de tu ser, ir delineando las curvas sinuosas de su tibieza quieta o dormida, perfilar las turgencias de las cumbres veladas por el candor de doncella en su castillo inexpugnable, contornear las comisuras, los bordes, las orillas de aquellas concavidades prohibidas, esbozar lo que no dejas ver por pudor, recato o coqueto juego de velos y tules incitantes. Si me permitieras en ese atardecer de tranquila penumbra pintar con un hiperrealismo salvaje, febril pero contenido, poro a poro la superficie entera de tus ocultos y vedados territorios insulares, e ir esparciendo con el tierno meñique los pigmentos que declaren con precisa certidumbre los innumerables matices de tu piel, colorear con rosa carnal, palidez lunar o bronceado solar, con oscuro furioso o claros castaños, quien sabe, o con las gradaciones de la miel que reproduzcan los íntimos aromas florales que difuminan tu escorzo desde un lejos posible. Si accedieras a que con mi índice pudiera sombrear los claroscuros de tus mórbidas dunas y tus tersos valles glaciares, entintar mi dedo anular en la humedad secreta e inviolable de tu cuenco cauce vértice y vórtice para fijar en los acrílicos del deseo y los oleos de las ansias el sabor exacto que guardaré para siempre en mi memoria de huraño pintor de tu clandestino retrato. Si consintieras que mi pulgar te toque al trasluz para buscar en tu espalda vértebra a vértebra sus arpegios escondidos, los sonidos más graves y profundos que nacen de tus estremecidos insomnios, o escurra palmo a palmo con sigilo reverente por toda esa armonía inquietante de Maja o Venus adormecida en plácidas penumbras, entonces, ya consumado el rito del furtivo roce sobre tu sagrada piel de vestal intocable lamería la yema de cada dedo con fruición para saborear en plenitud toda la esencia de ti.

domingo, 6 de octubre de 2013

RASTROS DE MUJER AUSENTE


Tendía a flor bajo la escarcha, a mariposa cuando pestañeaba, a pájaro, incluso a libélula cuando soñaba. No era extraño que asumiera esa consistencia entre difusa y asiluetada de las cosas que dejamos de ver por un tiempo pero que permanecen en la memoria como objetos sagrados. Sus ojos solían dejar la tarde en suspenso, aminorando la urgencia del crepúsculo, o dejar ciega la noche en sus tegumentos lunares, en las espumas de los insomnios y en las telarañas de su nocturno registro fundacional. Se iba bordoneando sus sueños, atrayendo hacía ella los delicados estambres de las madreselvas, la miel más dulce de los colmenares, el tenue ruido de los brotes en la ramas y la lenta ascensión subterránea de los cotiledones de los girasoles. Siempre supo que un férvido fauno la acechaba en las esquinas donde hubiera balcones con geranios florecidos, no obstante mantenía una calma de esfinge ocluida en su alabastro que hacía morir de pena a las gárgolas de las altas catedrales. Se dejaba querer a la distancia en un pacto confirmado por esas tímidas miradas que se escondían diáfanas en los parques mientras luctuosas soledades iban rompiendo las membranas vegetales henchidas de la savia de cada primavera. A veces dejaba de respirar por algunos instantes para que el perfume de las rosas asumiera su presencia y ella pudiera escapar del asedio de los míticos druidas que fijaban sus premoniciones en su aliento condensado en el aire madrugador de los bosques. Conocía el dialecto insular de los picaflores y el intrincado lenguaje de los insectos por lo que acostumbraba a quedarse horas y horas quieta escuchando los alborozados chismes del jardín. Cuando la mirada se le iba perdida en otros infinitos y miraba sin mirar los objetos, los rostros, la lluvia sobre los rosales, un silencio de penumbra abarcaba su entorno destilando una nostalgia devastadora que echaba al vuelo las palomas como si se derrumbaran de una vez todos los campanarios. No había pétalo que soportara su tierna fragilidad, su levedad casi insensata, la inmortalidad dolorosa de su rostro en su distancia y su dulzura. Las larvas ilusionadas construían sus capullos soñando despertar a su imagen y semejanza, las cigarras repetían su voz por los follajes exultantes, las abejas urdían en su honor la vendimia. Las raíces congregadas seguían sus pasos por sus honduras de tierra húmeda esquivando las piedras que se quedaban palpitando en el halo de su cercanía. Las manos de un férvido fauno la acechaban en las enredaderas que se descolgaban de los balcones solo para alcanzar a rozar su pelo.

PRESAGIOS


Un día amanecerás distinta, acorralada por tus propios sueños, inmersa en un insomnio ilimitado, con la voz atrapada en un silencio feroz de piedras o troncos cubiertos de musgos, te verás a ti misma errando bajo un cielo sin estrellas por un desierto de arenas ardientes, fuego y sal en tu cuerpo quieto o transparente que proviene de antiguos linajes donde fue floreciendo semilla a semilla la herida, con su dolor y su miedo. Será un día cualquiera, quizá en el borde de algún invierno de lluvias mansas o en la mitad más calurosa de un estío sin vendimia ni rastrojos. Saldrás de la noche desnuda, aterida, entumecida, asustada de esa oscuridad de tantos años ahí detrás de esa última madrugada, te dolerán los ojos enceguecidos por la luz del día que reinicia la oculta y contenida vastedad de ti. Sentirás la boca reseca o vacía, con un lejano sabor de doncella enclaustrada, el resabio entre dulce y amargo de los años yermos, de los frutos mustios que no alcanzaron cosecha secándose en los esqueletos de fúnebres ramajes deshojados, de los dorados campos feraces sin siega aferrados a las arcillas muertas. Sabrás de pronto que has vivido enjaulada, y aunque no escuches los trinos de los pájaros ni veas al sol amaneciendo será una epifanía sin tristezas como la de quien nunca vio el mar con sus oleajes y sus espumas. Mirarás hacia la ventana y a media mañana aún será noche, con asombro intuirás que ese día está atrapado en los sargazos de las poderosas rutinas o anclado en un silencioso puerto fantasma o varado en una playa pedregosa donde nunca alcanzan las olas ni las espumas. Coincidirán tu primavera con la de los parques florecidos, oirás el canto renovado del despertar a la vida otra, premonitorio de breves pero intensas felicidades, no necesariamente de culminación o consumación sino de la vida real en todo su esplendor, con sus miserias y sus maravillas. Se sumergirán en el quieto olvido las pequeñas lujurias insaciadas, las constantes ansiedades y la serena angustia del no ser. Recorrerás otros caminos impregnada de un libre albedrío hasta que alguien venga a ti y rompa el fino cristal de tus principios para que vueles y te eleves rauda por sobre lo que fue tu encarcelación cotidiana. Habrá trampas y malas cartas, equivocaciones y señuelos, pero ya sabrás que de esa confusión emergerán hermosos tornasoles. Día vendrá en que amanecerás distinta.

jueves, 3 de octubre de 2013

PRIMAVERAL IN SITU


Te beso adormecido en el borde canto de tu boca. Llueve. Permaneceré contigo esta noche de fría primavera, te acariciaré dulcemente, derramaré en ti mis ternuras guachas, mis cariños huérfanos, mis sueños de amor inconsumados,  y después de la medianoche me haré el niño dormido entre tus brazos para que experimentes en mi boca tuya esas otras maneras de besarme que me prometiste quizá en medio de una floración insensata. Pero así será. Y haciéndome el dormido me dormí envuelto en tus tibiezas esperando la mañana que llega con el mismo frío del sin ti, ha dejado de llover, hay jirones de cielo azul entre las nubes muy blancas. Amanece un soleado día brillante aunque frío en sus vidrios recienvenidos, el esplendor de la primavera abarca la mañana, atiza el alma con su renacer impostergable, perenne, con la evidencia de un ciclo continuo de vida y muerte, con la esperanza, otra vez, del verde pasto y los ramajes enverdecidos, del florecimiento de las magnolias, del estío caluroso y sensual, de los frutos jugosos como besos tuyos, de la vendimia y sus dulces vinos, del que vendrán otras lluvias para volver a pensarte más allá de esta primavera. Ya cabalgamos por los pastos renacidos que ya preparan sus mullidos rincones donde nos amaremos como dos bestias salvajes. Y se me vienen los perfumes florales que te sitúan tan cerca que puedo cerrar los ojos y seguir sintiéndote aun sin tocarte, o volver a sentirte (recordarte) una y otra vez cuando huela ese mismo aroma en cualquier lugar o año, siempre entre estío e invierno. La tarde está quieta, cristalizada, como si contuviera su respiración para no asustar la primavera que ya viene entrando, yo me acomodo entre tus pechos, amodorrado y tierno como un bebé que no quiere crecer y perderte. Acecho tus labios crípticos como un enardecido fauno primaveral, y te beso sin tocar tu boca, inmortalizando ese deseo tantálico, urgir las imposibilidades de la carne y contener las vehemencias de la piel, ir mas allá del deseo y del acto, morderme los labios en un beso sangriento sin tocar tus labios deseados. Cuando ya te pensaba perdida de mí para siempre te veo venir con ese aire rebelde de tu pelo (mío) y tus lentes de intelectual parisina, así de negro (luto por mi ausencia, me imagino), y recupero esas sincronías primaverales que me permiten besarte calladito cuatro veces en las fotografía. Escucho un eco lejano y juvenil parafraseando un verso eterno: Es tan corto el amor, y es tan largo el deseo. Entonces comienzo a esperarte en la primera esquina de esta primavera, a la salida sur de tus sueños.

martes, 1 de octubre de 2013

BUSCANDOLA


“la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla sin amargura,”
Alguien. J.L.Borges

Salí a buscarla sin conocer por donde ni por cuando, desplegué el velamen bajo los vientos de su rostro fijando rumbo a su boca y fui así dibujando el mapa de aquellos derroteros que me fijaron las misteriosas corrientes oceánicas del azar y del instinto. Visité la isla del anillo de una perla y del reloj en su muñeca del último roce del amor vencido. Deambulé desde el acacio de los besos adolescentes hasta el lugar donde estuvo el salón de la niña de los tules. Divisé la playa del carbón donde un lanchón recostado en grises arenas detentaba un nombre escrito de mi puño y letra borrándose. La esperé sin esperanza a la salida de un teatro de neones y espejos y en la orilla de un parque en invierno con los vidrios empañados. Miré las olas de las noctilucas, las penumbras bajo los añosos árboles de la espera y miré el mar de las luces lejos y barcos quietos en la rada frente a los ocres y púrpuras distantes que sobrevolaban las gaviotas adormecidas y las hileras de pelícanos. Aceché con nostalgia en un muelle de pescadores donde la ternura era soleada en un diurno que se pareció a una breve felicidad. Me detuve por horas en la esquina donde se disolvió un atardecer sin pena ni gloria. Caminé por las calles ilusorias que rodean una infinita catedral inconclusa, y también la grama y los manglares de un trópico censurado. Recorrí las sabanas y los llanos inundados de las anacondas, el salto de agua y los lirios de agua. Anduve por las callecitas esas y por las estaciones atestadas de gentes que no miraban un río de aguas zainas y lentos camalotes. Esperé por ella en un escaño rodeado de jacarandaes, de verde pasto, del tumulto de estudiantes y oficinistas. Peregriné por todas las plazas de todas las ciudades donde viví buscando en el entorno de sus fuentes de agua, sus estatuas y sus otoños. Vagué como un explorador extraviado por las cercanas campiñas de la nada y por los lejanos territorios sin nombre y sin recuerdos, por mares siempre nocturnos y por calles vacías siempre en crepúsculo, esperé iluso o equivocado en muchas esquinas, cuartos ajenos y lechos olvidados, en muchos rostros difusos, ojos tristes o manos de uñas pintadas, y nunca fue o estuvo, en ningún lugar, en ningún día, atardecer o noche. Quizá era imaginaria, virtual, esencialmente imposible, como si la hubiera creado a mi modo en la hondura de mi soledad vagabunda con las arcillas perpetuas de la tierra madre.

domingo, 29 de septiembre de 2013

EL JUEGO DEL FUEGO


Pour Madame la Comtesse

Era el juego de tu mano una y otra vez ocultando recatada la breve hendidura de tu escote a mis ojos curiosos de tu piel inexplorada, el juego inofensivo de mis ojos intentando infructuosos mirar sin que me atraparas el tibio canalillo entre tus pechos asomado con tierna impudicia inconsciente o instintiva. Ese juego de secreta coquetería de niña hermosa y de tímida seducción de adolescente extasiado. El juego que sostenía la primavera inicial en sus ardores de novios en los parques, de imaginados amantes detrás de los cómplices cortinajes en las noches perfumadas de jazmines y lavandas, esos antiguos nocturnos de alta luna donde los ammonites engarzados sueñan con yacer en tu escote, rozar tu piel y disolverse en besos pequeñitos. Y yo hacía como que no miraba y sí miraba, o miraba sin desparpajo asustado y ansioso, escondido en el reojo, en la mirada cautelosa y furtiva, veloz y huidiza, y tú hacías como que no veías que yo veía pero igual tu mano inmisericorde una y otra vez movía el borde de la blusa colorida o el casto tejido para negarme el surco tentador que apenas se insinuaba entre tus senos. El tiempo sucedía vertiginoso, mis miradas convergían una y otra vez en esa convergencia de cauce, de bifurcación, de lúbrica visión tantálica, de tentación imposible, tus manos insistían en su escrupuloso recato incitante, yo soñaba con una tarde infinita. Los beatos ojos del ángel subían ensoñados al cielo verde musgo de tus ojos mientras los lascivos ojos del demonio bajaban felices al infierno del mullido escote. No sabía si tú sabías de mi inocente insistencia soterrada, sospechaba que sabías porque tu mano una y otra vez ocultaba el origen del cándido vicio, pero quiero creer que nunca tus ojos sorprendieron mis ojos en su pecado contemplativo siguiendo el rítmico oleaje de inspiración y espiración que llegaba hasta las suaves arenas de tu piel. Mi mano tocó el fósil, estudié la maravilla de su estructura, su tersura inquietante, su consistencia irrepetible de espejo vedado, sentí la tibieza de tu cuerpo que permanecía latiendo en la roca y el metal, sentí el peso voluptuoso de ese objeto que podía alcanzar, sin saberlo, mi paraíso perdido. Surgían en ese juego íntimos deseos geológicos, fosilizados en antiguas eras volcánicas, en sus fuegos telúricos, en sus lavas ardientes derramándose en ávidos océanos primigenios. Y ahí estaban frente a frente intocables, inalcanzables, las cámaras y los septos del ammonite dormido entre tus pechos en su quieta paleontología desconocida abriendo una párvula fisura en la delicada sensualidad de esa primera y no (espero) última tarde.

jueves, 26 de septiembre de 2013

EN HABITAR TU OLVIDO


Sé que ya me disolviste en tu olvido, me negaste la sal y el agua, me dejaste abandonado en tu orilla, entre los juncales de la ciénaga grande de tu vida, en medio de las arenas aun tibias del desierto desesperado de tu imagen, de tu nombre, de tu presencia inconstante que se derramaba por los días donde habitaba un amar de minúsculas, ahora lo sé, que se parecía al paraíso en sus esencias establecidas, en sus dulces frutos prohibidos, en la serpiente de la tentación que nos acechaba voluptuosa entre la orquídeas y las flores de mayo. Sé que ahora mismo soy apenas el húmedo relente de tus noches en calma, que me pensarás como un difunto o una estatua, que ya no poseo rostro en tu memoria, que mi nombre se te confunde con otros de tu pasado antiguo, reciente y futuro, en ese espacio vacío, sin tiempo, del antes y el después de mí. Siento mi omisión lapidaría de tus atardeceres despiadados, de tus noches sin luna, de tus mañanas por los humedales de los flamencos, las aningas y los ibis, de los manatíes y los aligátores, de los mediodías aletargados por ese trópico ardiente que arde incombustible en tu piel deseada. Vivo en dolorosa carne viva este pleno abandono sin evocación ni reminiscencia, sin ecos, visiones o epifanías, con desamparo de naufrago de horizontes vacíos, vivo el destierro de tus ojos y el exilio de tu verbo con la mirada perdida en esos mismos horizontes vacíos. Busco en tu silencio de tumba abandonada el origen del derrumbe de lo sueños construidos en la vigencia de ese ahora marchito amar con mayúsculas, excavo tus mitologías, tus ritos, tus ceremonias buscando los hilos que me lleven a entender o explicar la hondura del destiempo. Y nada. Hay ansiedades socavadas por la espera, vestigios tibios, deseos latentes y huellas frescas, pero no la presencia ni la cercanía que cruzaban las estaciones y los años, nuestros. Examino acucioso el mapa de tus rumbos, de tus territorios, de tus sombras, para saber donde te extraviaste, en que bifurcación equivocaste el camino sin vuelta y desapareciste para siempre de los campos de verde grama y aguas frescas donde los potros salvajes te miraban asustado desde el lejos de tu infancia. Y nada. Sé donde no encontrarte, en qué lugares no habitas, por qué parque no caminas o en qué horas no existes o desapareces, las inminencias no suceden, los presagios no se cumplen, es simplemente el olvido.

lunes, 23 de septiembre de 2013

EL VALS DE LAS NOCHES SOLITARIAS


Baila bella y perfumada en su castillo de altos vidrios empañados, danza envuelta en las sedas doradas y los tules violeta de sus insomnios con una tenue música barroca de chelos y clavicordios, baila y sueña en un imaginario salón de caobas y cristales, de bronces antiguos y oleos de damas soberanas. Baila y sueña con un príncipe desencantado como sota de espadas, hombre de tierra y palabras, labrador o jardinero, hombre de muchas primaveras viviendo su otoño en espera del venidero invierno. Guitarrero de burdeles, señor de yermas comarcas, lejano e intocable para que solo ella presienta el guerrero vencido que la busca en sus solitarias madrugadas. No es su boca lo que la excita y provoca sino sus ojos que la miran con dulzuras y nostalgias que ella estremecida no admite escondida como una rosa confundida en el nácar de su concha. Baila invisible reflejada en los espejos como una condesa oculta entre jarrones de alabastro y celofanes de colores. Revolotea incesante en su delicado ballet de transparente libélula, ronda mariposa en su baile de etérea soledad la llama del encanto, cada vez mas cerca pero sin llegar nunca a quemarse, aunque arden en su alma crepitantes fuegos que su piel no reconoce. Danza iluminada por la luz de altos ventanales que dan a un pasado feliz y consumado en la vigencia eterna del amor. Se sueña bella y perfumada entre los brazos de su amado, pero la sombra que la sigue baila sola en el silencio de la primera noche de primavera. Mientras danza esa íntima coreografía sin querer se va dejando fluir por la naturaleza pura de los sentidos que le induce el roce sutil del otro cuerpo imaginado. Las anilinas de sus ojos exploran en las penumbras de los rincones otros ojos que la observan en su ritual de arcaica monarquía, de aquel reino perdido donde lentos galeones traían el sándalo y las perlas que un secreto y victorioso navegante obtenía para ella en las lejanas islas de los endriagos y vestiglos. El vals la trae adormecida por las sinuosidades del tiempo, se sueña danzando mientras baila soñando, se desliza como una hoja otoñal llevada por la brisa de las horas, gira sola en medio de un remolino de doradas sedas y tules violeta, sueña sola que su príncipe de copas toma su mano y su cintura y ambos giran transportados por un vals que solo ellos escuchan por un infinito salón de altos vidrios empañados.

jueves, 19 de septiembre de 2013

DIPTICO DE JARDIN Y MUJER


Era la época de los malvones, después de las pocas lluvias de agosto, los geranios florecidos hacían que el tiempo se ralentizara en una ternura soleada, como de niños jugando a los volantines en un cielo muy azul. El entramado de su voz se fue haciendo agua, sus ojos se volaron por sobre los suburbios de la mañana, sus manos, cuencos de ternuras acuciantes, se hundieron en la arena como raíces desaparecidas. Los cardenales desbordados de rojos y blancos, de rosados y anaranjados, fijaban en sus umbelas los coloridos destellos de un día lindo con la primavera a boca de jarro casi empujando la puerta para adentrarse en el canto de los pájaros que ya construían sus nidos encaramados en el ramaje del acacio. El murmullo del viento jugando con las ramas de los eucaliptos la traía dispersa pero aun vigente en ese amor que excedía la esquina donde aquel ayer se declaró ausente para siempre. Sus hojas aterciopeladas miraban el sol envidiosas de las malvas de hojas brillantes o el aroma cítrico de los pelargonios olorosos. Su presencia perduró por años en las escondidas violetas, en sus perfumes a ras de tierra, en su pequeña timidez, en su terrestre humildad de flor secreta. Las flechillas (Hordeum murinum) ostentaban sus espigas como si fueran trigos feraces, soberbias en su salvaje y cariñosa ignorancia. Su imagen de niña retraída y silenciosa se dejaba dibujar en el planeo zumbón de las libélulas y en los revoloteos adormecedores de los abejorros. Las horas eran un baile de la brisa fresca entre los rosales, el pasto recién cortado invadía el mediodía con su perfume concentrado de atardecer de campo allá por los lares de los ancestros en las tierras del sur materno. Las diminutas letras de su nombre estaban escritas indelebles en el muro de adobes con la verde trama del musgo. Las mariposas se mimetizaban atónitas con los tres colores de los pensamientos y con las dulces acuarelas de las zinnias, contenían sus vuelos en los entresijos de la espera y en los claroscuros de las enredaderas; la madreselva y el jazmín. Ella seguía ahí en la memoria de un anillo con una perla y un reloj que justificó el tibio roce de su mano. Las piedras tutelares derramaban sus sombras de caracol por la tierra pura y simple, en los rincones yermos del jardín, en las penumbras frescas de la sombra del naranjo. La soledad que habitaba en sus gestos, en el rictus de sus labios, en su mirada buscando un horizonte cada vez más lejano, en la manera con la que perdía las llaves o cogía una copa, iba sembrando las semillas imperceptibles de su eterno recuerdo en toda venidera primavera.

sábado, 14 de septiembre de 2013

CADENCIAS DE MAR Y BOSQUE


Se venía un aire de bosque de pinos o de mar cercano de roqueríos con algas meciéndose lentas en los oleajes cansado de navegaciones y vientos de albatros. Del alto se veía el mismo mar entre los mismos pinos como un horizonte que rompía los dos azules y las nubes de lejanas tormentas jugando con veleros pintados de rojos o verdes o de azules distintos. Abajo las arenas entre amarillas y grises se repartían en espumas blancas y se traslapaban con el vidrio transparente del agua mar que la marea traía vertiginosa con celo de caricia. Las gaviotas arreciaban allá por el lejano sobre un cardumen invisible. Ciertos caracoles vagaban con su lentitud demente en las rocas verdosas y humedecidas por la salmuera marina. La tarde se venía calurosa y azul, algo dorada por los reflejos desde el canto oceánico, por el borde de las arenas, por el vuelo de las gaviotas ensimismadas, por los grandes barcos que cruzaban cargados de banano y minerales, por el vaho tibio que subía y por el relente de la noche en presagio. No había más cielo por donde se mirara ni menos mar que los albatros rayaran cegados por la reverberación y el fulgor. El atardecer relumbraba acaecido sin encontrar la puerta que daba al crepúsculo y se iba tornando más púrpura desde el anaranjado que viajaba en las nubes sobre los veleros y las gaviotas. Todo fingía una quietud de marisma, de ciénaga, de acantilado dormido, de albufera cercada por cangrejos. Las brújulas perdían sus nortes y las bandadas de alcatraces y cormoranes rozaban las olas extraviadas en sus rumbos a las guaneras. Un galeón de maderas carcomidas encallado para siempre en la playa de los cascajos parecía que navegaba cortando las espumas a favor del viento. La espuma se hacía mar y el mar gaviota, y el viento se volvía pinos en sus susurros y el pinar era una regata de verdes velámenes saliendo del embarcadero. Y los granitos erosionados, lisos como lomos de ballenas varadas, observan con sus catalejos de cuarzo y micas los navíos de los piratas que cercan los escondrijos del náufrago en su destierro. Un vuelo de pelícanos traza una línea de lentas y pesadas ondulaciones sobre el azul cercano de cielo y mar serenos. La casa del poeta que hablaba del mar, los mascarones y las campanas vigila en lo alto más alto esperando sus pasos y su voz nasal y monótona para que reinicie como si nada su poética marina quebrada por la muerte.

domingo, 8 de septiembre de 2013

PARFOIS JE TE RÊVE


A veces te sueño desdibujada y sin rostro para no importunar a alguien o deshacer tus remilgos de esfinge lapidaria, te veo en matices de verdes tenues y azules muy pálidos, siempre estás sentada fumando o leyendo, escondida en un rincón donde no te vean los ojos inquisidores de tu alguien celoso de lo que piensas o sueñas. Allá él, yo acá te sueño a propósito para besarte furtivo detrás de las orejas, acariciar tus piernas disfrazado de gatito ronroneador, mirar con desparpajo de macho invisible tu impúdico escote o tocar tu pelo desde un lejos cauteloso. Otras veces, para que no te asustes, no te sueño directamente sino reflejada en un espejo o en una copa de vino que hay sobre una mesa de mantel del mismo color burdeos, nunca en porcelanas o bronces porque sé que ahí no te dejas reflejar para que no se te aquieten los deseos. Te sueño semioculta entre velos o burbujas, yo detrás de un cristal o una ventana que da a la calle, vislumbro la palidez de tus muslos porque la falda la dejas al descuido sabiéndome sintiéndome que desde algún lugar imposible yo te observo como soñándote emboscado. Rara vez te hablo porque sé que no me oyes, ensimismada como estás en tus pequeñas rutinas de escarmiento, ordenando la casa o pintando tus labios con ese mismo burdeos del mantel y la copa. A veces te sueño disgregada, sin nombre ni fecha de nacimiento, anónima pero no misteriosa, para que no te me disuelvas en las soberbias de la bienamada. Suceden ciertos insomnios en que hay algo que me hace verte translucida y dividida en claros fragmentos de ti, quizá como castigo o suplicio, entonces solo me queda ir uniendo esas fracciones para contemplarte como quiero, entera y mía, y se me va la noche en ese juego de rearmar tu cuerpo de acuerdo con la poca memoria que poseo de ti. Alguna vez me equivoqué de puerta, era un sueño con poca luz, y entré en el sueño de una dama muerta que andaba buscando sus joyas para presentarse elegante y sofisticada en la puerta del infierno, conversé largo rato con ella sin saber que no eras tú, hasta que me miró con sus ojos tenues, sin vida, y le miré las manos. A veces te sueño de una densidad intangible, etérea o desvaída, entre azulina y verdosa, apenas delineada por trazos grises u ocres, y temo palparte porque, en el sueño, sé que te romperás en pedazos como papel quemado y te perderé para siempre de mis tenebrosas vigilias.

viernes, 6 de septiembre de 2013

ESENCIAS GENETICAS


Rojo el sol se hundía, la tarde arriba era violeta y púrpura.
Rojo. Francisco Antonio Ruiz Caballero. 2006.

Se escuchó un estrépito de ángeles cuesta abajo, un tintineo de alas de cristal y túnicas de concheperla, los lobos se perdieron huyendo por la nieve hacía el bosque de pinos con los ojos enrojecidos y los colmillos de un blanco reluciente. En el cielo brillaba Sirio en un azul plateado brillante pero frío, la noche sin luna, gélida y vasta, se iluminaba apenas con ese albedo multiplicado por la blancura nival que a veces se desmoronaba desde las ramas de los pinos con el mismo estrépito de los ángeles relamidos. Los ángeles silbaban entre azafrán y canela una conga mondonga haciendo sonar la bisutería de artificio y los címbalos de la feria del agosto recién sucedido. Bulliciosos papagayos trepaban por las iridiscencias que iban dejando las luciérnagas en los tremedales de lianas y jungleras podridas mucho más abajo de la desesperación de la nieve que cristalizaba en agujas de hielo de un color agrio y arrastrado que recordaba el matiz de las esmeraldas de egipcias. Los lobos aullaban perdidos en la hondonada de los colibríes, asustados de sus vuelos zumbones y de la unción de la miel. Las maderas se incendiaban con fuegos espontáneos, azules e inquietos, iluminando como un candelabro desperdigado la nieve, los lobos entumecidos y los pinos nevados. Sin un tupido velo los naranjos ostentaban sus breves soles atardecidos. Los limoneros sus amarillos silencios. La singladura de una embarcación de velamen roto dibuja un rostro que nadie ve en un mar que se evapora entre espumas rosadas. Por los parajes del páramo siempre está sucediendo algo, una lluvia que moja los cantos rodados y lisos pero no las arenas donde hacen sus nidos los alacranes, el tétrico ulular de un búho que el eco devuelve una y otra vez como un péndulo, un crujido inexplicable que surge desde el interior de una macizo rocoso granítico, el día que se oscurece sin crepúsculo y entra en la noche en un solo instante, la flor de un diente de león que lagrimea invadida de una tristeza amarilla de amarga mala hierba. Y todo se va repitiendo en un ciclo de infinitas reencarnaciones de ángeles estrellados y lobos asustados, de pinos nevados, de azafrán y canela en el baile de la conga mondonga, de papagayos escondidos, maderas quemadas, naranjos y limoneros, aquella lluvia que llueve solo sobre los pulidos guijarros, los alacranes y un búho, la sonajera de la roca granítica y la flor desconsolada, hasta que la Pili, dueña del tiempo, sopla el pompón de vilanos del diente de león esparciéndolo por el atardecer y todo deja de suceder. Vale.

jueves, 5 de septiembre de 2013

RUMORES CALLEJEROS


“—la luna era ahora un borrón de tiza—“. Colibrí. Severo Sarduy.

Cantan la guaracha honda y acontecida con sus modulaciones de barro hueco, caña madre de manos pomairinas. Las esfinges morenas, regordetas y sonrosadas aplauden desde la última fila a contracanto de las rechiflas de los pomposos vagos de la primera. La pochito cosa silba desde su invisibilidad de nieta consentida asombrando con sus hechicerías barrocas al viejo que escribe estas notas para matar la tarde fría y algo brumosa que se reparte detrás de la ventana vidriada y los barrotes de claustro medieval. Una bandada de tordos urbanos picotea las migas frente al alto muro penitenciario. Por la calle larga vienen y pasan luces amarillas a pesar del día, o siluetas marchitas caminando con el rostro entristecido, una espiral de palomas aterrorizadas se eleva huyendo del chimango que planea depredador y soberbio. Los ombúes van despertando del invierno, anchos y desproporcionados, con sus ramas lerdas como arbolitos de cuento para niños relatado por un aviador extraviado para siempre en un mar mediterráneo. El denso lejos de un olivo sin pájaros posibles se recorta hacia el oriente cordillerano con su silencio verde quieto  contra le brumosidad de la atardecida. Allá por el frente arde un fuego de largas llamas verticales, de leña inadvertida o quizá carbón de espino, en presagio de una noche de carne asada y secreta cumbiamba. Los estragos del azogue condensan la humedad que entra por las rendijas, el vaho de las respiraciones, y el perfume agonizante de las mustias flores atrapadas en un florero de cristal. El espacio se va enturbiando como la anochecida ciega de afuera que recorre las calles a ras de suelo entre las patas de los perros. Alguien se asoma furtivamente por la ventana, alguien susurra una lastimosa plegaria, alguien abre una puerta e irrumpe desapareciendo en la grietas del piso, su presencia momentánea solo la percibe la llama de una vela que parpadea en medio del aire quieto del cuarto. Sobre la mesa sin mantel hay un cenicero y una carta sin abrir, dos monedas de cobre y un pequeño puñal de plata labrada. Como si se viniera acercando se escucha el son atravesado de la guaracha y las voces chillonas de los bailantes, la música es alegrona pero la letra desengaña, un sabor de aguardiente de caña y tabaco despierta las flores marchitas como avisadas de primavera. No alcanza a irse aquel bullicio jaranero por debajo del silencio cuando ya retumba en la esquina opuesta la sonajera de las tamboras y del güiro de la cumbiamba, una alegría tintineante entra por las rendijas con sus destellos de coloridas polleras y sombreros de paja. Pero también el contento pasa disolviéndose en una calma sin ecos y alguien se queda silbando los últimos compases cumbianceros. Arriba ya es la noche, y la luna era ahora un borrón de tiza.


viernes, 30 de agosto de 2013

SICOIDAL


“En general se asume que un poema sigue una línea de pensamiento, habla de algo (un referente). Pero es una hipótesis demostrable que un poema desarrolla, o puede desarrollar, varias isotopías semánticas paralelas, varias historias a un tiempo”. Roberto Echavarren.

La soledad como una jauría de perros feroces, incendiados por los fuegos escondidos en las cenizas, aterrados ante la inminencia del voraz desasosiego, surgiendo furiosos desde la fétida oquedad del escarmiento. Las magnolias dormidas en sus macetas de greda, abriendo sus tenues flores de alabastros rosados incipientes. La soledad como una manada de lobos aullando en las sombras de la noche lunar, hechizados y dolientes bajo el escarbado plenilunio, agobiados por la gravitación de tumultuosos desconsuelos. Las azucenas de la Virgen muy blancas acechando la misma luna de los lobos, la del ciruelo y su albo velamen que navegaba inmóvil en el oscuro azul de la noche. La soledad como un cardumen de plateados y fríos peces filosos en vertiginosa huida hacía los hondos abismos de los misteriosos celacantos. Los nardos perdidos en las noches perfumadas de diciembre cruzadas por el vuelo de la lechuza silenciosa y fantasmal allá en la puerta inolvidable de la casa. La soledad como negros jinetes al galope, irrumpiendo en la tarde sosegada y melancólica que se adormece en su almacigo de nostalgias. Las dalias estrelladas a lo alto en sus púrpuras o azules violeta, hundidas abajo en sus raíces tuberosas, detentando todas las ternuras maternas desde un jardín ya imposible. La soledad como el abandono del extraviado en los laberintos insoportables de su propio desierto de feroces arenas impávidas. Los agapantos consumiéndose de pena en sus estambres, en su azul intenso, en su follaje carcomido por los secretos caracoles del diluvio. La soledad como un triste revuelo de campanas antiguas y lejanas, de bronces cansados, lentos y monótonos que yacen allá en abandonados monasterios. La rosa de las rosas, roja, retraída en ese rincón de la verja, trepadora y nocturna en sus ácidas fragancias, acumulando las frescuras iniciales de la primavera aconteciendo. La soledad como ese río estancado de aguas bajas que refleja los árboles de sus orillas fragmentados, quebrados por una aciaga ventolera invisible. Las acuarelas de las zinnias desatando sus colores por el estío, enamorando altivas mariposas, sujetas a la libación de iridiscentes avispas y afanadas abejas. La soledad cristalizada en los códigos que poseen las transcripciones de todos los diálogos, todas las urgencias, de todas las palabras que perdieron sus ecos anochecidos en las escarchas madrugadoras. La rústica trama de la madreselva, su aroma dulce que atraviesa los años y los mitos, los olvidos y la última soledad donde me moría de ti enredado en todas las raíces. Vale. 

domingo, 25 de agosto de 2013

VIGILIAS DE MENDIGO


Había escarcha en el verde pasto verde, el frío calaba los huesos, el mundo era una congelación invisible, las calles eran anchas y ajenas, sucias, florecidas de pequeños papeles de envoltorios y colillas pisadas, los perros husmean la noche buscando los vestigios comestibles que dejó el tumultuoso enjambre del día. De mañana mira las gentes como si los reconociera, con sus trajes recién planchados, sus camisas blancas y sus corbatas de colores exagerados, ellas van muy serias en su trajes de dos piezas, pañuelito colorinche al cuello y recién peinadas, burócratas, empleados, ladrones o meretrices, señoras de bien ver, caballeros formales, todos caminan apurados a ganarse un lugar en la fila de los condenados, con el nudo de la soga ya puesto a la espera de la horca. Por la tarde los ve de regreso cabizbajos tascando la rabia, la humillación o el nuevo fracaso, sacando de memoria las cuentas, soñando multiplicar los peces y los panes. Va indolente, aterido o sudoroso pero inofensivo, lejano y ausente, como una fantasma urbano, transparente, tratando de pasar inadvertido entre oficinistas serviles y secretarias seductoras, evitando los fastuosos funcionarios de tercera categoría, los gerentes impotentes, a las dueñas de casa que van por las calles asombradas de las vitrinas y a los jubiletas que caminan como extraviados sin encontrar nunca la esquina que buscan. Soslaya a como de lugar los encuentros cara a cara con las manadas de jóvenes en plena soberbia y los ramilletes de las jóvenes orgullosas de sus bellezas iniciales. Esa juventud desatada, exultante, le recuerda otros años suyos que prefiere mantener enterrados para siempre. Vaga buscando un alero para la maldita lluvia o el maldito sol según sea la estación, solo el otoño y la primavera le son propicios a la hora de vivir. Vuelve la noche congelada y el día sin recuerdos es un paréntesis inútil, una boga contracorriente por un río de aguas bajas. Se acurruca en un rincón, sobre una escala o un fétido pasaje, duerme un rato hasta que el gélido le toca el hombro y lo despierta. Se levanta a pesar de sus huesos cansados, desperdigados, y parte a recorrer sus territorios de cosecha a la espera de los primeros receptáculos de desperdicios. Perros vagos merodean en la ciudad que duerme. La madrugada es un vaho frío que humedece el asfalto y difumina las luces. Una silueta camina titubeante entre los perros y las bolsas enlutadas de la basura. Ha de ser un ebrio, un suicida o un poeta, porque los perros no ladran.

sábado, 24 de agosto de 2013

SOBRE VUELOS


Yo viví en altos vuelos postergado como un albatros extraviado en un océano sin islotes, y vi los buques atracados a los muelles nocturnos meciéndose con las olas que traía la noche con su luna reflejada en un cardumen de sardinas que relampagueaban arrastradas por la marea mientras cruzaba el horizonte marino un velero de tres palos con el velamen henchido y un timonel fantasma. Y yo volaba alto por sobre las espumas sin dejar sombra ni estela, sobre los oleajes que sajaban las quillas para robarles las cicatrices fosforescentes de las noctilucas, sobre las medusas que subían desde los tenebrosos territorios abisales como hermosos espantos transparentes, sobre los cangrejos de negra porcelana que observaban desde el fondo de arenas sumergidas allá abajo en la profundidad azul oscuro que no alcanzaba a invadir la luz de luna. Y yo volaba con la inercia del asombro sobre espumas y fosforescencias, sobre los espantos translucidos de las aguas malas que se mecían a medianoche en el abierto oleaje lunar. Planeaba rozando las islas falsas de los sargazos con sus pequeños monstruos sigilosos en continuo naufragio y el extenso tejido ocre de algas atrapadas en los remolinos de las contracorrientes oceánicas. Desde mi alto vuelo alcanzaba a vislumbrar los jardines de las anémonas de mar teñidos de los colores inverosímiles de sus afilados pétalos ponzoñosos. Vi los crustáceos y los celacantos traslapados en las oscuridades verdiazules de las volcánicas dorsales marinas, vi una y otra vez los mismos grises cachalotes y mismas blancas belugas en medio de un paisaje de barcos hundidos, y en sus ojos de buey vi refractadas las calaveras tristes de los tripulantes todavía esperando que amainara la última tormenta. Sobrevolé las islas perdidas que nunca descubrieron los navegantes y donde estaba todo el oro, todas las esmeraldas y todas las especias resguardadas por dragones de ojos de cuarzo y feroces uñas de amatista. Volé por horas en espirales interminables sobre un denso mar de salmueras, con sus aguas mansas y cuajadas como babas de esturión o espumarajos de mantarrayas plagado de trilobites silúricos, donde los buzos se morían de pesadumbre adormecidos por el ruido de la sal cristalizando en el bochorno del mediodía, yo los vi flotando boca arriba en los atardeceres iluminados por un sol moribundo con la cuencas de los ojos asomados en las escafandras de bronces más antiguos que la sal de las salmueras. Yo surqué los cielos de todos los océanos buscando las secretas grutas del tiempo perdido en los roqueríos de las rompientes y en los profundos acantilados pelágicos pero solo encontré el viento salobre y los hielos prohibidos arrastrando o congelando la continuidad de las horas. Solo ahora, aquí, en el islote del ocaso sé que fueron altos vuelos inútiles. Vale.

viernes, 23 de agosto de 2013

DE SOMBRA Y FANTASMA


(Milongueando)

Sabés que a vos me gusta canyenguearte, lo sabes pebeta linda, atajarte en los cortes macho tuyo/hembra mía, hundirme en tu perfume de lejanía hasta el morirme, rozar entre tus piernas con las mías, indiferentes y sexuales, tocar como no queriendo tu piel nítida por el tajo de la falda para palpar el paraíso, beberte los besos sin azúcar paladeando la hiel de tu saliva, dolerme de esa pimienta tuya que me hace lagrimear cuando me corroes los ojos mirándome con tus ojitos de novia mirando el río nostálgica buscándome en los camalotes que pasan derivando, abrevar en tu sudor la salinidad escondida de tu cuerpo, lo sabés, lo sentís ahorita mismo que me leés apuradita pa'que no te pillen vagando por la luna, que escuchás esas milongas con los ojitos cerrados para sentir que me sentís en beso vivo, en el calorcito que te sube por tus piernotas hasta donde no debiera, en mi pecho que se aprieta contra tus senos con la misma intensidad que has imaginado en tus insomnios tangueros, en mi mano insistente e impúdica que tiende a bajar con sensual desparpajo de la concavidad de tu cintura hacía la tibia convexidad de tus nalgas. Sabés que a vos me gusta orillarte entre caña y tabaco, emborracharte por lo bajo, en susurros y arqueadita, quemarme la oreja en tu aliento de menta y coñac, arder de puro enconchado con tu mejilla en la mía y morfarte de a poquitos el lóbulo hasta el aro, oír tu respiración agitada cuando te atravesás vencida en la finura de un corte. Sabés que a vos me gusta tanguearte como un lirio tanguero en un vaivén o un boleo, aferrarte con caricia furtiva en la quebrada y llevarte casi abusada en los firuletes, adormecerte en un remolino de ochos y despertarte en un largo lento gancho con respuesta, lo sabés papusa coqueta, por eso alardeás espantándome el minaje para que solo me queden tus ojos con su miel sin dulzura, su pimienta quemante y su fría sal cristalizada. Delicias del fervor de tu mano en mi mano, de tus dedos jugando a contar en mi espalda, de tus piernas vanidosas horquillando mi rodilla en voluptuosos entreveros, delicias de tu cuerpo entero cuando el tango se nos viene lento. Vení a bailarnos pebeta linda que la vida se acaba en un dos por cuatro. Vení a confirmar que seguís siendo dueña de mis lances de chanta tanguería. Eso.

miércoles, 21 de agosto de 2013

NOCTURNO VAGANTE


Voy a ver brillar los bichos de noche, azules y rosados, color caramelo clavelina.
“Me estaba reservado lo que a nadie”. Marosa Di Giorgio.


Para habitar por un instante tus ojos me derramo en la brevedad de la luz que acude clareando la madrugada al concho de tu insomnio. Antes ya he dejado empavonados los espejos con el vaho de mi presencia porque allí las huellas de mis dedos acarician tu rostro detrás del vidrio antes que se refleje semidormido y después de buscar tu boca en la oscuridad silenciosa de la casa siguiendo los vestigios de tu aroma carcomidos por la noche sin orillas. Me desato de sombras entre las arañas huidizas que asaltan en los rincones y escurro como un reguero de aguas púrpuras por el canto afilado de la mesa dibujado en los bronces nocturnos y en las flores mustias que agonizan en los floreros de cristal burilado saciados del rojo rubí y del místico violeta. Mientras espero el amanecer descifro los nudos de las maderas y las trizaduras de los enyesados como un monje atormentado. A medianoche hago el conteo de tus fantasmas para ver si falta alguno en el clavijero del molino de tu memoria e ir a buscarlo entre las tibiezas solemnes de tus sábanas. La noche camina a paso lento como si no quisiera despertar los pájaros dormidos ni el tornasol iridiscente de los incestos. Allá afuera el rocío está afanado cotejando los colores de las rosas con la luz de la luna estremecida que baila su danza enamorada del sutil azul de los agapantos. Adentro hay un rumor de mar lejano que va y viene en un oleaje que se achica hasta el silencio cuando ladran allá en el campo los perros o cantan los gallos equivocados. Recorro la sala donde el relente acecha por las ventanas queriendo entrar a besar las caobas y las copas. Nadie escucha los crujidos de las horas que conviven con los murciélagos en ese espacio negado que siempre hay entre el cielo raso y el tejado cuando nadie mira los relojes. Un escarabajo verde se asoma detrás de los geranios iluminado apenas por las estrellas porque la luna sigue embobada por el matiz azulino de los vanidosos agapantos. Vuelvo una y otra vez a la habitación donde duermes para leer en tu respiración pausada y tranquila los himnos que ha de cantar la mañana entre los girasoles torcidos. Habitando por un instante el concho de tu insomnio dejo que tus ojos me observen asombrados bajo la claridad inicial de la somnolienta madrugada. Vale.