miércoles, 6 de agosto de 2014

OROPELES INUNDADOS


(Apuntes de viaje, transcripción directa de los originales)

Busco el Sur, el tiempo abierto y su después (i). La lluvia larga, los ríos desbordados, los anegamientos bajo el sin fin de nubes negras, nubarrones, el sol pequeño niño asomando con la timidez esperando por el amanecer sobre los verdes fulgurantes entre los fríos del desborde. Y venía una y otra vez la lluvia sobre lo inundado repetida persistente con solemnidad de aguacero urgente sobre el techo y los bosques, venía en ráfagas sobre los siete horizontes que se escondían en la bruma, anegando el estero, el puente, los verdes potreros ovejeros. Venía y se iba silenciosa por el sol asomado cuando gritaban los queltehues llamándola otra vez. De pocos pájaros, de espejos de agua reflejando las espesuras, de cuarzos y lavaderos del oro invisibles y de las casitas de techos relucientes, de los rubores esplendorosos del amanecer lejos y altos, tramontanos. Los nubarrones grises, oscuros, amenazantes, siempre de paso acechando, un pedazo de azul que parece cielo escurre entre las grises nubes y el blanco iluminado. La mañana aterida comienza a esperar la challa y las arenas negras allá en los bajos que pudieran ser auríferos. Cuarzos enlluviados, encastados en los barriales y los pastizales, empantanados juncales, potreros. Las leñas de broza, ulmos y alerces, mojadas estilando en las orillas inundadas. Allá p’al bajo la anegada, la inundación soberana de sus cauces y territorios. Hacia por siguiendo la bajante el mar detrás de las grises arenas de la barra sin gaviotas solo en las albas espumas de sus invernales y furiosos oleajes escondidos. De borde a borde el río con sus arcillas desbordadas, ancho y perentorio, consumado en su creciente, en la amplia soledad de las casitas sumergidas en la lluvia. Viene con su bruma sin paisaje, las varas de leña rojas como los atardeceres ausentes La lluvia del último día para gloria o escarnio de los hombres que afanaron y buscaron el oro, el primer arrebol, del último amanecer, efímera rosa ruborosa absorbida desvanecida por entre los negros oscuros amenazantes de los últimos nubarrones. El hacha hiriendo la sangrienta madera, la mariposa nocturna detrás del cristal, visitante de la estirpe engarzada en el nocturno. El río desanegando los campos ovejeros, la ventolera y sus ráfagas susurrantes. Lo otro, la quijada y el cuerno y el misterio del pasto fosforescente, los dados y las barajas jugando en el mismo azar del oro. Las islas en su brevedad del desagüe, del estero de las buenas yerbas ancho como los áureos sueños, la crecida, las siluetas de los ulmos contra la claridad mañanera, siempre las nubes buscando el sur más al sur lentas y majestuosas. Las suaves lomas de verdes perfectos, lecherías y hacia adentro de la lluvia desde el mapu ancestral, enjoyadas de garzas blancas y bandurrias y gaviotas extraviadas, en la otra lluvia del retorno a mis ojos se enredan aromos rubios en los campos de Loncoche (ii) donde ya no hay un rostro ni una voz que buscar o nostalgiar, tristemente, en este sur de sumidas cavilaciones y amarillos desgajados. Vale.

Río Llico, 2 al 5 agosto 2014

(i) Vuelvo al sur. Fernando "Pino" Solanas, en la música de Astor Piazzolla
(ii) Aromos rubios en los campos de Loncoche. Pablo Neruda, 1923

Imagen: Fotografía del autor.


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