miércoles, 27 de agosto de 2014

VADEMECUM DE INCLEMENCIAS


“La escritura neobarroca es el intento por recuperar el sentido en la intensidad de una escritura que provoca una dimensión de visualidad imposible”. Sergio Rojas Contreras

Certero ciego inclemente, desbordado por la lluvia de hoy sábado de tu nombre, verso las insistencias de los charcos y las goteras, de los pájaro anegados en sus alturas sin vuelo, escarbo las nostalgias voraces antes que broten los rezagados pastos juguetones de la pequeña Emperatriz de Todas las Reinas. Crezco una y otra vez por entre las hierbas muertas de todos mis inviernos, equivocado como siempre, nunca soñado y secreto, o al menos clandestino. Ya no fragmento la noche en sus granos demolidos, la usurpo por las mañanas si llueve, o la dejo perderse sombra o penumbras en las garúas, sin insomnios ni con las malas artes del perplejo. Decanto las vendimias atrasadas, bebo los vinos agrios del no destierro, escancio los sumos con la paciencia del que tuvo su tiempo y jugó sus cartas, buenas o malas según los caóticos avatares designados por los mustios dioses de piedra. Me someto a las discontinuidades del tiempo, a la mala hora y al desasosiego, a todos los ecos de los cántaros vacíos y a los celacantos que habitan los abismos donde decantan los sueños congelados. Incierto mudo intransigente, incrustado en la tierra madre donde florecen las dalias y el magnolio que sostienen la certeza de su verdadera eternidad desde la aciaga madrugada de la huerfanía y las muy tristes desolaciones. Deserto de las marmóreas alturas, inhabilitado y perpetuo, de la mar que sumerge y se oscurece con las negras aves en sus vuelos helicoidales contra un atardecer remoto de minerales y desierto, distribuyo soterrado las ansiedades siguiendo los túneles de las lombrices o de las larvas subterráneas. En la memoria duermen las semillas latentes de los diurnos estropicios, de las miserias crepusculares y de los tormentos de una sola noche, esperando reverdecer en las grietas de los recuperados olvidos como musgos o mandrágoras, o sobre rompientes y ceremonias, en las bifurcaciones, los bosques embrujados y las escarchas, cercano al vórtice donde van convergiendo en una infinita espiral los crasos errores, los malos silencios, las torpes lejanías, sin llegar nunca a justificarse. En esa vorticidad que será la suma de los fragmentos del rostro que se fue disgregando por todos los espejos. Austero sordo indiferente, atrapado en las conspiraciones de las lentas nostalgias de los furiosos instantes del desespero, por el filo del signo perdido, por sus escombros, por la solemnidad de la última muerte, la imprescindible, la esperada, la inevitable.


lunes, 25 de agosto de 2014

ESPEJOS QUEBRADOS


(Fragmentos de pulsión escópica)

Mi rostro era un tormento. Nube. Gajos de sol. Rompí el espejo. Un rostro fragmentado. Y todo el cielo. Dormir. Pasar. No desear. Mis labios. Y el silencio. Dormido entre los muros de este huerto. Pasó un pájaro blanco, alegre, extenso. Sus alas. Su gorjeo. Pero yo no estoy preso. Los bosques, crepitando. Los destellos. Más allá no hay jardines. No los quiero. Pájaros, bosques, mares, el espléndido relato de inconstantes y viajeros. Ángeles, no de llamas, sí de yeso. Latir. Urgente azul. Estoy despierto. Mi torre tiene un mirador y espejos. Desde aquí miro y toco y gozo y siento. Su voz no amó Narciso. Amaba el eco. Acudir a tu juego es ver cubrirse las aguas del espejo de gran niebla: un reducido número de estampas indecisas, que pierden densidad y volumen, como el humo; el guía que me burla y llega siempre a desaparecer tras los recodos, escurridizo, artero, suplantándose sin que nunca le pueda ver el rostro, que es el mío: palabras en un espejo escrito y aplazado, en las apariciones de una sombra que se esconde detrás de la cortina, confunde su papel y olvida el gesto o impone su evidencia mentirosa de actor de cine mudo que ha pasado con demasiadas muecas al sonoro; un texto que se pierde en el reverso, el espesor y el margen del papel, que nace con las dudas de su sentido y de su desaliento, paréntesis inscrito en una historia en blanco. Ese espejo me llama y me confirma otra vez en un cuerpo que no es mío. Miro esos ojos y giro en la extrañeza de su voluntad. El otro ya me mira también con la sorpresa de no encontrarse en mí. Somos las dos figuras que separa la superficie de un cristal y la mirada funde en un mismo destino. El agua nos da cita y el vacío nos repite que no somos el mismo. No conozco su sombra y acaricia la muerte cuando yo traigo el día, retiene el infinito cuando increpo su gesto. No conozco la historia de quien mira, no sé quién de los dos delata y finge ser quien se piensa siendo, ser antes de la luz, ser sin el otro. Ahora busco sus ojos y esconde sus pupilas allí donde no miro ni nunca podré ver. Como si me ocultara un ardiente secreto huye al mar de lo oscuro. Un suspendido instante ha roto el movimiento de sus ojos. Siento todo el espejo en el vacío reflejando la herida y el dolor de quien ha descifrado su sentencia: Mirar ya para siempre hacia la nada. Hay restos de mi figura y ladra un perro. Me estremece el espejo: la persona, la máscara es ya máscara de nada. Como un yelmo en la noche antigua, una armadura sin nadie, así es mi yo; un andrajo al que viste un nombre.

A partir de la lectura, hoy, de:
Espejo de gran niebla. Guillermo Carnero,
Siesta en el mirador. Antonio Carvajal
Quien mira. José Ramón Ripoll
De Piedra negra o del temblar. Leopoldo María Panero
En “La Mirada Elíptica: El Trasfondo Neobarroco de la Poesía Española Contemporánea”. Luis Martin-Estudillo.

Nota del mero collagista.- Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos textos; el de explayar en cuatrocientas palabras una idea cuya perfecta exposición ya fue escrita por otros adelantados. Mejor procedimiento es asumir que esos textos ya existen y ofrecer un collage, un copy-paste. (i)

(i) Perífrasis de: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ficciones. Prologo, Jorge Luis Borges. 

viernes, 22 de agosto de 2014

IMAGO DE LA ESFINGE DEL PEQUEÑO BOSQUE


Te vas por sobre las huellas de anónimas pisadas en las grises arenas, a contraluz siempre en un atardecer que te persigue como un perro abandonado, en silueta contra el bruñido oleaje de un mar sereno que refulge en sus tenebrosos laberintos abismales. Alguien camina allá atrás buscando caracolas o algas o simplemente el silencio adormecido del oleaje sin atreverse a acercarse para no ser atrapado en el aura de misterio que te asilueta en el aterido paisaje de esa playa de poetas. Una línea algodonosa de nubes te corona como una guirnalda de un blanco alejado en su brumosidad continua de lejanas lluvias por venir, el horizonte es marino y terrestre, bífido o bifurcado, dividido por ti en sus ambivalencias somnolientas, el caserío y los arbustos, la mar desplegada en ese límite que la separa del azul gris tristón de un cielo confuso en el que tu rostro es una penumbra hierática que no sonríe. Quietos observan en el borde del acantilado de arcaicos estratos geológicos los altos copaos (Eulychinia acida) que esperan la cercana primavera acumulando sus savias para amanecer en sus blancas floraciones, los cuarzos y las micas incrustados en las foliaciones gris plateadas de las micacitas y los esquistos azules, los mínimos circones de los granitos devónicos, y los oscuros granates del atávico imaginario fetichista, el pasto verdeando, las areniscas amarillas y el bordados de las albas espumas. De pie como una esfinge tallada en un roquerío de arcaicas rompientes que surge desde las profundidades metamórficas como feroz inquisidora, sin peces ni gaviotas, sin la sal de los espantos ni el sosiego de las altas mareas, ahí, solemne y soberana con tus manos modeladas en la greda elemental del secano costero. Se te nombra en susurros escondidos bajo apercibimiento de proceder en rebeldía, se te evoca mirando nostálgica las luces lejos de los barcos imaginarios atracados en el nocturno cristal de tu ventana, se te escribe con letra pequeñita y tinta desvaída, se te dibuja sin sombra en los antiguos palimpsestos donde fuiste paloma de altos vuelos inconclusos, se te busca en los abandonados santuarios del desencanto, en los templos donde se profanaron las estatuas de los dioses insensibles que invocaron los cantos del amor extraviado. Te vas incautando los plenilunios, las bajamares y las pleamares, desatando las oscuras gravitaciones que llevas tatuadas en los sortilegios de tu voz concebida sin pecado en tus hechizos lunares y solo dejas un reguero triste de arenas muertas porque hoy es viernes y lloverá mañana.


domingo, 10 de agosto de 2014

DESHOJES


[El Otoño te trajo, mojando de agonía, tu sombrerito pobre y el tapado marrón, eras como la calle de la Melancolía, que llovía, llovía sobre mi corazón. (i)] Vendrá caminando por el lado norte de la lluvia, invadida de sus penas, caminantes como ella, por el espejo de la vereda y en los charcos entrando en los crepúsculos, sosegada inmersa en el silencio, desvastada. Sobre los artilugios del destino (o el azar) dispondrá las copas en la mesa, el pan y el corazón en trozos, la sonrisa como ida o por lo menos distante, los ojos eternizados en la vastedad de los inviernos enlluviados. Sufriente de ternuras atrasadas dibujará con las migas en el mantel cuadriculado el portulano de sus intentos, escribirá el listado de los rumbos extraviados y el registro preciso de las singladuras de sus travesías inútiles o equivocadas. Aquellos perfectos desengaños. Puerta afuera los dolores, las palabras y los paraguas, la sensación de ser no siendo y el incierto horizonte de gaviotas y mar y negras arenas, allá más lejos la finura de los adioses sin lagrimones de desencanto ni los tenebrosos reproches del desespero. Para adentro, los labios sellados, el libro inconcluso de los insomnios y los reflejos del día arremolinados en los cristales. La turbia soledad decantando las minucias que quedaron de los sueños y un rostro, repetido y constante, desdibujado por el tiempo sin la certeza del amor que decretó las penurias del olvido. El anillo de oro con una perla y el reloj triste de la bifurcación (del error o del azar) perdidos a propósito en los ciegos cajones que se cerraron para siempre quizá donde, después que el barrio se hizo ajeno y la esquina y la plaza se cansaron de esperar. Se desataron los tiempos a lo largo y la distancia insobornable en su tráfago imperioso de miserias humillantes y sus breves alegrías, se fueron borrando los números siniestros de los descoloridos calendarios y florecieron flores imposibles en un retorno de pantano y de oscuro laberinto. Lo demás se quedó traspapelado en versitos que sus ojos no leyeron y en las rosas que su mano no tocó. Así la pienso ahora cuando los árboles deshojados tascan las tristezas de lo que hace muchos años no fue y se me viene feroz la noche incesante en su derrumbe y su ausencia. [Yo no la quería cuando la encontré, hasta que una noche me dijo, resuelta: Ya estoy muy cansada de todo... Y se fue. ¡Qué cosas, hermano, que tiene la vida! Desde ese momento la empecé a querer.(ii)]

(i) María. Tango. Cátulo Castillo
(ii) Quién hubiera dicho. Tango. Luis César Amadori


miércoles, 6 de agosto de 2014

OROPELES INUNDADOS


(Apuntes de viaje, transcripción directa de los originales)

Busco el Sur, el tiempo abierto y su después (i). La lluvia larga, los ríos desbordados, los anegamientos bajo el sin fin de nubes negras, nubarrones, el sol pequeño niño asomando con la timidez esperando por el amanecer sobre los verdes fulgurantes entre los fríos del desborde. Y venía una y otra vez la lluvia sobre lo inundado repetida persistente con solemnidad de aguacero urgente sobre el techo y los bosques, venía en ráfagas sobre los siete horizontes que se escondían en la bruma, anegando el estero, el puente, los verdes potreros ovejeros. Venía y se iba silenciosa por el sol asomado cuando gritaban los queltehues llamándola otra vez. De pocos pájaros, de espejos de agua reflejando las espesuras, de cuarzos y lavaderos del oro invisibles y de las casitas de techos relucientes, de los rubores esplendorosos del amanecer lejos y altos, tramontanos. Los nubarrones grises, oscuros, amenazantes, siempre de paso acechando, un pedazo de azul que parece cielo escurre entre las grises nubes y el blanco iluminado. La mañana aterida comienza a esperar la challa y las arenas negras allá en los bajos que pudieran ser auríferos. Cuarzos enlluviados, encastados en los barriales y los pastizales, empantanados juncales, potreros. Las leñas de broza, ulmos y alerces, mojadas estilando en las orillas inundadas. Allá p’al bajo la anegada, la inundación soberana de sus cauces y territorios. Hacia por siguiendo la bajante el mar detrás de las grises arenas de la barra sin gaviotas solo en las albas espumas de sus invernales y furiosos oleajes escondidos. De borde a borde el río con sus arcillas desbordadas, ancho y perentorio, consumado en su creciente, en la amplia soledad de las casitas sumergidas en la lluvia. Viene con su bruma sin paisaje, las varas de leña rojas como los atardeceres ausentes La lluvia del último día para gloria o escarnio de los hombres que afanaron y buscaron el oro, el primer arrebol, del último amanecer, efímera rosa ruborosa absorbida desvanecida por entre los negros oscuros amenazantes de los últimos nubarrones. El hacha hiriendo la sangrienta madera, la mariposa nocturna detrás del cristal, visitante de la estirpe engarzada en el nocturno. El río desanegando los campos ovejeros, la ventolera y sus ráfagas susurrantes. Lo otro, la quijada y el cuerno y el misterio del pasto fosforescente, los dados y las barajas jugando en el mismo azar del oro. Las islas en su brevedad del desagüe, del estero de las buenas yerbas ancho como los áureos sueños, la crecida, las siluetas de los ulmos contra la claridad mañanera, siempre las nubes buscando el sur más al sur lentas y majestuosas. Las suaves lomas de verdes perfectos, lecherías y hacia adentro de la lluvia desde el mapu ancestral, enjoyadas de garzas blancas y bandurrias y gaviotas extraviadas, en la otra lluvia del retorno a mis ojos se enredan aromos rubios en los campos de Loncoche (ii) donde ya no hay un rostro ni una voz que buscar o nostalgiar, tristemente, en este sur de sumidas cavilaciones y amarillos desgajados. Vale.

Río Llico, 2 al 5 agosto 2014

(i) Vuelvo al sur. Fernando "Pino" Solanas, en la música de Astor Piazzolla
(ii) Aromos rubios en los campos de Loncoche. Pablo Neruda, 1923

Imagen: Fotografía del autor.