martes, 31 de agosto de 2010

EL TORO ROJO

Un toro rojo como la debida sangre que verterá cuando el matador rompa con el filoso y traicionero estoque de matar el pelo rojo del miura para que albas palomas alcen sus vuelos blancos desde los tendidos de sol y de sombra pidiendo fragmentos de toro rojo, orejas y rabo, para las manos sangrientas del torero de pie con su traje de mortales luces manchado con la roja sangre del rojo toro. Mientras humilla esperando el acero en su cruz los ojos del toro rojo miran en la arena amarillenta buscando los verde hierba, el agua mansa y las arboledas de la sombra de la hacienda de su hierro allá tan lejos que no alcanza a oler ni una pizquita del perfume fresco del agua de la poza donde ahora beben sus hermanos de linaje que un día serán también el toro rojo esperando al estoqueador con la furia de su encaste y su cornamenta de agujas vengadoras. Amorcillado como un troyano vencido el rojo toro mancha la arena sedienta dibujando un geranio, ya escarlata ya carmín encarnado, que es espejo de imposible obsidiana roja que refleja el ruedo donde las palomas blancas aguardan inquietas la roja muerte del rojo toro que mira y mira a su entorchado victimario vestido de negro y grana para el rito minotaúrico sin más laberinto que el del toro rojo atrapado en la miseria de su destino de roja muerte sanguinolenta e inevitable. El diestro urge la esperanza de que el toro rojo doble y muera sobre el charco granate para despertar las bandadas de albas palomas y verlas y sentirlas innumerables allá arriba aleteando para su mayor gloria de valiente toreador y certero espada. Pero todo se ha petrificado, toro rojo, sangriento matador, palomas al acecho, arena y sol, solo la roja sangre escurre y gotea desde la roja cerviz herida del toro rojo y bravo encharcándose en la corola del rojo cardenal que crece bajo la sombra inmóvil del rojo toro. Ya cae el toro rojo y enrojecido, ya muerto y justificado, ya alza la mano el maestro mostrando la afilada hoja acerada de la muerte orgulloso, ya inician el vuelo tumultuoso la palomas blancas asustadas por el griterío y por la visión de la muerte que de pie en el ruedo unta de roja sangre los negros cuernos del toro rojo. Un sol inmenso arde sobre bestia y toreador para que las sombras chinescas repitan en los diminutos cuarzos de la arena circular el horroroso drama, la lucha desigual, la brillante corrida, como un camafeo inverso de negro sobre el ocre amarillento con la sangre refulgiendo como un sello de lacre que visa y confirma la sentencia de muerte de un toro rojo por un hombre de negro y grana que ha de herir de esa muerte inútil con un destello acerado en el pozo de la cruz del uro colorado vencido en orgullosa y ancestral tauromaquia.



sábado, 28 de agosto de 2010

BREVEDAD DE HOY

Te beso con la ternura mas dulce que poseo, para dejarte soñando mis labios en tu boca y dejarte con la piel en ascuas esperando la mía, y tu pelo embebido de mis caricias chapoteando en el aguardiente de tus deseos escondidos en las misteriosas y fragantes flores que habitan el jardín nocturno donde sueles caminar mientras duermes con los ojos abiertos a la espera de todas las primaveras que te deben los soles que dejaste pasar viviendo otras vidas que no eran tus vidas, sin saber ni los rumbos ni las estaciones, sin adivinar que yo te buscaba en ese mismo jardín donde tu no llegabas nunca, entre amaneceres y estíos, entre tumultos y vísperas, entre inviernos y follajes, ahí, siempre ahí, hundido en atardeceres y crepúsculos acechando tu paso de ninfa incesante, de alga entristecida, de enredadera de flores blancas y pequeñas, de lucecitas de luciérnagas en el bajo hacia el río, y el agua fresca erodando las piedras a la sombra de la arboleda donde jugabas de niña nombrando las mariposas por su nombre y la libélulas por su apellido, allí, ahí, donde siempre, te beso con toda la ternura destilando esta lluvia cristalizada en verbo que va a sitiar al fin tus labios hasta que te me mueras de amor y para siempre en mis brazos. Vale.



Nota.- En efecto, “erodar” es la versión irreflexiva y errónea del verbo inglés “to erode”, que los de Bolombolo, Túquerres, Cajicá, Mapiripán, Maicao y Manizales traducimos por “erosionar”. Como “erosión”, en su acepción primaria, significa “desgaste o destrucción producidos en la superficie de un cuerpo (o de la tierra) por la fricción o por otros agentes externos”, sus sinónimos son “estropear, deteriorar, desgastar, lastimar, inutilizar, arruinar, minar”, etc.

Jaime Horta Díaz

Presidente del Colegio de Abogados de la Universidad Nacional de Colombia



viernes, 27 de agosto de 2010

NOSTALGIAS DE CLAVECIN

y todo lo que hizo fue arrebatado

por la implosión de una burbuja.

Leyendas vestigiales. Roberto Echavarren


Briosos corceles de cascos acerados cabalgan por el filo aterciopelado de la noche espantados ante el fulgor de las florecidas cucardas. Sus crines erizadas trazan el contorno del profundo cenote repetido de sus ojos en pánico. Son blancos como las caracolas desgastadas de albo carbonato y negros como los misteriosos fragmentos de antracita que dejaban los trenes nocturnos al otro lado del potrero de hinojos, cardos, cicutas y mariposas de pálidos amarillos o celestes con tintes verdosos (*). Lentas mantarrayas destrozan los crepúsculos tras las esplendescentes miríadas de peces plateados entre algas y torrentes oceánicos que reflejan las tonalidades verdiazules del mar de los náufragos sangrientos. Un vuelo tumultuoso de guacamayos esparce todos los rojos, todos los amarillos, todos los verdes y todos los azules sobre las esmeraldas trizadas de las selvas lluviosas donde las libélulas gigantes copulan en los charcos perfumados de los gladiolos rosados y las dalias púrpuras. Hay un rumor de oleajes en una playa pedregosa y un agudo sonido ululando entre los riscos de basaltos columnares que esperan a los alcatraces y a los cormoranes que romperán con su algarabía de chillidos marinos la bruma de la hostil madrugada. Endriagos y vestiglos danzan sobre los huesos cristalizados del arcángel dormido y sepultado en las sales de los territorios encendidos en medio del plenilunio con las piedras muertas aun tibias y ruborizadas por el secuestrado atardecer. Un destello efímero de la ultima luciérnaga escindida a contraluz del insomnio se somete a las miserias y estridencias de un carnaval de cenizas mientras una voz, una sola voz recita los versos escritos por las medusas resecas en las arenas negras de solsticio perseguida por las divinas armonías del clavicémbalo dorado y caoba donde Giuseppe Domenico Scarlatti compuso la sonata K 455 según el orden del catálogo de Kirkpatrick. Vale.


(*) Colias lesbia lesbia (Fabricius,1775)



miércoles, 11 de agosto de 2010

TRIPTICO CREPUSCULAR


El poniente de pie como un Arcángel

tiranizó el camino.

Fervor de Buenos Aires, Jorge Luis Borges


Arriba un canto de aguas diminutas esperan revolviéndose en espirales difusas en estratocúmulos y cirroestratos de ese gris húmedo azuloso y yerto que tienen los nublados de las nostalgias románticas y de las memorias trágicas. O son grises nidos de aves imperiales, míticas constelaciones de los cuervos que se comieron los ojos de los dragones dorados y ahora vagan en remolinos de cristales de nieve o gotas de recicladas aguas microscópicas bebidas una y otra vez por los altos guerreros lunares. Abajo la sombra de un territorio de sombras indistinguibles coronadas por las siluetas lejanas de ensortijadas arboledas sobre la topografía de terciopelo negro de un portezuelo entre dos cerros de opaca obsidiana. O es el manto ennegrecido por el fuego del fauno innombrable que urdió la trampa donde los hombres atraparon las Arpías, y que los dioses castigaron con la ceguera y la ceniza. En medio, el atardecer atrapado entre el gris húmedo azuloso, yerto, y el terciopelo negro de opaca obsidiana, urgido de siena pálido, de amarillo indio y amarillo de oro viejo suavizado por un cierto rosa casi fucsia con un verde veronés donde la nubosidad grisácea lo invade. O es una intensidad delicada y confusa de los colores formales de todos los ocasos; rojo, amarillo-rojizo, verde-amarillento, azul intenso, amarillo, rojo-anaranjada, rojo sangre, rojo-pardo, púrpura y rosa. El cielo, donde se muestra es de un azul acero desteñido o de un cerúleo agrisado que se vuelve casi blanco donde roza el horizonte lejos del hundimiento solar. O el cielo refleja las luces de los bosques de “Nettersheim im Kreis Euskirchen im Südwesten des Landes Nordrhein-Westfalen” que atraviesan y se refractan en el vidrio amarillo y rosa del lente del crepúsculo, y el azul acero es el verde tránsfuga de los follajes, el gris cerúleo la tierra quieta y húmeda, y el blanco extremo el ámbito floral del paisaje de solitarias y pantanosas landas, vegas, pastizales y choperas. Lo cierto es que hay un cielo de azul azzurro con los grises nublados del verano, y un poniente “que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala (*)”, y el ya anochecido contorno fractal de unas frondosas colinas que esconden en su serena oscuridad el mapa secreto de un lejano e inalcanzable paisaje. Vale.


(*) El Aleph, Jorge Luis Borges.


Nota.- Fotografía de Hilda Breer


sábado, 7 de agosto de 2010

ENGARCES OCEANICOS

Es la lenta danza de las estatuas congeladas en los márgenes de todas las aguas que cercan los mágicos territorios del meridión. Selvas, sabanas, páramos, helados y altos volcanes aun incandescentes, y mares, mares azules, verdes, grises y hasta de suaves ocres dulceacuícolas donde los grandes ríos desembocan y los violentan. Monótonos cardúmenes de estilizadas saetas plateadas escancian esos mares inagotables, con sus algas verde oliva ondeando sensuales en las saladas aguas verdemar. Soles y oleajes destellan en infinitas agujas de luz incandescente, llamitas de cirios microscópicos e instantáneos, brevemente abrasadores, que saltan desde la superficie desatada de la mar océana. Miríadas de parásitos pelecípodos se aferran como incomprensibles endriagos a la violenta escollera rodeados de una espuma alba que se queda en sus burbujas entre los bivalvos hasta secarse y convertirse en esferas de sales marinas que se quiebran y fragmentan y se disuelven y desaparecen en el caos turbulento de la próxima ola. Las arenas cuarcíferas resisten las miserias cotidianas de los soles con sus vanas deslumbraderas matinales y sus fulgores quemantes de mediodía esperando las florituras de los frescos arreboles con sus carmines, carmesíes y coloretes rojizos. Tediosas moscas que supuran en la canícula soportan estoicas las tibias lluvia tropicales escondidas en la glorieta blanquísima, como esqueleto de ballena, en medio del antiguo jardín de rosas purpúreas del Virrey. Tierra adentro, desiertos, pampas calicheras florecidas de polvorientos nitratos y pampas de pastizales donde merodea el puma y pastan el ñandú y el guanaco, y los llanos perpetuos donde siguen cabalgando (vistosos fantasmas con sus charreteras doradas y sus sables sangrientos sobre briosos corceles fantasmas) las hueste del Libertador llevando al viento los jirones de las banderas que todavía flamean a la espera de las merecidas victorias sobre los mustios conquistadores.

Ahí el paraíso de coloreados sabores, el amarillo del maíz, el blanco puro de la yuca, los frijoles negros y colorados, los ajíes desde el verde oscuro al rojo sangre, todos los verdes del aguacate, el rosa de la guayaba, el rosado y blanco del cacao, el amarillo cristalino del ananá, el blanco con incrustaciones negras de la chirimoya y la guanábana, la variada coloración verde a amarillento, o de castaño rojizo a violeta de la humilde papa, el rojo sangre del tomate, el rojo rubí del cacahuete, y los amarillos, rojos, naranjas intensos o púrpuras del maracuyá (i), que como su hermana cerúlea (ii) muestra en su floración los instrumentos de la divina Pasión del Cristo torturado. Ahí están los códigos y las leyes interdictas de los rutinarios ocasos. Ahí el códice perdido de un otoño rastrojeado y feliz, donde una voz canta los homenajes a los muertos olvidados para siempre sobre el triste promontorio donde hubo una fortaleza de piedra de cañones incapaces desmoronada por los gloriosos corsarios de la Reina Virgen. Ahí yacen enterradas las soberbias de las corazas, las mascaras y las altas lanzas, enfilando por toda esta eternidad hacia la batalla siempre perdida. Ahí los mapas, portulanos, derroteros y cartas de marear, con sus naos y sus navegaciones inútiles, ahora solo sombras que acuden a la memorias del azul de la noche que ya improvisa el tenue gris de otra madrugada con las estatuas destruidas por lo apelmazados excrementos de los coloridos e irrespetuosos pájaros de las Indias Occidentales.



Notas.-

(i) Passiflora edulis.

(ii) Passiflora caerulea. Pasionaria, Flor de la pasión, Pasionaria azul. El Papa Pablo V consideró que era la representación de la Pasión de Cristo, por los filamentos que componen la flor y que evocan a la corona de espinas de Jesucristo; los estambres representarían las cinco heridas en su cuerpo, los tres estilos, los clavos de la cruz y los pétalos, a los doce apóstoles.



lunes, 2 de agosto de 2010

VESPERAL INTRANQUILO

“…no encuentro poesía en rostros agobiados ante profanadas tumbas ornamentadas de fríos ángeles sin alas…”

Elsa Gillari


El sol inmenso estallaba en sus fuegos metálicos al rojo blanco soportando las negras trizaduras que le infringían a contraluz las ramas deshojadas de los árboles muertos de otoño a mitad misma del invierno. La luz deslumbrante hería el paisaje derramando sus intensidades victoriosas por sobre el gris difuminado de las nubes del cielo de un azul celeste opaco donde los pájaros parpadeaban de oscuros terciopelos trazando las líneas de sus retornos a los nidos escondidos en las techumbres más lejanas. Los vidrios de la lluvia de la noche anterior y de la llovizna intermitente del día refulgían astillados de verdes, azules y amarillos en las microscópicas refracciones engastadas en los bordes de las cornisas, sobre los limbos largos, estrechos y puntiagudos de los breves pastos iniciales, y en las rugosas cortezas y enmarañados ramajes de los árboles quietos como esqueletos fractales. Hacia el oriente taciturno un misterioso arcoíris descomponía la luz blanca en sus colores primigenios, desde el rojo voluptuoso al obsceno violeta, separados por heréticos arcos de anaranjado, amarillo, verde, azul y añil, incluyendo el otro misterio paralelo del segundo arco más tenue con los mismos colores invertidos. La muerte vagaba entonces por esos andurriales iluminados con su altivez de reina bantú atrapada en un sueño de un grande páramo donde su mano helada revolvía los últimos rescoldos de los encandilados moribundos. Aullaban los lobos estatuarios contradiciendo los arreboles colorinches desde las sombras de los acantilados calcáreos y de los monumentos ecuestres, de las catedrales góticas y de los templos fenicios, y de todos los muros derruidos en los contrafuertes de las cordilleras andinas. Los charcos casi congelados repetían el entero universo en su densidad cristalina, transparente, habitada de paramecios y radiolarios y algas verdiazules, sin solución de continuidad con el aire inmóvil, espeso, en el que reverberaba el eco alegre y bullanguero de la ‘banda dominguera que siempre toca en la plaza, con una tuba grandota y unos platillos de lata’. Vestigios de albos pétalos de gardenias penetraban la eterna pereza de las piedras incrustadas en la tierra húmeda. La piel con los huesos dibujados como un camafeo de un perro pudriéndose en un rincón de basaltos columnares y arenas negras titaniferas parecía que respiraba en un convulsivo ritmo caótico por el alboroto de la sopa viva de gusanos que devoraban en su hondura tumefacta los últimos trozos de carne repugnante antes de que la muerte con su altivez de reina bantú lanzara un silbido y el cadáver se levantara y la siguiera trotando por el sendero que desaparece tras los milenarios y retorcidos troncos de Pinus longaeva, Adansonia gibosa y una variedad enana de Sequoia sempervirens. Una fría opacidad impregnaba el paraje cuando el sol enrojeció hasta el profondo rosso que precede su desaparición antes del crepúsculo vespertino y de los sonoros chirridos primeros murciélagos.


Nota.- Fotografía tomada por el autor, ayer.