miércoles, 26 de febrero de 2014

APUNTES DE VIAJE A LAS SIERRAS PAMPEANAS


Volé sobre vos pero estabas nublada, y equivocada, porque no es un río, es un mar infinito de aguas sucias y sin la otra orilla, sin camalotes ni sueñera, donde los hombres pescan bagres amarillos en las noches bien oscuras en medio de un calor del maldito infierno y una humedad de las mil perras. Y como vos te nublaste no pude ver tu pedacito de río, ni de ida, en que te pasé cerquita virado para el oriente, ni de vuelta porque pusiste nubes otra vez pa'que no te viera, celosa de las riojanas. Lo demás fueron pasacanas (echinopsis atacamensis) florecidos en racimos de flores blancas por el camino largo antes de Talampaya con sus cuatro misteriosas pirámides y su Triásico de dinosaurios ocultos en rocas inverosímiles talladas a puras lluvias torrenciales en verano y por las ventoleras de la primavera. El Ordovícico allá por las pampeanas se iba viendo lindo, con todas las geologías posibles derramadas en un perfecto orden paleontológico, con los pliegues expuestos como libros flextados de una biblioteca borgeana.  Después las tierras rojas de matorrales bajos y los diluvios locales, los imponentes y asombrosos horizontes de nubes blancas pero siempre lejos, el juego majestuosos de esos nublados albos y grises en un cielo más y más grande que el mío. Todas las aguas rojizas de las lluvias del anoche convergiendo en el camino con sus arcillas y sus arbustos arrancados de cuajo como fantasmagóricos esqueletos de camalotes que bajaban enfiestados desde las sierras diluviales de la difusa lontananza. Un torrente bermejo, los yuyos, los montes p’al mate, las flores azules o amarillas pequeñitas florecidas de ternuras solitarias. Paisajes de pocos pájaros, solo vi un cóndor, que me pareció shileno, en extensos y altísimos vuelos allá por las alturas. Al retorno, el río donde no estabas se veía chiquito entre los nublados de circo, tirando a arroyo o a estero. Con los barquitos lejos y sin camalotes, poco antes de dejar tu tierra de demasiados infinitos me vino la sudestada allí mismo junto al río que es mar aunque ustedes no lo sepan. Debo agregar, para no pasar por desagradecido; el hermoso y rebelde concepto de la provincia, los gauchos mateando en la puerta’e calle con una mesita, un amigo, y los ojos cansados, la bíblica tormenta de relámpagos que trizaban entera la noche grata de las humitas en chala, un exceso de calizas y areniscas continentales pero con escasos minerales, un emocionante óleo de Perón y Evita abrazados el Día del Renunciamiento, la altiva estatua del Libertador San Martín allí en la plaza de La Rioja capital ordenándome perentorio que me devolviera, los bifes, los buenos vinos, y las mujeres, las muchas pebetas tal como vos que me fueron enamorando al paso por las avenidas sin mirarme siquiera. Resumiendo, si se puede, esa anchura desmedida de tu patria, solo vi por ahí dos o tres tú caminando como si fueras, pero no lo eras, aunque te perseguí por algunas cuadras equivocado por tu perfume.

Argentina: Buenos Aires, La Rioja, Villa Unión, Guandacol, Mina Helvecia, 9 al 13 de febrero de 2014.


Imagen: Nublados de Villa Unión, La Rioja, Argentina. Fotografía del autor.

sábado, 15 de febrero de 2014

POR AHÍ ESCONDIDO


“Cuantas veces temblé / apenas si cubierto por la luz del verano / mientras te describía por mi sangre.” Fábricas del amor, juan gelman, en Velorio del Solo (1961)

Como un toro de lidia finito me voy arranchando en tu corazón de espiga, siempre fuera de contexto, atravesado en los pequeños detalles que se te olvidan, silente y oqueroso, para que cuando el sol no te baste vengas a pedirme condena, dirán por ahí los zambos –ese fue macho marcado- pero las sapiencias de los libros, las junturas de tus puertas y los gorgoritos de las lluvias sabrán que yo mismo me fui dejando enviciar de ti con voluntad de amante desconcertado, de extraviado viajante sin las cartografías imperiosas de tu cuerpo abrumador. Voy a esconderme fugado en las copas que usas cuando bebes los vinos dulces y en los jarros de los yuyos amargos, en sus suaves bordes cristalinos esperando tus besos de labios ceñidos para empaparme de tu saliva, transparente. Estaré sin que me veas en las cucharas y los jarrones, en el enigma de ese anillo que adoras, en la superficie de la mesa que tocas rara vez acariciándola con deleites de niña nostálgica, y en los pliegues de las sábanas de tu lecho tibio que pudo, en otro tiempo repasado y en otro azar vertido, haber sido el nuestro. Sabiendo, eso sí, que me intuyes por ahí cerquita, que me delatan tus latidos apresurados, el relente de cierto perfume a rosas ácidas, un destello raro en los espejos o el juego de las sombras en el mediodía del verano. Me voy a ir escurriendo con sigilos de tramposo por el quicio de las ventanas en las que miras con tus ojos tristes las lluvias soñándolas eternas, en los goznes y las bisagras que tu mano melancólica va paginando por los días sin encontrar nunca las palabras de mi olvido. No me verás acechando tu silueta desvanecida en las esquinas de los cuartos vacíos, en los guardapolvos, en las lámparas y los ceniceros, en el sabor salvaje de las uvas de la vendimia de tus penas, no me verás mimetizado con el polvo que se acumula debajo de tus pies. Seré ausente visitador de atardeceres e inmigraciones, intranquilo observador de tus ires y venires por los sitios cotidianos de tu vivir, de las líneas desesperadas que van trazando tus pasos cansados de no encontrarme en el polen de tus pestañas. Y si me sorprendes en los escondrijos necesarios, si me atrapas por ahí en mis burladeros de tímido minotauro rondando tu presencia evanescente por tus propios lugares, alegaré distancias de indiferentes geografías, crueles convenciones de fidelidades mal vistas, e invocaré sobretodo las desinencias esenciales de los verbos del amor. Vale.

domingo, 2 de febrero de 2014

AZUCENA (Lilium candidum)


Aparta de mí tus ojos porque ellos me doblegan. (Cantar de los Cantares. 6:5)

Yo tenía posesiones en el ángulo de tu boca, contaba los días según los numerales de tus ojos, dejaba que te pertenecieran todas las nostalgias de las lluvias otoñales y los frescos atardeceres del estío, te cortejaba inundada de pájaros como vertiente, con la delicada perseverancia de un tránsfuga derrotado, solo, en la esquina de la revelación y las premoniciones. Pero siempre te me ibas borroneando niña de ojos dormidos y del largo pelo claro bajo la intensa luna enmudecida por envidias y fervores. Por ti se quebraban los cántaros iluminados y se venían los aluviones de las congojas si no girabas en esa esquina en rumbo cierto hacia mí. Sobre el borde nocturno del día te construía con los vestigios del atardecer ruboroso, con el perfume ácido de las rojas rosas de la noche que trepaban por el muro, con la majestuosa densidad de los crepúsculos, hacia la tarde divagaba resumiendo en tu boca los besos cautivos. Postulé en ti las herencias sacramentales que escondía en las cenizas de los rescoldos de la infancia de dalias y azucenas, del albo velamen del ciruelo navegando el nocturno terciopelo, las geologías que previeron para tu honor y gloria el jardín de rosas donde la Pili vino a jugar cuatro décadas después. Todo entonces convergió hacia ti, el tiempo se detuvo y se fue hundiendo lentamente en las arenas que esparcías con altivez de reina soberana para que yo me extraviara en los vastos territorios de tu imperio silencioso. Hubo en la travesía escondidos desacatos, breves conspiraciones que la fatalidad convirtió en infiernos, en abismos, en furiosos oleajes, en feroces rupturas y dolorosos quebrantos, nada fue igual después del último desencanto. Todas fueron pequeñas reinas en su día, una o dos provisorias princesas de cuarzo filoso o frágil cristal, pero solo tú fuiste, eres y serás eterna emperatriz de todos mis demonios. Hacia ti giraron los girasoles, por ti dieron las múltiples rosas sus pétalos bajo las lluvias de nuestro otoño, en ti se congregaron las simientes, por ti huyeron las sombras y sus fantasmas. Tú dispersas con un gesto mis desoladas melancolías y nostalgias, y con tus silencios me abrumas de otras sucesivas melancolías y nostalgias, aún así he cumplido el sueño de tenerte para siempre dirigiendo con tus furias y tristezas los rumbos de mis propios días y yo asustado a favor del viento de tormentas que tu generas con la poderosa corriente de tu vida (i), pero sabiendo que ahora puedo morir tal como me duermo en tu necesaria cercanía, escuchando tu tranquila respiración apaciguando mi noche. Vale.


(i) “De la Fundación del Ultimo Reino”. En ‘Breves Relaciones de Viajes a los Mares Interiores’. Antofagasta 1995.