miércoles, 30 de marzo de 2011

OSCURAS GOLONDRINAS SOBRE FUKUSHIMA

Dragones de obsidiana de babas corrosivas y garras niqueladas, refulgentes en su cristalina negrura, duermen encerrados en patéticas cúpulas de hormigón. Tiembla el fondo marino encabritado por sus odios inmemoriales y sus venganzas inconsumadas, la tierra se triza, se quiebra, se fragmenta. Vuelven oscuras golondrinas a romper cristales, a colgar nidos en los balcones invadidos de tupidas madreselvas malditas sobre las tapias resquebrajadas de un jardín de flores de magnolio cubiertas de un rocío lechoso y tóxico como las lágrimas de la euphorbia. Un alto oleaje bíblico, sucio de escombros y cadáveres invade campos feraces, aldeas somnolientas, urbes afanadas, el denso terror líquido humedece míseros hormigueros e indignos panales multitudinarios. Antiguas serpientes marinas verde jaspeadas deslizándose entre los nidos de saurios congelados en el tiempo, fosilizados en turbios carbonatos, testigos quietos, horrorosos, de la cíclica batalla prehistórica en el valle de otro Armagedón. La Muerte campea por sobre un sol naciente infectado, violado, radiactivo. Esparto de linos, sangrientos regueros y fragmentos de pequeños dioses vencidos. Insectos gigantescos cercando el atardecer de cerezos. Un Aqueronte con sus aguas infectadas de rosadas pirañas y barbos grises escurre silencioso entre las oscuras piedras meteóricas, muertas tras el esplendor hecatombico que iluminó las honduras de hierbas y matorrales. El día es invadido por dragones fétidos, serpientes despellejadas, ponzoña y heridas putrefactas. Se esparce un mortal polvo estrellado de plutonio por un mar corrompido, por territorios inocentes. Dragones volcánicos arrojan fuegos transparentes de sus hocicos vengadores, temerosos enanos envueltos en plásticos albos como mortajas, se inmolan ente sus garras pestíferas. Uranio, yodo, cesio, avivan la basta quemazón de los vientos del fin, la pira del último sacrificio, la cicatriz purulenta de una ciencia desatada e inhumana. Un ídolo de oro inútil persigue a amos y a esclavos en un desierto de flores secas, pájaros muertos y esqueletos enterrados en escombros contaminados. Un lenguaje de haikus e ideogramas, una primavera de cerezos en flor y nostálgicos bonsáis, un emperador etéreo y ausente, desaparecen en medio de un único destello púrpura. La memoria tatuada de dos inmensos hongos de fuego y fulgor rompen las herméticas claves de una herencia milenaria. Desesperaciones, llantos y quejidos, la trama de una telaraña invencible, quemaduras, venenos invisibles. La lluvia y las cenizas de una alquimia mortal. El cielo posee ahora un tinte magenta triste y peligroso, el mar estremecido un amaranto mortífero, el suelo estéril un áspero carmín incandescente. Despierta el profeta de su profundo sueño, observa silencioso la infinita desolación, y mudo y absorto y de rodillas inicia los ritos de adoración a un dios desengañado ante su altar de viejos troncos carbonizados.

domingo, 27 de marzo de 2011

ALBA EN CAMPO DE TRIGO

El alba acontecía con su transparencia húmeda y brumosa sobre y a través de los dormidos campos espigados. Transparencia perseguida por los diminutos soles reflejados en la miríada de gotitas de rocío. Porque todos los soles se venían persiguiendo en un celeste opaco y entre unas franjas bufonescas de pálidos amarillos, suaves anaranjados, carcomidas de algodones y briznas de lino. Las verdes espadas del trigo amanecían carcomidas por voraces orugas trajeadas de rojo y negro, innumerables, mimetizadas en sus colores con el terror a la ponzoña de los pájaros hambrientos que huían de la noche. Destrozadas mariposas cubrían los surcos arrastradas por el agua parda de los innumerables ríos paralelos que ya plateaban por el reflejo del alba acontecida. El trigal con su denso amarillo blanqueado repetía la brisa en el sinuoso oleaje que lo estremecía, todo turbulencia u hosca sensualidad vegetal atrapada en el marasmo de los surcos y el agua café por las densidad de sus arcillas. Tábanos, como los cuervos del trigal de aquel loco iluminado, vagaban en tontos vuelos inútiles, esperando los imposibles bueyes del arado entre el tumulto de espigas de oro maduro. Aves escondidas en el rumor de las malezas piaban un canto bullanguero iluminado por un sol soberbio y ya establecido sobre la brillante corona del día. Y bajo ese sol todo irá sucediendo, espigas, granos, harina y pan, antes, la siega, las yeguadas de la trilla mas allá del borde arisco del otoño, en medio del invierno, los campesinos, hoz y gavilla, el campo reluciente por el oro acicular y caótico de la paja tendida y secándose para ir a ser fardo paralelepípedo o dormir oculta en la parva, el pajar, almiar, cija o henil, pervirtiendo el invierno sin la hambruna del ganado. El alba aconteció en los campos espigados, perseguida por los soles reflejados en las gotas de rocío bajo un celeste opaco atravesado por pálidos amarillos y tenues anaranjados entre albos algodones y briznas de lino, mientras el verde del trigo era devorado por orugas rojinegras, terror de los pájaros hambrientos que se vinieron fugados de la noche, abajo, flotaron mariposas quebradas en los surcos inundados del agua parda de los ríos paralelos plateados por el alba acontecida. El trigal en su color de oros muertos repitió la brisa en las ondas sinuosas que lo ultrajaron, turbulencia y vegetal sensualidad contenida en los surcos y el agua y sus arcillas. Tábanos vagaron en vuelos infructuosos, esperando los bueyes de un arado imposible. Aves entre las malezas cantaron iluminadas por un sol que coronó el día, y bajo el cual todo fue sucediendo, espigas, siega, trilla, granos, harina y pan, campesinos, hoz y gavilla, y la paja tendida, secándose para ser fardo o habitar en la parva, pajar, almiar, cija o henil, evitando la hambruna invernal del ganado. Alba en los campos espigados, soles reflejados en el rocío, arriba un celeste, amarillos y anaranjados penetrados por algodones y lino, el trigo devorado por orugas, pájaros escabullidos de la noche, mariposas rotas en el agua plateada de los surcos, el trigal repitiendo la brisa en sus sinuosidades turbulentas y sensuales inclusa en los surcos y el agua arcillosa, tábanos en vuelo esperando los bueyes del arado, aves cantando bajo el sol de aquel día, y todo sucediendo, espigas, siega, trilla, granos, harina y pan, campesinos, hoz y gavilla, y la paja secándose, a la espera de ser fardo o mero forraje en la parva, pajar, almiar, cija o henil, sin la hambruna del ganado. El grano fecundo ya duerme en el granero. Alba, campos espigados, soles en el rocío, celeste, amarillos y anaranjados, algodones y lino, trigo, orugas, pájaros, mariposas rotas, agua parda plateada en los surcos, el trigal y la brisa ondeándolo, turbulencias y sensualidades, arcillas, tábanos esperando bueyes, aves bajo el sol del día, todo sucediendo en espigas, siega, trilla, granos, harina y pan, campesinos, hoz y gavilla, heno secándose, fardos, forraje, parva o pajar o henil, ganado. El grano durmiendo el alba en el granero. Alba, campos, soles y rocío, colores amanecidos, nubes, trigo, orugas, pájaros, mariposas, agua parda y plateada, surcos, trigal y brisa, turbulencia y sensualidad, arcillas, tábanos, bueyes y aves, el sol del día, todo sucediendo entre las espigas y el pan, campesinos, heno, fardos, forraje, parva, ganado. El grano en el granero. Alba, campos, sol, rocío, colores, trigo, orugas, pájaros, mariposas, agua y surcos, brisa, tábanos y aves, todo sucede, espigas y pan, campesinos, fardos, parva, granero. Alba, campos, colores, trigo, pájaros, agua, surcos, tábanos, suceden espigas y pan, fardos y granero. Alba, surcos, pan, fardos. Alba acontecida. El alba.

Nota del autor.- Este texto es esencialmente un ejercicio de literatura, surrealista y neobarroca, experimental. Comencé a escribirlo bajo en concepto de fractalidad textual, buscando un texto fractal (i). Pero a mitad de la escritura convergí con el conocido “Campo de trigo con cuervos” (ii), y a partir de ahí se me fue confundiendo lo fractal con la divina locura de Van Gogh, con la turbulencia visual de aquel cuadro, y terminé escribiendo en medio de un torbellino de imágenes que se deformaban simplificandose y de oscuras repeticiones sicoticas, buscando escapar del texto por un vortice donde convergieran lo fractal, lo barroco, el caos, y las intensidades de la epilepsia, el alcoholismo y la esquizofrenia de Vincent, es decir, la soledad y la melancolia de aquel genio.

F.S.R.Banda, mismo

(i) Un fractal es un objeto semigeométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas.

(ii) Campo de trigo con cuervos, Vincent Van Gogh (Julio de 1890). Pintura al óleo, 50 x 100 cm. Museo Van Gogh, Ámsterdam.

viernes, 25 de marzo de 2011

VIAJE CON LUNA

Un texto de Hilda Beer

Salí del establo al atardecer. Acomodé el navegador para viajar por calles normales y no por la autopista. El día fue bellísimo, claro, pero a esa hora comenzaba a oscurecer. Fue una experiencia increíblemente bella pues viaje contigo, gozamos en silencio de la puesta de sol, de las luces rojas en el horizonte, de las ramas de los árboles todavía sin hojas, que se elevaban hacia el cielo formando extrañas redes como algas dispersas y ondulantes, calles bordeadas de troncos fuertes, seguros, y las praderas a los lados con animales correteando o ya dirigiéndose a sus pesebres. Todo en tonalidades de rojos, rosados, azules, dorados, amarillos, verdes los sueños, verde la esperanza, verdosos los ojos que miraban toda esa belleza real en la que estaba también la luna. Luna llena gigante, asombrada y sonriente de mi felicidad, luna que nos alumbraba a los dos. Vivaldi acariciaba mis oídos, luego Mozart, y la noche seguía acercándose como si buscara hacernos un lugar para amarnos. Y te toqué, y te soñé y te poseí protegida por esa luna bondadosa y paciente, y casi llegue al lugar de destino en un trance. Hacia tiempo que no vivía tanta belleza junta. Es una zona muy plana y los colores de ese anochecer se dispersaban por todas las calles, las aldeas y las pequeñas ciudades por las que pasaba, como arcoiris equivocado, y llegué. Me abre la puerta un señor mayor, muy simpático y hasta diría alegre, rebosaba de alegría. Me saludó abrazándome con cariño, lo cual me sorprendió y recordé otra vez que alguien me abrazó con cariño al llegar a una estación de trenes sin haberme visto antes. Pasé, fuimos a un saloncito y le mostré la estatuilla, comenzó a revisarla admirado y a decirme que era una grata sorpresa encontrar una pieza de colección como esa, y también junto con ella ver mi rostro, mi figura, mi risa. Conversamos poco; me contó que vio por casualidad el aviso, y pensó de inmediato, por la breve descripción, que era lo que buscaba. Aceptó el precio sin remilgos ni regateos y la puso sobre una mesita rinconera junto a un hermoso jarrón chino azul cobalto. Me quedé poco rato, ya habia vivido el viaje contigo de otra manera y eso me llenaba. A la hora quise regresarme, de noche no manejo feliz pues no veo bien. Y regresé a la casa como tres cuartos de hora mas tarde, no es tan cerca. Regresando, la luna volvió a acompañarme y sonreía y nos miraba.

Nota.- La autora agradece la creativa edición barroca realizada sobre el texto original por F.S.R.Banda.

CANTAROS, ANFORAS, TINAJAS.

“barro sutil y quebradizo que sólo un alfarero milagroso pudo amasar en vasija de eternidad.” (J.L.Borges, Inquisiciones, 1925)

Cántaros, cuencos, vasijas. El cántaro de barro o greda que va y va a la fuente hasta romperse. Antiguos cuencos de piedra o madera que supieron de aguaceros y sequias. Cuencos blancos, compactos, duros y translúcidos, de porcelana hecha con meros feldespato, cuarzo, caolín, arcilla y agua. El jarrón y la rosa amarilla de cierto monasterio budista. Un florero de cristal de Bohemia, los tiestos para bonsái de Yixing con sus grandes agujeros de drenaje y sus patas para oxigenar furibundas raices. Un barril de pólvora o una barrica de madera para la crianza de vino. Cuencos de cerámica llenos de agua, el miratorium de los romanos, que revelaban el futuro de cualquiera cuya imagen se reflejara en la espejeante superficie. Un cuenco tibetano único e irrepetible hecho de siete metales que aquel que lo toca es elevado a los cielos. La vasija que un pescador encontró en el lago de Izabal mientras estaba pescando y que quedó atrapada en el trasmallo como un róbalo habitante de una ciudad perdida y sumergida bajo las aguas y que guarda ocho toneladas de oro. El ánfora recuperada en el territorio de la ciudad etrusca de Vulci, con las siluetas de las figuras pintadas de negro, dejando que el esgrafiado dibuje los detalles interiores, y que por un lado tiene la representación del dios Heracles luchando contra el león de Nemea, y por el otro a Dionisos, deidad del vino y de la ebriedad, entre dos Sátiros y dos Mménades de su séquito, que personifican la naturaleza salvaje y la locura mística inspirada por la embriaguez. Anforas para servir el vino en los banquetes antes de que fuese vertido en las crateras para mezclarlo con agua y miel. Anforas y crateras. Los búcaros de tierra roja arcillosa que contenían agua perfumada como el de Tonalá que la menina María Agustina Sarmiento ofrece a la princesa Margarita de Austria en Las Meninas, de Velásquez. La escudilla con agua bendita que se lee en el capitulo sexto del Quixote o cierta cubeta en el borde de un río esperando el agua o el simple tazón de chicha que sueña el sediento. Una tinaja guardando el agua de las últimas lluvias. Aguas o vino dulce o hiel amarga. Una cuba cubana con aguardiente de caña. Un tonel con granos azumagados. La jarra de peltre en que Ahab bebía el ponche mientras perseguía delirando su inalcanzable Leviatán.

EL JARDIN DE LOS OJOS VERDES

Verrà la morte e avrà i tuoi occhi… (i)

Cesare Pavese, 1951.

Ciertamente no eran azules los ojos que me miraron en medio del tumulto, del gentío y la fanfarria, porque lo cierto es que era un jardín de ojos verde pardos mezcla de verde de junglas inexploradas y un marrón claro, suave, con reminiscencias de los ocres de todos los otoños vividos y por vivir. Ojos que vieron las luces de brillantes escenarios y las verdeantes vegetaciones de la soledad de El Ávila, el Waraira Repano en lengua caribe, buscando en las rutas perdidas del Barón Alexander von Humboldt, la distancia, el silencio, la lejanía de candilejas y efímeras famas y glorias asumidas. Esos ojos que vieron una y otra vez la selva taína y ese verde se quedo ahí adherido como un musgo perpetuo, y vieron innumerables noches los ojos de Papageno y de Tamino, vieron los camalotes de la corriente zaina, en las aguas marrones del Río de la Plata, las aguas claras y puras del Orinoco y las del color del ámbar del extenso y caudaloso Amazonas con sus delfines color rosa brillante y sus orillas invisibles, vieron el deseo en muchos ojos de machos en celo y la envidia en los ojos de otras hembras no santas, aunque a ella nada la obligaba a convertirse en santa y lo sabía y así lo vivía, vieron el poder y la gloria y la caída de una patética dictadura (como todas), vieron el amor en los ojos de los hijos y las calles extrañas de otro continente donde siglos antes caminó el mismo Barón, y también vieron la sangre de los moribundos en los asilos de ancianos, y las risas de maquilladas meretrices, y los versos tristones de un lejanísimo poeta. Porque la busqué quinientos años y días por los senderos más equivocados sin saber ni intuir que estaba ahí oculta en una hogareña buhardilla detrás de una mariposa rosada en un pueblo de bárbaras tribus germánicas de la Edad del Bronce y fanáticos sicóticos creadores del horrible Holocausto no hace una centuria. Hasta ahora no sabía de que color exacto tiene los ojos, los sabía azul celeste, y ella dijo: el jardín de los ojos verdes. Y son pardos mezcla de verde y marrón claro no verdosos, pero misteriosamente se ven como azules. Dama de los sortilegios, la mujer más barroca posible porque su vida misma esta escrita y descrita en un realismo mágico que traspasa los soles con sus tres patrias y su bel canto, su vida es rara porque ella es rara o quizás ambas cosas en una maraña de hilos de colores y luces apagadas. Y no digo de su voz porque ese es un hechizo de cenote donde la profundidad no tiene límites y la hace también por esa voz, inolvidable. Vale.

(i) Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

viernes, 18 de marzo de 2011

EL CIRCUNNAVEGANTE

En saliendo de puerto navegamos con buen viento por el río de aguas antiguas y turbias, de un verdor apagado pues habían recorrido leguas y leguas desde la nieve cristalizada de los montes donde fue fría y transparente, después las llanuras de los parronales de vides sedientas, siempre a la espera de los otoños de la vendimia, y luego medio fluyendo usurpando afluentes o medio infiltrada percolando las ruinas enterradas de civilizaciones sin nombre, las raíces de los castaños de una plaza que aun era tierra inexplorada, los mantos soterrados de negras arenas volcánicas, para ir a aflorar como vertientes cantarinas en vegas y pajonales para volver al ancho río navegable por el cual dimos después de tres días con un mar glauco, a veces azul espumoso, donde flotaban los restos del continente que se desbarataba en arcillas y maderos y hojas descoloridas de una botánica irreconocible. Mar adentro un oleaje suave y unos vientos bien intencionados nos llevaron entre luna y luna a las costas de junglas y bosques enmarañados de territorios desconocidos. Pero seguimos costeando sin desembarcar hasta entrar en un mar extraño de agua dulce y color ámbar donde nos acompañaban delfines rosados y rozaban la nao inmensas serpientes con sus cuerpos deshilachados y el esqueleto expuesto carcomidas por pequeños peces anaranjados de filosos dientes. Y no era un mar sino un río de orillas invisibles que desaguaba un continente de altas nieves y lluvias eternas. En la desembocadura divisamos bandadas de aves blancas como fantasmas y orquídeas gigantes rojas como la sangre y sirenas de labios morados y piel aceitunada que cantaban con voces roncas canciones de marineros perdidos. Seguimos costeando hacia el mediodía iluminados en las noches por las estelas de peces voladores que en sus vuelos arrastraban las noctilucas provocando fogonazos fosforescentes de un azul-verde intenso e irreal. De día nos envolvía una bruma espesa de un violeta pálido como si navegáramos en una nube de polvo de un arenal de amatista molida y reluciente. Muchos días después arribamos a la salida de un río de agua salada, estrecho y tortuoso que el Capitán nombró con su nombre porque era la entrada buscada y rebuscada a otra mar océana, a la que llegamos de madrugada asustados de los fuegos que vimos a lo lejos en las orillas a lo largo de todo el río de agua de mar. Cruzamos la nueva mar océana en tantos días con sus noches que supimos era el infierno de los mares y castigo de navegantes ilusos, Pero lo cruzamos de oriente a poniente a pesar de malos vientos y las calma chichas y tempestades desaforadas con relámpagos del color de las estrellas, y los fuegos de Santo Elmo con sus llamas blanco-azuladas que aparecían en los extremos de los mástiles o de las gabias o en los cabos tras una tormenta, y calamares monstruosos más largos que la nao, que nos palpaban con sus tentáculos para ver si éramos un cachalote herido y comestible. Olvidamos las penurias y los horrores cuando divisamos en lontananza unas islas verdes como esmeraldas milagrosas y en cubierta formamos una ronda de niños bailando alborozados mientras el Capitán solo en la toldilla del castillo de popa lloraba de puro orgullo. Se nos fueron las semanas y los meses entre los gratos laberintos del archipiélago, eligiendo los mejores y más sabrosos frutos jugosos, las mujeres más jóvenes y hermosas, las aguas más puras y cristalinas, las carnes más tiernas y apetecibles de los animales de una zoología sorprendente. Retomamos el rumbo al poniente saciados de paraísos y con el Capitán muerto y lanzado a su mar océana con todos los honores de Gran Navegante. Lo demás es historia conocida, volvimos al terruño tres años y veintisiete días después y sin un día vivido según la bitácora del cartógrafo italiano. En llegando, los dieciocho sobrevivientes en camisa y descalzos, fuimos con antorcha en mano a visitar el lugar de Santa María de la Victoria y de Santa María de la Antigua según lo habíamos prometido.

Nota.- Versión muy libre a partir de “Magallanes: El hombre y su gesta” de Stefan Zweig (1938) y “Il primo Viaggio intorno al Mondo” de Antonio Pigafetta (1524).

viernes, 11 de marzo de 2011

PAISAJE PSICOTICO CON CROTALOS

“Ruinas de múltiples Cartagos,…”

Selvas de Xión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.


Crótalos, artificios mesiánicos de una demencia senil. Crótalos ciclópicos con el ojo de rubí sangriento y escamas de concheperla iridiscente. Aspides negras y hinchadas boas de piel tumefacta, morbosamente blanda. Piedras cantarinas hundidas en un río seco por el último estiaje. Virulencias satánicas adheridas como un musgo venenoso a las agallas de un portentoso esturión verde con su protráctil boca ventral en su cabeza acorazada y sus cinco hileras longitudinales de placas óseas. Un hongo amarillento, botroidal, con extrañas protuberancias irregulares, duro, seco, duerme al pie del tronco muerto del acacio muerto. Geranios buscando la luz con sus invisibles tentáculos verdes. Brotes de mandrágora sobre las torturadas raíces antropomórficas de ginseng. El rosado atrapado en las flores resecas de esteparias añañucas. Grandes bolones de piedra insertos en una quietud milenaria que trasciende los eones y las elípticas siderales. Desarraigos tumultuosos. Semillas de hinojo en el brasero que humea ante la figura del Budha indiferente. Sarro, costra, salitres arcaicos ocluyendo los poros intersticiales de desolados conglomerados transgresivos. Inferencias gnoseológicas escritas en las escamas plateadas de mambas negras como la antracita que reptan con el desparpajo hiriente y soberbio de los seres que se saben intocables. Ganzúas de verdeante bronce antiguo que ya no abren ninguna puerta. Alquimias recónditas prostituidas por la búsqueda rapaz de un oro malvenido. Galena y cinabrio. Astrologías sobre las sombras de las estrellas pétreas que giran en un zodiaco terrestre y equivocado. Licopodios en lutitas carboníferas. Crótalos silbantes. Bejucos invadidos de gigantes libélulas azules y rojas en las orillas de las ciénagas que rodean la isla de los náufragos. Acantilados esperando a los suicidas del crepúsculos triste frente a un mar marchito y sin oleaje. Iguanas de piel metálica decapitadas por los saurios prehistóricos. Tortugas de caparazón transparente y hocico de licántropo. Cristalizaciones amarillas de azufre volcánico. Arenas foraminíferas. Crótalos entre frondosas masas colgantes de hermosas orquídeas ponzoñosas. Troncos caídos como cadáveres momificados de guerreros vencidos. Cráneos blanqueados, limpísimos, donde viven delirantes hormigas salvajes. Jaurías de ratas albinas, gordas como jabalíes, persiguiendo rosados y rojos flamencos en las orillas de las salmueras atiborradas de Artemia salina. Lagunas quemantes, géiseres hirvientes, fumarolas, alturas andinas donde el sol es dios y la tierra es madre, Pachamama. Coirones y pómez, obsidianas y oligistos. Lagartos color de luna que se alimentan de luciérnagas de bioluminiscencias magentas. Crótalos hambrientos de lagartos de escamas fucsia intenso virando al violeta, deidades petrificadas como serpientes emplumadas. Miserables culebras atrapando moscas, lagartijas calipso amarillas trepando muros verticales. Aguilas harpías en siniestros vuelos helicoidales y buitres planeando al acecho desde lo alto de un cielo anaranjado. Lampalaguas zigzagueando entre lotos y jacintos de agua, allá abajo, más allá de donde termina el hondo cañón del río y sus aguas marrones entran en el delta de todos los verdes posibles y más allá se divisa la línea blanca del horizonte de espumas de un océano de sirenas, leviatanes y medusas, en cuyas playas se encuentran las piedras ágatas pardo rojizas que antes fueron rubíes en el ojo de los extintos crótalos ciclópeos. Inminencias o presagios de una retardada locura. Vale.

domingo, 6 de marzo de 2011

VISITANTES

Pequeños espantos, depredaciones, monstruosas larvas subterráneas de escarabajos. El escarabajo enjoyado verde iridiscente, y su exoesqueleto de células hexagonales, como moléculas en un cristal líquido nemático quiral, que solo de se ve verde cuando recibe luz no polarizada. Las conchas globulosas y helicoidales vacías de los caracoles muertos. Con su color pardo con tonalidades grisáceas y cinco marcas estriadas pardas decayendo lentamente al vil blanco del carbonato meteorizado. Borrándose, diluyéndose, volviendo a ser nada. Polvo al polvo. Las filas multitudinarias de hormigas siguiendo el rastro de una química feromonica, sinuosas líneas cuyos lustrosos e infinitos puntos marrones pertenecen a una recóndita geometría instintiva. Los zumbidos de abejas y avispas en sus vuelos misteriosos según sus propios mapas solares o sus magnetismos ancestrales. Los breves homicidios sagrados de las mantis, y las horrorosas momificaciones en vivo de las arañas. Las orugas masticando y masticando defendidas por sus colores, pelos, apéndices o componentes deletéreos. Hasta ser crisálida dormida en su capullo y morir, disolverse y renacer en la perfecta replica de sus ancestros multicolores. Los pequeñísimos pulgones verdes, amarillos o negros, ápteros o alados, y sus estacionales perversiones partenogénicas. Las heterónimas mariquitas; mariquitillas, chinitas, catarinas, sarantontones, vaquitas de San Antonio o vaquitas de San Antón, pretendiendo satánicas toxicidades en sus vivos colores aposemáticos, brillantes rojos, naranjas y amarillos, estampados de lunares negros. El pololo común de coloración anaranjada que lleva en su espalda la negra cruz de Caravaca, lento, torpe, primaveral polinizador vicioso. Burdos moscardones anaranjados y negros que cruzan las tardes con torpeza de gigantes lerdos. Libélulas con sus grandes ojos alienígenos, joyas depredadoras, raudas sílfides de alas transparentes revoloteando sobre estanques, charcos, y ciénagas para incrustar en esas aguas los huevos de los que nacerán sus ninfas feroces y hambrientas. Larvas de la muerte sumergidas que surgirán como voraces ángeles celestes, amarillos, fucsias, rojos y anaranjados, turquesas, grises y negros, azules y verdes, y rosados, de grandes alas de primitivas nervaduras reticuladas. Y en las oscuridades húmedas las asquerosas cucarachas, omnívoros indiantres espolvoreando sus alergógenos del asma. Chanchitos de tierra, grillos y tijeretas escondidos bajo sus templos de piedras u hojas otoñales, gorgojos taladradores destruyendo con parsimonia elemental los altos árboles orgullosos, moscas y abejorros volando en aparentes rutas caóticas. Mientras el pececillo de plata, lepisma de la harina o del azúcar, con el brillo gris metálico de sus escamas plateadas y su estirpe de cuatrocientos millones de años espera la noche en recónditas grietas invisibles. Arriba, en el aire inmóvil, aletean mariposas, perfecciones del arte de la naturaleza, poseedoras de todos los colores posibles, tornasolados e iridiscentes, sedosos y aterciopelados, fantasías oníricas de dioses delirantes, artesanías de orfebres ebrios, pruebas irrefutables de que la belleza también existe por mera evolución a través de procesos estocásticos o aleatorios. En fin, alhajas inalcanzables y engendros inimaginables, habitantes de un mundo paralelo, ajeno, donde solo somos efímeros visitantes asombrados. Vale.

miércoles, 2 de marzo de 2011

ABANDONOS

“Animula, vagula, blandula…”. Publius Aelius Hadrianus Imperator.

Todo tenía un aire mayestático pero de alguna manera impenetrable, sobre el plinto de antiquísimo mármol romano del Monte Pentélico, con su blancura uniforme y ese ligero matiz que le da un brillo dorado a la luz del sol, la pequeña estatuilla de Antínoo era de un oro muerto, apagado, avaro. La cristalería lanzaba brillos deformados y caóticos como si la luz azulosa que entraba por los altos ventanales atravesara un agua turbulenta, en continuo movimiento. Las paredes eran negras, opacas, cubiertas por un tenue y delicado polvo de silencios y tristezas que absorbía los sucesos que habían acaecido en el salón sin dejar vestigios de las más mínimas memorias. Y ese olvido continuaba en el opaco barniz caoba de los muebles, en el tapiz raído de los sillones que parecía un musgo denso pero suave de color púrpura estremecido y gitano. El mar, allá lejos, tenia una turbiedad anaranjada y rompía en espumas bermejas y destellos escarlata. Las grandes naos que cruzaban en ambos sentidos entre el horizonte índigo y las rompientes espumosas poseían siluetas demasiado perfectas, siempre nítidas, con toda su arboladura y cordajes pero con el velamen recogido como si presintieran una inminente tormenta. Cuando fue el atardecer el cielo sin nubes tomó una coloración verde muy intensa y el disco solar en su amarillo pálido declinó sin arreboles, cansado e inútil. El crepúsculo fue un resplandor verdoso carcomido por el burdo amarillo solar. Un bergantín de tres mástiles cruzó el extraño poniente dejando una estela que no terminó de deshacerse hasta que el sol desapareció vencido de furiosos verdes iluminados. Detrás una luna menguante tornó turquesa el verde crepuscular del cielo ya apaciguado, y el mar fue violeta y las espumas de un claro rosa repentino. Desde el jardín abandonado a las hiedras olvidadas y a la exuberancia salvaje de las hierbas y los matorrales silvestres, un lobo aulló rasgando la soledad de las estatuas y de la pileta vacía. Otros lobos, desde el bosque de pinos de la cercana colina respondieron con aullidos aun más nostálgicos. Luego volvió el silencio. La toxica luminosidad lunar fue trastrocando los colores, deformando las siluetas, y ya a medianoche todo era de un gris suave y enternecedor, íntimo, tanto así que vista desde cierto ángulo del salón, la pequeña estatuilla de Antínoo parecía sonreír, quizás con la misma sonrisa dulce de la que se enamoró el Divino Adriano. Vale.