sábado, 29 de diciembre de 2012

CASUISTICA PERSONAL


“El individuo efímero, perdido en la jungla inextricable de los reflejos y los responsos, recibe durante un instante la impresión (o la ilusión) de entrever la topología del laberinto”
Approches de l’imaginaire. Roger Caillois, 1975.

El contracrepúsculo de los destierros inmóviles, las libélulas extraviadas en las umbrías copas de los árboles, el canto de las aguas en las bajantes perentorias, la delicada e indescriptible sensación que antecede a la lluvia o a las frescas noches del verano, la reverberación del pasto bajo una brisa continúa y leve, persistente en su desarmada oquedad eólica, los ojos brujos de una mujer inmortal o aquel rictus como un dejo de hastío que le besaba la boca cuando no me miraba, el violeta difuso de los jacarandaes agonizando de estío, lo que imaginamos que soñamos, la pequeña soledad de una calle en la madrugada con su garúa y sus palomas desquiciadas, el esplendor de las rosas mustias cuando se van convirtiendo en papel reseco, en palimpsestos indescifrables, aferradas con esmero a sus hermosas brevedades primaverales, las huellas evanescentes de la vagancia entre el asombro y el éxtasis por los tejados de los pueblos abandonados, por las acequias de los barquitos de la niñez, por la esquina donde la maga se incrustó en los huesos con su metal de silencio, y por la miel incorruptible de cierta noche en que se me fue convirtiendo en esfinge, la zarza ardiendo en el otro desierto (y no fui digno de la revelación), el despliegue del humo de la hoguera que me consume, el vino agrio del castigo, y el vino dulce de la consumación, la muerte quieta, sosegada, acechando con su guadaña y su ábaco, el libro de las constelaciones y de los espejismos, los laberintos que construyen las hormigas y los que arrastran los caracoles, el tan lejano perfume de las azucenas y el irrecuperable verde furioso de la calas, la luminiscencia de las luciérnagas y las noctilucas separadas por el tiempo y la distancia pero que convergieron en la misma fascinación ante su prodigio irreal, el aroma reverente del incienso y los cánticos de un diciembre que sigue sucediendo, la voluptuosidad decantada en una piel que se dejó acariciar solo para marcar a hierro su recuerdo, el rasgado de las vestiduras en la certeza de la imposibilidad del amor, las amapolas y los gladiolos y las dalias que fosforecen en sus colores cada vez que sueño un jardín, la gran morera de la casona cuando niño con mi padre, la tierra magra de arenas y caliches, de las retorcidas ágatas desesperadas, de los sílices de improbables puñales, del destierro donde iban a morir todos los crepúsculos.

Imagen: “Insectario”. De la serie Herrumbres, 2011. Instalación y fotografía del autor.

martes, 18 de diciembre de 2012

ATEOLOGIA PRACTICA

«Yo creo que la teología es una rama de la literatura fantástica.»
J.L.Borges

Nada, solo una planicie hasta donde llega la vista derrotada por los metálicos soles de los estíos, pulida por las ventoleras inclementes de los primeros días de los otoños ensimismados aun la vendimia y los rastrojos. En algún lugar entre cualquier aquí y sus horizontes se sabe que existe un acantilado a cuyos pies nacen las begonias verdiazules y donde los pájaros extraviados encuentran sus rumbos según donde apunten las hojas de iridiscente azul oscuro. Lo demás son pedruscos negros del tamaño de un puño desperdigados según los números de la sucesión de Fibonacci y que poseen forma de alacranes o de gekos persiguiéndose uno tras otro en la espiral prefijada como los bichos cachivache (Pedalternorotandomovens centroculatus articulosus) en la Casa de las Escaleras de Maurits Cornelius Escher. Algunos son meteoritos modelados por el polvo de las estrellas y fraguados en el áspero vacío absoluto, otros fragmentos de basalto esculpidos por las arenas y el tiempo. El alba oscurecida por las tormentas de arcillas rojas detenta un lento e inmenso disco solar enrojecido que alarga las chatas sombras difusas de los cantos azabaches semienterrados en el limo rojo amarillento de la llanura desierta y adormecida. En el cielo de un azul tosco y paulatino siempre hay siniestras gaviotas en vuelos circulares esperando con santísima paciencia las corrientes ascendentes de los atardeceres para iniciar sus espirales de fuga. Sin la cercanía de un mar que las justifique ni sombras en el llano que las materialicen, han de ser fantasmas de antiguas garumas que anidaron en estos territorios antes de su degradación final. Una bruma húmeda va entrando hacia las tardes con esa desolación de los náufragos en las islas o la soledad del exilio en las urbes iluminadas, avanza derramándose como un tul algo azulado que va cubriendo un cadáver aun tibio. El silencio, sólido y coherente durante el día, comienza a crujir apenas la noche procede el inicio de su instauración, rechina como un viejo velero amarrado en un carcomido muelle desvencijado. El aire adquiere la consistencia insoportable de lo que se sabe perdido, de ese abandono en que se quedan las casas de adobes cuando sus muros agrietados ya no soportan las lluvias. Las noches son frescas y estrelladas, con una luna que abunda en iluminados plenilunios. Solo en medio de ese ilimitado yermo calcinado es posible entender que Dios está hecho de materia oscura, que Él es la materia oscura, pero nadie nunca hasta ahora ha visitado ese inconcebible lugar. Eso.

domingo, 16 de diciembre de 2012

ALLÁ POR LOS SUEÑOS

Nos encontramos como siempre sucede en nuestros sueños, tu caminabas por un parque, por el rumor de hojas secas creo que era otoño, yo estaba sentado en el escaño más alejado del tráfico de las calles tumultuosas leyendo "Sucesivas y Coordenadas" de Lezama Lima, esperando a que vinieras. Nos besamos tiernamente, como adolescentes, y te sentaste a mi lado, nuestros ojos siguieron besándose un largo rato mientras nuestras manos conjugaban un tímido trabalenguas de cariños y ternuras, entonces te pregunté que te había parecido mi voz en el sueño de la noche anterior leyendo un fragmento de mi última prosa barroca, extrañada me dijiste que no, que era el poema que yo te habia escrito días atrás, insistí con dulzura en que era uno de mis precarios textos neobarrocos, lo negaste con ímpetu de soberana, como vi que ya te ibas a fastidiar por mi insistencia, te propuse que despertaras y escucharas bien mi voz cavando hasta tus instintos en tu oído, así fue que te fuiste a la vigilia y yo me quedé como suspendido esperando tu vuelta, que no llegó porque parece que entraste en otro sueño, sin mí, te esperé casi hasta la madrugada, entumecido, porque comenzó a caer una garúa de esas que solo se ven en los tangos, y antes que asomara el sol allá por lo de tu barrio me vine pensándote con la esperanza de volver a encontrarte, quizá extraviada buscando el parque del otoño, en mi sueño, y no fue así, hasta ahora en la mañana que me dices implícitamente que estabas equivocada. Mirá que en los sueños somos los mismos, solo que más etéreos, como ángeles de cristal o de ópalo,  pero con las mismas virtudes, los mismos defectos, la misma ansiedad del uno por el otro, las mismas pasiones que nos desbordan, celos, furias, desconsideraciones, errores, torpezas, burdos acechos, míseros orgullos, solo que en los sueños sabemos que son todas esas virtudes y defectos los que nos unen tan fuertemente, que nos hacen indisolubles en esta relación de continua e intensa interdependencia, esta relación esquizoide, bipolar, ambivalente, sicótica, pero maravillosa en su esencia de amor/deseo. Ahora aquí presagian lluvias para el atardecer, está nublado y gris, corre un viento como invernal, el día está como oscuro, espero que a la noche nos encontremos en el sueño aunque llueva, como de costumbre, quizás me veas con un paraguas y por eso te aviso. Yo casi siempre te encuentro con una blusa o un vestido de pequeños arabescos blanco y negro, fumando, con varias pulseras y anillos, muy seria hasta que tu mirada me encuentra, solo entonces sonríes. Eso.

viernes, 14 de diciembre de 2012

NADIE SE VA

Nadie se va del agua de su sed, de las caricias de sus mañanas, de las piedras ni de ese río, nadie abandona los pájaros ni los geranios, nadie se borra ni se evapora de la memoria que lo poseyó un día para siempre, nadie deja el susurro suspendido ni la mano en las cenizas, nadie se esfuma en su propia oscuridad. Vendrán las sombras del arrepentimiento invadiendo las penumbras del pecado inicial, de la espina incesante, del puñal que sajó los días dividiéndolos, bifurcándolos en un con ella sin ella sin solución de continuidad, de la incrustación en el cuarzo con sus resonancias en la carne viva. No habrá resignaciones porque no habrá olvido posible de esa voz, ese verbo, con sus furias y sus celos y con las latencias de un imposible nocturno que siempre amanecía posible. Que importa si los silencios cavarán tumbas donde antes hubo ceibos y ciruelos, porque estarán vacías, que importa si la noche se derrumbará con las lluvias venideras si su rezongo tanguero entrará en un eco que perdurará hasta el estío. Se perderán silaba a silaba los nombres que fueron sagrados, se perderá un lunfardo secreto inventado para decir lo que el idioma materno no sabía decir, se desvanecerán de tanto mirarlas ciertas precisas fotografías, los rasgos de los rostros se irán confundiendo con otros que fueron o serán, pero todo lo que parecerá perdido seguirá urgiendo el retorno porque nunca hubo fuga, solo la continuación de un viaje inevitable hacia un pequeño infierno. Alguien volverá a ser el linyera palabrero que llegó entre los camalotes y las islas, alguien volverá a ser la que lo llevó de la mano por el Paraíso en un milagro que prevalecerá en una serena eternidad momentánea. En una tanguería vacía deambulará un tango canyengue esperando que lo bailen hasta el final de los tiempos, y en un cuartito clandestino, quizá en que lado de las nieves, dos fantasmas insistentes volverán en la tardes de otoño a rendirse a aquel sueño inconcluso. En los amaneceres de garúas dos siluetas extraviadas recorrerán los parques, allá y acá, buscando con la desesperación de los náufragos esa convergencia que soñaron cada noche pero que nunca se dio. Dirán que los derrotó el hastío, los celos, la mísera soberbia o el mero orgullo, pero son embelecos fraguados en los venideros insomnios, la verdá es que fue el tumultuoso oleaje de piantaos que ellos mismos creaban en sus ansias por alcanzar siquiera a tomarse en algún atardecer de la mano. Nadie se va porque nadie abandona así como así la ternura, el amor, el deseo. Vale.

Imagen: Dante and Beatrice, 1883, by Henry Holiday (1839 - 1927)

sábado, 8 de diciembre de 2012

COMPOSICION DE LUGAR

En su soledad, el tiempo transcurre lentamente y de manera extraña.
Emilio de Gorgot

…el portero, frenético amante de los secretos inútiles.
José Lezama Lima

Todo surgía como de una sucesión compungida que se trasladaba con la lentitud de sombra al mediodía, que se alargaba sin alcanzar nunca su punto critico, su punto de quiebre o rompimiento, o volvía a contraerse como chirriando, desaceitada, herrumbrada, se encogía con una elasticidad quántica, a la manera de un barco que se va alejando escapando en el mismo punto de fuga del horizonte. Entonces, por un instante de secreta revelación los objetos se hacían transparentes, lo que debía suceder no sucedía, la memoria dejaba de registrar detalles y se condensaba en un todo holístico de tacto-visión-sonido-olor-sabor, por un nanosegundo el todo cabía por demás en un dedal de juguete. Tenía esa quietud mesiánica (o carencia) que llegan a poseer los cubos de piedra canteados a cincel y martillo pero que no alcanzaron a formar parte del empedrado de la calle y se quedan eternamente varados en un jardín, enterrados en un bosque de mentira o al pie de un jacarandá en alguna plazoleta cercana. El rincón más alejado guardaba hasta bien entrada la noche las últimas hilachas desgarradas de los arreboles del atardecer, era como ver el fulgor sordo de las brasas que han permanecido aun encendidas en medio de las cenizas de una fogata no acabada de apagarse en la oscuridad del nocturno sin luna. El conjunto de espacio tiempo sucedía, acontecía, ocurría a la manera de la aciaga perpetuación de las eñes iniciales, disperso como bandada de palomas atravesada por el ampuloso vuelo del tiuque, deformado, raro, sin la consistencia esperada en la volumetría visible de la realidad concreta, como si estuviera atrapado en un bucle de insospechadas consecuencia, de impredecibles bifurcaciones que se abren alejándose entre si como el ramaje del acacio cincuentenario que no brotó esta primavera o las toscas raíces del ombú, sin ese tranquilizador atractor extraño que premoniza la teoría del caos. Y era un inerte monolito de piedra negra en medio de los temerosos homínidos. Y era un monolito negro desenterrado en la superficie lunar ante la vista asombrada de los astronautas lunares. Y era un monolito negro flotando silencioso en la órbita de Júpiter despertando un horror ancestral en los astronautas planetarios. Y era un monolito negro, alzado a los pies de la cama, majestuoso e inerte, que el viajero temporal contempló extasiado en medio de su agonía. Mucho más abajo, siguiendo un sendero de lozas pegmatíticas dormía el estanque invadido por las ostentaciones verde esmeralda de las finísimas guedejas de las algas clorófitas, y en el, un breve y tardo cardumen de kois soñolientos deslizaban sinuosos sus negros, blancos, rojos y anaranjados, tan lentamente que a primera vista parecía que el tiempo no estuviera sucediendo.