“La escritura neobarroca es el intento por recuperar el sentido en la
intensidad de una escritura que provoca una dimensión de visualidad imposible”.
Sergio Rojas Contreras
Certero ciego inclemente, desbordado por la
lluvia de hoy sábado de tu nombre, verso las insistencias de los charcos y las
goteras, de los pájaro anegados en sus alturas sin vuelo, escarbo las
nostalgias voraces antes que broten los rezagados pastos juguetones de la
pequeña Emperatriz de Todas las Reinas. Crezco una y otra vez por entre las
hierbas muertas de todos mis inviernos, equivocado como siempre, nunca soñado y
secreto, o al menos clandestino. Ya no fragmento la noche en sus granos
demolidos, la usurpo por las mañanas si llueve, o la dejo perderse sombra o
penumbras en las garúas, sin insomnios ni con las malas artes del perplejo. Decanto
las vendimias atrasadas, bebo los vinos agrios del no destierro, escancio los sumos
con la paciencia del que tuvo su tiempo y jugó sus cartas, buenas o malas según
los caóticos avatares designados por los mustios dioses de piedra. Me someto a
las discontinuidades del tiempo, a la mala hora y al desasosiego, a todos los
ecos de los cántaros vacíos y a los celacantos que habitan los abismos donde
decantan los sueños congelados. Incierto mudo intransigente, incrustado en la
tierra madre donde florecen las dalias y el magnolio que sostienen la certeza
de su verdadera eternidad desde la aciaga madrugada de la huerfanía y las muy
tristes desolaciones. Deserto de las marmóreas alturas, inhabilitado y
perpetuo, de la mar que sumerge y se oscurece con las negras aves en sus vuelos
helicoidales contra un atardecer remoto de minerales y desierto, distribuyo
soterrado las ansiedades siguiendo los túneles de las lombrices o de las larvas
subterráneas. En la memoria duermen las semillas latentes de los diurnos estropicios,
de las miserias crepusculares y de los tormentos de una sola noche, esperando reverdecer
en las grietas de los recuperados olvidos como musgos o mandrágoras, o sobre
rompientes y ceremonias, en las bifurcaciones, los bosques embrujados y las
escarchas, cercano al vórtice donde van convergiendo en una infinita espiral
los crasos errores, los malos silencios, las torpes lejanías, sin llegar nunca
a justificarse. En esa vorticidad que será la suma de los fragmentos del rostro
que se fue disgregando por todos los espejos. Austero sordo indiferente,
atrapado en las conspiraciones de las lentas nostalgias de los furiosos instantes
del desespero, por el filo del signo perdido, por sus escombros, por la
solemnidad de la última muerte, la imprescindible, la esperada, la inevitable.