Y ahí en medio
del bosque en medio de la tarde soleada en medio del invierno en sequía vino tu
voz a buscar el lobo solitario que vagaba husmeando el perfume perdido de los
frutos del árbol prohibido que crecía en medio del alcanzado paraíso. Y en
medio de los ramajes del naranjo y la garras hirientes de la zarzamora encontré
la puerta a los susurros de las delicias del pecado original, la puerta, fisura
o grieta por donde alcancé a tocar la piel enternecida y trémula que también
vagaba buscando el silencio repartido entre las palomas y los cauces de los
grandes ríos cercados de verdes gramas y altas selvas de orquídeas y de
algarabías de pájaros. La tarde fue culminando antes de los arreboles en un
rito sagrado, en la ceremonia secreta que la distancia no aplacó con sus muros
ya resquebrajados, y en la quietud silenciosa dos enamorados se supieron
enredados en sus desesperos hasta la culminación del destello compartido. Y en
sus propias manos estuvo el fulgor y la caricia, el beso atrapado en los labios
sedientos, en el roce delicado y su íntima consistencia, y en el último
instante esplendoroso de esa comunión que vence la muerte. Y hubo después en la
mañana siguiente la revelación de dos breves diamantes en el borde húmedo y
oloroso de la voluptuosa vertiente sobre el oscuro musgo cautivo, y una paloma
asomada con su erguida tibieza inhiesta y dos palomas en el orgullo suave y
carnal de su vuelo. Mientras allá en medio del bosque el sol iluminaba el sitio
exacto donde la férvida vertiente, el musgo oscuro y las tibias palomas fueron
imaginados con la ferviente adoración de un vasallo rendido a su soberbia y
hermosa soberana. Y en el hoy de la mañana y en el allí de la tarde de la
víspera entre el revoloteo de palomas un lobo ermitaño sigue rastreando las
huellas del dulce galope de la fina potranca en la mullida grama, con el hambre
viva, otra vez, en su delirio de acechador inconsumado, de cazador vencido, de
bestia domada por el arrullo encendido de evanescentes palomas. Y en el ahora
aun persisten la voces instaurando un romántico dominio sobre el perfume del
florecido árbol prohibido del alcanzado paraíso, sobre el bosque de la tarde
soleada del invierno sin lluvias, sobre el naranjo y la zarzamora, en los
goznes de la puerta a los susurros del pecado original, y también en la piel
enternecida por el álgido ceremonial consumado. Vale.
domingo, 29 de julio de 2012
jueves, 19 de julio de 2012
ANTIGUO TRIPTICO DE INSTAURACION
Santiago
de Chile, 2002.
Notas.
(i) Nota de
Traductor.- El original usa el termino ‘hiatus’ termino latino que corresponde
a; grieta, abertura, hendidura. Se ha preferido traducir como ‘fisura’ porque
parece concordar más con el contexto.
(ii) Nota del Autor.- Según el ornitólogo heresiarca
Ben al Rami (Mitología y Persecución de Helena. Libro XXVI, 1590), el Universo
solo seria divisible en dos volúmenes concéntricos, uno limitado y vulnerable
que se extiende desde la piel hacia adentro, y el otro más vasto, acaso
ilimitado, que comprende desde la piel hacia fuera.
(iii) Nota del Editor.- El físico ruso V.I.Rodogorov
denomina a esta elemental cosmogonía “Modelo de Universo Autoreferente”, y en
su texto ya clásico “Orígenes del Duelo” (Ediciones IVOROSKAYA, Moscú, 1963),
la rebaja a una mera falacia verbal.
(iv) Nota del Autor.- Bienaventurados los que no
dijeron, porque poseerán no solo el olvido sino también un majestuoso
silencio.
Imagen: Blanca Portillo en la obra de teatro “BARROCO”
Octubre, 2008.
jueves, 12 de julio de 2012
EL VIAJE DE LA VIRGEN MAYOR
Para K.
Visitarás la
quieta orilla del cielo y el borde del abismo del infierno, y volverás. Veras
una ameba con apariencia de cincel o de esdrújula, soñaras un cilindro portentoso
y en la escafandra de un portal de piedra canteada el rostro de un extraño
visitante, y volverás al alcor donde crece la absenta misteriosa que florece al
fenecer el día entre arreboles y nubarrones en un incordio de rojos anaranjados
y matices del gris. Conocerás la duna de los anhelos y las desesperanzas,
navegando tranquila en el chinchorro de un Caronte caribe que rema extasiado en
el Aqueronte de tu pasado mientras tú, niña aun, corres por el fresco verdor de
la gramilla de tu infancia. Decodificaras el jeroglífico que oculta la verdad
última a los ojos de los pecadores y santones de mentira, disfrutarás del sabor
del arándano y del aroma de la esencia de la bergamota, reconocerás un atril y
un bordado, una escultura de mármol rosado y cierta balaustrada que da a un jardín
de rosas azules, sin saber que aquellas cosas no están allí sino en tus perdidos
recuerdos. En la distancia adivinaras las acrobacias de los gorriones de tu
primera patria y la caterva de palomas de todas las plazas que visitaste en tus
viajes de errancias y cantos de privilegio. Y volverás. En los recovecos
fascinantes de tu bitácora escribirás de céfiros y de iridiscencias, de
arquetipos y de esa medianoche desoladora cuando creaste tu propia cosmogonía
entre esplendores y naipes comprados en un chinchal del que ya no recuerdas sino
el lápiz de grafito que te prestaron para marcar las cartas para ganar todas
las manos. Abrumada por la jaula o el cardumen, sin la coherencia de tu pensar,
anhelarás el acrílico opalescente de una pintura que no existe pero que
imaginaste tan vivamente que es como si existiera. En el alabastro de una
lámpara tenaz se reflejará la bifurcación de tu travesía, el escrutinio, el
pasatiempo y el pasar del tiempo, en un inverosímil apasionamiento deslizaras
tu mano por la caoba y por el ámbar. Y volverás. La catarata que humedeció tus
labios asombrados en medio de la sabana como un embeleso de espigas y
pedregales, será el itinerario que seguirás hasta llegar a un castaño imponente
y un cielo índigo increíble, sin acordarte si son memorias o las poderosas visiones
que crea la anestesia. Y volverás. Habrán abrojos y zarzas, glaucos estremecimiento
ante un diluviar de pétalos de jacarandá, y los corpúsculo de la suprema armonía,
beberás un aguardiente de pura vida y volverás. Volverás como siempre, con tus
alegrías como collar tintineante y tu voz como siempre encantando al lobo
huraño que todavía estará rastreando tus huellas buscándote. Y ya estarás de
vuelta, pero ahora sin escapatoria. Vale.
miércoles, 11 de julio de 2012
FANTASIA Nº 97 Simulacro.
Dúctil y efímero,
con un aura de arconte esperando el colapso premonitorio de la bóveda fúnebre
donde duermen los huesos corroídos del último hoplita. Abstruso y a la vez arrabalero,
trashumante de atrios y patios, indagador con alevosía de patíbulo en el
bestiario nocturno, entre el granate de los labios pintados y la mórbida piel
de los escotes. Andariego siempre a barlovento, borroso y extraviado en el
boato y esplendor del aleteo de la palomas sobre una plaza ensangrentada, gárgola
silente en los albores del día, hiedra trepando el muro de un castillo
encantado entre la angustia del miedo a morir y la ansiedad del bohemio que no
encuentra la mañana. Atrapado en la ecuación del nacer, crecer, reproducirse y
morir, y en la reverberación de la tinta con que se escribió en el cristalino ámbar
del atardecer el desesperar de los años. Asustado del irrisorio aullido del
lobo desde la colina umbría donde surge el caudal del quebranto y el gorgojeo despiadado de la luna mansa y
menguante. Fue reflejado en los ojos del basilisco de escamas tornasoladas, enredado
en la dramaturgia andrógina del embrujo de la carne, en su bestialismo y su
espuma, en la erótica carencia de una piel o en crepitar de la leña de una
fogata acontecida en los rumbos del pago. Poseyó el desparpajo del crisantemo
en su amarillo incesante y su irreverencia de pecatriz voluptuosa en el
carcamal abrupto de la barranquera. Y en la larga calle de añosa arboleda y
pulidos adoquines vio el alelí de su infancia como un apóstol en la alborada
infinitesimal de esa su única epifanía en el borde de la blasfemia. Y tentó la ambigüedad
de la albahaca en su perfume y el retumbo inerte del canto perdido en la
oquedad de la piedra. En el apacible aciano de la azurita pudo intuir el terciopelo
de la misericordia, el duro pliegue de la amargura y la dulzura de la
incertidumbre en su esencia de torbellino o espejismo. Solía amainar las tormentas
de biblioteca con su antifaz de beduino, con su thawb desgarrado por las arenas
y su ábaco carcomido por los dedos avaros del prestamista, pero siempre
invisible como el verde metálico del escarabajo del romero o el rojizo marrón
moteado del gorgojo del garbanzo y del chícharo. Supo descifrar la impronta de
los chubascos en la tierra sedienta aun en sus atavíos otoñales, y en la
añoranza de la crisálida el descalabro de su estirpe de titiriteros y magos de
ferias. En su fin solo quedó el devaneo de sus párpados ante la iluminada
catedral en ruinas, esa querencia dilapidada por el delirio de un noctámbulo
que avanza ebrio por las callejuelas del pecado.
sábado, 7 de julio de 2012
LAS MASCARAS DE LA MASCARA
“Detrás de la máscara, la máscara.” Lic. Juan Pablo
Sabino.
La máscara más
peligrosa es la que nos muestra el espejo, es por eso que me he cambiado el
rostro, los rostros, de ahí que ya perdí los rasgos del verdadero, ya no sé cual
es el real, solo la voz me delata, pero ya nadie me escucha. Ya no podrán
arrebatarme el misterio de mi existencia, pues me he puesto a salvo mediante
muchas vueltas y revueltas, mediante muchas máscaras y caretas. Contemplo mi
máscara como si contemplase un espejo. Entre la máscara y el rostro se esboza
un paralelo, tan sólo que en la máscara hay un momento de revelación que se
abre para penetrar en un destino ajeno. La máscara es la permanencia del orden
sobrenatural en los efímeros. Hay una dimensión en mí que exige el misterio, el
engaño y la permanencia conjural del tiempo transfigurativo. Aparezco como un
ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa. No
expresan mi espontaneidad, ni resuelven mis conflictos; son formas que no he
creado ni sufrido, máscaras. Y he aquí que salto de una máscara a otra máscara:
de una máscara veneciana al color de las rosas en la oscuridad, para advertir
que, cuando la luz se apaga, se me caen todas las máscaras del día. Frente a la
superficie del espejo sé que esa máscara me engaña, ya que si hay una máscara,
no hay nada detrás: superficie que no esconde más que así misma; superficie,
que, porque me hace suponer que hay algo detrás impide que la considere como
superficie. La máscara me hace creer que hay una profundidad, pero lo que ésta
enmascara es ella misma: la máscara simula la disimulación para disimular que
no es más que simulación. Y cada vez que amé la hermosa máscara había cambiado,
pero como siempre era la única, no pude asir sino un racimo de rostros o de
máscaras precipitadas. Anoche, cuando me quise quitar la máscara la tenía
pegada a la cara. Cuando me la quité y me vi al espejo ya había envejecido. Usted,
querido amigo Pessoa, misántropo de las máscaras humanas, persona despersonalizada,
heterónimo genético, yoes de los yo, ser de la multiplicación y la coartada,
cómplice de los desconocidos; usted, digo, tuvo razón: el poeta es un fingidor.
La máscara y el espejo, rostros falsos, caras ocultas, una detrás del cartón
pintado, la otra invertida detrás el cristal azogado, pero que importa, siempre
habrá una máscara detrás de toda máscara.
Compinches involuntarios: Ana de la Robla, Fernando
Pessoa, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Juan Pablo Sabino, Luis Eduardo
García, Octavio Paz, Pablo Neruda y Severo Sarduy.
jueves, 5 de julio de 2012
VACÍO
Un infinito
espacio vacío se mece dulcemente en el vacío absoluto, sin estrellas ni dioses,
inconmensurable pero vacío, silencioso, oscuro, pero majestuoso en la vacuidad
de su abarcamiento del todo inexistente. No le afligen las ingenuas cosmogonías
que soportaron civilizaciones, holocaustos y vistosas religiones. Esa mítica
pretenciosa que explicaba infantiles orígenes a partir de un bien y un mal más
humano que las lentejas, y de la preexistencia de un caos originario que
deviene en ordenado agrupamiento, lánguido o súbito, siempre simbólico, con uno
o varios dioses patéticos en su soledad acuciante y tristemente antropomorfos. Ni
las astronomías, con sus planetas y satélites, cometas y meteoroides, las
estrellas y la no creíble materia interestelar, los sistemas de estrellas, gas
y polvo, galaxias y cúmulos de galaxias, pudieron acercarse al portulano de su
náutica misteriosa e inexpugnable. O las antiguas cosmologías de circo,
estudiando el vacío incomprensible, construyendo teorías sobre su origen
encantado, su evolución consentida y su estructura recóndita. Meras miserias de
un carnaval universal. Tampoco la sofisticada astrofísica, fútil invento para
medir lo que no se tocaba, ni la astrología siempre al borde del ridículo en la
torpeza de enlazar brillantes e imponentes estrellas con pequeñas vidas paupérrimas,
dolorosas desdichas y momentáneas alegrías. Para llenar esos vacíos se
inventaron piones y muones, azules y resplandecientes, quarks y leptones de
todos los matices posibles del amarillo, electrones y neutrinos, grises como el
grafito, fermiones de intensos rojos, leptones verdiazules, bosones gauge de un
marrón repugnante, y el subrepticio bosón de Higgs, esa grotesca
"partícula de Dios", de iridiscente blanco metálico. Se fingió la
existencia arbitraria de quark arriba y quark abajo, quark extraño y quark
encantado, quark fondo y quark cima, y un extraño quark Top solitario, todos
con sus correspondientes antiquarks. Partículas poéticas no obstante
inverosímiles. Y hubo un muon y un neutrino muónico y otro tauónico, jeroglíficos
sin sentido que enterraría el tiempo bajo sus arenas inevitables. Y como toda
obra humana esta fanfarria variopinta tiene su inútil pirámide milenaria en lo
que fue la frontera franco-suiza, las ruinas subterráneas del Gran Colisionador
de Hadrones del supuesto Conseil Européen
pour la Recherche Nucléaire. Manifestación concreta de una búsqueda sin
fin. Quizá los siglos confirmen la sentencia de Carlyle: "Toda obra humana es deleznable, pero la ejecución de esta obra es
importante". Han sucedido las
vigilias de incontables eones y un infinito espacio esencialmente vacío se mece
dulcemente en el vacío, sin estrellas ni dioses, sobretodo sin dioses.
martes, 3 de julio de 2012
PAISAJES
Viajo otra vez a buscar ahora los
tesoros verdes y amarillos de los cobres del inicio del norte de los desiertos,
las pampas calicheras y las garumas en los cielos, sé que irrumpirán por ahí
tus ojos en las quebradas y los riscos, intentaré atraparlos para iluminar la
solitaria noche de los mineros fantasmas que recorren los abruptos senderos de
los pirquenes buscando el venero perdido en los mapas y en los mitos. Por esos
cerros y sus matices terrosos del púrpura andaban tus ojos en los míos en busca
de las vetas de oro invisible y de las verdes crisocolas escondidas en los
ancestrales territorios de los coyas. Fue una travesía desde el calmo mar de
los alcatraces faraónicos hasta las cumbres desoladas de la ventolera y la
puna. El camino tortuoso, el abismo, la alta soledad que cruza el vacío de un
apacible silencio geológico. Una soledad, los sedimentos plegados en un
carnaval de deformaciones, foliaciones y ondulaciones tectónicas. Cicatrices de
orogenias, de cataclismos continentales, de aquellos inexistentes
geosinclinales. Un pequeño oasis, una dura arboleda en medio de la nada,
aferrándose a las aguas invisibles de una tortuosa quebrada. Y allí arriba un
breve epitermal inconcluso. Nada más y para abajo. Después un viaje de edad
dorada. El río, la desembocadura, el amplio humedal sin pájaros castigado con
una salmuera bíblica. Las salinas, las aguas muertas con sus vahos rojizos y
los dedos pequeñitos de las halófilas intentado alcanzar el azul cielo
imposible, y los zancudos negros zumbando sobre las aguas muertas de sal y
arcillas decantadas. Los medanos amarillos en la costa y las dunas atravesadas en el desierto
con sus tenues anaranjados, ambas con sus partículas de hierro esperando la
magia de los imanes. Las antiguas areniscas con sus cornisas y sus laminaciones
en ocres y amarillos de un otoño horizontal. El puerto viejo con sus
innumerables casitas de colores de acuarela inhabitadas al borde del mar
sembrado, con sus laberintos soleados de calles de juguete. La honda mina que
quiso tragarse hasta la muerte a los treinta y tres y no pudo aun con sus
cuarzos y sus calcopiritas. Fin del itinerario. Y tus ojos vieron lo que vi y
el viento te despeinó el cabello mientras tus manos en mis manos tocaban en la
piedra el sílice filoso de las miradas inquietantes y descifraban los geoglifos
imposibles en un granito erosionado más allá de sus pequeñísimas micas doradas.
Así fue mi viaje en ti.
Imagen: Alturas de Copiapó. Fotografía del autor,
junio 2012.
domingo, 1 de julio de 2012
EVANESCENCIA TERMINAL
“Les idées; nées douces, elles vieillissent féroces”.
L’Ermitage. Lettre à M. André Gide. Francis Vielé-Griffin, 1898.
Te sumerges en
mí, me inundas, me naufragas en tu piel ojos boca, me voy enverdeciendo
encendido a lo largo de tu cuerpo intocable y a lo ancho de tu voz palabra
verbo sumergido, fluyo y me hundo ahogándome en tibios fluidos de colores
tenues y algas urdidas por tu mano como una red que atrapa los peces incesantes
de mis más oscuros y prohibidos delirios mientras tú te elevas, surges,
irrumpes rompiendo el fino caparazón con que las sales milenarias y las breves
lloviznas de una sequía eterna sellaron los quietos sedimentos por donde mis
pasos iban dejando las primeras huellas que por rara maravilla escribían tu nombre
en un secreto idioma vesperal, traduciendo los intensos y obscenos desvaríos
que me quemaban como leña de abedul bajo el delicado fuego de tu espera. Pero
todo sucede en un ayer de leyenda o de mito. Mientras descifro tu hilado
evanescente, ese juego impúdico que tiene entretejido el saludo ritual, el
tejado destila el agua madrugadora de la escarcha y un sol encapuchado por
oscuros nubarrones se asoma distante por el otro lado de las montañas que ven
tus ojos como si fuera otro mensaje cifrado tuyo que me trae un desconocido
dios solar desde tus íntimos arcanos egipcios. Iniciado el adusto invierno en
medio de una lluvia de media mañana y su ventolera que termina de derramar los
últimos ocres otoñales solo falta tu presencia indefinible desde este aquí, aunque
has de saber que el día se vino y se fue sin desasosiegos en su entramado
cotidiano, quizá solo un tanto aletargado por esa llovizna intermitente. Ahora,
en los arreboles de este atardecer, con su frío impenitente desde la fina
escarcha de la mañana, desde el oscuro que inicia la noche probable de mórbidas
instancias, una leve ausencia se esparce en una voluptuosidad que atrapa los
silfos en los bosques donde buscan anhelantes las caricias de los bronces y las
sales de todas las aguas de todos los mares. Eso es todo, ya no hay noches
amiga hilandera. Pero sigo intentado interpretar el tejido de tu desaparición
con la ansiedad de un explorador extraviado, o de un amante secreto que busca
indicios de esperanza en las plateadas huellas de los caracoles en los muros
del jardín. No hay tal. Naufragando en medio del péndulo horizontal del oleaje,
en oscuro mar de tormentas que me sumerge ahogándome en la concavidad del
silencio salgo a respirar desesperado entre la espuma buscando los símbolos
perdidos, imagino a mi modo y deseos imposibles espejismos, arriba la luna
nueva como una daga de plata cincelada pende sobre este mar aciago. Sé que la
noche sucederá como si lloviera.
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