jueves, 31 de diciembre de 2015

OTRO AÑO QUE SE VIENE


Vertido será el año en sus memorias desvaídas, irá perdiendo los detalles, la nitidez de sus contornos, la solidez de las mejores horas se disgregarán en arenas o arcillas o cenizas. Faltaron unas siluetas en los parques bajo los atardeceres o entrando la noche, faltó el amor que todo endulza y hace perenne los instantes o los pasos a través del plenilunio, faltó la palabra mejor escrita conjugada en la emoción, que no vino, y los verbos del asombro, la fugacidad de lo cotidiano en los vestigios del entorno perecedero, faltaron ensueños y quebrantos para que las estaciones cumplieran sus designios de garúas o escarchas y ciruelos florecidos, de trigos maduros y lluvias sobre la hojarasca. Ya se disuelve el día último, el nocturno avanza hacía la primera madrugada, se repasan sin mirar atrás los sucesos y los sueños, lo ganado y lo perdido, lo que pudo ser y lo que ya no fue, la suma es alegre, lo que cuenta es lo vivido, la sensación de estar vivo, las miserias y la penas se vuelan con el tintineo de las copas y asumen el color del vino. Hay una quietud establecida, como un muro o las piedras, una intensidad latente sin congojas ni sonrisas, y un vaho turbio que va envolviendo la hora que sucede como una ola hacia la rompiente. Alguien mira el reloj y se pregunta si lo que vendrá tendrá el mismo signo de los recuerdos que ahora se abandonan, si el café y el tabaco conservarán sus sabores y sus aromas, lo demás no importa porque es tierra quemada. Una esperanza chiquita parpadea escondida en la fresca oscuridad del jardín de las rosas, (antaño eran dalias y la soledad aun no tenía nombre), quizá este sea el año de esa boca que perdura en los besos que prometieron los tiempos por venir. Será eso o la risa niña de la Emperatriz de Todas las Reinas que llena la casa de su tierna alegría, la cosa es que yo sigo buscando entre los últimos silencios del año las voces perdidas, los ecos de las siluetas sin rostro y las músicas que desterraron antiguos olvidos.

Diciembre 31, 2015, 22:32.


Imagen: Quebrada Salar del Carmen. Antofagasta. Fotografía del autor, Diciembre 2015.

lunes, 14 de diciembre de 2015

A LO MENOS ALGUIEN DONDE


“Creo que la literatura está para cosas más complejas que sólo contar historias. … La literatura está para ampliar las vivencias, que el pensamiento se expanda y la imaginación pueda ser mayor y podamos sentir más. Y, además, para darnos maneras de decir que nos permitan liberarnos de un régimen del decir.” Marcelo Cohen

Alguien, como un pez atrapado en el fango entre las algas y los negros roqueríos, explora el mundo en tanto niega la persistencia de su mísera realidad convencional. Ciego navegante de alta mar adentro surca sus propios oleajes en las tormentosas aguas de los desvelos que erosionan laboriosos la vigilia, el mustio sosiego, la quietud santificada por el desdén. Habita la palabra en sus engarces barrocos, sobreadjetiva, repite, recarga en excesos ilógicos o abrumadores, busca los deslumbres sin asomos de fúnebres raciocinios. Alguien explora más allá del encanto del desencanto de los abismos marinos donde vagan absurdos e imposibles celacantos, descifra en sus nocturnos vacíos palimpsestos y equivocados portulanos, iluso pretende la inalcanzable verdad de todas las verdades, capturar la última noción de indiferencia del frío e imperturbable Universo, el absoluto cristalizado, inmóvil, la inmensidad inasible donde a la larga todo sucede porque el tiempo allí es infinito. Alguien sostiene perfectas falacias para engañar la razón que lo infecta como un virus inmortal, intenta así borrar los rastros de su íntimo calvario y las cicatrices de todas sus inútiles victorias, la travesía del barro a la ceniza, los intervalos de arena disgregada y de polvo disperso, suma cero. Alguien juega a ser un dios indiferente dispersando pompas de jabón y vilanos de diente de león en la brisa de la transcurrida primavera y en el viento desbordado del estío. Donde el cauce previsto dejó las cárcavas como heridas sin sangrar en las pendientes de las resecas lateritas, en los rojizos y en los ocres de su otoño terrestre, aciago, intenso, antiguo como las piedras engarzadas en las sangrientas arcillas. Donde los espejos mienten porque solo reflejan la máscara, el rostro quieto de lo que no somos, la sonrisa mentida, los ojos que no miran porque ya han visto todo, y solo repiten en sus pupilas el cansancio del que ha vagado por los años siempre con rumbo equivocado. Donde las lluvias escriben con sus grietas en el barro sus mensajes cuneiformes donde están los códigos perdidos que permitirían descifrar los misteriosos ruidos del agua que rompen los cántaros del desamparo. Donde alguien dejó la marca, la huella purulenta, el tajo sangrando, los alelíes desesperados en la bruma de lo perdido y el desorden del verano repartido en las lajas de cuarzo y los caracoles enterrados, y se sumergió hecho sombra, digno e inmortal, como un pez atrapado en el fango.

Imagen: Saltarín del fango, Periophtalmus koelreuteri.


sábado, 14 de noviembre de 2015

VERTIDO SERA EL SILENCIO


“Con su linealidad dispersiva, preocupada en ir a todas partes, la poética neo-no-barroca impulsa su unidad en la fragmentación, en las lecciones de distracción carentes de objetividad, en su constante recurrir a la impersonalizacion del sujeto autoral.” Neo-no-barroco o barroco: Hacia una perspectiva menos inexacta del neobarroco. Eduardo Espina, Abril 2015.

Fulguraciones del pasado que se quedó enquistado en un desierto de pasos lentos que guarda las huellas milenarias en un caliche quebradizo, o sumergido en un mar lejano de barcos anclados al pairo en la rada de cormoranes y pelícanos rasantes sobre las albas espumas, profundas perturbaciones de la realidad que convergen en ilusorias dimensiones atemporales, en la oquedades que van quedando en las horas de ocio o somnolencia. La temporalidad se bifurca en el destello continuo del ahora que acontece cuántico y palpable, sin futuro posible, sin tentaciones ni premoniciones, sin ni siquiera tenues expectativas, y en la algarabía de un ayer de sensaciones perdidas u olvidadas en el trasiego de las memorias demasiado transitadas. A contraviento del tiempo con sus horas marcadas, de los soles que giran establecidos en su propia indiferencia, y del eco o reflejo que devora con repeticiones y olvidos, en los hábitos del contraluz parpadean perennes imágenes que perduran en su sencilla latencia como el musgo en el muro de adobes que espera paciente el invierno para recobrar sus breves esmeraldas. Un vaho de nostalgia asume entonces el poniente, rabiosos arreboles acorralan el enjambre de dudas insolubles y circunstancias equivocadas. En lontananza el negro velero de la noche cursa los oleajes atardecidos del negro mar de las lunas con su único navegante; un arcángel enfurecido que vocifera de pie en la proa salpicado de espumas refutando la divina voluntad. Torvo el oscuro disemina sus semillas en un crepúsculo de estrellas congeladas antes que retornen las sombras de las sombras caminando extraviadas por los senderos de las consabidas penumbras, como ágatas antiquísimas encapsuladas en sus sedosas perlecencias, como los matices texturales de los crisoberilos en color verde amarillento y sus pervertidos brillos vítreos. Las calles del barrio se vacían apenas el ocaso se deshace en las fuliginosas honduras, sobreviene entonces un vasto silencio urbano que no alcanza a plagiar la húmeda monotonía de las lucecitas tristonas de los faroles engarzados en los brumosos follajes. Un nocturno milenario va cargando de monotonías el insomnio, el sujeto, inmerso en esa densidad oblicua, sigue extraviado en sus caóticos pensamientos, ensimismado, solitario, sin la urgencia del ahora que se deshace, arena o ceniza, en ese tupido intervalo de tiempo. Sabe, y eso lo conforma o a lo menos atenúa sus agobios, que hacia el fondo del bosque se iniciará al alba el misterio de la pequeña y secreta felicidad de volver a oler el lejano perfume de la madreselva.


jueves, 29 de octubre de 2015

Y SERA MI VOZ


Oirás mi voz en el descampado de tus rutinas, cuando dejas que los silencios florezcan en los cuartos oscuros, el musgo de la quietud crezca sobre los muebles y el fino polvo de los días se arrime acumulado en el quicio de los ventanales, misteriosamente entonces oirás mi voz afanando un poema que reconocerás como tuyo por dos o tres palabras, los códigos de nuestros desamparos, y será sin asombros ni deslumbres porque intuirás su vigencia inmediata, casi cotidiana, como el hervor del agua en ese otro fuego o el azúcar del café que se queda como un amoroso resabio escondido en tus labios. No huirás por los susurros que vertidos en ti resplandecerán en sus trabajados artificios ni por el estremecimiento contenido para no quebrar los signos y los símbolos, las perfectas coincidencias o la tenebrosa virtud del destiempo. De los encantos del sonido pulverizado para seducirte se desplegarán los vuelos de los verbos, las minuciosas vocales y las abruptas consonantes que emigran de mi boca a tu oído buscando anidar en tus lejanas instancias de sosiego, allí donde eres otra, distinta e incesante, ajena, ese lugar que me esconde cómplice de tus ensueños enmascarados y de las elisiones donde no me nombras en el mediodía para que yo te aceche nocturno en la turbias horas del insomnio. Todo te sucederá como un eco que se eterniza en sus reverberaciones o se oculta en los maceteros de los geranios, en la curvatura de las copas, en ese matiz antiguo que envejece en las maderas, en la dualidad imperceptible de los objetos en desuso y en los vestigios de otras voces que permanecen enredadas en las telarañas de los rincones inaccesibles. Escucharás ruborizada que murmuran tu nombre secreto mientras te reflejas en la penumbra del espejo, y será mi voz en cautiverio que hará florecer tus sonrojos, sonreirás seductora mirando tu boca pensando como será el beso de esa voz que te sumerge y te inunda con su entonación de rumor de oleaje, su cadencia poética, su grave tonalidad viril y su pétreo timbre de hombre cansado. La serena soledad de tu clausura propagará la resonancia del canto triste que solo tu oirás entre el tumulto y el trasiego de tus quehaceres consabidos, olvidarás algún objeto para ir a buscarlo por los sitios donde mi voz acontezca en su sonoridad más diáfana y asegurarte que te siga persiguiendo resonando en los muros y los vidrios hasta hundirnos desaparecidos en el vasto silencio de la noche.


martes, 27 de octubre de 2015

AQUÍ LA SOMBRA


Las palabras son armas que, al dispararse, dibujan la frontera entre lo que existe y lo que no existe porque simplemente no puede nombrarse. Ludwig Wittgenstein

Aquí la sombra de los palquis sobre el estanque, la quietud de su espejo que refleja cielo y follaje, nubes navegantes y pájaros inquietos, mientras los carassius deformes nadan en un agua lenta y transparente, la tarde se abre a las angustias del ocaso antes que los grillos y las orugas se encierren en sus oquedades vegetales, un desborde de arcángeles iluminados pero ciegos inician la solemne ceremonia del destierro. Aquí la sombra de los ojos que no te vieron enmudece para que no se borre tu silueta entre las ramas de las lilas, porque eres en todos los delirios, en la tierra aun húmeda de invierno, en los perfumes esparcidos de la acuciante primavera, eres en la tierna monotonía de las lluvias otoñales y en los amarillos pastos que cierran el estío. Aquí la sombra que se sumerge en los ecos de otras voces innumerables, la plenitud del recuerdo que acontece como si fue ayer que se oyeron en sus susurros perdidos en la vastedad de ese yermo de piedras y rostros sin solución de continuidad, palabras que equivocaron la noche del asedio, imágenes enterradas en las arenas tristes de las memorias incrustadas entre blancas espumas de un mar verdiazul y líticos púrpuras lejanos. Aquí la sombra donde encallan tus naufragios, el rito y la servidumbre, los últimos equinoccios que urdieron tus manos en su llaneza esquiva, el eclipse sustentado en la sugerente ambigüedad de tus párpados, la mañana del día siguiente donde siempre no estabas, no eras, no existías sino en la laxa nostalgia de la penumbra de la víspera o en la percepción inolvidable de ti en esa esquina atardecida con tu vestido de estampado cachemir en verde azul violeta con sus gotas de agua curvadas sobre las sensuales curvas de tu cuerpo. Aquí la sombra que invade el silencio, tu silencio, como un oleaje devastador que rompe los muros y los barcos, como un viento telúrico de origen y retorno, de albas entumecidas sobre los musgos y los trigales, de escarchas y hielos, de la medianoche en que descubrimos el fuego y ardimos ensimismados, solitarios y ausentes en el estiaje de lo que habíamos sido, invisibles a los otros y al azogue. Aquí la sombra lunar que definen los rosales buscando el dibujo de tu boca trazado a besos sobre mis labios. Aquí la sombra solar en su nítido contraste que te infiere entre la duda y la certeza de que nunca estarás.


lunes, 26 de octubre de 2015

BREVE RELACION DE LAS EXEQUIAS DEL CRIADOR DE LIBELULAS


A Francisco Antonio Ruiz Caballero, sevillano a mucha honra y maestro de palabras, esté donde esté.

Lo encontramos tendido sobre su lecho, tieso, cristalizado en ese instante eterno en el que toda vanidad es patética e inútil, boca arriba mirando el techo con sus ojos glaucos de muerto elegante abiertos congelados en ese su último asombro de cuando vio la muerte entrar silenciosa como una etérea babosa transparente por debajo de la puerta y erguirse como una silueta difusa que se iba lentamente transformando en una dama de riguroso luto, alta, delgadísima y tan hermosa que le dolía mirarla. Al principio nos asustó un rumor misterioso que ocupaba la mitad del volumen del salón, (la otra mitad la ocupaba su tibio y ambiguo perfume dulzón), y que no sabíamos de donde provenía, pensamos que eran los murmullos de su fantasma desolado que se resistía a entrar en la muerte, hasta que nuestros ojos se adaptaron a la tenue luminosidad que entraba por las pequeñas ventanita cubiertas con unos raídos tules de un color que debió ser violeta, y vimos el enjambre de libélulas negras brillantes como aladas obsidianas y azules tornasoladas como fulgurantes engendros del demonio, revoloteando en una lenta espiral sobre el impúdico cadáver. Digo impúdico pues estaba semidesnudo en una actitud típica de vicioso onanista que me privo de describir en esta relación por respeto a las damas que de seguro la leerán buscando conocer algo de los postreros momentos de aquel que fue amigo entrañable, y quizá algo más, de la distinguida y envidiada socialité, la hermosa como la muerte Baronesa de Essex, hermana de Su Eminencia el Cardenal Navrija-Sáenz. Por la brutal pestilencia que nos abundó de indecentes efluvios colegimos que hacía muchos días que estaba ahí muerto, borboteando en sus propias miasmas, esperando la requerida, merecida y digna sepultura mientras lo devoraban con sibaritas urgencias dos escarabajos amarillos y una afanosa miríada de voraces gusanos. El cuarto tenía ese aspecto lúgubre y ascético de una celda monacal, contrastando con el resto del castillo de exuberantes y recargadas decoraciones exageradas hasta lo barroco. En las blancas paredes carcomidas por el tiempo encerrado en las penumbras colgaba una mustia y borrosos copia litográfica de la pintura mural del ‘Ecce Homo’ de la iglesia de Borja, pero no del original de la obra maestra de Elías García Martínez,  sino de la imagen burdamente retocada por las manos ingenuas e inexpertas de la octogenaria vecina del municipio, doña Cecilia Giménez, el Cristo de Borja. Nos quedamos ahí de pie cabizbajos en un respetuoso silencio por un largo rato esperando que los fúnebres fulgores rojo carmesí del Stabat Mater cesaran, que fue en el mismo momento en que la gotera que embebía el lívido púrpura de sus labios dejó de caer, entonces abrimos las ventanas para que huyeran las libélulas, envolvimos sus mortales y pútridos despojos en una alfombra veneciana y lo arrastramos, como las vacas muertas ahogadas que a veces sacamos del Guadalquivir, hasta el jardín de los jazmines donde los dos burdos muchachones que solían visitarlo habían cavado temprano, antes que llegáramos, su tumba. Allí lo enterramos sin más, soportando su hedor repugnante y espantando las libélulas que habían vuelto atraídas por el olor a cerdo podrido, a ángel podrido, a bestia podrida, ese aroma sublime y a la vez impuro como el de un Dios insolente. Vale.

Santiago de Chile, en Octubre 19 de 2015.


jueves, 15 de octubre de 2015

LLUEVE POR VOS LEJANA


Llueve sobre las rosas de la extraviada primavera y vuelvo a tu boca por el beso imposible de cada mañana, a los frágiles vestigios de lo que no fue o naufragó siempre entre las primeras las rosas y las últimas lluvias. Desde ahí esquiva mariposa, desaparecida esfinge, retorno al ya eterno mito de rozar tu pelo ensortijado, al ceremonial de perderte entre la noche y su lluvia, al silencio que me deja cristalizado en tu sal crepuscular. Llueve sobre las anegadas callecitas de las nostalgias, detrás de los vidrios del café de los habituales fantasmas, llueve en el vacío que dejas cuando llueve sobre las rosas cansadas de florecer entre imaginarios reflejos e inútiles lontananzas. Y mientras afuera llovía sobre antiguos tejados, sobre los desolados árboles del desamparo, sobre campanarios derruidos por el olvido, yo dejé en tu boca sabores de besos y susurros que permanecerán reverberando en tus labios aun después que me borres de tus secretos, porque fijé en tu perfume los imperceptibles vestigios que te irán definiendo los rumbos atravesados por mi voz convertida. Bajo esa lluviosa mañana que tú no veías yo fui escribiendo en tu cuerpo como un sigiloso escarabajo tus desconocidas melancolías, las penas que llevabas incrustadas en el desasosiego de tu piel cuando te allegas al nocturno y te evades en la tenue consistencia de tus ensoñaciones. Y la ventolera urgió los rosales y los pájaros, se vino anocheciendo con oscuros nubarrones que negaron el crepúsculo, las rosas ateridas se oscurecieron en una pequeña somnolencia de silencios y una quietud de yermo cementerio. Llovía sobre las rosas de la desorientada primavera  y yo volvía una y otra vez a tu boca por el beso que de ti nunca beberá mi boca, a los subterráneos despojos de lo que iba quedando entre las primeras las rosas y las últimas lluvias. Y mientras afuera llovía sobre los parques y las calles de tu laberinto yo escribía con tinta transparente sobre impalpables pergaminos una teogonía de oscuras traiciones en el origen equivocado y del falso linaje de las diosas falibles para mi propio escarnio en los charcos humillantes de los celos y en las ciénagas pantanosas de las furias. Pero acaso el verdadero texto de esta lluvia sea estos apuntes en donde trato de anotar la imagen de la mujer de las rosas en las distintas horas del día, tal como la voy observando al cambiar la luz (i).

(i) Paráfrasis de un párrafo de “Si una noche de invierno un viajero”, de Italo Calvino, en la traducción de Esther Benítez

Imagen: Fotografía del autor, lluvia del miércoles 14 de octubre de 2015.


jueves, 8 de octubre de 2015

COINCIDENCIAS DEL DESTIEMPO


“…supo a los puntos del verso inspirar...”. E. Cadícamo

Era, (el verbo ha de estar en pasado vigente), un amor distinto, a contrapelo del terciopelo romántico de los otros amores antiguos que se disgregaron en las arenas de los vientos, este era más sereno, más quieto, más de mirarse sin decirse, y era más porque fue consecuencia de largas búsquedas paralelas por los parajes en deshora, de resabios de soledades distantes e inconsumadas, de insomnios en desolación y espera, búsquedas imposibles sin un rostro reconocible ni un nombre que quiebre los silencios, ni siquiera una difusa silueta o una sombra contra el muro, a ciegas, a tientas, sin esperanzas de encontrar lo que ya no se busca, apenas un espectro desdibujado que se escurría en las gotas que deja la lluvia en los vidrios, algo misterioso que no alcanzaban a trazar las palabras, indefinido por la intensidad del requiebro que opacaba cualquier razonamiento, pero seguían buscando, quizá más por rutina que por encontrar. Ella vagando en su alto solsticio de los vientos trepidantes, él divagando en la vertiente de la ciénaga de los espantos. Hasta que se dio la improbable coincidencia que fraguó el destino para que convergieran en un café y una plaza para que la amistad ferviente y ardiente se clavara entre los verbos y los barrocos a destiempo, florecida de complicidades implícitas, de juegos de falsa guerra, de continuos intentos con sus fracasos, de derrotas anticipadas y victorias circenses. Allí fueron lo buscado y lo hallado, acontecidos campanarios y urgencias desatadas, palabras que esperaban decirse y penumbras donde los silencios campeaban abiertos y en ristre, tabaco y menta, el jolgorio de unas demasiado pocas tardes, las caricias anunciadas. Ahí fueron lo que no habían sido, sin huellas ni mañanas, solo ellos sin espejos instaurados en la vigencia de un presente instantáneo, tercos caminantes en un desolado desierto conversando de amapolas y ruiseñores, de algas en los roqueríos y de los verdes pastos de abril. Y esa cercanía que trasciende lo físico y se hace intocable pero persistente, los confundió en un tibio vaho atardecido que se fue hundiendo en el nocturno de imaginarias luces de barcos imposibles. Porque quizás ese misterio que somos para el otro es lo que nos tiene capturados, ese saber que hay cosas en el otro que nunca conoceremos, y que cada día, hasta el último, iremos descubriendo reflejos desconocidos, oscuridades ocultas o los infinitos matices de las luces, imaginarias, que nos atraen (aquí el verbo ha de estar en este presente perfecto y también en un inescrutable e incierto futuro secreto) sin conocer su fin ni su sentido ni su significado.


martes, 6 de octubre de 2015

INCONEXIONES Y SOMNOLENCIAS


¿Qué voz hizo que te replegaras al silencio?

En singular reconstruyo los cristales de todos tus plurales, por ellos divago en la vastedad solemne de tu recuerdo, cuarzos amatistas, nocturnas obsidianas, los difusos atardeceres que solía encontrar en las ágatas o en las hojas otoñales o en ciertas piedras pulidas por los vientos del desierto. Discrepo con la concreta realidad de tu ausencia y me vuelvo a enamorar de tus ojos, no de tu silencio, como si cada tarde fuera la misma de los borrados pergaminos, de la ventolera que te despeinaba o del último laberinto, y en esa evocación constante voy trazando tus rasgos en el polvo lunar que opaca los claros vidrios de los ventanales para recuperarte perpetua e intensa, y ese silencio tuyo se disuelva en la sal de la espera como el rumor de un mar lejano. Y si no, igual te voy a encantar con mis palabras, a cautivar con el eco de mi voz inesperada, a rescatar desde ti esa dimensión más profunda de ti misma y que aun no escribes en tu cuaderno de secretos, hasta que un día, hacia la noche renazcas desde la más cercana de las distancias y te despliegues lúcida y evanescente, sutil e imaginaria en las memorias de las rosas. Entonces te besaría en los parques imposibles de nuestras juventudes, te enamoraría con sonetos de Neruda, te regalaría hojas del otoño y alas de mariposas de la primavera, piedrecillas de colores lavadas por las lluvias del invierno, y los nácares de las playas del estío, para cumplir en ti el rito esencial de las estaciones. Sé que llegará el instante en el que ese silencio de esfinge me deje socavar tus ternuras para soñarte niña persiguiendo otras mariposas, y si me alcanza sueño, para perseguirte por tu adolescencia allá por donde te ibas a leer poemas buscando los avatares de tu futuro en los versos de los destierros, o mejor aun, soñarte en ese sueño aun más imposible, en ese de encontrarnos en el sueño de las infancias en el mismo patio donde tú y yo jamás jugamos. Muchas veces te observo de espaldas, porque ahora de frente eres ya de alguien, yo llegué muy tarde a tus comarcas así que eres mía solo de lejos, clandestinamente, desde atrás iluminada por un quieto halo romántico. Me recuerdas a esas compañeras de universidad que yo miraba tímido y silencioso de lejos, nunca de frente, y de las que me enamoraba a morir hasta que aparecía otra... y así sucesivamente. Y así te sigo viendo joven, veinteañera, tan frágil, tan tierna, tan dulce, leyendo ensimismada en un escaño de una plaza solitaria de tu siempre otoño, y me acerco cauto con la intención de rozar apenas tu pelo ensortijado, y nunca lo logro porque otra voz hizo que te replegaras al silencio.


domingo, 20 de septiembre de 2015

HOMBRE DE CARNAVAL


“y el que lo vio da testimonio”. Juan 19:35

Se vino rastrojeando los concho en el barrial y en los remolinos y se fue por el empedrado y los charcos, navegante ensimismado, fue pescador y lobero (i), cetrero crepuscular y domador de endriagos, dejó el fandango titilando en las esquinas y las luces de los faroles se iban haciendo cada vez más lejanas después que el guitarreo cojeara y la murga, la jarana y la cumbiamba amanecieran durmiendo entre los borrachos de la madrugada. Vendía locuras de a peso en los callejones atardecidos haciendo hora para liberar a sus nocturnos vuelos las mustias palomas de sus míseros poemas, hosco como un farero, renegado o carcelario, pasajero inhabitante urdía sus derrotas con la sabiduría de aquel al que no le importa perder porque sabe que no se pueden ganar todas las manos. Desolado en multitudes, precursor de pequeñas nimiedades, harto de los días y los años, poeta en descampado, minimalista. Sobrio en las miserias, de mentiras arquitecto o constructor, veraz en los patios y los arcones, intranquilo. Soñador inconcluso, áspero de trato ajeno, amigo siempre de unos pocos, de joven Capitán de las nubes, de viejo cínico pontonero, desde siempre mero observador. Burdo editor a contrapelo, perfecto en la quietud y el asombro, tacaño de pesadillas y esplendores, triste y alegre en sucesivo, y desde ahora cansado y ausente. Trasgresor apenas de límites cercanos, habitual, gris, transparente a ojos vistas, lejano de tumultos y corazón al menudeo, rutinario. Utópico con pasaporte y residencia, sobretodo solitario y silencioso, necesariamente imperfecto de toda una vida pero muy racional en sus prejuicios, y por supuesto, cobarde comunista hasta la muerte (ii). Aunque por ahora nostálgico marxista acongojado. Asumió temprano sus orígenes, las miserias de los días y los desengaños de los años, siempre semillero al tanteo sembró pocas semillas para no perder tiempo en vanas cosechas o en inútiles palabrajes, su sobria mitología era poco concurrida por unos pocos dioses de barro demasiado humanos como para incidir en majestosos milagros o en asombrosos azares de circo pobre. De Pichicuy o Zacatecas, quizá de Querétaro o del Buchupureo de allá por Cobquecura, siempre transitorio, inubicable, quien sabe si ni el lo sabe ni lo supo nunca, ni donde estaba ni para donde iba, solo tenía claro de donde venía. Titiritero de silencios y miradas insistentes para seducir por igual lejanas esfinges intocables que marchitas meretrices de barrio, dicharachero cuando la mascada se le venía sabrosona pero tristón pensativo de wisky y cigarrillos cuando se miraba cada fin de año las manos vacías.

(i) El Lobo Chilote. Héctor Pavez. 1967.
(ii) Leve Autorretrato (Tempera sobre cartón). R. D. Ramírez R. 2004.


viernes, 11 de septiembre de 2015

ELLA EN EL DESTIEMPO


Hay un nombre establecido en la simiente, un cierto sabor a cenizas y a sal, un eco maternal que se viene por el atardecer como perdido en el silencio, el rumor puro de la lluvia sobre el techo de zinc, la primavera soleada de los diciembres sobre las dalias y los nardos, un olor a tierra quemada. Como si fuera un vicio de mi nostalgia por ella imperecedera amaneció con la misma leve llovizna de ayer y anteayer, esa garúa finita que humedecía los rosales para que lagrimearan por ella. Y me dejo dormir acurrucado allá por lo suyo, adicto vorazmente a su inasistencia. Siempre busco su imagen en la filigrana del bosque, y a veces la encuentro escondida en los verdores atávicos de la primavera que no alcanzó a tocarla, entonces me voy buscando la tersura de su mano sobre la mía y me extravío entre derrumbes u hojarasca, otoño siempre de por medio. Caerán uno a uno los velados tormentos de la aciaga memoria, danzarán las mariposas sin nombre en el mediodía del bosque encantado, y ella resurgirá eterna y transparente por la magia de la palabra y el terrible hechizo de su ausencia. Solo el jardín que cultivaron sus manos puede contener todos los sueños, todos los susurros, todas las voces, todos los sonidos de ese mismo rumor y fragancia que me rompe y me atrapa y me naufraga y me rescata en lejanías que se disuelven en esas distancias que otras voces secretas niegan en la búsqueda ciega de justificar la cercanía imposible, de oír aunque sea el eco de su voz por el patio del horno de pan, o antes, cuando el maíz de las estirpes. Y me sueño niño en ese patio de tierra antigua, recorriendo su jardín, descubriendo los pájaros, los insectos, los colores de las piedras, me veo nocturno en su ámbito sereno aprendiendo a no tener miedo a la oscuridad, a reconocer el simple sabor del agua, a disgregarme en el perfume total de la primavera y a leer los fragmentos de su silencio en las hojas amarillas, rojas, ocres, que me legaron aquellos otoños apacibles antes de las lluvias torrenciales de aquellos inviernos en la casa de esa infancia donde era posible vivir los días de las penas ligeras. En el intento hay un sabor a ciruelas maduradas en el ciruelo, y un olor a anochecer de primavera florecida en madreselvas, pero ella no está.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

ORBITACIONES INCONCLUSAS


El universo -recitaba el enano como si estuviera en una habitación hexagonal y blanca, acariciando un pelícano atragantado con un salmón coleante- es obra de un dios apresurado y torpe. Maitreya, Severo Sarduy

Un arcángel desvestido entre el púrpura de los lirios canta el Ángelus mientras los escarabajos roen sus huesos descarnados, es el presente hirviendo en el hierro oxidado de la bisagra del tiempo, el pasado son nácares de caracoles vacíos y el futuro es pasto nuevo que apenas se asoma en la tierra húmeda, sin sentido, sin geografía, solo el ulular de esa voz entristecida lamenta el equinoccio que se aproxima subterráneo y fatal. Un cerrojo niega una puerta de antiguas maderas y clavos vencidos por la herrumbre y por la voracidad de las lluvias del destiempo, la melancolía hiere con los últimos desencantos y se sabe que nada volverá a ser lo mismo. Todas eran ella, las que dejaron su impronta como una cicatriz que no duró más de tres días, las que usufructuaron del mito sin entender que no eran ellas sino otro rostro y otro cuerpo imposible tendido en un lecho prohibido, las que no fueron más que siluetas táctiles a ojos cerrados retardando la consumación premonitoria del oráculo tebano, la ceguera como castigo no cumplido y el delirio, el arrebato, el pecado y el infinito camino por las penumbras del deseo, el perfume extraviado de los nardos, la visión irrecuperable, la hendija y la mano, el retorno al útero, el ansioso regreso al seno primordial, la perdida sensación de la convergencia de la boca en el pezón ya imposible, los laberintos que describió el austriaco genial que interpretó los sueños de esa noche, la más oscura que todas. Eras más mía mientras más invierno, ebrio de esperanzas en esos besos tuyos guardados yo sembraba en ti la misma esperanza de estar un día frente a frente, más temprano que tarde, y darnos la mano, mirarnos a los ojos, sonreírnos, mientras bebíamos un café y charlábamos de los asombros de ese día preciso. Me encantaba provocarte emociones, ternuras, amor, celos, furias, odios, deseos, cariños, no importa cuales fueran, solo necesitaba inquietarte, saber que te tocaba, sí, eso... que tocaba esas fibra escondidas, secretas, que ocultas bajo la almohada hasta que apagas la luz y me buscas en la penumbra, cuando dejas de ser la reina de tus lares y eres la doncella soñadora que espera ansiosa y estremecida al demonio inquietante que vendrá a robarte la noche, sí, eso, tocarte... con manos santas y con besitos arrastraditos por tus comarcas como si alguien no existiera y mi tormento tampoco. No sé si será o no, quien sabe lo que pasará mañana si ni siquiera podemos predecir lo que sucederá esta tarde. Solo que el día era muy soleado, primaveral, y de pronto a mediodía en medio del bosque sentí algo, no sé bien qué, como un hálito perfumado, una presencia pequeñita entre el musgo verde y el ocre de las hojas secas y te busqué por todos lados tal como te he buscado en los parques de los sueños, y quise dejar acá escrito a mano trémula el trazado indescifrable de mi búsqueda insensata.

lunes, 17 de agosto de 2015

INVERNAL DESATADO


“Dondequiera que estés te gustará saber que te pude olvidar y no he querido...” Dondequiera que estés, Joan Manuel Serrat

“Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta, ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña, ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios serán favor tan misterioso como el mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis brazos.” Amorosa anticipación, Jorge Luis Borges

Miro para tu rumbo y veo altas montañas nevadas y nubes de lluvia y tu silencio triste anegado por una desolación sin palabras que se disuelve desvaídas dulzuras sin nombre. Llueve allá y acá, como si estuviéramos juntos en el mismo sitio, mirando llover por el mismo ventanal y ya fuera la hora de ese futuro perfecto e imposible. Llueve intensamente, con frío y con viento, te pienso mientras tú también me piensas, por eso aun hay rosas en el jardín del invierno y besos de lluvia en nuestros labios distantes. Desde la lluvia un fragmento se encharca, estila, en su ventolera esparce las hojas muertas en sus ocres presuntuosos, un vaho húmedo como de silencio marino induce la añosa nostalgia de tantas lluvias vividas en los recodos de los destinos invernales. El canto crepuscular de los pájaros sobrevive en los espejos quietos de las pozas donde habitan serpientes y endriagos, negras obsidianas y marchitas magnolias. Los pasos buscan ese retorno a los tiempos idos sin saber si es posible el regreso, el vano intento de recuperar afectos, sensaciones, aquel rincón del patio que poseía la esencia de todo el invierno con sus lluvias y sus escarchas. Vuelve la casa con techo de zinc, donde la lluvia tamborileaba estrepitosamente, y me asomo a mi infancia, al jardín materno, con sus gladiolos, sus dalias, sus nardos, y la lluvia se enternece y llora sus goterones desde los párpados de las hojas secas que dejó el otoño. Es el agua de la noche lo que estila el nocturno en la gélida trama del invierno, y esa cierta torpeza en las nostalgias cuando la lluvia va inundando los pequeños rincones del jardín donde vimos, y veremos, gloriosas mariposas y febriles abejas. Las calles son más anchas por la soledad y el silencio y la lluvia, los caminantes son fantasma que trafican el púrpura de los lirios del delirio envueltos en los celajes del día que se encharca lóbrego y cansado. Dejo la sombra instaurada en la iridiscencia de las caracolas y en las breves palabras que mienten los abalorios del suicidio, el misterioso sonido que guardan las piedras en su eterna quietud y en su silencio ominoso, el aullido del viento en la noche allá en la infancia de trenes y ladridos lejanos. Surge nocturna la luna del plenilunio entre las altas brumas invernales, el frío convierte en vaho las palabras, la escarcha espera entre los árboles deshojados la congelada madrugada para desperdigar sus cristales de mínimos hielos. Ella ha soñado toda la noche, se veía durmiendo desde un vértice del techo de la habitación respirando agitada, pero al despertar no había podido recordar ni una escena, ni una voz ni un color o siquiera un aroma a tierra mojada, tampoco el solitario búho en el tejado esperando impasible y aterido.


martes, 7 de julio de 2015

CONSTANCIA DE VICTORIA *


“Olía a tarde de lluvia...” Julio Cortázar.

Llovió (i) una breve totalidad en la tarde adormecida y sorda, una enhebración de pájaros entumidos asolaban los altos pentagramas, el gris tardero del invierno se dejó estilar como si la pena fuera un corso y los árboles deshojados dejaron de caminar antes de llegar a la esquina. Tu silueta recorrió el jardín de las rosas ensimismada en una evanescencia muda, sin palabras, vencida, y resurgieron los perfumes entreverados de tu piel y esas mismas rosas que te reconocen reina ausente y soberana de las lluvias. El atardecer presagiaba un crepúsculo mortuorio, aquí, no allá donde los peces anochecían quietos a la vera de un río de sueñera y de barro (ii) intentando beber de tu boca la noche a lo lejos. En la lúcida nostalgia que le trajo el último otoño alguien, con minúsculas, te fue describiendo para sus invernales adentros en un boceto de pequeñas memorias, de dulces celos de adolescente, de tiernas furias inofensivas, de tu voz que asoló un día ya sin fecha su lejanía de monje excomulgado. Lo del silencio fue circunstancia ajena, quizá parte del brevario de la liturgia del rito que solemniza las adoraciones que te circundan cuando viene la época de las lluvias finitas como garúas, y el frío va escarchando los continuos desengaños con sus delicadas agujas transparentes. Las calles olían a una glacial humedad fluvial que traspasaba cualquier atisbo de enamoramiento imaginado por los parques de las estatuas, y un alegre griterío de rojos ponientes ensombrecía un mutismo tristón de soles amarillos en un cielo celeste con blancas nubes paralelas, coartando por un instante que pareció eterno aquella convergencia soñada hasta el éxtasis clandestino en los irrevocables territorios del Tormento.

(i)
“Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.”
La lluvia. Jorge Luis Borges

(ii) Fundación mítica de Buenos Aires. Jorge Luis Borges

Nota del autor.- El texto original se titulaba CONSTANCIA DE DERROTA, respecto del cual este, el definitivo, presenta algunas mínimas variantes.


martes, 2 de junio de 2015

EL MAR Y TUS REFLEJOS


Te soñé, te soñé en esa playa soleada, acosada por el mar y sus reflejos, tu piel bronceada besada con delicada impudicia por un sol celoso, te soñé soñándonos mientras conversábamos de poemas y barrocos a la espera del atardecer, de sus malvas y sus arreboles, de sus rojos tenues y de sus pálidos amarillos en las alturas quietas que dan hacía el crepúsculo, yo me sumergía en tu mirada nostálgica, tu voz me iba hechizando para que no me atreviera a tocar tus labios con un beso inesperado, el mar era de blancas espumas traviesas, de pequeños oleajes que dejaban en el aire diáfano una música a ras de arena que se esparcía en tu entorno como un halo misterioso, yo miraba tu piel desnuda, los granates de tus uñas, el libro que leías antes de que te soñara, esperándome, tus manos que me negaban la caricia, el roce mínimo, tu tierna suavidad, yo observaba arrobado como en otro sueño tu pie sobre la arena, saboreaba de memoria la sal cristalizada en esos territorios prohibidos, en tus comarcas y tus paisajes, la noche se había quedado atrapada entre las algas para que no te fueras, el sol seguía yéndose cada vez mas lento esperando que te besara, tu seguías pensando en un verso que abarcara el instante con tus labios dispuestos, y yo seguía sin atreverme para no despertar nunca del sueño.


martes, 12 de mayo de 2015

ENSOÑADOS ARREBOLES


Yo dejaba que tu boca me naciera como aquella rosa en su rojo contenida, que la madrugada amaneciera en tu piel de luna llena, desdoblaba la mañana para ir a encontrarte en los pájaros entumecidos, en las piedras sin ruido sobre las tierras quemadas, veía llegar la noche con sus arreboles impuros, con las intenciones perfumadas desde el borde de tu cuello besado hasta el silencio, con las estrellitas esparcidas en el terciopelo triste que no acababa en tu ausencia sino seguía parpadeando como un león cansado en los aleros de tus pestañas. Cristalizaban entonces nuestros serenos imposibles, el destiempo, la distancia, los otros, el no haber coincidido en el mismo barrio o la misma calle cuando aun era el tiempo, la lluvias inútiles y los parques vacíos, las garúas en horas equivocadas, ese destino que no supo tejernos la trama del encuentro con los besos y los anhelos de una posesión que atravesara los instintos y los convirtiera en una sola caricia. Había voces instaladas en los bordes del otoño, musgos esperando y hiedras hibernando, y yuyos dormidos en sus latencias de semillas amarillas bajo los escombros y los naufragios. Yo te veía venir desde el otro lado del espejo, entre las dalias de un jardín ya imposible donde tu primavera florecía esperando la vendimia de los años por venir, y un mar de veleros atrapados que se desvanecían en los imprevisibles oleajes de todas las tormentas. Las tardes eran extensas planicies sin horizonte donde yo esperaba tus furias y tus celos, tus pasiones y tus extravíos, tus fugas y sus retornos, pensándote en un extremo de los años que faltaban para que se cumplieran los designios de la borra de tu café y las premoniciones que escribían los caracoles en los muros de mi invierno. Yo me quedaba extraviado en los jardines de las madreselvas como si ese poco tiempo fuera nuestro mientras tú desaparecías en esos lugares extraños, patios, jardines, cuartos y corredores con altos ventanales, todos sitios de la memoria más profunda, aquellos donde se guardan los años felices. Ya chapoteando en los último arreboles del crepúsculo me despedía con un abrazo tierno y un impúdico beso en tu boquita esquiva en cualquier esquina donde nos encontrara la noche que nos separaba, y me iba sintiéndome culpable de tus desencantos y tus desengaños, aun sabiendo que ambos caminábamos siempre juntos de la mano por esos rumbos de perdición y sueños inconclusos.


jueves, 7 de mayo de 2015

ELIPSIS/SISPILE


En tanto marca que se desliza, se mueve paralela a la realidad, repite inversa, copia transformada, virtual, sucede en un instantáneo después vertiginoso, infinitesimal, un ahora casi en contacto con el aquí y por ello verosímil, ilusión tras en sobre cristal, intocable y mentida, invertida, lo otro mismo orto, dualiza, no se bifurca, contiene, cristaliza, quizá absorbe duplicando sucesivo. Vidrio y cinabrio, aguas quietas, lisa obsidiana, bruñidos metales, cobre, plata o bronce, amalgama de plomo o estaño, aluminio, derramados vertidos esparcidos sobre la lisura de sílices intranquilas, plateadas superficies que plagian tu rostro, copian tus gestos, calcan tus alegrías o tus penas, falsifican tus rasgos, calcan tu mirada en otros ojos trasplantados, iguales pero sin vida, como muertos bajo el cristal de un féretro vertical incrustado en el muro. Tus ojos en todas las lunas, tu rostro enmarcado, limitado por decoradas geometrías, tú devuelta como imagen, inmaterial, impalpable, sin voz ni tibieza, sin el ácido perfume de las oscuras rosas rojas, sin el vaho vivo de tu respiración, sin la posibilidad de acceder a tu ternura, la mirada que no encuentra los fulgores latiendo en el lado equivocado de la mísera realidad, te observas, te repites, te especulas, rozas el absurdo invertido, reconoces al que no es, al que nunca ha sido ni será. Repeticiones inútiles de gestos, rictus, sonrisas cínicas, muecas de payasos de circo pobre o mohines de falsas esfinges, ambigüedades y aspavientos, arenas, polvo o cenizas que serán cuando todavía parpadeen los últimos vestigios de la última vez que te asomaste a esa mentirosa ventana donde los objetos pierden su realidad y sus concretas geografías. Tu silueta iluminada intangible, sin la soberbia que te inunda en este reverso ni la imperceptible corrosión de los años en los gélidos cuarzos de tus manos, vidrieras que te persiguen repitiéndote como las copas o los vidrios cotidianos, tu bosquejo a contraluz en las mamparas de las puertas cerradas, tus escorzos en las acuarelas de la pompas de jabón, en la anilinas metálicas de los pomos que esperan tu tibia cercanía, tu reverbero en los charcos que te siguen sin dividirte, innumerables en las calles después de las lluvias. Planos inquietantes, tridimensionales, pulidos hasta el engaño, relucientes facetas del ojo de un monstruoso insecto desperdigado en los infinitos universos posibles, deformaciones cóncavas y convexas, esféricas refracciones del todo, del absoluto contenido en la reluciente curvatura, elementales ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como el acto generativo, insomnes y fatales (i). Azogues donde despareces.


(i) Borges

domingo, 3 de mayo de 2015

ESCRITOS EN LA BORRA DEL CAFE


Entonces desaparezco del universo entero, me vuelo, huyo, me escapo de la torpe realidad, todo mi ser se sumerge en estas palabras, en la búsqueda de "le mot juste" que la dibujen, la describan, la perpetúen en los cristales del tiempo, como un cazador de mariposas corro detrás de sus imágenes y sus metáforas en un campo de lirios, de magnolias o de rosas, siempre rosas, desarmo una y otra vez las frases, las reconstruyo y las desarmo, las enredo, las tenso, las fragmento, y las reescribo hasta el cansancio del vencido, por ella en esos momentos de éxtasis jubiloso estoy desaparecido, inerte a los juegos del día, a los veneros de los ponientes, a las navegaciones inconclusas de la noche. Lo que le he sido, esa extraña circunstancia de ser un hombre en su nombre, es una ilimitada lista de imágenes, visiones, símbolos, sensaciones y memorias, las vastas memorias que inevitables ya me definen. Visiones donde aparece y desaparece, emerge o florece, entera desnuda incitando poderosas inspiraciones o en tenues fragmentos de su piel desperdigados por las estaciones. A veces la reemplazan breves incrustaciones, con rostros distintos e igual perfume, o la rompen en los trozos de otras bocas, en ojos que no me miran como lo hizo ella en la plenitud de su furiosa posesión, pero persiste en su soberbia innata, en la fragilidad de un instante que borra toda otra presencia, nombres, perfiles y siluetas, voces que no poseen la compleja tonalidad de la suya. Falta en la somnolencia de la mañana y el otoño se rompe en fríos cristales, no hay su palabra encendiendo el amanecer y el sueño instala congeladas luminiscencias, se ausenta en un silencio de distancias, de vastas lejanías transoceánicas, de leguas y leguas hasta su piel y su boca, no está en la luz mañanera que la evoca ni en el cariño que destila la noche yéndose, no surge como la tierna rutina enamorada ni como la vertiente de los besos extraviados, falta en el azúcar de café y en el humo de tabaco que lento la dibuja, todo se desvanece o se hunde en el abandono, hasta el mismo otoño se detiene triste a esperarla. En fin, si solo esta inconclusa enumeración fuera todo lo que ella habría de darme, ya bastaría para iniciar tranquilo el retorno al minucioso polvo del universo, entendiendo que sus perfectas desapariciones, su desoladora impermanencia, sus inesperadas mutaciones, son la justa premonición del infierno.

domingo, 12 de abril de 2015

ARGUMENTOS


Pensarás que los últimos deslumbres del estío y los incipientes matices del otoño te pertenecen por derecho propio, que tu hechizo invadirá los días con sus ocres y garúas, que aquella roja rosa roja en su oscura intensidad que ayer pervivía en el jardín del otoño y hoy permanece cristalizada en el florero, agua y cristal, posee las misteriosas reminiscencias de ti en las transparencias de tus ojos de mariposa alucinada por el perfume de mis verbos. Imaginarás un bosque donde la brisa cumplirá su suave deber en tu pelo, y tu acechador escuchará iluminado el susurro de tu voz, y tus labios y los suyos se tocarán en el borde del abismo, y tu piel, tu piel dejará un reverbero iridiscente en mis dedos que la acariciarán a lo largo de la tarde, casi hasta cumplirse el crepúsculo, ese crepúsculo que pertenece inobjetable a mis sueños. Intuirás que te habito desde hace tiempo en las grietas más profundas de tu alma, que he ido así socavando los diques, las barreras, las puertas selladas de tus anhelos, abriéndome paso sigiloso y poético hacia el centro mismo de tu ser, y allí he iniciado el fuego que creías extinguido, a partir de esas cenizas aun tibias de tus pequeños sueños de casta mujer niña velada por los miedos a ser lo que es. Sentirás una presencia ajena como un vaho que sube por tu silencio, hiedra en el muro de tu distancia, musgo invadiendo los cimientos del claustro derruido por las mudas urgencias de tus suspiros, alguien invadirá los márgenes de la página en blanco donde aun no escribes tus desbordes de magnolia penitente, de velada dama sospechosa, de mujer habitante de los oscuros desencantos siempre, alada, efímera, de silueta y sombra transparentes. Huirás por los laberintos cotidianos, callejuelas tristes con sus escaparates apagados o senderos solitarios que llevan a las grutas donde medran los demonios de los insomnios, yacerás clavada de estrellas y una luna estancada, en ese oscuro azul terciopelo extraviada, caminante en rumbo equivocado, desertarás del acopio y de tumulto, fingirás un destierro de redención para que el invierno que ya te viene no se congele en tus ventanas. Creerás que escapaste a los asedios del que te vocaliza con silabas desconocidas y te sumerge en las bifurcaciones del destiempo, que solo fue arena, sal y ceniza, que sus vestigios destrozados se encharcaron en las primeras lluvias que te vendrán,  incluso oirás sus pasos alejándose, pero no será así.


jueves, 2 de abril de 2015

¿DÓNDE TÚ NO HUBISTE?


¿Dónde, bajo qué luna te sepultaste sagrada y sangrante en las arenas de tu propia voz? Fue crepúsculo hundiéndose en tus rubores, tú lejana, perdida en los lodazales del destiempo, apenas sugerida por las tardes que iban anegando las calles con el perfume de las últimas rosas que tocaste, tus ojos como dormidos sin asombros ni penas, todo sucedía sin ti, las mareas, las fases de la luna o las migraciones de las aves, las sombras bajo los puentes, o el avance sigiloso de la herrumbre en los clavos de los portalones de los monasterios, así fue sucediendo ausencia al paso del otoño con tu nombre borrándose en los muros mientras florecían los geranios sin esperarte y los grillos insistían en sus cantos funerarios escondidos del invierno sin tu silueta habitando las lluvias. ¿Dónde, en qué mes sin plenilunio te despojaste de tu vetusta solemnidad y abriste un vacío en las finas arcillas de tu imperio de pájaros silenciosos? Allí eras soberana y soberbia en tu delicada consistencia de reina, como si todo te hubiera pertenecido de antes, cuando aun no había noticias de tu nacimiento ni de tu entronización en los reinos de las mariposas y las libélulas, habrá sido por esos rumbos en que fuiste canonizada por los que te amaron sin alcanzar los arpegios ni las nomenclaturas que solían dibujarte a contraluz sobre los jardines del estío. ¿Dónde, sobre qué marasmo de las horas fue que perdió tu estirpe las semillas de tus ojos dejando subterráneos los encantos suspendidos en las magnolias y una tristeza de solitarios celacantos en los verbos que te siguieron buscando? Tú en los cuarzos instalada, en su cristal deshabitada, madreselva de su aroma atardecida, tú en los cántaros y los peces, piedra espejo en la albas desplegadas de tu sonrisa oceánica, necesaria, tú en los cafés y en los rastrojos del manzanar del otro lado del canal de las aguas pardas, en las vidrieras y en el estropicio del otoño, sin los vidrios que soportan los vitrales que ciegos dejan de sentirte carcomiendo los cimientos de las antiguas catedrales, tú, que no hubiste acontecido sin los embrujos de la cercanía insensata de tus manos sobre el vino o la miel, sin el trasiego de los destierros y la penumbra de los eclipses, sin el nocturno aterido que dejaste cuando quedaste inmóvil y sin tiempo contra los tristes arreboles. ¿Dónde tú? que no percibo aun las ternuras en el fulgor de tu nombre.


lunes, 2 de marzo de 2015

NOSTALGIAS DE ROSAS ESPERANDO


Es su rostro en la penumbra, la sonrisa pensativa, el pelo ensortijado, lo rojo y los refulgentes metales, su silueta perdida en los parques de las estatuas silenciosas y la garúa, su voz negada en los desamparos, la pálida rosa incrustada. La veía aún no reflejada en los espejos horizontales del agua ni en lo vertical del azogue, lejana imposible, de pronto una mañana su imagen desde su noche en un ayer recuperado, la veo caminando por una playa, sus pies besados por las espumas, su sombra tiñendo de púrpura las arenas, la mirada cansada, y acá las ultimas rosas esperando su presencia etérea, imposible pero vigente, en el jardín que sus ojos jamás verán con la intensidad de un otoño lluvioso. Había cierto misterioso afán en su vertiginosidad vertical, enfuriada, que no llegaba a suceder, un continuo no atreverse, no sometido a clandestinajes oblicuos ni a demasías irreverentes, era como una voz secreta sin desperdicios ni ripios, inalterada, que no lograba deshacerse de si misma y se escondía, se difuminaba, se silenciaba en el borde mismo del abismo temerosa. Su melancolía desarmaba los relojes y destorcía los tientos, encendía los parajes del desengaño con la yesca de sus dedos, abarcaba el horizonte para que los rubores del crepúsculo giraran en su entorno, con serenidad de esfinge dejaba de ser para que la siguiera buscando en su acuciante transparencia. Solía estremecer los venusterios y las gárgolas embrujadas, el posillo del café, el vaso con agua, la pequeña brasa del cigarrillo cercana a sus labios, su obsesión por no dejar espacios al asombro ni a la duda. Hay números en misteriosos códigos indescifrables de dulzuras inviables y en un atardecer en la esquina de calles numeradas, nada sino el vacío, la materia sin forma, el espacio infinito, desorden, turbulencia. Algo del anhelo va quedando como un musgo reseco entre los escombros, entre las piedras de lo que fue templo o monumento, la amapola de su boca, sus cristales, la magnolia que mojó la luna y las dalias de una inmensa soledad ajena, las propiedades quiméricas del cinabrio, su reflejo recuperado en el azogue contorneado de caoba. Y sigo mirando con nostalgia las rosas del jardín de las lluvias, añorando las garúas en los parques y las estatuas silenciosas, soportando los días con sus miserias y sus tristes rutinas con la esperanza de esa cita concertada allá en un porvenir sin olvido.

Imagen: Fotografía del autor, febrero 2015.


viernes, 13 de febrero de 2015

DERIVACIONES FLUVIALES


(Apuntes de viaje)

“mi destino por el río es derivar
desde el fondo del obraje maderero,
con el anhelo del agua que se va”
Canción Del Jangadero. Jaime Dávalos - Eduardo Falú

Hacia el bajo por la lluvia, la llovizna y aguacero, entre róbalos y salmones, entre infinitos matices de verdes. Orondos por el río ancho y lento, detenido, por las mareas, entre la hojas de colores otoñales que arrastra la corriente, por las raíces de los ulmos florecidos de espumas blancas y las rojas y violetas flores bailarinas de las chilcas, por los pinos y los calafates. Navegando sobre las piedras sumergidas y los naufragados troncos asomados, orillando por las arenas y los pastos con los queltehues y las vacas. Por el vaho de la bruma amanecida, el destello de la luna en su oriente, y el beso ardiente del sol en su altura. El azul original y las nubes de blanco perfecto a los grises nubarrones. Soñadores pescadores en el borde de la noche río arriba buscando el pozón en la maniobra de boteros incipientes, en la bifurcación y los botes amarillos por allí donde el oro se escondía en las terrazas y los bosques. El silencio vegetal de la absoluta quietud y del abandono, de las casitas vacías con sus techos plateados reflejando un cielo gris de altas nubes también detenidas en el suspenso frío del día. La voz lejana y dulce de la Maga recordando que no hay paraíso sin ella. La densidad amanecida del sosiego, de las decantaciones y del espejo del río detenido repitiendo los bosques, el cielo nuboso, las vastas soledades de su propia inundación. Río arriba, la vertiente y el canalón, el yeco y las golondrinas rasgando las corrientes en sus rasantes vuelos alocados, los peces ocultos en las aguas transparentes, la playa de arenas gruesas y los cuarzos metamórficos. Los sumergidos troncos esperando la bajante, los esquistos sin tiempo y allá en el bajo el estero de las ovejas y los bueyes. Los juncales y los barquitos abandonados río abajo, más ancho y más dormido, de aguas rojizas y albas garzas. Las varas de maderas trozadas esperando su viaje, el ulmo iluminado de flores blancas incrustado en el boscaje oscuro y sombra. La barra de arenas grises y conchales blancos donde el río desagua sus aguas y se incrusta en un mar de furiosos oleajes espumosos. La marea sube dejando el río quieto, detenido, y va dibujando lineales simetrías en sus breves acantilados fluviales, sometidas a los hieráticos cormoranes y las juguetonas golondrinas besando el espejo del agua que lleva pétalos y hojitas amarillas hasta antes del otro canalón, el de los róbalos precoces. La última mañana, con su bruma húmeda y el silencio detenido y abrumador que deja una nostalgia saturada de solitario paisaje como si todos se hubieran ido y la vegetación asumiera una quietud funeraria y otra vez salvaje.

Imagen: Fotografía del autor, Río Llico, Región de Los Lagos, Chile. Febrero 2015.


sábado, 31 de enero de 2015

OTRAS LATITUDES


“Me da igual que la misma palabra se repita; eso le ha dado a mi escritura cierta severidad, la sequedad de la pobreza escogida.” Así me duermo... Severo Sarduy, 1990

Verás un campo de lirios morados y un horizonte donde el poniente se fragmenta en tules de rubores indecisos sobre un azul cielo de mares someros, una hondura donde chapotean tus nostalgias y el último resplandor del sol muriendo contra el mar de oleajes, gaviotas y espumas. Sentirás como laten por ti los azules entusiasmados como una verbena en jolgorio por las callejuelas del nocturno, un carnaval de máscaras alegres y santos de yeso con la luna llena congelada en su altura de vestal intocable. Dejarás atrás los verdes pinares y la trama de eucaliptus, la grama mullida donde retozaron las inútiles urgencias, el pasto crecido con sus hierbas sigilosas, el potrero de las mariposas de ese verde clarito que parecían pintadas con las anilinas de los sueños y el verde oscuro y salvaje de las pozas de aguas estancadas. Habrá una estación con los rojos otoñales y una lluvia finita cayendo sobre los quietos cipreses funerarios, los brillos del cinabrio y los reflejos del granate, el velamen del balandro navegando en la playa del poeta y en los ojos felices de la Pili. Percibirás los infinitos matices de los amarillos danzantes en los caminos de los yuyos como un óleo siempre a medio terminar donde se confunden los dorados con los tintes anaranjados y los girasoles con los dedales de oro, y aquel amanecer bahiano con los otoños de los ginkos del jardín materno. Sabrás que los vidrios de las piedras eran amatistas o amapolas, que enero se va repitiendo hasta septiembre y cruza las lluvias del invierno caminando por las calles mojadas sin tristezas ni rencores. Intuirás certezas que no reconoces, y la sombra de la duda se diluirá entre las melancolías del atardecer cuando se desaten las caligrafías para alcanzar a describir con precisos detalles el destello mínimo que surge allá en el fondo de tus ojos dormidos cuando miras las rosas de tus rosales en el jardín de tus sueños. Leerás cara al cielo bajo un sauce con el rumor del agua en el arroyo cercano estas palabras enrevesadas y mi escritura se te romperá en silabas susurradas, se fragmentará a veces en grafías codificadas y te retratará verbalizada por los siglos de los siglos en los furtivos encantos del amor sin sentido ni fin. Y un ocaso desarmado en sus colores y sus siluetas se verterá como un apacible río transparente entre el vuelo de las palomas asustadas, entonces oirás un canto en lejanía y será el ruido del tiempo levantando el polvo antiguo que selló para siempre tus pasos

Imagen: El Piloca II. Isla Negra, Enero 28 de 2015, fotografía del autor.


domingo, 18 de enero de 2015

SIGNIFICANTES


Desato la margen obligada, los renglones de tu voz extraviada en los borrones y las citas a pie de página, dejo los versos inconclusos, la oración sin verbos, el párrafo inacabado, todos mentideros de los ocasos sin ti, borradores donde se aconchan las tintas que te escribirán los últimos palimpsestos, la elegía o el discurso solemne de tu fuga, el responso por tus ojos en vuelo. Codifico la nostalgia en las opacas voces que escapan por sus propios significados en un glorioso caos de sinsentidos y permanencias inútiles, que no soportan el escrutinio de diccionarios o glosarios, que poseen los misterios de tu presencia equivoca y los signos intraducibles de tus pasos. Te incrusto en la realidad ilusoria con manuscritos voraces donde describo con precisos detalles tus labios en los infinitos matices de sus besos, a veces dejo en blanco los lugares donde la gramática me traicionaría o cuando no existe aun el vocablo que describa con luminosa precisión un rasgo, un gesto, un rictus que solo tú posees y te hace única entre todas la antiguas princesas, reinas descoronadas y emperatrices vigentes. Acometo descripciones y écfrasis con tu rostro dibujado en los espejos, la silueta siempre lejana de tu cuerpo, tu sombra en las piedras o en el muro, y el ferviente y nítido recuerdo de aquella vez en que te miré absorto mientras naufragábamos tomados de la mano en el definitivo e irrevocable crepúsculo. Para tu mayor gloria incesante invento en cada frase un lujoso dialecto literario, una complejidad lingüística que solo tú puedas traducir en el estiaje de las tardes del tedio, cuando no encuentras la certidumbre de mi cercanía como un eco reverberando en el silencio. Y mi escritura te narra en sutiles anilinas y te versifica en un rito suntuoso anterior al mismo lenguaje, te rompe en silabas susurradas desde el desasosiego o el insomnio, te fragmenta a veces en metafóricas grafías neobarrocas y te retrata verbalizada por los siglos de los siglos en los furtivos encantos de mis textos inexplicables. Voy dejando tus rastros escritos en todos los antiguos pergaminos que refieren las historias de castas doncellas que encontraron el amor en los primaverales jardines de sus tersas juventudes, que les robaron el primer beso entre los perfumados rosales y que una noche se difuminaron adormecidas antes de la clara luminosidad del alba, para muchos años después volver a evaporarse en un vaho violeta y púrpura un atardecer cualquiera de su dulce madurez inmarcesible.


jueves, 8 de enero de 2015

CERTEZAS DE NOS OTROS


Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
“Sábados”. Jorge Luis Borges

Estoy comenzando a querer creer en la reencarnación, solo para ir a vivir ese día futuro donde nos encontremos cara a cara en un café de una callecita cuyo nombre ya estará escrito en los mármoles de las estatuas, en las piedras de los molinos y en el pomo de la puerta de su infancia. Allí comprobaré en carne viva que su cercanía me estremecerá como imagino, y podré rozar, solo rozar, la magnolia que mojó la luna, caminar de la mano por esos rumbos enmudecidos conversando de estos tiempos antiguos cuando no alcanzamos a vagar por un atardecer de un parque a plena lluvia como nos soñábamos. Será una tarde de otoño cerca de un río ancho con garúas mañaneras y hojas muertas arrastradas por el viento de la larga noche anterior, habrá tibiezas escondidas e intuiciones florecidas como certezas. Y la miraré linyera con ojos lentos como abarcando su lejanía, Usted reinará por el entonces de ese porvenir en las tanguerías y en los claustros de los poetas, yo vagaré como siempre por las calles buscando sin saber lo que busco, escribiendo en papeles de envolver los poemas de amor perdido y los barrocos de los mismos antiguos delirios, declamando en las esquinas los versos del espanto con voseo de tango y pena de milonga sentimental. Se romperán en ese día venidero los círculos que nos encarcelan en nuestros aquíes y nuestros ahoras, y todos estos tiempos de inútiles esperas serán solo soñadas arqueologías, pirámides abandonadas con sus dioses muertos, selvas desbastadas por las sequías o las lluvias torrenciales que vendrán a borrar el pasado que en ese allá será ilusorio. Recuperaremos aquello que dejamos inconcluso o no pudimos cumplir, los besos en una noche marina por la boca del río ancho, las largas caminatas abrazados por los iluminados bulevares como si ese mundo, sin diciembres, fuera nuestro, la noche de besos y lujurias que cada uno soñó a su manera, los textos que avergonzados o desengañados dejamos a medio terminar, con algunos verbos pendientes y muchos adjetivos sin usar. Y como en ese presente este hoy será pasado, conversáremos de sus cicatrices y de sus arqueologías mientras nos tomamos, en aquel futuro perfecto, ese primer café mirándonos a los ojos, dudaremos si fue como cada uno lo recuerde, si hubo noches de amor clandestinas o atardeceres distintos abrazados mirando las siluetas de las últimas aves en vuelo contra los altos arreboles, si alguna vez la besé escondidos en la garúa o en las primeras penumbras del crepúsculo, si todo fue soñado, imaginario, virtual, tristes resabios de nuestras declaradas soledades, o la misteriosa convergencia de dos seres que deambulaban intemporales buscándose extraviados en sus sucesivas e inútiles transmigraciones. En la certidumbre de ese porvenir se quebrará la secuencia de las reencarnaciones; usted dejará de girar en torno al mismo vórtice de tediosas rutinas, y yo me dejaré arrastrar hacia la esperada e ilimitada circunstancia de su piel. Vale.


miércoles, 7 de enero de 2015

TERCIOPELOS


Ya no hay nada que decir, solo hay la necesidad viciosa de seguir diciendo. La brusca discontinuidad de la memoria que se erige como un muro de barro vestido de los musgos de las lluvias del último invierno, esencias de madreselva en las tardes frescas, las rosas, las dalias, el ciruelo, el vuelo silencioso de una lechuza blanco fantasmal contra el azul oscuro de la noche serena en la puerta de la casa de madera donde seguía lloviendo aun después de la lluvia, eran densos goterones, espaciados e intermitentes que hacían más frío el frío del invierno porque eran nocturnos y quizá misteriosos para el niño que miraba por la opaca ventana, la calle larga que hacía ruborizar el atardecer ya cercano a la penumbra inicial, allí en la esquina los amigos que descreían del mundo y lo derrumbaban en el nocturno del Tango Bar y volvían a construirlo al filo de la madrugada para tener de que hablar o escribir al día siguiente, la misma esquina donde de pronto vino a mí la fundadora, entre el murmullo de las cosas y las gentes tuve la premonición de su largo pelo suave y la voz de silencios que iba a ser mi tormento de los años por venir. Traía la estirpe en semilla para que yo, en las cumbres del miedo viniera a justificar su noche mas larga de todas mis noches. Era ella. Venia a establecer la casta de mi soledad y mis ojos, de su largo pelo suave y su boca, venia a fijar los rumbos según sus propias estrellas, sin cartas de marear ni mapas de lugares, solo con el instinto de hechicera que sabe de las magias necesarias para cambiar las direcciones de los vientos, torcer las corrientes oceánicas, desviar los cursos de los ríos y desbaratar geografías. Y desde entonces navego desesperado por los siglos y los días, porque también tiene poder sobre el tiempo, tratando de entender si su norte de ayer noche es el mismo de esta madrugada de nieblas donde solo ella es el faro perdido de mi salvación para siempre (i). La consistencia impalpable de tiempo ido, la esencia de lo irrecuperable, las semillas que brotan, crecen y florecen en los vagos jardines subterráneos del aquí y el ahora, la persistencia inviolable de lo que no herrumbró el olvido ni las penas o alegrías que se sembraron después en los mismos surcos. La envidia non sancta de no haber escrito yo las tres frases que concentran los colores que le gustan a la Pili: Las sombras de los árboles eran moradas (ii). El frío de la noche tenía incrustaciones de violetas (iii). Rojo el sol se hundía, la tarde arriba era violeta y púrpura (iv). Y aquella que justifica los errores y las traiciones, los pecados y las mentiras, mis pequeñas miserias y mis burdas vanidades: Yo puse en ti el fuego que te devora. (v)

Notas bibliográficas.-
(i) “Del origen de la Raza”, en Breves Relaciones de viajes a los Mares Interiores, Rubén D. Ramírez Rodríguez, Antofagasta 1995.
(ii) El Cristo de la rue Jacob. Severo Sarduy, 1987.
(iii) Pequeño relato de fantasía. Francisco Antonio Ruiz Caballero, 2006.
(iv) Rojo. Francisco Antonio Ruiz Caballero, 2006.
(v) Ezequiel 28:18.