domingo, 1 de julio de 2012

EVANESCENCIA TERMINAL

“Les idées; nées douces, elles vieillissent féroces”. L’Ermitage. Lettre à M. André Gide. Francis Vielé-Griffin, 1898.

Te sumerges en mí, me inundas, me naufragas en tu piel ojos boca, me voy enverdeciendo encendido a lo largo de tu cuerpo intocable y a lo ancho de tu voz palabra verbo sumergido, fluyo y me hundo ahogándome en tibios fluidos de colores tenues y algas urdidas por tu mano como una red que atrapa los peces incesantes de mis más oscuros y prohibidos delirios mientras tú te elevas, surges, irrumpes rompiendo el fino caparazón con que las sales milenarias y las breves lloviznas de una sequía eterna sellaron los quietos sedimentos por donde mis pasos iban dejando las primeras huellas que por rara maravilla escribían tu nombre en un secreto idioma vesperal, traduciendo los intensos y obscenos desvaríos que me quemaban como leña de abedul bajo el delicado fuego de tu espera. Pero todo sucede en un ayer de leyenda o de mito. Mientras descifro tu hilado evanescente, ese juego impúdico que tiene entretejido el saludo ritual, el tejado destila el agua madrugadora de la escarcha y un sol encapuchado por oscuros nubarrones se asoma distante por el otro lado de las montañas que ven tus ojos como si fuera otro mensaje cifrado tuyo que me trae un desconocido dios solar desde tus íntimos arcanos egipcios. Iniciado el adusto invierno en medio de una lluvia de media mañana y su ventolera que termina de derramar los últimos ocres otoñales solo falta tu presencia indefinible desde este aquí, aunque has de saber que el día se vino y se fue sin desasosiegos en su entramado cotidiano, quizá solo un tanto aletargado por esa llovizna intermitente. Ahora, en los arreboles de este atardecer, con su frío impenitente desde la fina escarcha de la mañana, desde el oscuro que inicia la noche probable de mórbidas instancias, una leve ausencia se esparce en una voluptuosidad que atrapa los silfos en los bosques donde buscan anhelantes las caricias de los bronces y las sales de todas las aguas de todos los mares. Eso es todo, ya no hay noches amiga hilandera. Pero sigo intentado interpretar el tejido de tu desaparición con la ansiedad de un explorador extraviado, o de un amante secreto que busca indicios de esperanza en las plateadas huellas de los caracoles en los muros del jardín. No hay tal. Naufragando en medio del péndulo horizontal del oleaje, en oscuro mar de tormentas que me sumerge ahogándome en la concavidad del silencio salgo a respirar desesperado entre la espuma buscando los símbolos perdidos, imagino a mi modo y deseos imposibles espejismos, arriba la luna nueva como una daga de plata cincelada pende sobre este mar aciago. Sé que la noche sucederá como si lloviera.

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