miércoles, 29 de febrero de 2012

EQUINOCCIAL DIFUSO

Tingángo: Polígono de tres lados determinado por tres rectas que se cortan dos a dos en tres puntos no alineados. Diccionario Piliano.

Ciertos pájaros anidan en frondosos árboles de guirnaldas y celosías, de hojas de glaucas esmeraldas y ramajes de ónice veteado, de profundas raíces bajo las perpetraciones del azafrán y la borraja. Algunas algas perplejas navegan los mares buscando los grandes crustáceos de caparazón dorada, las arenas impuras de las playas escondidas, las espumas alborotadas de las rompientes y los cascos de venerables maderas de pino curadas al sol. Hay invertebrados luminosos, lamparillas de carnaval, cirios vetustos, luces tremolantes que convergen y divergen contra el terciopelo negro azul de las noches de un trópico secreto con sus carabelas y sus medusas, y fuegos de San Telmo y volcanes submarinos. Suceden días a contramarea, a contraviento, a contracorriente, a contrapelo, días de desambiguaciones y desencantos, con los atardeceres torcidos y las noches con herrumbres. En la placidez de los parques, por el borde de los rieles de los trenes de las lluvias, donde los dedales de oro, más allá del río de las aguas salobres con sus oasis de paja brava y los pastizales tristones, la memoria se aconcha y se evapora dejando solo pequeños salares con aquellos recuerdos insolubles. Aun se ven las huellas de las emigraciones iniciales de las aves por un cielo prehistórico buscando los humedales de verdes y aguas, las lagunas atestadas de peces plateando en la luz de esos primeros días, los senderos invisibles sobre los extraños territorios recién despertando de sus tectónicas fundacionales. En las piritas de un camafeo de lapislázuli la geología subterránea pintó un arrabal perdido, un ábaco sin cuentas, los ojos oscuros de una pecatriz babilónica y un titiritero ensillando un mastodonte contra el murmullo de un arrebol melancólico. Entre el alboroto de los lúpulos presagiando las cervezas con la evocación y la inocencia de una disyuntiva de ebrios y bacos siniestros una copa vacía ladra a la noche que se avecina. Por entre follajes se vislumbran los rojizos tarderos, el delicado turquesa que recuerda un antiguo verde nilo, y grises altostratos borronientos que vienen huyendo del poniente y negros pájaros dormidos en sus vuelos. Y hay una palabra indescifrada que escriben las sombras de las anclas sin mar abandonadas con sus costras de óxidos y sus leguas marinas en los parques, en los malecones, en los puertos, en las plazas, oyendo los oleajes de lejos como un rumor de cadenas en naufragados escobenes. Un otoño agazapado comienza a pintar sus ocres, rojos y amarillos con la ladina calma de un rinoceronte encelado.

Fotografía: Hvítserkur, formación geológica ubicada en Islandia, península Vatnsnes, bahía Húnaflói.

viernes, 17 de febrero de 2012

ATISBOS

¿Que sucedería si nos hablaran en un idioma y entendiéramos en otro…?. “Las sacras arcas del español”, Severo Sarduy, 1984.

Ya veré que tiempo, que rumba, que hago, si los cóndores tienen uñas y corona las iguanas, ya veré si se me viene el río con sus arcillas y sus cantos, la bajante y el solsticio, la perra en leva que recorre los callejones juntando machos sedientos, garrapatas lentas y pulgas saltarinas, ya veré si me canso y me congelo arrinconado, casi muerto, en un zaguán con olor a madreselvas y orines. Veré, si puedo, las sinuosidades de una lampalagua en una densa sopa muy verde, casi esmeralda, de espirulinas creciendo monstruosas entre sus nitratos y sus sulfatos, expandiéndose sin limites más allá de todas las aguas posibles, pequeñitas, helicoidales, una a una como un rosario verdiazul tañendo las campanas de los vidrios. Ya veré, verán, veremos los palios sobre los cadáveres de los enemigos en los bordes de los caminos, las animitas de los amigos en los resaltos de los acantilados de las gaviotas con sus velas fúnebres encendidas como un faro desperdigado en un azar de diaclasas entre la flora de vértigo de las esparragueras marinas, los cenoyos de mar, las verdolagas o los alboholes florecidos de florcitas de cinco pétalos de tenue rosado. Ya veré si los cautiverios de las hormigas duran más que el invierno y perduran sus encierros hasta el verano en los vahos invisibles de sus laberintos subterráneos, sin los soles de los días ni los humos de las antorchas de los agazapados cazadores. Veré si el vitriolo encelado de unos ojos furiosos me rompe la modorra del atardecer adormecido y me estrella y me duele y me socava y me deja los huesos mondos de mi esqueleto desarmado como un ideograma de muerte y cristalizados salitres antiguos. Veremos las tierras con las cenizas aun tibias, verán las hojas verdes brillantes y alargadas de las añañucas chamuscadas resquebrajándose bajo las patas engrifadas de los demonios indignados, veré el último ajolote destripado en la orilla de un lago seco en el que las grietas de desecación forman perfectos heptágonos. Ya veré que tongo, que murga, que sueño, si los ojos del buitre reflejan la carne podrida en la distancia y la altura, si las vísperas son tristes porque aun no suceden o solo por la ansiedad de lo que se viene, o si las esfinges nunca miran los amaneceres reflejados en el río sagrado. Veré desde lejos la puerta del paraíso, cerrada o entreabierta, verán una verja de hierro forjado con sus lanzas afiladas, feroces, veremos la imagen muy nítida de una voz en los espejos. Vale.

Imagen: “Recuerdos”. Pintura acrílica y metales sobre soporte en madera 66 X 90. Elsa Gillari.