“Un peu de volupté et de sensualité pour accompagner doucement des
réjouissances à venir...” Isabelle M
Voy a tener que borrarte con un filoso
cuchillo (i) raspándome la piel donde me escribí tu nombre asumiendo una
eternidad que ya era imposible, y después destriparme en carne viva para
aprender que no existes y desangrarme en los rincones donde aun guardo los
rastros de tu perfume. Deberé desgranar las vehemencias en sus incipientes semillas
de tristezas, iniciar la molienda de los recuerdos de tu voz clavada en el desierto de los tártaros (ii), triturar
más allá de las arenas los sopores del espanto de no verte más en las
floraciones de los lirios, en los mustios desarraigos del nocturno evasivo de
tu imagen, corroído por la languidez de lo que va sucediendo sin ti. Habré de
despintarte de los muros que detentan tu nombre como un sortilegio en el
degradé de los atardeceres arrebolados, de los óleos siniestros donde te me
apareces reflejada sonriendo en el cristal sobre paisajes de altas cetrerías,
en el fondo de las copas o las tacitas de café, en las siluetas que se van
alejando por los crepúsculos sin solución de continuidad. Bifurcaciones donde
las palabras se resquebrajan resecas en los pergaminos extraviados, hilvanando
de misterios los pálidos arcos lunares y los vuelos de los queltehues llamando
a las últimas lluvias de este invierno voraz. En un desmadre de inundaciones y
ventoleras te hundes en los claros destellos de tu memoria invencible, en los aluviones
que cavan las cárcavas donde deberías volver a brotar, vertiente o flor según la
mala noche de las ciénagas que bordean tus vigilias. Dejaré descritos con
piedras los registros de tus ensoñaciones en perpetua vagancia, permanecerás en
los azules de los vidrios, en los rojos desperdigados por los trenes y los
anuarios, en los verdes poderosos de toda primavera, pero no en los amarillos
previos a los fuegos del poniente, ni en el mármol agrietado de las estatuas de
los parques sin otoño. Desaparecerás en la latente luminiscencia de los
caracoles, cercada por la melancolía de las rosas, las dalias y las calas, en
el iridiscente preludio de las pompas de jabón, furtiva y nimia, serás cúspide
o simiente del místico boato de todas las refundaciones, y seguirás siendo en
el espejo húmedo, en la madera mojada, la misma libélula de terciopelo,
embeleso sublime del ocaso, susurro, anhelo, enigma. Derivas y sotaventos,
espumas y algas y medusas, desarmes de la madrugada en su silencio de lejanos
cantos del desvarío, amanece.
(i) En el original se lee ‘facón’.
(ii) “Il deserto dei Tartari”, Dino
Buzzati, 1940. Prólogo de la traducción al español de Jorge Luis Borges, 1985.