jueves, 16 de marzo de 2017

HUYO DE TU VOZ ENTRE LAS DALIAS


Para A. (ella sabe quien…)

Huyo de tu voz que me enceguece los caminos por donde me extraviaba para desaparecerme, que me santifica los rumbos y me enternece las estaciones, me fugo hacia un silencio de piedras heridas y altos cañaverales y vuelvo a encontrarla en las vertientes escondidas, en los acantilados donde los musgos crecen escribiendo tu nombre, en los gaviotales atardecidos y en las pajareras del mediodía, y es tu voz en su cadencia pagana la persiste en su salvaje recurrencia de obsesión clandestina como una ventolera sobre los cuarzos de las arenas que dormían esperando el polvo o la ceniza, y se repite eco entre el ramaje del bosque, acude, desborda, exhala un perfume oscuro de yerbas sagradas, de dalias eternas y de misteriosas amapolas, de una noche de evanescentes madreselvas y del aquel ciruelo enarbolando su albo velamen en el negro terciopelo de un nocturno adolescente que buscaba [sic] tu voz en los equivocados territorios de los amores niños o de las pasiones que nunca alcanzaron el otoño. Huyo de tu voz que me inunda y me recorre, que me acaricia la piel más profunda, y que me deja estremecido por la nostalgia crepuscular de esas las dalias perdidas en el tiempo, y me deja ser niño otra vez y recuperar la sensación de la cercanía de mi madre haciendo florecer las primaveras de mi infancia, y tu estabas ahí con tu voz entre el silencio de las dalias, vestida de ese blanco de perfecta musa imposible cantando con tu dulce sensualidad de mariposa intocable. Huyo de tu voz por los laberintos desquiciados de mis memorias que ya la poseían como escondida semilla subterránea entre los herrumbres de otras voces que iban hilando la telaraña de tu voz que me atraparía en este destiempo de invencible distancia, de océano de por medio, de horas desplazadas por una astronomía que semeja el azar furioso del destino que no quiso que fueran las mismas mañana o los mismas noches, porque tus madrugadas aún son noches en mis comarcas adormecidas y los sueños no se reflejan en los mismos espejos. Huyo de tu voz para seguir buscándola en los cristales de las lluvias de la noche y en los colores de los peces sumergidos, pero ahora sabiendo que te escondes en tus mariposas y tus flores, en las piedras foliadas y en las gárgolas, en los vitrales de antiguas catedrales y también en algunas tardes en los asombrosos dibujos de las nubes. Sé que sentirás que alguien te piensa a lo largo del día, de los días, de los años venideros, y sé que sabrás que soy yo embrujado (sin huida posible) aún por tu voz.


jueves, 2 de marzo de 2017

VIAJE AL OTRO INVIERNO


Desde la ribera poniente del Estero Yerbas Buenas, 18 al 20 de febrero de 2017.

El color de los ojos de Marianela en cierta tarde mirando el atardecer, un violeta y un verde fosforescente en la esquina que daba al mar hacia el poniente y donde  todo era allí, la angustia de extraviarte y la ansiedad por volver a encontrarte, la ventolera y la lluvia que arrecia desde la altura de los bosques oscuros con los ulmos de blanco florecidos, los dados que jugaban cada uno a su aire su pequeño azar instantáneo, la noche de las cinco lunas estrelladas que la memoria guarda como fugaz destello del ahora imposible, la suma y sus cansancios, el río ancho lento con sus aguas casi quietas bajo la lluvia que es todas las lluvias, el silencio que es todos los silencios, los del verbo encarcelado y los que se escondieron en las cenizas de los rescoldos de la dulzura de [tu voz] las voces ya sin rostros, el preciso matiz de unos labios despintados por la turbulencia de una noche de besos y susurros, este invierno que posee el encanto de lo probable y la certeza del vacío, la lluvia, siempre la lluvia como si lloviera en otro invierno, el vino que busca en la contingencia la derrota o la victoria, ambas inútiles en la hora tardía, la cata de los whiskies de los aromas perdidos, con esos sabores que se quedan doliendo para remarcar la nostalgia, un sol que nunca amanece y una luna ciega, y el vaho de los montes sobre la fría mañana, ese breve invierno donde la voz se curva desesperada y desaparece.

Post data.- Ese nombre es un simulacro o un espejo que no refleja sus ojos en su vértice esencial. Ese violeta y ese verde fosforescente son solo antiguas y veneradas reliquias de un desértico territorio, quizá la antípoda climática de este otro invierno.