viernes, 19 de diciembre de 2014

ESCRIBA AMIGA, ESCRIBA


Escriba querida amiga, escriba sus desesperos, sus desasosiegos y sus desapegos, también sus desahogos, escriba para quemar las naves o para encender la última hoguera, embriáguese con las palabras que ha mordido furiosa en la almohada pero aun no ha dicho en voz alta ni siquiera frente al espejo, deje que las letras una a una sucedan, que construyan las palabras del espanto y del jolgorio, porque entre tanta palabra alucinada dirá la frase que busca sin saberlo, entre esos asombros y suicidios sabrá lo que nunca pudo o quiso decir, y no será tarde. Envíciese en largas frases incoherentes, en párrafos caóticos e ininteligibles, abrume a los burgueses asustadizos y a las damas reprimidas, pierda el sentido, la lógica, la razón que acuna monstruos en los insomnios, imparta los barrocos que tremolan en su alma, pontifique, desate aquellos poemitas escondidos en los libros de su adolescencia y déjelos volar detrás de los desatados perros de las furias, aniquile los infames monumentos, las huellas en las arenas inútiles y los falsos corazones tallados por mala mano en las antiguas cortezas de árboles muertos, manuscriba los jeroglíficos que codifican sus secretos y sus mentiras, los errores que desviaron su camino, el hambre y la sed, los muchos desengaños y los pocos misterios que le rompieron el amor. Renuncie a la lógica, a la sintaxis, a la cordura que se lee para quebrar la víspera de la espera, fluya turbulenta por un despeñadero, no por un lento cauce de ciénaga dormida, muérase espantando los fantasmas de todos sus pasados, día por día, convierta en cenizas los desengaños y los amores, hilvane las pasiones, cualesquiera sea la vertiente de donde ellas provengan, desarme sus olvidos voluntarios y póngale máscaras o antifaces, descríbalos, destrípelos, fragméntelos y vuelva a pegarlos con el mismo caos de su odio, su furia o su rabia, inserte subrepticiamente la maraña de sus desprecios en los textos del amor perdido, perfile sus venganzas como rosas espurias, use daga o puñal, saje o cercene, socave los plintos de sus míticas estatuas congeladas y deje sangrar los resabios de los besos traicionados y las manos infieles. Mientras otras mujeres de su edad tejen con la tranquilidad final de una vida ya vivida amorosas prendas para sus nietos, usted teja y desteja con las lanas de colores de su imaginación ansiosa el pecador tejido de sus deseos inconsumados. Hay fuegos en usted que nunca se apagarán, pero ya es tiempo de que deje de ser una mujer inconclusa. Escriba.

viernes, 12 de diciembre de 2014

MENESTERES DE DESPEDIDA


Dejamos la marca sobre la mesa en blanco, el estío se acerca desarmado de otoños como una piedra pulida por los vientos desérticos, es un ágata viscosa, lerda, con pequeñas grietas por donde fluyen sus adornos de tristezas, el parco discurso de los árboles llenos de pájaros, la clandestinidad de los caracoles que vagan lentos por la noche antes que la madrugada los sorprenda besando los lirios o las magnolias, todo tiende a una oscuridad difusa, sin siluetas de caminantes suicidas ni estatuas de héroes descabezados por la bruma, ciertos cristales tintinean en sus azules de mar profundo, la mesa en blanco con la marca de los abismos por donde huirán los pájaros, y las espumas y los cuarzos y la melancolía de los otoños que acosan de lluvias previas de los mustios inviernos venideros, surgen las alquimias y las herejías en una sucesión confirmada por las pasionarias que reptan por los muros apagando los ventanales, imprecaciones y olvidos danzan su último tango extraviado en ayeres sin rostros, bebiendo el vino agrio de los errores, el concho feroz de la mala muerte adormecidos, en blanco la mesa y la marca de las palabras sugeridas o borradas, susurros en las arenas, en las cenizas, en la cal viva que va carcomiendo las memorias de yeso o de barro, lo demás son silencios escondidos en los rincones, las furias abrevando en el pozo de la hiel, las comarcas deshabitadas y la tierra calcinada, afuera la cumbiamba de paso que incita los desmadres y las polifonías de una sola nota, el nocturno desde lejos, los ladridos de los perros, la noche ya no alcanza a contener todas las nostalgias de los yuyos y el tranque con su barquito azul, hay derrumbes sin escombros ni vidrios quebrados, el polvo del desierto cubre las huellas de los pasos equivocados, las garúas borran los nombres y los números, los vestigios de algo que ya no posee silueta ni sombra, de alguien que habitó los subterráneos y no floreció, sobre la mesa en blanco la marca de los signos de los tiempos, la decadencia, la obsolescencia, los estragos del fuego divino, el castigo de falsarios y pecadores, y aquel que mire para atrás será estatua de sal, y el que no mire será algas pútridas esparcidas por las aguas por toda la faz de la tierra sin tumba ni llanteríos, al atardecer del último día la última sonrisa cínica cristaliza en un semblante imperturbable.


domingo, 23 de noviembre de 2014

TANGO SINIESTRO


“Yo besaré la memoria de tus ojos taciturnos, para seguirte el poema que a medio hacer me quedó”. Preludio para el año 3001, Horacio Ferrer.

La simulación del tiempo que se desploma y se tiñe y rueda y se rompe derrumbado sobre los mustios abalorios de la comparsa de los años podridos, allá por el bajo, arrimado a los juncales entre garzas y camalotes, vos sabés. Rumbeando sin rumbo divago amargo por los caminitos repasados hasta el cansancio, al revés, con las flores enterradas y las raíces al sol, me farreó lo oscuro del nocturno sin alcanzar nunca la madrugada que me deje arrimado a tu boca como a tiro de beso pero sin tocarte para no deshacer el embrujo de tenerte cerca desarmada. Y te venís de asombro envuelta en un tango de penumbras, esquineando por los yuyos, la baguada y el zanjón, te venís por dentro calladita, contenida y mortal, te venís como en un rectángulo, plaza, parque o callejón, que se achica cuando vas pisando la garúa sobre el pasto herido de los hielos y las hojas que agonizan en sus ocres otoñales te dejan pasar sin un suspiro para que te sientas reina de sus comarcas desvencijadas. Del destartalado cajón de los recuerdos voy recuperando las alegres lanas de colores de tu niñez, alas de mariposas que rozaron tu pelo, pétalos de rosas con el perfume equivocado, un cenicero que habitó tu dormitorio y tus insomnios, y un filoso trozo de cristal, lo demás son los papeles viejos donde te iba escribiendo las obviedades y extrañezas de mis barrocos ilusorios, y las piedrecitas azules que vos escondida guardabas en mi honor. El tiempo, ese enemigo, dejó abierta la puerta para que de rebelde no te fueras tangueando por los surcos del olvido y yo me quedara detrás del alto ventanal que da a los finales de tu vida mirando ahogado de nostalgias la delicada resolana de tus bravos desvaríos desvelado restaurando las misteriosas esencias de la herejía de tu voz. Destripo la memoria de tu nombre hurgando por tus vocales o tus tristes monosílabos, desato el aparejo pa’costear tu río de sueñera y de barro (i) yendo siempre a contraviento de ventolera en ventolera, desafinando los cánticos nupciales de los jolgorios de la última noche sin vos. Y mientras llega esa hora, que llegará, leo y releo extraviado en las letras negras, pequeñitas y secretas de la tarjeta diminuta donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo (ii), buscando, qué importa si no estás, un rincón parejo donde dormir la larga noche del destierro como el linyera borrado de los conchos y de las borras, reseco, insoportable, despreciado y feliz.

(i) Fundación mítica de Buenos Aires. Jorge Luis Borges
(ii) Objetos perdidos. Julio Cortázar


sábado, 22 de noviembre de 2014

ANTIGUA TRILOGIA PARA IRINA


Duermen en tus ojos las crisálidas de aquellas perdidas primaveras que buscas en la quieta esperanza de un día con un aquí y un ahora donde el túnel de tus insomnios se abra al soleado y verde paraíso. Tu rostro dibuja en su tristeza la sagrada y desolada soledad de tus sueños ya cristalizados, enterrados en la sombría nostalgia del amor que no ha bebido aun de ti. Tu boca apenas sonríe mintiendo en el negro negro embrujo de la pena, escurriendo desde su vertiente secreta sin palabras, sin un gesto, toda solitaria. Ahí, en el reflejo de tus rasgos de reina inmóvil, de musa que agoniza en su silenciosa melancolía, están todos los ponientes de la reseca comarca donde tu corta infancia se deshizo en fragmentos y tu delicada juventud fue largo otoño y fría nieve. Pero sobre tu belleza misteriosa sobrevuelo, halcón hambriento de tu encanto incesante, hasta atraparte una tarde de lluvias inciertas, robándote con ternura de tu arduo presente para ir a anidar nuestras rebeldes ausencias en la lejana y alta arboleda de los sueños. Duermen en tus ojos las crisálidas de aquellas perdidas primaveras porque en tu rostro se dibuja una dulce tristeza sagrada y eres entonces toda soledad, virgen de sueños cristalizados, imagen pura de la nostalgia de un amor ingrato que no ha bebido de ti. Tu boca sonríe mintiendo en negro embrujo la pena, escurriendo desde su secreta vertiente sin palabras, sin un gesto, toda soledad. Ahí, en el íntimo reflejo de reina inmóvil, de musa que agoniza, está la silenciosa melancolía, están todos los ponientes de tu reseca comarca de tu infancia fragmentada y de tu delicada juventud como un largo otoño y su premonición de nieve. Pero como halcón hambriento sobrevuelo cazador herido de ti sobre tu belleza misteriosa, sobre tu encanto incesante, esperando atraparte furioso y sangriento una tarde de lluvias inciertas, para robarte con mis garras en aterradora ternura de tu arduo presente e ir a anidar nuestras rebeldes ausencias en ese lejano y alto roquerío de mis sueños. Duermen en Sus ojos las crisálidas de aquellas perdidas primaveras. Busca en la quieta esperanza un día con un aquí y un ahora distintos. Intuye o desea que túnel de Sus insomnios se abra al fin al soleado paraíso. Su rostro dibuja en su tristeza la sagrada soledad de sueños cristalizados. Sabe que enterrado en la nostalgia está el amor del que aun no ha bebido. Su boca miente el embrujo de la pena, sin palabras, sin un gesto, toda soledad. En Su reflejo de reina inmóvil, la musa agoniza en silenciosa melancolía. Allí están los ponientes de Su reseca comarca con Su infancia en fragmentos. Allí Su delicada juventud como un largo otoño y su premonición de nieve. Sobre Su belleza sobrevuela un halcón hambriento de Su encanto incesante. Día llegará en que la atrape, una tarde de lluvias inciertas, con feroz ternura. Será esa noche entonces, sin Su arduo presente, que anidaran sus ausencias. Solo el secreto de un lejano y alto roquerío verá como encienden sus sueños.

Diciembre, 2008.

Nota.- Debe leerse escuchando la mejor versión en clavecín de la Sonata en sol mayor, Allegro, K.455, de Domenico Scarlatti.


lunes, 10 de noviembre de 2014

OTROS ROJOS


“... el bermellón, la flor súbita de la sangre recogía la luz del mundo en tu retrato.” Pablo Neruda, Cien sonetos de amor. Soneto LXXVI

Horas antes de la medianoche entra en los desesperos del rojo desatado, en la bullente hoguera en brasas refulgiendo en el nocturno, en los altos atardeceres encendidos de rosas y geranios, del rojo en contraste con una palidez provocante, con tersuras y sabores y perfumes, los rojos sedosos y satinados, el rojo del inevitable infierno y de la tentación de la manzana, de unos labios que se besaron en los tiempos de las lluvias o unas perfectas uñas declarando su sensual fiereza, los rojos encarnados y sangrientos desde el espeso púrpura al alegre colorado. Un rojo de amapola que floreció en los voluptuosos jardines de la noche solitaria, rosa desarmada, copihue o ceibo, densidad sublime de la voz esparcida, de un cuerpo tendido en la sensualidad cómplice del lecho de luces lejos, de alturas intocables, de sobornos visuales y vertiginosos vértigos de palomas. El rojo color de todas las pasiones, malas y buenas, del amor y del odio, del pudoroso rubor de la timidez y de la vergüenza, el rojo color de la intensidad en cercanía, del afecto apasionado, impregnado de cierta angustiosa tensión y sobresalto, el rojo color de la furia y de los instintos primarios, de los impulsos vitales y del sol naciente. El rojo misterioso que quema y seduce, incita y provoca, que se vierte en la roja desvergüenza del heno otoñal y su manantial en estiaje, que enrojece los lúbricos momentos del desenfreno voluptuoso y los faroles de las callejuelas por donde deambula la sombra de su yo verdadero. El rojo profundo del escarmiento y del despliegue, roce, caricia y frotación, de la incitación que se refleja en la flor del granado y el tinte del rubí, rojo que fue esplendor de una piel sagrada entre las albas espumas sumergida. El rojo lacre que selló tratos imposibles, el rojo litúrgico de los cardenales en los alfeizares de las ventanas de las tierras perdidas, el rojo en sus gamas, en sus matices carmesí, bermellón, escarlata, granate, carmín y amaranto. Los rojos jugosos que destilan el estío caluroso de los cinabrios subterráneos en aquellos frutos endulzados por ciertas mariposas, en el sabor de las boquitas pintadas, en las ácidas moras antes de madurar, y en los infinitos rojos de las hojas que agonizan cercadas por el otoño. Los rojos del encanto, del espanto y del desencanto, no esos, fue otro rojo el que incineró las horas de su desespero antes de la medianoche. Vale.

lunes, 13 de octubre de 2014

PEDRERIAS DE AMOR SECRETO


“Quizá la sorprenda entre las sabanas de la noche, ebria de champaña y yo ebrio de ella.” Viajera. F.S.R.Banda, 2014.

Pedrerías, repartija de cascajos sobre el vientre maternal de la tierra impoluta, en su declaración de primavera los mirlos acechan los nidos de los chincoles, las últimas aguas invernales se evaporan en los altos albos algodones que las brisas se van llevando hacia las nevadas cumbres de volcanes y dormidos granitos. Descreo de las convergencias tutelares, de lo que contiene el otoño en sus ocres innumerables o la primavera en sus verdes infinitos, como tu voz cuando se va empequeñeciendo hasta el silencio de dalias o ceibos según sean los derroteros de las naos hacia sus naufragios. Y hay gredas quebradas y musgos en los vidrios de tu imperio coordenado, oblicuo, evanescente, situado siempre a contraluz o en un escorzo imposible como tus labios cuando musitan las letanías del desamparo, como un anillo roto sobre el fieltro púrpura de las profanas liturgias. No más que esos rezagos; ventoleras y vuelos, los pájaros insistiendo en un desasosiego de cernícalo o carancho, las junturas de la tarde tranquila dibujando tu boca en los geranios para que no se arranche entrando el crepúsculo y se adueñe de los rojizos rubores en el cielo lejos que deja estilar la noche para que no estés triste mañana. De sementeras y poliedros esta hecha la brusca realidad que acomete, fiera venganza la del tiempo, de tulipanes y regiones del ocaso, de olvidos arrinconados en los meandros desolados de las lluvias en los parques o la garúas con que las madrugadas amenazan las melancolías, de un aire quieto en esa densidad solemne y pudorosa de las penas. Todos es sangriento bermellón o cinabrio en la largura de tu perfume que se percibe como en un halo contenido de alturas de pino y eucaliptos, de brevedad misteriosa, subterránea, dejando tu silueta repartida por los caudalosos ríos del destiempo, esparcida y discordante en los mustios susurros del cañaveral. Las arenas de los días guardan las huellas de tus pasos, la filigrana que dejó tu imagen en los cuarzos diminutos, en sus mínimos destellos y en su espejismo constante. Anochece en ese ámbito donde estás inmersa y descrita. Voy a viajar por la noche de tu pelo mientras te observo desde todos los espejos para que todo decante en la fluidez asidua de tus ojos y en sus antiguas comparecencias, porque solo en la lluvia, esa poética incesante, puedo tocar tu pelo dulcemente sin cruzar el límite mientras evoco nostálgico aquellos tiempos en que podíamos tanguear impunemente.


sábado, 13 de septiembre de 2014

DESENCANTACIONES


“Un peu de volupté et de sensualité pour accompagner doucement des réjouissances à venir...” Isabelle M

Voy a tener que borrarte con un filoso cuchillo (i) raspándome la piel donde me escribí tu nombre asumiendo una eternidad que ya era imposible, y después destriparme en carne viva para aprender que no existes y desangrarme en los rincones donde aun guardo los rastros de tu perfume. Deberé desgranar las vehemencias en sus incipientes semillas de tristezas, iniciar la molienda de los recuerdos de tu voz clavada en el desierto de los tártaros (ii), triturar más allá de las arenas los sopores del espanto de no verte más en las floraciones de los lirios, en los mustios desarraigos del nocturno evasivo de tu imagen, corroído por la languidez de lo que va sucediendo sin ti. Habré de despintarte de los muros que detentan tu nombre como un sortilegio en el degradé de los atardeceres arrebolados, de los óleos siniestros donde te me apareces reflejada sonriendo en el cristal sobre paisajes de altas cetrerías, en el fondo de las copas o las tacitas de café, en las siluetas que se van alejando por los crepúsculos sin solución de continuidad. Bifurcaciones donde las palabras se resquebrajan resecas en los pergaminos extraviados, hilvanando de misterios los pálidos arcos lunares y los vuelos de los queltehues llamando a las últimas lluvias de este invierno voraz. En un desmadre de inundaciones y ventoleras te hundes en los claros destellos de tu memoria invencible, en los aluviones que cavan las cárcavas donde deberías volver a brotar, vertiente o flor según la mala noche de las ciénagas que bordean tus vigilias. Dejaré descritos con piedras los registros de tus ensoñaciones en perpetua vagancia, permanecerás en los azules de los vidrios, en los rojos desperdigados por los trenes y los anuarios, en los verdes poderosos de toda primavera, pero no en los amarillos previos a los fuegos del poniente, ni en el mármol agrietado de las estatuas de los parques sin otoño. Desaparecerás en la latente luminiscencia de los caracoles, cercada por la melancolía de las rosas, las dalias y las calas, en el iridiscente preludio de las pompas de jabón, furtiva y nimia, serás cúspide o simiente del místico boato de todas las refundaciones, y seguirás siendo en el espejo húmedo, en la madera mojada, la misma libélula de terciopelo, embeleso sublime del ocaso, susurro, anhelo, enigma. Derivas y sotaventos, espumas y algas y medusas, desarmes de la madrugada en su silencio de lejanos cantos del desvarío, amanece.

(i) En el original se lee ‘facón’.
(ii) “Il deserto dei Tartari”, Dino Buzzati, 1940. Prólogo de la traducción al español de Jorge Luis Borges, 1985.


miércoles, 27 de agosto de 2014

VADEMECUM DE INCLEMENCIAS


“La escritura neobarroca es el intento por recuperar el sentido en la intensidad de una escritura que provoca una dimensión de visualidad imposible”. Sergio Rojas Contreras

Certero ciego inclemente, desbordado por la lluvia de hoy sábado de tu nombre, verso las insistencias de los charcos y las goteras, de los pájaro anegados en sus alturas sin vuelo, escarbo las nostalgias voraces antes que broten los rezagados pastos juguetones de la pequeña Emperatriz de Todas las Reinas. Crezco una y otra vez por entre las hierbas muertas de todos mis inviernos, equivocado como siempre, nunca soñado y secreto, o al menos clandestino. Ya no fragmento la noche en sus granos demolidos, la usurpo por las mañanas si llueve, o la dejo perderse sombra o penumbras en las garúas, sin insomnios ni con las malas artes del perplejo. Decanto las vendimias atrasadas, bebo los vinos agrios del no destierro, escancio los sumos con la paciencia del que tuvo su tiempo y jugó sus cartas, buenas o malas según los caóticos avatares designados por los mustios dioses de piedra. Me someto a las discontinuidades del tiempo, a la mala hora y al desasosiego, a todos los ecos de los cántaros vacíos y a los celacantos que habitan los abismos donde decantan los sueños congelados. Incierto mudo intransigente, incrustado en la tierra madre donde florecen las dalias y el magnolio que sostienen la certeza de su verdadera eternidad desde la aciaga madrugada de la huerfanía y las muy tristes desolaciones. Deserto de las marmóreas alturas, inhabilitado y perpetuo, de la mar que sumerge y se oscurece con las negras aves en sus vuelos helicoidales contra un atardecer remoto de minerales y desierto, distribuyo soterrado las ansiedades siguiendo los túneles de las lombrices o de las larvas subterráneas. En la memoria duermen las semillas latentes de los diurnos estropicios, de las miserias crepusculares y de los tormentos de una sola noche, esperando reverdecer en las grietas de los recuperados olvidos como musgos o mandrágoras, o sobre rompientes y ceremonias, en las bifurcaciones, los bosques embrujados y las escarchas, cercano al vórtice donde van convergiendo en una infinita espiral los crasos errores, los malos silencios, las torpes lejanías, sin llegar nunca a justificarse. En esa vorticidad que será la suma de los fragmentos del rostro que se fue disgregando por todos los espejos. Austero sordo indiferente, atrapado en las conspiraciones de las lentas nostalgias de los furiosos instantes del desespero, por el filo del signo perdido, por sus escombros, por la solemnidad de la última muerte, la imprescindible, la esperada, la inevitable.


lunes, 25 de agosto de 2014

ESPEJOS QUEBRADOS


(Fragmentos de pulsión escópica)

Mi rostro era un tormento. Nube. Gajos de sol. Rompí el espejo. Un rostro fragmentado. Y todo el cielo. Dormir. Pasar. No desear. Mis labios. Y el silencio. Dormido entre los muros de este huerto. Pasó un pájaro blanco, alegre, extenso. Sus alas. Su gorjeo. Pero yo no estoy preso. Los bosques, crepitando. Los destellos. Más allá no hay jardines. No los quiero. Pájaros, bosques, mares, el espléndido relato de inconstantes y viajeros. Ángeles, no de llamas, sí de yeso. Latir. Urgente azul. Estoy despierto. Mi torre tiene un mirador y espejos. Desde aquí miro y toco y gozo y siento. Su voz no amó Narciso. Amaba el eco. Acudir a tu juego es ver cubrirse las aguas del espejo de gran niebla: un reducido número de estampas indecisas, que pierden densidad y volumen, como el humo; el guía que me burla y llega siempre a desaparecer tras los recodos, escurridizo, artero, suplantándose sin que nunca le pueda ver el rostro, que es el mío: palabras en un espejo escrito y aplazado, en las apariciones de una sombra que se esconde detrás de la cortina, confunde su papel y olvida el gesto o impone su evidencia mentirosa de actor de cine mudo que ha pasado con demasiadas muecas al sonoro; un texto que se pierde en el reverso, el espesor y el margen del papel, que nace con las dudas de su sentido y de su desaliento, paréntesis inscrito en una historia en blanco. Ese espejo me llama y me confirma otra vez en un cuerpo que no es mío. Miro esos ojos y giro en la extrañeza de su voluntad. El otro ya me mira también con la sorpresa de no encontrarse en mí. Somos las dos figuras que separa la superficie de un cristal y la mirada funde en un mismo destino. El agua nos da cita y el vacío nos repite que no somos el mismo. No conozco su sombra y acaricia la muerte cuando yo traigo el día, retiene el infinito cuando increpo su gesto. No conozco la historia de quien mira, no sé quién de los dos delata y finge ser quien se piensa siendo, ser antes de la luz, ser sin el otro. Ahora busco sus ojos y esconde sus pupilas allí donde no miro ni nunca podré ver. Como si me ocultara un ardiente secreto huye al mar de lo oscuro. Un suspendido instante ha roto el movimiento de sus ojos. Siento todo el espejo en el vacío reflejando la herida y el dolor de quien ha descifrado su sentencia: Mirar ya para siempre hacia la nada. Hay restos de mi figura y ladra un perro. Me estremece el espejo: la persona, la máscara es ya máscara de nada. Como un yelmo en la noche antigua, una armadura sin nadie, así es mi yo; un andrajo al que viste un nombre.

A partir de la lectura, hoy, de:
Espejo de gran niebla. Guillermo Carnero,
Siesta en el mirador. Antonio Carvajal
Quien mira. José Ramón Ripoll
De Piedra negra o del temblar. Leopoldo María Panero
En “La Mirada Elíptica: El Trasfondo Neobarroco de la Poesía Española Contemporánea”. Luis Martin-Estudillo.

Nota del mero collagista.- Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos textos; el de explayar en cuatrocientas palabras una idea cuya perfecta exposición ya fue escrita por otros adelantados. Mejor procedimiento es asumir que esos textos ya existen y ofrecer un collage, un copy-paste. (i)

(i) Perífrasis de: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ficciones. Prologo, Jorge Luis Borges. 

viernes, 22 de agosto de 2014

IMAGO DE LA ESFINGE DEL PEQUEÑO BOSQUE


Te vas por sobre las huellas de anónimas pisadas en las grises arenas, a contraluz siempre en un atardecer que te persigue como un perro abandonado, en silueta contra el bruñido oleaje de un mar sereno que refulge en sus tenebrosos laberintos abismales. Alguien camina allá atrás buscando caracolas o algas o simplemente el silencio adormecido del oleaje sin atreverse a acercarse para no ser atrapado en el aura de misterio que te asilueta en el aterido paisaje de esa playa de poetas. Una línea algodonosa de nubes te corona como una guirnalda de un blanco alejado en su brumosidad continua de lejanas lluvias por venir, el horizonte es marino y terrestre, bífido o bifurcado, dividido por ti en sus ambivalencias somnolientas, el caserío y los arbustos, la mar desplegada en ese límite que la separa del azul gris tristón de un cielo confuso en el que tu rostro es una penumbra hierática que no sonríe. Quietos observan en el borde del acantilado de arcaicos estratos geológicos los altos copaos (Eulychinia acida) que esperan la cercana primavera acumulando sus savias para amanecer en sus blancas floraciones, los cuarzos y las micas incrustados en las foliaciones gris plateadas de las micacitas y los esquistos azules, los mínimos circones de los granitos devónicos, y los oscuros granates del atávico imaginario fetichista, el pasto verdeando, las areniscas amarillas y el bordados de las albas espumas. De pie como una esfinge tallada en un roquerío de arcaicas rompientes que surge desde las profundidades metamórficas como feroz inquisidora, sin peces ni gaviotas, sin la sal de los espantos ni el sosiego de las altas mareas, ahí, solemne y soberana con tus manos modeladas en la greda elemental del secano costero. Se te nombra en susurros escondidos bajo apercibimiento de proceder en rebeldía, se te evoca mirando nostálgica las luces lejos de los barcos imaginarios atracados en el nocturno cristal de tu ventana, se te escribe con letra pequeñita y tinta desvaída, se te dibuja sin sombra en los antiguos palimpsestos donde fuiste paloma de altos vuelos inconclusos, se te busca en los abandonados santuarios del desencanto, en los templos donde se profanaron las estatuas de los dioses insensibles que invocaron los cantos del amor extraviado. Te vas incautando los plenilunios, las bajamares y las pleamares, desatando las oscuras gravitaciones que llevas tatuadas en los sortilegios de tu voz concebida sin pecado en tus hechizos lunares y solo dejas un reguero triste de arenas muertas porque hoy es viernes y lloverá mañana.


domingo, 10 de agosto de 2014

DESHOJES


[El Otoño te trajo, mojando de agonía, tu sombrerito pobre y el tapado marrón, eras como la calle de la Melancolía, que llovía, llovía sobre mi corazón. (i)] Vendrá caminando por el lado norte de la lluvia, invadida de sus penas, caminantes como ella, por el espejo de la vereda y en los charcos entrando en los crepúsculos, sosegada inmersa en el silencio, desvastada. Sobre los artilugios del destino (o el azar) dispondrá las copas en la mesa, el pan y el corazón en trozos, la sonrisa como ida o por lo menos distante, los ojos eternizados en la vastedad de los inviernos enlluviados. Sufriente de ternuras atrasadas dibujará con las migas en el mantel cuadriculado el portulano de sus intentos, escribirá el listado de los rumbos extraviados y el registro preciso de las singladuras de sus travesías inútiles o equivocadas. Aquellos perfectos desengaños. Puerta afuera los dolores, las palabras y los paraguas, la sensación de ser no siendo y el incierto horizonte de gaviotas y mar y negras arenas, allá más lejos la finura de los adioses sin lagrimones de desencanto ni los tenebrosos reproches del desespero. Para adentro, los labios sellados, el libro inconcluso de los insomnios y los reflejos del día arremolinados en los cristales. La turbia soledad decantando las minucias que quedaron de los sueños y un rostro, repetido y constante, desdibujado por el tiempo sin la certeza del amor que decretó las penurias del olvido. El anillo de oro con una perla y el reloj triste de la bifurcación (del error o del azar) perdidos a propósito en los ciegos cajones que se cerraron para siempre quizá donde, después que el barrio se hizo ajeno y la esquina y la plaza se cansaron de esperar. Se desataron los tiempos a lo largo y la distancia insobornable en su tráfago imperioso de miserias humillantes y sus breves alegrías, se fueron borrando los números siniestros de los descoloridos calendarios y florecieron flores imposibles en un retorno de pantano y de oscuro laberinto. Lo demás se quedó traspapelado en versitos que sus ojos no leyeron y en las rosas que su mano no tocó. Así la pienso ahora cuando los árboles deshojados tascan las tristezas de lo que hace muchos años no fue y se me viene feroz la noche incesante en su derrumbe y su ausencia. [Yo no la quería cuando la encontré, hasta que una noche me dijo, resuelta: Ya estoy muy cansada de todo... Y se fue. ¡Qué cosas, hermano, que tiene la vida! Desde ese momento la empecé a querer.(ii)]

(i) María. Tango. Cátulo Castillo
(ii) Quién hubiera dicho. Tango. Luis César Amadori


miércoles, 6 de agosto de 2014

OROPELES INUNDADOS


(Apuntes de viaje, transcripción directa de los originales)

Busco el Sur, el tiempo abierto y su después (i). La lluvia larga, los ríos desbordados, los anegamientos bajo el sin fin de nubes negras, nubarrones, el sol pequeño niño asomando con la timidez esperando por el amanecer sobre los verdes fulgurantes entre los fríos del desborde. Y venía una y otra vez la lluvia sobre lo inundado repetida persistente con solemnidad de aguacero urgente sobre el techo y los bosques, venía en ráfagas sobre los siete horizontes que se escondían en la bruma, anegando el estero, el puente, los verdes potreros ovejeros. Venía y se iba silenciosa por el sol asomado cuando gritaban los queltehues llamándola otra vez. De pocos pájaros, de espejos de agua reflejando las espesuras, de cuarzos y lavaderos del oro invisibles y de las casitas de techos relucientes, de los rubores esplendorosos del amanecer lejos y altos, tramontanos. Los nubarrones grises, oscuros, amenazantes, siempre de paso acechando, un pedazo de azul que parece cielo escurre entre las grises nubes y el blanco iluminado. La mañana aterida comienza a esperar la challa y las arenas negras allá en los bajos que pudieran ser auríferos. Cuarzos enlluviados, encastados en los barriales y los pastizales, empantanados juncales, potreros. Las leñas de broza, ulmos y alerces, mojadas estilando en las orillas inundadas. Allá p’al bajo la anegada, la inundación soberana de sus cauces y territorios. Hacia por siguiendo la bajante el mar detrás de las grises arenas de la barra sin gaviotas solo en las albas espumas de sus invernales y furiosos oleajes escondidos. De borde a borde el río con sus arcillas desbordadas, ancho y perentorio, consumado en su creciente, en la amplia soledad de las casitas sumergidas en la lluvia. Viene con su bruma sin paisaje, las varas de leña rojas como los atardeceres ausentes La lluvia del último día para gloria o escarnio de los hombres que afanaron y buscaron el oro, el primer arrebol, del último amanecer, efímera rosa ruborosa absorbida desvanecida por entre los negros oscuros amenazantes de los últimos nubarrones. El hacha hiriendo la sangrienta madera, la mariposa nocturna detrás del cristal, visitante de la estirpe engarzada en el nocturno. El río desanegando los campos ovejeros, la ventolera y sus ráfagas susurrantes. Lo otro, la quijada y el cuerno y el misterio del pasto fosforescente, los dados y las barajas jugando en el mismo azar del oro. Las islas en su brevedad del desagüe, del estero de las buenas yerbas ancho como los áureos sueños, la crecida, las siluetas de los ulmos contra la claridad mañanera, siempre las nubes buscando el sur más al sur lentas y majestuosas. Las suaves lomas de verdes perfectos, lecherías y hacia adentro de la lluvia desde el mapu ancestral, enjoyadas de garzas blancas y bandurrias y gaviotas extraviadas, en la otra lluvia del retorno a mis ojos se enredan aromos rubios en los campos de Loncoche (ii) donde ya no hay un rostro ni una voz que buscar o nostalgiar, tristemente, en este sur de sumidas cavilaciones y amarillos desgajados. Vale.

Río Llico, 2 al 5 agosto 2014

(i) Vuelvo al sur. Fernando "Pino" Solanas, en la música de Astor Piazzolla
(ii) Aromos rubios en los campos de Loncoche. Pablo Neruda, 1923

Imagen: Fotografía del autor.


domingo, 20 de julio de 2014

ALLÁ LEJOS, EL INTENTO


A Edmea Tetua

Donde el púrpura se desvencija en sus horizontes de torreones derruidos y altos peñascos roídos por los vientos de los últimos atardeceres, en esas fúnebres oquedades de los acantilados que dan a los mares del destierro, a las oceánicas corrientes que trasiegan los peces a sus clandestinos desoves nocturnos entre las algas de los sargazos. Las albas de transparentes medusas y lentos celacantos, el equinoccio socavado por los bosques incendiados y los aullidos de los perros hambrientos, la soledad color malva, el salobre sabor del agua de los charcos donde los rinocerontes extinguidos beben las lunas temblorosas, el espejismo y el sosiego, la turbulencia que detenta los zafiros de la madrugada que se esparcen entre brumas y pájaros extraviados. Los molinos que trituran las horas más lúcidas, el pergamino que va escribiendo en tinta roja sangrienta los avatares de los vagabundos, los insanos y los poetas, la música vertida en acrobacias de libélulas sobre los espejos del agua estancada de los paramecios y las amebas. Allá donde los tigres se empantanan de tristeza en las marismas anochecidas y los buitres duermen sus insomnios en sus vuelos carroñeros, donde vaga una sombra escondida del plenilunio y del naufragio en los cañaverales de las orillas. Sobre los desiertos pedregosos del solemne embaucador, lejos de los tumultos y las cumbiambas, en los turbiales, en el fango de las negras arcillas, del ocre de los óxidos de hierro y del rojo venenoso del cinabrio, enredado en el tupido velo de soberbia de un dios hastiado de serlo. La marca de la mano ausente, el hueco, el vacío que deja sin su tibieza maternal como las grietas en los muros de adobes, su presagio de pérdida irrecuperable, de decadencia, de ocaso, de definitiva conclusión. La máscara de porcelana, su lividez de nardo o magnolia impoluta, ese rostro pálido de labios apretados en una línea de silencio o desprecio, su altivez desesperante de lacónica emperatriz, las manos largas y frías, el tornasolado cambiante de sus ojos inmortales, su hostil desapego a la burda y fragmentada realidad, sin aceptación resignada, sin pena ni gloria. Donde los cuarzos entibian sus cristales en las drusas incrustadas, en la brevedad de las cenizas, y en los vestigios reverberantes del solsticio por donde las singladuras no siguen los rumbos del imán sino el murmullo perpetuo del místico oleaje de su voz que se sumerge escorándose lentamente hacia los abismos del olvido sin retorno mientras la nave va. 

viernes, 11 de julio de 2014

INNEVAZIONES


Para Nieves María del Carmen Merino Guerra, amiga en los neobarrocos ultramarinos. 

No cae la nieve, se eleva pájaro esfera pluma, humo o nube, no cae alba en su albura, vuela alto busca azul cielo, burbuja iridiscente, inicia alturas desatando las palabras de las cornisas, aprendiendo el idioma de las gárgolas, los códigos misteriosos de las gaviotas isleñas, el lenguaje pedregoso de los oleajes en las grises arenas volcánicas, para enviar sus mensajes de náufraga tierna y solitaria encerrados en los cristales de sus versos por las furiosas corrientes oceánicas, asombrando a los peces sagrados y a las algas de los roqueríos continentales, al oscuro celacanto escondido en las negruras de sus abismos y a las medusas que danzan transparentes en todas las espumas. No cae la nieve, se alza ingrávida sobre horizontes y cúpulas, sobre templos y tumultos, invocando las soledades telúricas cercadas por los mares del silencio, no cae blanca en su pureza de aguas congeladas, sube vaho quebrando las brumas marinas y los arreboles de lejanos atardeceres, conspira con palabras en susurros delicados, en su sonrisa esparcida, en sus tentaciones barrocas. Se derrama, se estarce, se delinea en su silueta de esfinge imposible, navega rumbos sin nortes explorando las otras islas de los antiguos mapas de los delirios y de las inspiraciones, cava en lavas incandescentes, socava los acantilados y atrapa las lluvias escasas en sus orígenes climáticos, entre el reseco anticiclón y la humedad constante de los alisios que se vierte en las vertientes de su barlovento. No cae la nieve, se incrusta en los índigos y los azules de los atardeceres entre cirros, cúmulos y estratos, blancos albos confundida, mimetizada acechando las desperdigadas estrellas del crepúsculo, se hace noche nívea sobre los techos silenciosa, algodón o plumas, seda inmaculada, se viste de novia y sueña desenmascarada, inmersa en la arena de los cuarzos, envuelta en el albor de los mármoles y los ópalos, estatuaria en su blancura atlántica, en su archipiélago volcánico entre altas fumarolas y lavas vertidas en las sales marinas, se iza sobre magmas y extrusiones de basaltos y traquitas, se deshace en copos de palomas o petreles, se inunda, se anega, se enarbola banderola al viento más alta que los cantos erodados, que las cenizas conminuidas por el tiempo, más alta que los imaginarios de las perlas deformadas, más alta que los vuelos migratorios, que los velámenes de las naves que siempre se van perdiendo en los profundos límites de la mar, más alta.     

martes, 8 de julio de 2014

E LA NAVE VA


«Una fantasía, si es auténtica, lo contiene todo y no necesita explicaciones.». Federico Fellini.

Ya nadie sabe donde se van a esconder los delirios cuando vos Maestro no los desarmes ni los tritures en sus topacios y sus rubíes coronados en sus espantos de medianoche sobre el filo mustio de la luna menguante, cuando no sepamos si enmudeciste porque se te abarrotaron las venas de los sacrificios sangrientos o te abandonaron los pájaros del éxtasis de la contemplación en medio de alguna calle de tu Sevilla cerca de la Plaza del Pumarejo, o simplemente dejaste el espacio donde te inclinabas a contar las huellas de los saurios y ahora andas por ahí especulando sobre las nervaduras de las alas de las mariposas con la vista en alto tan alto que ya no ves las miserias que ibas borrando con tus verbos embarrocados hasta los mismísimos delirios que desarmabas y triturabas para que nadie dijera que mentías cuando relatabas en la voz de tus demonios los viajes a los profundos territorios de la locura. Quizá en esas travesías se te fueron escarchando lo recuerdos y el mañana temprano se te volvió cenizas y cuando despertaste del otro sueño, del verdadero, no encontraste la madrugada y seguiste durmiendo para que no se te volaran los ojos con los que mirabas los objetos en sus reales tornasoles y observabas los microscópicos imaginarios de las geografías extraviadas en los antiguos portulanos, las zoologías de las salamandras inverosímiles y las misteriosas botánicas de los musgos y los helechos sangrientos. O se te entumieron las manos con el frío de las cumbres en las alturas marfileñas de tus desvaríos por rastrear los senderos de la belleza sin saber que: 
Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura (i).
Y ahí se están quedando para los siglos los vestiglos y los endriagos que habitaron tus mundos divididos, escindidos, hendidos o rotos, ahí las sublimes mutaciones de la conciencia de realidad de las que apenas escapabas riendo a carcajadas por la mísera fisura de los antipsicóticos y su mágica bioquímica de circo pobre, sin trapecistas ni payasos porque resulta que los dioses sólo se escuchan a si mismos (ii)Y la nave se fue sin tus huesos derrotados, sin que alcanzaras a ver los escorpiones de amatista ni las larvas de los escarabajos de obsidiana que perforaban sus túneles pestíferos en las pequeñas limaduras de tu mente alborotada por los arduos adjetivos con que describías los mínimos detalles de los asombros y las maravillas, y las innumerables versiones a las que te obligaba el soborno de la inalcanzable perfección. Vale.

(i) Luis de Góngora y Argote. 1620.   
(ii) Francisco Antonio Ruiz Caballero, Noviembre 30 de 2012.

domingo, 6 de julio de 2014

VAGUEDADES DEL DESTERRADO


Dejó el aire suspendido como una corola de flor ausente, los pájaros escaparon de sus jaulas e invadieron los museos y las bibliotecas, anidaron en los ojos de las estatuas y de las gárgolas, un vaho multicolor derramó sus aromas de mar y pinos por las oquedades de las últimas esfinges. Descreía que la noche es ciega y encastillada o que los arreboles del atardecer son un soborno de las tardes para que el nocturno no deshiciera las sombras de los magnolios y los ginkos contra los muros antes que florecieran las dalias y los nardos. En cambio, su ingenuidad de poeta inédito acostumbrado a los detalles mínimos y a los asombros cotidianos le hacía creer que los pájaros desaparecen en los plenilunios o que las piedras son las almas de los picaflores que encontraron al fin el descanso. Sabía separar el orujo del concho, la letra como signo del canto del viento en los follajes, supuso siempre que las gaviotas eran las almas de las medusas que no encontraron el fondo de las arenas abismales. Buscaba los esqueletos de los celacantos en las playas pedregosas y las conchas vacías de los caracoles en los jardines del estío, coleccionaba clavos viejos y pedazos de alambres por los matices del ocre de sus herrumbres. Dedicaba días enteros a dibujar las alas de los insectos intentando conocer sus nombres de pila o los rancios apellidos de sus estirpes, leía los presagios y las premoniciones escritas en las huellas de las orugas en las hojas de los suspiros. Poseyó el mapa de los túneles de las drusas de cuarzos dormidos en sus geodas, de los topacios y los cobres sulfurados, y lo perdió a propósito para invalidar cualquier intento de retorno a las periferias subterráneas de su historia. Era coloquial y austero, sagaz en las trampas del olvido y frugal cuando se trataba de inicios intempestivos, los finales prefería enterrarlos sin ceremonia después que las aves migratorias abandonaran las cenagosas marismas del desencanto. Conocía las magias tutelares de los bosques, el entramado que el azar construía con los musgos y los charcos, la manera de aniquilar la persistencia elemental de ciertos rostros y la sabiduría para entender los prodigios del caos. Marcaba las horas con lanas de colores para no extraviarse en la desidia de lo inútil o lo intrascendente, y entraba en las rutinas del destiempo altivo y parco como un guerrero derrotado.


viernes, 27 de junio de 2014

OSAMENTAS


“Todo apunta al desvarío, todo empuja al abismo y a la zanja.”
Testamento de tus ojos. En ‘Huesos de mi último árbol’, Mireya Zúñiga Noemí, 2012.

Se abren las hiedras en su vigilancia de muro nocturno, en su violencia de diluvio prehistórico sobre las piedras canteadas por la luna. Un rezongo de cañas allá por el bajo cabalga la negrura perfumada de las rosas mustias y los lejanos cardúmenes que cruzan fugaces espadas de plata la bajamar del horizonte insomne. Las siluetas llevan antorchas iluminadas y perros vagos siguiéndolas en su hilera de fuegos por la noche, en su fervor funerario, en su desolación embancada en la eternidad de las arenas. Las siemprevivas estallan sus colores de rojos oscuros y amarillos soleados, sus blancos genuinos y sus rosados imperceptibles, hilando la lana verdiazul de los sahumerios que socavan las honduras de sombra de los altos pastizales. Lo demás va decantando bien avanza el nocturno, la serena consistencia de los árboles, el espejo de agua que ya no refleja las iridiscencias de las libélulas, los crujidos de la sal de roca en sus empegos, el último naufrago asediado por las sirenas. Ilimitadas variantes del espanto intentan fragmentar la opacidad sigilosa de los acantilados, el misterioso deambular de los celacantos, las cárcavas que dejo la lluvia, descifrar los mapas trazados en el rojizo ocre nostálgico de las hojas del otoño vencido, consignar la profundidad esencial de los charcos que no reflejan las lunas. Es inútil, el idioma de los musgos y las dalias se ha perdido para siempre, como la tierra aquella prometida y el florido paraíso de gladiolos y el magnolio. Retumban los tambores del destierro en los púrpuras y los mármoles desvastados por las veleidades de un ayer que no ocurre y la tortuosa vigencia de un mañana inesperado, en esa caótica sucesión un vaho de premoniciones inunda la madrugada que viene en su garúa impenitente. Las quietas anclas corroídas que duermen abandonadas en los muelles abandonados declaran en sus herrumbres los precisos testimonios de lo irrecuperable, la siniestra intangibilidad del todo, la errada devoción por lo perpetuo, la impermanencia que degrada toda palabra, todo pensamiento, toda obra, hasta su disolución en la nada, también la ilusoria existencia de los pájaros y los estambres. Alguien sucede en los congelados abalorios de las consteladas estrellas, abre los brazos abarcando el universo desatado, la mínima incerteza de la tierra humilde en sus pastos y la majestuosa certidumbre de volver a ser polvo hasta el final de los tiempos, cuando su arcilla encuentre las concavidades de la muerte. Amanece.


sábado, 21 de junio de 2014

DETENTO UN NOMBRE


Ya ves que va la luna en su menguante amenazado, y las calles están llenas de escombros, y el atardecer no derrama sus perennes arreboles. Que crece el mugo devorando las ruinas de los templos, que la bruma de los insomnios acontece en las esquinas de los faroles apagados, que un salto de agua violeta perfora los asfaltos percolados en sus arenas iniciales. La noche se dramatiza en esta boca de invierno, discurre o difumina, se encasta derrotada aun solemne y arcaica en sus vetustas estribaciones, crea dípticos o trilogías, reinventa sagas y secuelas, describe con minuciosa inutilidad universos cerrados y caóticos, mistifica las pasiones y desarraiga los mitos de amor enternecido. Algunos objetos, un alambique y una clepsidra, la bitácora del exilio y la tenue luminosidad a barlovento, el púrpura de unas serranías o las comarcas de los aguaceros, buscan sin lograrlo incrustarse en la memoria demasiado cansada. Se distrae el nocturno ensimismado, se perciben ajenas lontananzas, un indigno fervor se declara nacarado como una medusa de terciopelo en sus arcanas luminiscencias, un sabor a antiguas aguardientes desata la memoria de un brasero allá en la infancia de las dalias y el ciruelo. La conciencia de un tiempo perpetuo, de incansable repetición y libre de las devastaciones del olvido concurre entre escarchas y crisálidas en el rasgado crepúsculo que se enceguece en su propia pesadumbre. Ya ves que va la luna atrasada en su creciente enturbiada por las aves y los pordioseros, que en sórdidas evocaciones de vierte luz pálida mortuoria sobre las troqueladas silueta de los árboles dormidos. Un preludio de nostalgias amenaza con quedarse en su murmullo melancólico como un canto triste de amor pagano o como un conjuro o una blasfemia que se desgrana arrastrada por el oleaje de una playa pedregosa. Los afectos decantan en los reflejos invisibles escondidos en los azogues, en las semillas de desquicios y unívocas contumacias, soterrados quebrantos que habitan en los estremecimientos que nos agreden cuando nos miramos temerosos en las lunas de los  espejos. Yo bosquejo un nombre con las minucias de su desaparición inminente, y por lo mismo provocadora e invocante en su vertiginosidad desafiante, pero su brevedad innombrable se me oculta detrás de las estatuas, bajo los escaños anochecidos, en el reflejo lunar del estanque de los peces silenciosos, en el zureo nocturno de las palomas, en los jardines de rosales y magnolias. La nombro y es como una liberación absoluta, de una poesía profunda, extrema y hermosa, como si alcanzara una revelación sublime, más allá de las metáforas y de las imágenes.

jueves, 12 de junio de 2014

BREVERIAS DE TANGO Y AUSENCIAS


La noche que se envicia en sus propios brocatos, las caobas relucientes, los bronces pulidos, el tango que se desgaja en los cristales, en las copas de champaña y en el vaso de whisky a medio beber, en las lámparas y en los ventanales que dan a la lluvia, hasta en el tabaco dulce que viene con la muerte trasteando por el Buenos Aires costanera por el río ancho, el mar de fondo y viceversa, ciudad que no veré sino en sus palabras visitantes y en el recuerdo tanguero de mi padre que tampoco la vió nunca en sus esplendores de firuletes y guapos en las esquinas de la noche. Las callecitas empedradas de nostalgias se van difuminando en una tristona sinuosidad de bandoneón, mientras llueve sobre los hinojos y los techos de las curtiembres, también sobre últimas rosas del jardín, llueve en los reflejos de los pozas recién llovidas con la cadencia de un otoño desgatado que se rinde a las ventoleras del invierno bienvenido porque vendrá a recrear el tiempo de los húmedos caracoles y de la lluvia repiqueteando en el techo de zinc. Y la melancolía va confundiendo los aromas de tanguería con el de la tierra mojada, y el olvido recupera la imagen de un amor aciago que no alcanzó a cristalizar en la penumbra infiel de los que se encontraron a destiempo. Yo dejé que sus ojos me abrumaran de insistencias, dejé que su boca me mordiera de silencios la brevedad de su paso canyenguero, dejé que me disolviera en el hastío feroz de esperarla en otra piel que no fue la suya. Pero volveré a pensarla ahora que llueve hasta romperla otra vez con mis ternuras en esa locura confusa que florece entre la mustia vanidad de ser el otro en su perfil pensativo y en el delicado rosado nacarado de sus uñas bien pintadas. Ella se dejó arrastrar por mi oleaje a las tórridas arenas de una playa prohibida, dejó incitadas las semillas para que brotaran lluviosos en altas floraciones y dejó esas brasas ciegas bajo la delgada capa de cenizas del tiempo que me queman cada vez que las remuevo, me ocultó en su perfecta memoria, alejado del tumulto pero cautivo en la fiera nostalgia de nuestro ayer para que quizá un día o una noche, de tanto en tanto, nos encontremos en el mismo sueño, y eso no sea pecado sino una feliz coincidencia. Llueve como tangueando sobre los malvones podados sin una queja y también sobre la magnolia que ya mojó la luna, con la misteriosa certidumbre de que un día iremos a escribir nuestra propia leyenda en los charcos del barrio donde nunca vivimos y dejar esas mismas callecitas anegadas de nosotros allá por las oscuras honduras de los espejos de la lluvia.

Nota.- Estos textos fueron surgiendo como antiguos pergaminos censurados de nombres y huellas, no de sus intensos fervores, bajo el irreverente bandoneón del “Adiós Nonino” de Astor Pantaleón Piazzolla, que nunca convenció a mi padre.


lunes, 2 de junio de 2014

LA DONCELLA EXTRAVIADA


Dio cariño, amor y fervor en un juego enfermizo que no le hacia falta pues poseía el amor, el sexo, la vida misma. Entre las magias sin pecados concebidas faltaron miradas, sobraron silencios, no bastó el solo respirar y las manos apretadas. Prendada de una voz y de imaginada tibieza. Desarmada, envenenadas y vencida. Un encuentro fresco de dulces desatinos, a cuerpos vivos en dicha y aventura, caracoles, lagartijas y colibríes dorados, y un despertar sin nada. Propios verbos de la celda rosa y verde sublimada, de jardines en los sueños, de girasoles maduros y de duendes mirones. Conoció sus límites, la inutilidad del verbo, la complejidad de sus íntimas estructuras, lo ex profeso, y de pronto vislumbró el vicio. Inspiró cantos de encantos y desencantos antes, durante y después del paso arrasador de una siempre efímera sombra. Se detuvo ante el asombro del aterrorizante celacanto, grandioso, majestuosamente egocéntrico, cruel e impiadoso que la petrificó como sirena atrapada. Aceptó en silencio la lapidaria carta escrita al galope desde el sendero de la huida. Detrás de los velos de humo no alcanzó a dar otras señales. Fue entonces una polizonte silenciosa en un barco extraviado, compartiendo el naufragio, la pérdida, la soledad cristalizada contra un alto muro sin ventanas. En muy pocos días generó una conexión muy intensa, innegable, de almas antiguas que vuelven a encontrarse, pero era una obviedad también que ya no tenían posibilidad de sobrevivir al naufragio, habían insoslayables diferencias agazapadas en los fangos originales. No podía quebrar sus límites ni la bestia dejar de ser bestia. Eran imposibilidades. Fue el demonio de sus últimos e inesperados insomnios. Hubo viajes y regresos de un maldito perro apestoso que supo desde el primer mordisco baboso que en su sangre estaba el don de un barroco intangible y quiso enviciarla en ese afán corrupto y secreto, y también en otros vicios terrenales porque conjeturó en su alma primitiva la intensidad de otras pasiones más oscuras. Y no fue así. Pero siguió buscándola en los sueños, ahora con más timidez, más recato, menos pasión y sin esas pequeñas perversiones colaterales, sin tocarla ni hablarle para no hacer volar la delicada libélula que la habita, solo para seguir sus huellas, para oler clandestino en su cercanía sus perfumes, de sándalo y benjuí, para no naufragar, otra vez, y hundirse en las desesperaciones de sus sutiles juegos de evanescentes coqueteos y para no volver a ser el demonio de sus últimos e inesperados insomnios. Para no ser, una y otra vez, en ella.

miércoles, 21 de mayo de 2014

ATASCAMIENTOS


Alguien describe un arco algo desolado sobre el pasto seco que dejó el estío, escribe encantamientos en el vaho del vidrio, poemas breves sobre nombres que nada le significan, dibuja el otro lado del otoño con las hojas secas y las piedras húmedas en las que perdura aun la madrugada. Espera la lluvia para mañana hacia el anochecer. Cierra una puerta, para siempre, del lado oscuro del aguacero le viene el canto de un gallo y recuerda. Camina y recuerda. La quietud de una calle a contracrepúsculo, una esquina desconocida cargada de misteriosas nostalgias, el color gastado de un muro, le traen la memoria casi pérdida de algo que soñó pero que no recuerda bien, solo posee fragmentos y leves sensaciones, quizá un rostro femenino difuminado o borroso, el roce escondido de una mano, la complicidad del silencio y las miradas de reojo, una tarde o un parque, o ambas imágenes, el vaivén entre una delicada certeza y la vaga incertidumbre. El gris del poniente atardecido, los nubarrones y el pequeño resplandor último y rojizo allá lejos semejan el lento rasgueo de una guitarra ensimismada, la funeraria constatación de una flor marchita, la promesa no cumplida de una rosa, aquella noche prometida que se quedó traspapelada en los fervorosos trajines del desespero o en la fría hondura del desengaño. Ese mismo alguien cruza la noche hasta el recodo donde la lluvia se confirma repetida sobre el techo de zinc de la infancia, desde el ciruelo, por las antiguas calles ripiadas del barrio, en el nocturno de los trenes y los perros lejanos. Camina, sueña y recuerda. Conversa con los que ya están muertos en los mismos lugares cotidianos donde le siguen viviendo. Hubo una luna estarcida sobre el jardín, un ancho mundo ajeno, ciudades, estatuas, rincones, pequeñas voces que irrumpieron en todos los cariños. El arco se abre abarcando el pasado antes de él, la playa de arenas negras y el ulte, el matadero y el obrero en bicicleta por la noche lluviosa, el legendario abuelo infiel que inició la casta de los solitarios, la bisabuela que repitió premonitoria los patronímicos de la raza. Llueve con viento en la instancia primordial de antiguas ceremonias hogareñas, otras mariposas, las dalias, siempre las dalias convergiendo en la fugacidad del tiempo, otros pájaros, y el ciruelo, siempre el ciruelo, y las rosas de antaño repetidas con la insistencia del color y el perfume por las magias ancestrales de la Maga. Vale.

Imagen: Fotografía del autor, ahora, aquí.

TENTATIVAS DE FUGAS

Le es preciso abandonar la realidad en ciertos instantes, siempre efímeros, y dejarse llevar por la imaginación o la pequeña locura del momento, entonces se aplica a los contornos y le desaparecen los colores y los volúmenes, solo se enfoca en las formas, los bordes, las siluetas, va así detectando los fractales escondidos en los objetos del día, las repeticiones o las similitudes que de otra manera se pierden en la consistencia tridimensional del entorno habitual. Una hoja de papel puede ser una cuadro, una mesa o una caja de fósforos, un árbol una rama, una raíz o las cristalizaciones de óxidos de manganeso sobre una caliza, son un rectángulo o un figura dendrítica de innumerables posibilidades. Los espejos le esconden las minucias del día en el reflejo mustio del azogue y dejan sin que se de cuanta de reflejar la realidad contingente, no es raro que el rostro que ve sea el mismo de ayer o el que será mañana. Un libro debe leerlo muchas veces porque intuye (sabe) que algunas palabras cambian cada vez que lo cierra, o un verso perfecciona una metáfora o se borra para eliminar un énfasis. En ciertas horas lo que sucede se retrasa persistentemente y escucha el canto entre el follaje cuando el ave ya ha volado, las palomas duermen en los campanarios mientras las sigue viendo picotear las migajas en la calle. Todo es crepuscular o anochecido, inserto en la luz apacible y silenciosa de un atardecer o un anochecer que nunca termina de consumarse. Lo sucedido y los objetos, lo pensado y lo imaginado entran en un eterno retorno, pero no como consecuencia de sucesivas reencarnaciones sino como un bucle atrapante en el que las sensaciones son reproducidas enlazadas en secuencia una vez tras otra generando una fingida y rústica continuidad. Inmerso en una realidad diferente gira insomne atrapado en el vórtice de un misterioso atractor efímero, virtual o imaginario, pleno de visiones y asombros, llevado por las minucias de una poética insaciable que surge del proceso iterativo en el juego barroco de las palabras. En ciertas ocasiones permanece inmóvil inserto en la realidad ilusoria que proclama certero y verosímil el budismo, sabe (intuye) en sus adentros que es verdad todo es falso. Así, con íntima felicidad puede visitar a los que ya están muertos en sus mismos lugares cotidianos donde siguen viviendo. En fin, todo esto ha de ser parte de la primera de sus últimas demencias.


domingo, 27 de abril de 2014

OTOÑAL


Entro en el otoño cabizbajo, como siempre melancólico, entro en sus laberintos de nostalgias humedecidas por la fina garúa a recuperar involuntario como cada año las hojas secas que inundan la memoria con sus variaciones sobre los amarillos, sus verdes desolados, sus ocres matizados y sus rojos exultantes. Recupero aquí y allá restos de olvidos impensados, pedazos de mustios recuerdos enterrados como semillas durmientes en mala tierra, breves detalles de un rostro que quizá no fueron, un giro distinto en el verbo de esa boca besada tantas veces o el cercano reflejo de mi cara en unos ojos que la memoria inunda de nombres o lugares o fechas. Es la tarde apacible de un abril en quietud diversa la que me disgrega como arena en el pasado, en sus turbulencias y sus estragos, en el amor extendido, bruma, humo, sobre la perfecta intimidad de los parques, en el vértice marino del rompeolas y en un silencio de pájaros ateridos. Entra el otoño con su marea de nubes y ventoleras, se llega arrastrando los restos de todos los naufragios, malamores, desengaños, fugas cobardes y miedos a rendirse a la obviedad del cariño que me entregaban equivocadas aquellas que hoy son lejanas cenizas. De oscuros crepúsculos se va haciendo la noche, gira sin estrellas un cielo anegado, las negras siluetas de los árboles deshojados asolan las calles buscándome en un brevísimo arrebol descolorido que define allá por el poniente un resplandor apagado por donde irá a verterse el tardío nocturno del sombrío ermitaño. Hay una espera larga de lluvia que no llega, el crujido de los pasos que no di sobre las hojas quebradizas dejan un eco reverberando entre las penas y los preludios de la tristeza. Acometen tarderas las evocaciones de pasados posibles, y me dejan pensando que sí lo fueron y ahora suceden en realidades paralelas generando otras resonancias que ya irán a ser recuerdos en esta vaguedad taciturna que va del estío al invierno. Un olor a sosiego escurre por las calles solitarias dejando encendidos los faroles y cerrados los ventanales, las piedras se van apagando en la sinuosidad cotidiana del otra vez otoño; la gloria de su hojarasca y sus lloviznas, las uvas doradas de los pámpanos en el parrón de la infancia, los rastrojos del manzanar al otro lado de los canales y las zarzamoras con sus moras indecisas aún entre el negro dulce y el ácido rojo, el ciruelo jugando a ser todo el otoño del patio. Vale.

viernes, 18 de abril de 2014

LUTO EN LAS MAGIAS DE LAS PALABRAS


Se enlutan los castaños que lloran ya la lluvia triste de Macondo, te acordarás Aureliano cuando comenzamos a ver las piedras como huevos prehistóricos y éramos jóvenes allá en la esquina del barrio aprendiendo de nuevo a leer en cien años con la soledad de un mundo que no entendíamos y fuimos inducidos por ese colombiano mágico a los pecados de la literatura de los asombros y las maravillas liberada hasta el final de los tiempos de las arcaicas y siúticas petulancias de los godos, y cada uno era un Aureliano o un José Arcadio y todos nos soñábamos enamorados de Amaranta con su mano vendada o los más románticos de Remedios la Bella y terminábamos muertos de desengaño por Manuela Sánchez de mi perdición para siempre. Se nos fue el Tata Grande, el maestro desaforado que arrasaba con su verbo en esplendor florecido allá en las ciénagas por el otro lado de Riohacha, el reinventor de la América mustia de los guajiros y las damas coloniales, de los ojos de perro azul y del mal amor en los años de la peste. Se nos fueron con Él las putas tristes y la cándida Eréndira, el ángel viejo atrapado en el barrial del gallinero y el patriarca más solitario que el primer muerto, se llevó volando sobre las casa de barro y cañabrava al coronel esperando y se quedó para siempre jamás Isabel viendo llover como siempre llueve en septiembre Gerineldo no seas pendejo. Y fue ayer su partida no anunciada, para que hoy viernes santo los gallinazos se metan por los balcones de la casa y remuevan con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada de la resurrección despertemos del letargo de la pena con una tibia y tierna brisa de muerto grande de comprobada grandeza. Dejó la vara alta muy alta, pero la puerta cancel abierta al plagio de las casas y los espíritus, y deberemos en su honor y su gloria reescribir una y otra vez con las mismas palabras la hojarasca en mala hora, las crónicas del rastro de tu sangre en la nieve, o las diatribas contra los hombres sentados que se alquilan para soñar sin vivir para contarla, porque no venía a decir un discurso sino a vagar por los diccionarios maternos y las enciclopedias caseras como un náufrago en su laberinto. Recordarás Aureliano con esta misma tristeza que en su verbo babilónico conocimos el hielo, esperamos la muerte frente al pelotón de fusilamiento y desciframos los textos donde todo lo escrito es irrepetible desde siempre y para siempre porque los soñadores condenados a treinta y seis mil quinientos días de soledad no tenemos, lo sabemos por Él, otra oportunidad sobre la tierra. Vale.

jueves, 27 de marzo de 2014

SPLEEN DEL ULTIMO DIA


Se han vaciado las esencias del misterio, ya nada sucede sino como repetición o monotonía, un reguero de revelaciones inconclusas conduce a las ruinas del desasosiego, todo lo que se augura son espumas o espigas, el azar ha develado la trama del caos y de las abiertas posibilidades de que con el tiempo de su parte todo a la larga sucede, el menoscabo de una voz que se consuma o se vierte, el lúdico entrampamiento en los escollos de las nostalgias, la difusa consecuencia de un error que se despliega frondoso y tardío, el solemne hastío que comienza a derramarse sobre cualquier atardecer. Sobre la mesa un puñal, al fondo una silueta comienza a desdibujarse en la pared bajo la luz de una lámpara que no existe. El concho del día va dejando su borra decantada en el último rojo oscuro del crepúsculo, un silencio de pájaros dormidos abarca ya la plenitud concreta y salvaje del nocturno. Se intuye que algo se ha perdido, quizá algún destello reflejado en la ventana, un gesto en el azogue del espejo cegado, cierta persistencia en la piel que aún no se acomoda al olvido, un susurro que no alcanzamos a oír por el ruido incesante de la lluvia que tampoco escuchamos, mínimos detalles del grande óleo donde quedaron descritos a pincel los recuerdos. Una melancolía pequeñita como una pena se va convirtiendo en una sostenida angustia marina de náufrago en la mar de las sirenas dormidas. Antiguos perfumes de rosas escarchadas en la memoria decretan el duelo, el rito funerario, la tumba o la ceniza. Desertan los lirios y las magnolias, la textura fibrosa de la madera desgastada por los oleajes, y el aroma de la tierra mojada o el pasto recién cortado. Una garúa triste se extiende sobre los parques cercanos y sobre los bosques lejanos, un río ancho y lento fluye en su inmanencia perpetua, continua. Corre la ventolera por los campos desolados del estiaje cabalgando sobre las zarzamoras y los charcos, sobre las arenas negras con sus ojos de ágatas u obsidianas, sobre el tornasolado concheperla del tardo amanecer que despierta aterido. Canta tres veces un gallo en la madrugada del tren de medianoche que va al sur sombrío mientras los perros aúllan a la luna. Siempre tuvo palabras o pálidos y pobres pedazos de amores sin usar, de grandes vientos, trece veces estuvo por entrar a la muerte pero volvió, de acostumbrado, decía (i).


(i) Velorio del solo. Juan Gelman

miércoles, 26 de marzo de 2014

FRUTILLAR


“El hecho estético es un brusco milagro. No puede ser previsto.” Jorge Luis Borges, 1984.

Fui a por tu boca latiendo en tu saliva, fui por el otoño inicial en ese sur con sus tintineantes amarillos incipientes y sus verdes tardíos, habité los cimientos de un sueño vasto y posible construido en absurda paradoxa sobre la ruinas de otro sueño igual de vasto pero que fue imposible. (Yo me dormía vivo dentro de tu boca esperando tus besos desde adentro). Hacía abajo tirando para el lago se desplegaba un hermoso desperdicio de florcitas amarillas, chiquitas como una pena de amor o las nostalgias de ciruelo en flor allá en la casa de la infancia. Hubo pastizales y hermosos potreros vacíos con sus forrajes infinitos, bosques islas intocados de maderas dormidas, coihueras antiquísimas, florecidos ulmos melíferos en una pequeña selva valdiviana contenida en el cuenco de tu mano donde los pájaros visitaban tus nostalgias sin rostro, tu mala suerte traicionera, tu desaparición inevitable. Yo destrocé tus labios en esos pastos congelados que fueron forraje dulce para mi hambre de silencio en los bosques encantados. (Tú por el borde canto de la lluvia que ya viene y no me alcanza). Allí dormí tres noches entre los primeros oros del otoño, cercado de pinos rojos y verdes, rodeando un jardín de grama ballica, florcitas blancas y rosadas, pinos rastreros y un gomero en la ventana. Tu fantasma abrumado en lejanía vagaba en el nocturno entre antiguos muebles de caoba, entre cristales, platerías y plaqué. Entre pulidas y barnizadas maderas de mañios o en las sonrosadas manzanas de la chicha dulce y los negros hierros de las cárceles de los vinos envejecidos. (Dejé que te afanaras en la búsqueda de mi boca incitando bajo la ternura ácida de tu piel). En los pastajes los bolos albos y grandes como huevos de dinosaurios (i), los campos del ganado blanquinegro u overo colorado pastando en un mundo quieto y transparente con un oriente de aguas pintadas con acuarela azul y un volcán dibujado. Sobre la mesita china la calesa de plata donde nos quedamos esculpidos tomados de la mano, tú con tu escote de dama de abolengo y yo con mi pañuelo al cuello de romántico poeta. (Besaría esa piel de tu escote hasta despertar otra vez tus deseos). Por cierto, este texto no es tuyo, lo tuyo es el milagro del destiempo, de la voz inconclusa, de la constancia y el vértigo, de la volición compartida de los sueños frustrados y su intento.


(i) Paráfrasis de “a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.”. Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.

miércoles, 12 de marzo de 2014

ORIGEN (Variante evolucionista)


“Vuestro pecado abominable os prohíbe percibir mi esplendor... comenzó a decir. No lo escucharon y lo atravesaron con lanzas”. El tintorero enmascarado Hákim de Merv. Jorge Luis Borges.

En el principio creó los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el espíritu movía sobre la faz de las aguas. Entonces pensó en la luz, y fue la luz. Vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz día, y a las tinieblas llamó noche. Y fue su primer día. Entonces pensó en una bóveda en medio de las aguas, para que separe las aguas de las aguas, e hizo la bóveda, y separó las aguas que están debajo de la bóveda, de las aguas que están sobre la Bóveda. Y fue así. Llamó a la bóveda cielos. Y su segundo día. Entonces pensó en reunir las aguas que están debajo del cielo en un solo lugar, de modo que aparezca la parte seca. Y fue así. Llamó a la parte seca tierra, y a la reunión de las aguas llamó mares; y vio que esto era bueno. Después pensó que la tierra produzca hierba, plantas que den semilla y árboles frutales que den fruto, según su especie, cuya semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. La tierra produjo hierba, plantas que dan semilla según su especie, árboles frutales cuya semilla está en su fruto, según su especie. Y vio que esto era bueno. Y fue su tercer día. Entonces pensó en que haya lumbreras en la bóveda del cielo para distinguir el día de la noche, para servir de señales, para las estaciones y para los días y los años. Así sirvan de lumbreras para que alumbren la tierra desde la bóveda del cielo. Y fue así. E hizo las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para dominar en el día, y la lumbrera menor para dominar en la noche. Hizo también las estrellas. Las puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la tierra, para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio que esto era bueno. Y fue su cuarto día. Entonces pensó que produjeran las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo. Y grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que se desplazan en las aguas, según su especie, y toda ave alada según su especie. También pensó que la tierra produjera seres vivientes según su especie: ganado, reptiles y animales de la tierra, según su especie. Luego pensó en hacer al hombre a su imagen, conforme a su semejanza, y tuviera dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra, que fueran hombre y mujer (i). Y la vida en la Tierra comenzó a desarrollarse a partir de formas muy simples, surgiendo de pequeñas moléculas que interactuaban entre ellas mediante ciclos de reacción Y estas moléculas se encontraban en pequeñas y simples cápsulas semejantes a membranas celulares que con el paso del tiempo fueron volviéndose cada vez más complejas (ii). Y en esto pasaron dos largos y lentos días de dos mil millones de años cada uno, el quinto y el sexto, entre el azar y el caos, afanados tejiendo la vida solo con las variaciones genéticas y la selección natural. Así fueron terminados los cielos y la tierra y todos sus habitantes. En su séptimo vio que había terminado la obra que hizo y desapareció bruscamente para siempre. Y ese fue su último día.

(i) Génesis, Capitulo I, Versículo 1 a Capitulo II, Versículo 4. Fragmento muy editado.

(ii) Teoría de los principios simples. “5 teorías del origen de la vida”. http://www.ojocientifico.com/