lunes, 28 de febrero de 2011

TERRITORIOS DE LITURGIAS

No hay sosiego ni encanto o desencanto a la hora de tocar el áspero borde del día, rozar ese filo de cristal roto, de alfanje reluciente y vengativo. Acero que saja piel, carne, uña, que hacer florecer la sangre del furioso río, escombrera y rostro de una huida imposible, Reisefiber, saudade, nostalgia, ruidos de una melancolía secreta que no posee silueta ni voz de canto o ruego o promesa pero que como un parásito sagrado e intocable se hunde en las entrañas con furia de gorgona. Petrificaciones de esa imagen en los templos y en las cráteras de vino, imperiosas serpientes, monstruos, oráculos o deidades. Medusa, Esteno o Euríale, el nombre ya se ha perdido en la vendimia del desengaño, con sus alas de oro, sus garras de bronce y sus colmillos de jabalí. Esfinge y enigma. Rugidos hacia el crepúsculo dorado abrumando el dolor dolor, lejanos gruñidos de la bestia que en las penumbras lame su herida porque sobre la conciencia sin pecado concebida fluyen las aguas sagradas del escarnio. Toda noche se torna entonces pesadilla si en medio de su arco llueve. Porque todas esas aguas de los cielos no aplacaran las turbias derrotas, las fugas presintiendo la hecatombe, las traiciones y cobardías, los fuegos funerarios que iluminaran los campos de las últimas batallas. Inmolaciones. Allí, sereno, solitario y sufriente reverbera un crucifico sobre la fría pared encalada, reflejo sagrado de la colina Gólgota. Monasterio, priorato o claustro donde la soledad coagula en sus propias transparencias, en los pliegues sinuosos de la tentación, en los hondos abismos dulces y florecidos del pecado. Deserciones en las horas laudes y vísperas, siempre a contrapelo de un sol que reifica las angustias, los miedos, las lánguidas esperas de los celos impenitentes. Afuera duerme un quieto atardecer de humedales, de albuferas, de marismas de aguas salobres, habitadas de aves, de peces, de lirios de pantano y lotos, de pajonales de cortadera o juncales de totora, que en algún mañana serán turberas. Mas allá, contra un plano horizonte alborotado de espumas, algas enredadas en espantos van y vienen en la oscura marea nocturna, escurren y se enmarañan lánguidas atrapando la nave del insomnio que no orilla ni naufraga. Galeones que deambulan extraviados por brumosos océanos sin nombre, sin costas de abrigo, sin equivocados mapas náuticos ni ajados portulanos. En la arena del sueño hay una medusa muerta con olor a ese mar antiguo.

jueves, 24 de febrero de 2011

LA IGNOTA CAVERNA

Pardas consistencias de serpientes con sus colmillos embadurnados de veneno azul de cianuro, como con azúcar brillante de pequeñísimos zafiros mortales. Hacia adentro la oscuridad era perfecta, tenebrosa y ciega, con una textura de legumbres secas y resecas que se acumulaban en los rincones plagados de gorgojos, y en las salientes rocosas de las paredes donde el musgo y los líquenes tejían sus verdores y grises con los destellos azarosos que provenían desde el fondo donde se escuchaba el ruido de un agua escurriendo a sobresaltos. Sucesivamente todo entraba en un marasmo mágico, en un extraño receso. Esa totalidad en penumbras se detenía hasta alcanzar la unción de un silencio de cristal o arena. Luego muy lentamente se iba retomando la normalidad de las consistencias, de la oscuridad y del chapoteo del agua allá muy al fondo. Se volvía a oír el tañido de los escarabajos carcomiendo los raquis, el eco de las sombras rebotando en los soportes de eucalipto, los clavos chirriando al hincharse la madera y el continuo desgrane de los techos que tenia dos ruidos exactamente coordinados; el crujido lítico, aporcelanado y corto, de la trizadura de la roca suspendida que cedía, y casi al instante el sonido sordo del fragmento liberado al caer en el agua cenagosa, y luego de nuevo el silencio de catedral vacía, el roce de las consistencias de serpiente o los escarabajos royendo las barbas y el plumón de los vexilos, triturando y desgarrando las resecas pieles escamosas y los calamos de las ultimas mudas. Las agujas calcáreas parecían soportar el techo abombado por la grietas rellenas de salbanda húmeda, y con los destellos se iluminaban como un inmenso órgano medieval convirtiendo la bóveda central en una basílica abandonada. Los hongos crecían sin limite, soberbios y venenosos, de una coloración alba y fosforescente, fantasmagórica, que generaba una luminosidad baja y difusa que iluminaba el tráfago de escarabajos verdes metalizado, negros brillantes y café amarillentos. En el centro de la bóveda hay una abertura circular de un codo de diámetro, el óculo, similar al de la cúpula del Panteón de Roma, que deja entrar el aire, la luz y la lluvia. Bajo este haz vivificante han crecido algunas flores que se abren al anochecer y desprenden un agradable aroma a lo largo de las horas nocturnas, son madreselvas, julianas y la flor de la trompeta. No es raro oír cuando afuera el crepúsculo cierra el día más allá de los arreboles, el agudo chirrido de miles de murciélagos que abandonan el secreto santuario de Quetzalcóatl.

INTERMAREAL

«La imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma». William Blake.

Anémonas monstruosas flores carnívoras con sus neurotoxinas paralizantes, y sus corolas vivas de colores extremos, románticos rosados, tenues verdes azulinos, rojos sangrientos, amapolas urticantes, ocres mimetizados acechando traicioneros, anaranjados oníricos, blancos y grises inofensivos. Anémonas venenosas, demonios tentaculares, hambrientos y esperando. Bivalvos encapuchados, ocultos y miedosos, filtrando como mendigos los restos y las basuras de un mar vivo y salvaje, aferrados con su biso cobarde a las rocas del sustrato. Erizos negros, púrpura, rojos, de perfecta simetría pentámera, con sus placas calcáreas y sus agudas púas móviles. Anémonas, mejillones, erizos, demonios, victimas, predadores bajo el oleaje de aguas transparentes y arenas blancas revueltas en el tumulto de cada ola. Algas verdes, rojas y pardas, fotosinticas, lánguidas y perfiladas en sus perfecciones primitivas siguiendo el vaivén de las aguas lunares. Caracolas como pagodas rastreras, pequeños caracoles multitudinarios, gasterópodos lentos, pacientes, dioses secretos de los fluctuantes bosques de algas. Anémonas, mejillones, erizos, algas y gasterópodos cohabitando las espumas y las corrientes. Estrellas de mar; cangrejos; esponjas. Medusas en sus vuelos acuático con sus tentáculos venenosos, ángeles gelatinosos, campanas de cristal vivo, perfecciones translucidas, joyas de colores imaginarios, fantasmas que llevan el sellos de la maldición de los ahogados. Territorios de sisigias y cuadraturas, de pleamares y bajamares, de mareas lunares y solares. Alevines atrapados en las pozas intermareales, sucumbiendo a las aguas calientes de un sol cruel e implacable. Horribles holoturias, pepinos, cohombros o carajos de mar, perdurando desde el Silurico, grotescos, repugnantes vermes hinchados de boca tentaculares reptando, nadando o flotando a merced de las corrientes. Capaces de sobrevivir al ataque de un depredador expulsando sus vísceras para que el agresor se distraiga comiéndolas, y después regenerándolas. Las esponjas o poríferos con su sistema acuífero de poros, canales y cámaras de digestión intracelular. Gorgonias con su aspecto de arbusto, colonias sésiles formadas por miles de pólipos en una estructura córnea flexible de forma arborescente e irregular que ellos mismos segregan, espiando con sus ojos proteicos y sus coloraciones circenses, rosadas, verdes, azules, rojas ocres, magentas, anaranjadas, amarillas, blancos y grises. Este breve universo oceánico que existe entre las máximas y mínimas mareas posee un tiempo cíclico, pitagórico, las miríadas de colores de un carnaval veneciano, las bestias de las pesadillas de Fuseli, las visiones fantásticas y el complejo simbolismo de las visiones de Blake, y la imaginería onírica de la desbocada inspiración surgida de las pesadillas infernales de Hieronymus Bosch. Vale.

domingo, 20 de febrero de 2011

ATAVISMOS ESENCIALES

Fue numeral como los signos inscritos en las tablillas de arcilla mesopotámica y las piedras pulidas de los ábacos romanos, tenía la apariencia de insecto nocturno con sus élitros congelados en un canto sin más armonía que sonidos y silencios que se diluía entre los susurros de las grandes bestias dormidas y la vocinglería de los grillos escondidos de la luna en los intersticios de los semiderruidos muros de la mastaba. Sus huellas en las suaves arenas de los barjanes semejaban los orificios de los cangrejos violinistas y podían permanecer por semanas marcando sus idas y venidas en sus espirales caóticas, pero eran borradas apenas aparecía la primera brisa premonitoria del siroco. Entonces se refugiaba en los embelecos de los densos cañaverales fósiles de los travertinos que rodeaban la gran laguna seca con su limo amarillo y los huesitos de saltarín del fango trazando un alfabeto de miles de letras distintas sobre el incoherente vitral definido por las grietas de barro. Algunos monjes que lo vieron a la luz escandalosa de algún plenilunio o bajo la fosforescencia arsenical de los cristales fibrosos y romboédricos de willemita, creyeron erróneamente de que era un simple granate por su forma dodecaédrica y por la variedad de colores que presentaba según la hora de la noche en que se le observara, desde púrpura, rojo, naranja, amarillo, verde, castaño, café y negro al incoloro. El azul, el único color que faltaba se encontró finalmente en un espécimen visto al término de un eclipse solar cambiando de color de azul a rosa rojizo. Se cree que con luz diurna, su color puede tener tonalidades grises, castaños claros y oscuros o verdes y raras veces azules y con luz incandescente, el color cambia a rojizo o rosa purpúreo. Pero nadie hasta ahora ha podido ver uno en la claridad del día, ni de noche iluminado por el haz de una linterna, y tampoco se ha atrapado alguno para verlo bajo la estricta luz de una lámpara. Alguien ha aventurado la teoría de que son solo huesos carpianos de babuino o astrágalos o escafoides de homínidos primitivos enanos. Este origen óseo ha sido desvirtuado por el fragmento de cola reseco que se encontró como estructura vestigial de algo que se creyó era uno de sus embriones nonatos. Las certezas son escasas: es numeral, con apariencia de insecto, sus huellas son simples orificios, suele vivir en travertinos, tiene forma dodecaédrica y puede presentar una gran variedad de colores; púrpura, rojo, rosa, naranja, amarillo, verde, castaño, café, azul, negro y también incoloro. Y peor aun, ni siquiera se sabe si es algo vivo o solo una bizarra cristalización de sales primordiales. Quizás todo no sea más que delirios, alucinaciones, distorsiones y fugas. Carencias o engaños. Ahora bien, este mismo texto es una ilusión, y el lector puede obviar su trabada lectura apelando simplemente al sentido común e iniciar su lectura por esta ultima frase. Vale.


Nota justificatoria.- “En lo que escribe hay dos textos. El texto I es reactivo, movido por indignaciones, temores, réplicas interiores, pequeñas paranoias, defensas, escenas. El texto II es activo, movido por el placer. Pero al irse escribiendo, corrigiendo, al irse plegando a la ficción del Estilo, el texto I se hace a su vez activo; entonces pierde su piel reactiva, que sólo subsiste por placas (en pequeños paréntesis).” “Activo/reactivo” en Roland Barthes par Rolamd Barthes. Editions du Seuil, 1975.


Imagen: Murex tenuispina Lam - Foto de Alfred Ehrhardt, 1941. En “Hallucigenia. Los diversos posibles”. Uno de los asombroso blogs de Patricia Damiano. http://hallucigenesis.tumblr.com/

viernes, 18 de febrero de 2011

CON EL TIEMPO

Para Geli, y sus artes de colores.


Con el tiempo….

Ya no hay retorno

“Con el tiempo”, Angels Martínez


Sobre penumbras y neta oscuridad, un reloj y unas manzanas, permanecen como un extraño artilugio de venerable metal y brillantes joyas del estío suspendido en cierto espacio durante cierto tiempo. Las rojas manzanas del otoño, madurando sigilosas en la noche, abrumadas de colores, de texturas, de sabores ácidos o dulces, rojos y carmesíes ensimismados en sus semillas y en sus reflejos, las verdes manzanas del equinoccio como planetas de ancestrales sistemas nonatos, arduas esferas clorofílicas, las manzanas amarillas de los rastrojo escondidas en el pasto y las hojas moribundas del final de la estación de los frutos. La manzana azul del insomnio, de los sueños del duermevela, del amor extasiado florecido como flores de lino o rosas imposibles que perduran a través de la noche. La pequeña manzana color granate atravesada y arrastrada por el minutero condenada a girar todas las horas en el monstruoso cangrejo del tiempo. Manzanas deformadas por espirales ciclónicas como sangrientas galaxias de un universo que aun no maximiza su entropía. Abajo es bruma gris, neblina húmeda de los inviernos inmemoriales cuando el hombre aun no dominaba el fuego y toda oscuridad era enemiga. Arriba un oscuro y difuso horizonte dorado con una luna difusa que se muere absorbida por las negras nubes de una tormenta inconclusa. La épica creación de pesadilla o de sueño premonitorio, con el caos vibrando en la opacidad de un tiempo destrozado. Con sus ecuaciones insolubles sumergidas en las aguas atrapadas de las clepsidras egipcias, o reptando sumidas en las arenas de los bulbos reversibles de los antiguos navegantes, o convertidas en luz y sombra en los quietos gnomones solares. Once manzanas, (falta la hora duodécima, la ultima), atrapadas en los quelípedos y periopodos del moribundo crustáceo del tiempo, quebrado, roto, fragmentándose en los últimos movimientos de las manecillas sobre la destrozada esfera de cobre envejecido. No hay esperanza, el tiempo se está terminando, desbaratando sobre si mismo, la realidad hermosa, dulce y perfecta como la manzana del Paraíso se deforma asumiendo formas y colores de una extravagancia terminal, barroca, pronto podremos comer otra vez de todos los árboles del paraíso, menos del árbol del conocimiento del bien y del mal (i). Sabemos que una de las ecuaciones de Schrödinger trata por igual el tiempo y el espacio, pero aquí ya no hay espacio ni tiempo para las plateadas manzanas de la luna o para las doradas manzanas del Sol (ii).


(i) Génesis 2:16-17).

(ii) Ultimos versos del poema “The Song of Wandering Aengus” de W.B. Yeats:

The silver apples of the moon,

The golden apples of the sun.


Imagen: Angels Martínez (Geli), Febrero 2011.

martes, 15 de febrero de 2011

LUNA VERDE

La luna verde como una pulida esmeralda maligna iluminando el mar de sargazos, dibujando con ese mismo verde las siluetas de las naves semisumergidas, naufragadas y muertas en esa jungla de algas que las aferran como los hermosos cabellos de serpientes de una Medusa oceánica. La luna verde se derrama de verde sobre el verde mar de verdes racimos de uvas equivocadas de los navegantes portugueses. Los verticilos delirantes, los filamentos entreverados siguiendo el vaivén amortiguado de las olas que van desapareciendo en la sopa densa y resbalosa de sargassum pardas o verde negruzcas con sus láminas, rizoides, y estipes. La luna verde reflejándose en las algas flotantes que son refugio de cangrejos, percebes, pulgas de mar y multitud de otros engendros minúsculos en la turbiedad del agua por el desove continúo de anguilas a lo largo de las estaciones. La luna verde iluminando la trabazón fosforescente del nido de bestias marinas, de calamares muertos, de pulpos agonizando mordisqueados por los escualos que surgen sigilosos de la profundidad oscura e insondable. Y en el silencio verde de las noches sin olas y sin viento se escuchan los chasquidos de millones de cangrejillos cortando las algas para alimentarse, el borboteo de la las pequeñas tortugas marinas, y las sutiles turbulencias provocadas por los leves movimientos de los dragones de mar. La luna verde iluminando ese vórtice de algas al acecho en su densidad mortal de calma chicha. Trampa mortal que inmovilizaba los galeones durante semanas esperando que soplara un viento favorable, naves atrapadas por los sargazos con sus tripulaciones muriendo de hambre y sed. Después, las velas pudriéndole y los gusanos carcomiendo las maderas del casco. El mar de la luna verde tragándose galeones cargados del oro robado e infames barcos negreros con cientos de esclavos a bordo. La luna verde resplandeciendo sobre el gran cementerio de barcos de todos los tiempos, capturados e inmovilizados en campos de algas, sufriendo una lenta descomposición, pero gobernados todavía por las tripulaciones de esqueletos de los infortunados que no consiguieron escapar y debieron compartir el destino de sus navíos. Oscuros monstruos marinos se mueven continuamente, en todas direcciones, y hay leviatanes feroces que nadan entre los barcos que se arrastran lentos y perezosos. La luna verde, impávida, sigue noche a noche destellando sobre la trabazón de sargazos y espiando por los intersticios de las naos carcomidas que nunca volverán a encontrar sus rumbos. Vale.

LA HIJA DEL DIOS

Tenía los ojos fijos, negros y cansados, rodeados de abundante maquillaje negro muy oscuro con reflejos metálicos hecho con polvo muy fino de galena que acentuaba su forma almendrada y se confundía con sus ojeras de un elegante azul violáceo oscuro. Un tinte verde de malaquita le definía las pestañas y las cejas. Ojos de egipcia faraónica, incestuosa e intocable, lejana sacerdotisa enigmática, con un silencio soberbio en el rictus de sus labios delgados pintados con un rojo de ocre intenso que resaltaba junto con las ojeras su piel pálida y perfecta como si fuera una diosa muerta revivida solo para asistir al retorno victorioso de los ejércitos de su hermano el faraón. El cabello largo y azabache, peinado en innumerables trencitas, caía por su espalda brillando sedoso como una cascada de finas espirales de obsidiana. Vestía una túnica de color púrpura, suelta y llana con la caída natural de mejor lino del imperio de las treinta y tres dinastías, que apenas esbozaba su cuerpo delgado y juvenil, estilizado hasta la anorexia, pero que todos los hombres presentían estremecidos por un vaho feromónico invisible que les abría las grietas del deseo y perforaba los muros del debido decoro para ir a enquistarse en un erotismo purulento que hacia doler la piel, agarrotaba los músculos y activaba las glándulas salivales. La manos suaves de largos y finos dedos poseían la misma palidez mortecina de su rostro, con las uñas pintadas con el color rojizo del tinte natural de la alheña, las tenia cruzadas frente a su vientre plano, y un solo anillo con el escarabajo real en oro y lapislázuli declaraba su estirpe, su rango y su severa imposibilidad. Unas sandalias de delgada suela, de cuyo extremo partía una traba que pasaba entre los dos primeros dedos y se unía al empeine por dos tiras que sostenían la garganta del pie, impedían que sus delicados pies tocaran el mármol de la escala principal del templo. Un grupo numeroso de cortesanas la rodeaban sin llegar a tocarla, una sostenía sobre su testa divina un amplio quitasol evitándole la ardiente caricia de Ra, y otras dos, una a cada lado movían con lenta eficacia sendas ramas de palma a modo de abanicos. Las demás se ubicaban en un semicírculo a dos pasos de ella, con sus túnicas blancas para hacer distinguir mejor el púrpura de su nobleza. La muchedumbre que cubría completamente la gran explanada de granito frente al templo la observaba con un silencio respetuoso y admirativo como si esperara que en cualquier momento ella se elevara sobre las gradas de mármol y la brisa húmeda y perfumada que venia del gran río la fuera llevando con la debida elegancia y majestuosidad hacia el horizonte de arenas amarillas, más allá de las pirámides y la esfinge, más allá de las dunas sagradas, aun más allá de donde el dios sol sangraba y su barca se hundía en los nocturnos dominios de Kek, dios de la noche. Porque todo aquel tumulto de mercaderes, funcionarios, campesinos y esclavos se sabían indignos de contemplar la etérea belleza prohibida de la última Hija del Dios, Dadora de herederos, hermana y Gran Esposa Real del divino hijo del sol. De pronto el silencio que abarcaba toda la escena fue trizado bruscamente cuando a lo lejos se escucharon los tambores y el galope de los ejércitos victoriosos, y el oriente fue una nube de arena y polvo que se acercaba veloz y tremolante encabezada por el ornamentado carro de guerra del faraón con su alta corona azul. Entonces ella hizo un leve gesto con la mano del anillo y sus cortesanas le abrieron paso con respetuosas reverencias hacia el interior del templo. Con un mohín de desprecio miró hacia la populosa explanada y se volvió sobre si misma entrando en el templo altiva e imponente, difuminándose su silueta en la fresca penumbra hierática. La cortesana mayor que caminaba tras ella, sin mirar hacia afuera cerró prontamente las altas puertas.

sábado, 12 de febrero de 2011

EL FUNERAL DE S. M. EL REY

De zafiros destellando sus filosos cuchillos azules, de rubíes concentrados en su rojo fulgurante, lascivo, de esmeraldas de esplendorosos verdes transpuestos y de aguamarinas tornasoladas azul verdoso pálido y lustre entre céreo y vítreo eran las incrustaciones de la corona y del agazapado león rampante que remataba el cetro. Sus chispas brillantes encendían la oscura catedral y sus esquirlas de luz coloreada rompían la tenebrosa penumbra de la alta cúpula y los muros de sillería con sus filigranas y arabescos de yeso cuarteado y los rostros impasibles de los santos moldeados en las mejores yeserías de Huesca. Abajo el féretro de alabastro se iba trizando según una delicada red de fracturas que iban definiendo pequeños fragmentos hexagonales a medida que el humo del gran incensario, copia perfecta del botafumeiro, que pendulaba en un arco inverosímil abarcando desde el desolado altar de mármol rosado hasta el atrancado portón de madera de cedro al natural con el aldabón de bronce con dos llamadores en forma de águila bicéfala, y las guarniciones de hierro labrado, iba llenando la nave central con su humo sagrado y sus cenizas aun ardiendo que cruzaban la sombra fúnebre como rojas estrellitas fugaces. Se iba disgregando el féretro en pedacitos cristalinos translúcidos que tintineaban alegres con sus ecos de cristalerías secretas al caer y saltar sobre el piso de mármol embutido de mosaicos espejeantes. Pronto quedo a la vista el cadáver del rey sobre el plinto de mármol negro vestido de sus mejores galas, sedas y armiño, sus espuela de oro, su justiciera espada acerada y filosa, sus guante y cota de malla tejidas con el mejor acero, y su corona con los zafiros, rubíes, esmeraldas y aguamarinas. Ahí quedó desnudo de féretro, tirado a lo largo sobre el mesón negro envuelto en el humo del incienso y apenas iluminado por los destellos de sus joyas que reflejaban la luz sucia y difusa de las ventanas ojivales que nadie se acomedió a limpiar. Y el incensario fue reduciendo su arco lentamente en el profundo vacío de la catedral, y su humareda fue cada vez menos y menos perfumada, hasta que se detuvo lejos del cadáver real y ya no humeaba y solo era un hermoso objeto colgando impávido e innecesario como una plomada olvidada por un albañil colosal. La noche terminó por oscurecer la amplia catedral y ya no hubieron destellos ni reflejos, y todo fue sombra densa con un rescoldo oloroso a incienso, y allí sobre la mesa de mármol negro de las canteras de Marquina-Jeméin, el rey con sus galas y orgullos esperando inútilmente los honores, los responsos, los llantos, las lagrimas, la voz varonil del príncipe sucesor rememorando sus batallas, la dulce voz de la reina preguntando al destino ignoto porque él se había ido así de pronto dejándole un vacío en su corazón de alteza real y de mujer amada, y las voces de sus súbditos clamando al cielo por la perdida de su amo y Señor, y sus soldados haciendo resonar la tristeza del timbal funerario y el ruido de sables y el taconeo de botas de montar con la sonajera de las espuelas en los honores militares, esperando los fastos de la altanería de sus glorias, esperando inútilmente en la cerrada oscuridad de la inmensa catedral vacía. Solo observado por los impersonales ojos de vidrio en sus cuencas de yeso de la imaginería de vírgenes sufrientes y santos torturados. Sin saber, porque muerto no podía oír los cantos alegres y los gritos de jubilo, ni podía ver a las gentes de su reino, todos bailando ebrios de felicidad alrededor de la gran hoguera que habían encendido a medio camino entre el castillo y la catedral, a la salida del poblado miserable que estaba viviendo su primer jolgorio desde el día aciago en que el tirano había sido coronado. Vale.

jueves, 10 de febrero de 2011

EL SUEÑO DE KASHGAR - VOLANGES

“Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.” Funes el memorioso. Jorge Luis Borges, 1944.

Despierto y veo a mi alrededor solo objetos incomprensibles como si el sueño de mi deambular por el mercado de Kashgar, en el extremo occidental del desierto de Takla Makán y en el corazón de la Ruta de la Seda siguiera sin solución de continuidad entre lo onírico y la vigilia. Veo una tienda de clepsidras desde las más sofisticadas e inentendibles con sus tubos de cristal de color y sus números arábigos, hasta las simples vasijas de arcilla con un orificio y unas marcas desgatadas en su interior. Mas allá una tienda de alquimia con sus retortas y sus pomos de misteriosos polvos y granallas de metales iridiscentes. Hay un vendedor de frutas extrañas, con formas de cráneos o de iguanas, manzanas venenosas y naranjas con pepas de oro y la cáscara exudando pequeños hilillos de sangre verde por los poros ordenados en perfectos meridianos. En una manta sucia y deshilachada hay huesos de Archaeopteryx, que aun conservan fragmentos del plumaje, varios celacantos resecos con los ojos cristalizados en topacio del típico color amarillo-amarronado, y muchos dientes de tiburón de diversos tamaños. Un abisinio tuerto me arrastra hasta un rincón oscuro y de ofrece un libro que lleva escondido en su thawb de algodón raído, es el manuscrito desde el capítulo IX en adelante del Quixote escrito por el mismísimo Cide Hamete Benengeli, lo hojeo y reconozco, como en un sueño donde se es capaz de todo, el estilo de los caracteres arábigos del Cide, el tuerto me lo ofrece en tres monedas de oro, que yo no tengo. Intento un trueque por dos esmeraldas muy puras que truje de contrabando del desierto oriental profundo de Egipto, no muy lejos del Mar Rojo, que habían sido robadas de las minas de Cleopatra. No hubo trato. Volví a las tiendas de la callejuela del mercado tratando de olvidar el manuscrito, y vi colgados una hilera de cuernos de elefantes, de mamuts siberianos, de unicornios marinos y del rinoceronte blanco, y el cuerno ramificado y retorcido del Kirin, el unicornio japonés. De pronto hay un tumulto en la calle del mercado, la gente corre despavorida en todas direcciones, asustado miro de que huyen y alcanzo a reconocer entre la nube de arena los cascos puntiagudos de una horda de tártaros. Siento pánico, ya no sé si estoy despierto o continúo en el sueño del mercado de Kashgar, cierro los ojos entregado a lo que vendrá y veo (leo) nítidamente la introducción de lbeed (i) escrita por Rem de Volanges: La biblioteca en el baño. En el baño se puede: orinar, defecar, tomar una ducha, practicar la masturbación... A mi me gusta leer... por eso puse la biblioteca en el baño. En mis libros encuentro: oxímoron, encuesta, polisemia, sueños, terapia de grupo, picante, enigma, malva, rococó, decadencia, incesto, encaje, asfixia, veneno, amatista, perversión, placer, bisabuelo, escándalo, monarquía, terciopelo, gótico, aborto, sándalo, fragancia, vestuario, deseo, obsesión, antropofagia, tatarabuelo, seda, lentejuela, raso, reencarnación, catástrofe, eutanasia, mitología, aburrimiento, psicoanálisis, lila, alabastro, crimen, fantasía, miriñaque, cadáver exquisito... Vení, te invito a leer y a escribir en el baño. Entonces sé, en el sueño, que todo es un sueño porque estuve leyendo y releyendo ese texto y sentí su barroco estremecido y quise escribir algo que lo incluyera o plagiara y se me ocurrió un texto sobre un sueño que sucediera en un remoto oasis, al borde del desierto del Taklamakán, en la legendaria ciudad de Kashgar, con sus mercados vibrantes, los dédalos de calles que invitan a perderse en sus rincones, sus bazares milenarios, las formas de vida medievales y una inquietante diversidad étnica donde un abásida como yo pudiera pasar sigilosamente inadvertido. Vale.

(i) http://ar.groups.yahoo.com/group/lbeeb/

martes, 8 de febrero de 2011

VIAJE HACIA LA TARDE

El estío, con el sopor de la canícula y sus verdes ya buscando los ocres melancólicos, los rojos sangrientos y los tenues amarillos de un otoño que aun camina entre las brisas insistentes emboscado en el equinoccio por venir. Ambito de sudor y soleados implacables, tierra reseca, piedras ardientes, añañucas en sus rosados núbiles detentan la suavidad inconclusa de la fugaz primavera que se fue diluyendo en las ramas verdeantes, en los frutos endulzados por soles altos y continuos. El juego de sol y sombra dibuja el mapa de un territorio quieto que deambula a lo largo del día buscando sus fronteras proyectadas por los ramajes sin pájaros y por la cadenciosa voluptuosidad del largo verano. Los rincones umbríos poseen esa consistencia vegetal de las grutas frescas, de las cavernas húmedas, de los senderos entre los cañaverales donde las fieras acechan con la sangre palpitando en las secretas trampas de las aguadas. El día acontece con mansedumbre de dromedario, como agua estancada, con la evocación azul violeta que precede al suicidio o la fuga. La modorra del hastío socava los huesos, orada los muros del templo, inunda de un incienso melifico el mediodía estival y redefine las horas envolviéndolas en celofanes de colores opacos, como ramos fúnebres a la espera de las exequias de la tarde que vendrá con su densidad de arcilla y su sabor de sales invisible. Las semillas caen buscando los escondrijos donde cruzaran el invierno más allá del otoño pervertido y del concho solemne del estío. Zumbidos de insectos arremeten la sinfonía efímera dentro del calor sofocante. Un silencio concreto, sólido, de pared de ladrillos y adobes, absorbe los escasos cantos de los pájaros, el ruido de la calle, las voces que a lo lejos repiten las parsimonias desgastadas de la tibia desesperación del sol enquistado en el cenit como un guerrero de dorada y brillante coraza. Todo es un incendio sin llamas, desde la altura olorosa de los eucaliptos hasta los brotes tímidos de olmo que siempre están intentando ser árboles con sus hojas percudidas y sus raíces insistentes buscando donde hacer surgir su tristes varillas que siempre terminan muertas como restos de hierbas extrañas envidiando los pastos vencedores con sus pequeñas espigas esperanzadas. Vendrá la tarde con su hoguera, huirán los pájaros a sus frescuras secretas, las hojas serán mustios colgajos y la tierra un desierto donde reverberaran los espejismos minúsculos habitados de hormigas incandescentes. El sagrado Ra ira declinando, la brisa fresca fluirá en el boscaje, las sombras como un oleaje irán invadiendo los páramos soleados, se ira manchando el cielo azul con las tonalidades de rubores, índigos y tonos amarillos del atardecer, hasta estallar en los violentos rojos que preceden al crepúsculo, y desde el oriente comenzará a florecer la noche.