jueves, 27 de marzo de 2014

SPLEEN DEL ULTIMO DIA


Se han vaciado las esencias del misterio, ya nada sucede sino como repetición o monotonía, un reguero de revelaciones inconclusas conduce a las ruinas del desasosiego, todo lo que se augura son espumas o espigas, el azar ha develado la trama del caos y de las abiertas posibilidades de que con el tiempo de su parte todo a la larga sucede, el menoscabo de una voz que se consuma o se vierte, el lúdico entrampamiento en los escollos de las nostalgias, la difusa consecuencia de un error que se despliega frondoso y tardío, el solemne hastío que comienza a derramarse sobre cualquier atardecer. Sobre la mesa un puñal, al fondo una silueta comienza a desdibujarse en la pared bajo la luz de una lámpara que no existe. El concho del día va dejando su borra decantada en el último rojo oscuro del crepúsculo, un silencio de pájaros dormidos abarca ya la plenitud concreta y salvaje del nocturno. Se intuye que algo se ha perdido, quizá algún destello reflejado en la ventana, un gesto en el azogue del espejo cegado, cierta persistencia en la piel que aún no se acomoda al olvido, un susurro que no alcanzamos a oír por el ruido incesante de la lluvia que tampoco escuchamos, mínimos detalles del grande óleo donde quedaron descritos a pincel los recuerdos. Una melancolía pequeñita como una pena se va convirtiendo en una sostenida angustia marina de náufrago en la mar de las sirenas dormidas. Antiguos perfumes de rosas escarchadas en la memoria decretan el duelo, el rito funerario, la tumba o la ceniza. Desertan los lirios y las magnolias, la textura fibrosa de la madera desgastada por los oleajes, y el aroma de la tierra mojada o el pasto recién cortado. Una garúa triste se extiende sobre los parques cercanos y sobre los bosques lejanos, un río ancho y lento fluye en su inmanencia perpetua, continua. Corre la ventolera por los campos desolados del estiaje cabalgando sobre las zarzamoras y los charcos, sobre las arenas negras con sus ojos de ágatas u obsidianas, sobre el tornasolado concheperla del tardo amanecer que despierta aterido. Canta tres veces un gallo en la madrugada del tren de medianoche que va al sur sombrío mientras los perros aúllan a la luna. Siempre tuvo palabras o pálidos y pobres pedazos de amores sin usar, de grandes vientos, trece veces estuvo por entrar a la muerte pero volvió, de acostumbrado, decía (i).


(i) Velorio del solo. Juan Gelman

miércoles, 26 de marzo de 2014

FRUTILLAR


“El hecho estético es un brusco milagro. No puede ser previsto.” Jorge Luis Borges, 1984.

Fui a por tu boca latiendo en tu saliva, fui por el otoño inicial en ese sur con sus tintineantes amarillos incipientes y sus verdes tardíos, habité los cimientos de un sueño vasto y posible construido en absurda paradoxa sobre la ruinas de otro sueño igual de vasto pero que fue imposible. (Yo me dormía vivo dentro de tu boca esperando tus besos desde adentro). Hacía abajo tirando para el lago se desplegaba un hermoso desperdicio de florcitas amarillas, chiquitas como una pena de amor o las nostalgias de ciruelo en flor allá en la casa de la infancia. Hubo pastizales y hermosos potreros vacíos con sus forrajes infinitos, bosques islas intocados de maderas dormidas, coihueras antiquísimas, florecidos ulmos melíferos en una pequeña selva valdiviana contenida en el cuenco de tu mano donde los pájaros visitaban tus nostalgias sin rostro, tu mala suerte traicionera, tu desaparición inevitable. Yo destrocé tus labios en esos pastos congelados que fueron forraje dulce para mi hambre de silencio en los bosques encantados. (Tú por el borde canto de la lluvia que ya viene y no me alcanza). Allí dormí tres noches entre los primeros oros del otoño, cercado de pinos rojos y verdes, rodeando un jardín de grama ballica, florcitas blancas y rosadas, pinos rastreros y un gomero en la ventana. Tu fantasma abrumado en lejanía vagaba en el nocturno entre antiguos muebles de caoba, entre cristales, platerías y plaqué. Entre pulidas y barnizadas maderas de mañios o en las sonrosadas manzanas de la chicha dulce y los negros hierros de las cárceles de los vinos envejecidos. (Dejé que te afanaras en la búsqueda de mi boca incitando bajo la ternura ácida de tu piel). En los pastajes los bolos albos y grandes como huevos de dinosaurios (i), los campos del ganado blanquinegro u overo colorado pastando en un mundo quieto y transparente con un oriente de aguas pintadas con acuarela azul y un volcán dibujado. Sobre la mesita china la calesa de plata donde nos quedamos esculpidos tomados de la mano, tú con tu escote de dama de abolengo y yo con mi pañuelo al cuello de romántico poeta. (Besaría esa piel de tu escote hasta despertar otra vez tus deseos). Por cierto, este texto no es tuyo, lo tuyo es el milagro del destiempo, de la voz inconclusa, de la constancia y el vértigo, de la volición compartida de los sueños frustrados y su intento.


(i) Paráfrasis de “a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.”. Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.

miércoles, 12 de marzo de 2014

ORIGEN (Variante evolucionista)


“Vuestro pecado abominable os prohíbe percibir mi esplendor... comenzó a decir. No lo escucharon y lo atravesaron con lanzas”. El tintorero enmascarado Hákim de Merv. Jorge Luis Borges.

En el principio creó los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el espíritu movía sobre la faz de las aguas. Entonces pensó en la luz, y fue la luz. Vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz día, y a las tinieblas llamó noche. Y fue su primer día. Entonces pensó en una bóveda en medio de las aguas, para que separe las aguas de las aguas, e hizo la bóveda, y separó las aguas que están debajo de la bóveda, de las aguas que están sobre la Bóveda. Y fue así. Llamó a la bóveda cielos. Y su segundo día. Entonces pensó en reunir las aguas que están debajo del cielo en un solo lugar, de modo que aparezca la parte seca. Y fue así. Llamó a la parte seca tierra, y a la reunión de las aguas llamó mares; y vio que esto era bueno. Después pensó que la tierra produzca hierba, plantas que den semilla y árboles frutales que den fruto, según su especie, cuya semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. La tierra produjo hierba, plantas que dan semilla según su especie, árboles frutales cuya semilla está en su fruto, según su especie. Y vio que esto era bueno. Y fue su tercer día. Entonces pensó en que haya lumbreras en la bóveda del cielo para distinguir el día de la noche, para servir de señales, para las estaciones y para los días y los años. Así sirvan de lumbreras para que alumbren la tierra desde la bóveda del cielo. Y fue así. E hizo las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para dominar en el día, y la lumbrera menor para dominar en la noche. Hizo también las estrellas. Las puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la tierra, para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio que esto era bueno. Y fue su cuarto día. Entonces pensó que produjeran las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo. Y grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que se desplazan en las aguas, según su especie, y toda ave alada según su especie. También pensó que la tierra produjera seres vivientes según su especie: ganado, reptiles y animales de la tierra, según su especie. Luego pensó en hacer al hombre a su imagen, conforme a su semejanza, y tuviera dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra, que fueran hombre y mujer (i). Y la vida en la Tierra comenzó a desarrollarse a partir de formas muy simples, surgiendo de pequeñas moléculas que interactuaban entre ellas mediante ciclos de reacción Y estas moléculas se encontraban en pequeñas y simples cápsulas semejantes a membranas celulares que con el paso del tiempo fueron volviéndose cada vez más complejas (ii). Y en esto pasaron dos largos y lentos días de dos mil millones de años cada uno, el quinto y el sexto, entre el azar y el caos, afanados tejiendo la vida solo con las variaciones genéticas y la selección natural. Así fueron terminados los cielos y la tierra y todos sus habitantes. En su séptimo vio que había terminado la obra que hizo y desapareció bruscamente para siempre. Y ese fue su último día.

(i) Génesis, Capitulo I, Versículo 1 a Capitulo II, Versículo 4. Fragmento muy editado.

(ii) Teoría de los principios simples. “5 teorías del origen de la vida”. http://www.ojocientifico.com/

ORIGEN (Variante creacionista)


En el principio creó los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el espíritu movía sobre la faz de las aguas. Entonces pensó en la luz, y fue la luz. Vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz día, y a las tinieblas llamó noche. Y fue su primer día. Entonces pensó en una bóveda en medio de las aguas, para que separe las aguas de las aguas, e hizo la bóveda, y separó las aguas que están debajo de la bóveda, de las aguas que están sobre la Bóveda. Y fue así. Llamó a la bóveda cielos. Y su segundo día. Entonces pensó en reunir las aguas que están debajo del cielo en un solo lugar, de modo que aparezca la parte seca. Y fue así. Llamó a la parte seca tierra, y a la reunión de las aguas llamó mares; y vio que esto era bueno. Después pensó que la tierra produzca hierba, plantas que den semilla y árboles frutales que den fruto, según su especie, cuya semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. La tierra produjo hierba, plantas que dan semilla según su especie, árboles frutales cuya semilla está en su fruto, según su especie. Y vio que esto era bueno. Y fue su tercer día. Entonces pensó en que haya lumbreras en la bóveda del cielo para distinguir el día de la noche, para servir de señales, para las estaciones y para los días y los años. Así sirvan de lumbreras para que alumbren la tierra desde la bóveda del cielo. Y fue así. E hizo las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para dominar en el día, y la lumbrera menor para dominar en la noche. Hizo también las estrellas. Las puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la tierra, para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio que esto era bueno. Y fue su cuarto día. Entonces pensó que produjeran las aguas innumerables seres vivientes, y haya aves que vuelen sobre la tierra, en la bóveda del cielo. Y creó los grandes animales acuáticos, todos los seres vivientes que se desplazan y que las aguas produjeron, según su especie, y toda ave alada según su especie. Vio que esto era bueno y les dijo que fueran fecundos y se multiplicasen, que llenaran las aguas de los mares; y que se multiplicasen las aves en la tierra. Y fue su quinto día. Entonces pensó que la tierra produjera seres vivientes según su especie: ganado, reptiles y animales de la tierra, según su especie. Y fue así. Hizo los animales de la tierra según su especie, el ganado según su especie y los reptiles de la tierra según su especie. Y vio que esto era bueno. Entonces pensó en hacer al hombre a su imagen, conforme a su semejanza, y tuviera dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra. Creó, pues, al hombre a su imagen; a su lo creó; hombre y mujer los creó. Y les dijo que fueran fecundos y se multiplicasen. Que llenaran la tierra; la sojuzgaran y tuvieran dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se desplazan sobre la tierra. Les dijo además que les daba toda planta que da semilla que está sobre la superficie de toda la tierra, y todo árbol cuyo fruto lleva semilla; que ellos les servirían de alimento. Y todo animal de la tierra, toda ave del cielo, y todo animal que se desplaza sobre la tierra, en que hay vida, toda planta también les serviría de alimento. Y fue así. Vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno. Y fue su del sexto Día. Así fueron terminados los cielos y la tierra y todos sus habitantes. En su séptimo día había terminado la obra que hizo, y reposó en el séptimo día de toda la obra que había hecho. Por eso bendijo y santificó el séptimo día, porque en él reposó de toda su obra de creación que había hecho. Y ese fue su último día (i). Lo demás ya es historia.

(i) Génesis, Capitulo I, Versículo 1 a Capitulo II, Versículo 4. Fragmento muy editado.


martes, 11 de marzo de 2014

INVALIDACIONES


“y saldrán mis raíces / a buscar otra tierra.” Si tú me olvidas. Los versos del Capitán. Las Furias. Pablo Neruda

Dejó la marca sobre el agua remarcada infinitas veces, la huella sobre antiguas y repetidas pisadas, breves vestigios indistinguibles, soterradas ruinas de un imperio efímero, un pequeño vacío de corto intervalo, una mínima oquedad donde las arenas ya instalaron el olvido, un silencio concentrado en menos de una sola hora, las perturbadoras emociones del asedio equivocado, fisuras, grietas y trizaduras, una brusca deslealtad de amor desvencijado con su puñal, su antifaz y su herida, una ausencia bien llevada si los astros son benignos o las musas desprejuiciadas, una tristeza diluida en la voracidad de la memoria. Pero no era ella. Se llevó los recatos contenidos, un pudor inverosímil, y un juego de velos y tules incitantes, el esperado día de los peces y los pájaros, el color del fondo de la copa de vino, la posible inspiración de las tardes que venían, la continua sensación de una cercanía que nunca se alcanzaba, la húmeda intensidad de los crepúsculos interiores, las incertidumbres del paraíso vedado y la certeza del alto muro infranqueable, la inquisición con su hoguera y su suplicios, la censura ingenua, el secretismo vergonzoso y una complicidad que nunca cuajó más allá de las palabras. Y no era ella. Dejó un castillo abandonado con los goznes herrumbrados, el foso seco, y unos barcos a la deriva buscando un puerto que jamás volverán a encontrar, una esquina entre río y batalla donde siempre es noche conturbada, un vaso a medio llenar con ron de caña, hierbabuena y hielo muerto, poco repetidas lluvias imaginarias y un viaje suspendido a una desconocida playa solitaria, la amistad siempre cercada por acosadoras sensualidades y por los acechos de un fauno insoportable, las mañanas vacías con el verbo burbujeante, la extraña afinidad de las crueles diferencias y la rutina del espanto. Pero no era ella. Se llevó los árboles encandilados y el soborno de la virtud mal concebida, la flor estancada en su floración inminente y las palomas dormidas en los derruidos campanarios, las dalias y los nardos que no supo o no quiso entender, las treinta argénteas monedas, cierta quietud como de insomnio o de búsqueda concluida, las equivocaciones persistentes, los errores primitivos y los míticos horrores, el encanto y el desencanto, un dulce estío de punta a cabo, la otoñal persistencia de los ritos lunares, y sobretodo el inesperado engaño de dos rostros bajo una sola máscara. Y aun así, no era ella.

domingo, 9 de marzo de 2014

ESTRAVIOS LUNARES


«La vida es sólo un inmenso cenicero, violeta pálida destruida por el mundo, sílaba atroz en el cenicero repleto de palabras» Leopoldo María Panero.

Amapolas y agapantos. Jardines como junglas de orquídeas y magnolias, caracoles subterráneos extraviados en un invierno que no sucede, escarabajos áureos, lentas joyas iridiscentes merodeando por las trizaduras que van dejando las libélulas entre los berilios de las mariposas y las hormigas del ámbar. Los azules impetrados en el mar de lapislázuli solo por el filo del agua como enpudiendo [sic], escrito en los mármoles en un lenguaje sin vocales ni consonantes, describiendo las sinuosidades caóticas y las turbulencias hipertélicas de un barroco impecable. Y el tiempo pasado cristalizó en un calendario con el pez dibujado en la arena, la flor y los pasos en el borde sobre los tablones pulidos por las lluvias y el trasiego de la orilla, los lápices de colores como un sol de arcoíris, las hojas secas y la madera en fragmento, las castañas escondiendo sus caobas en un cofre erizado, el sendero por el parque lluvioso bajo un paraguas amarillo, los fucsias solemnes de los Dondiego de noche tras el vidrio difusos por las gotas de otra lluvia invernada, los nublados en una danza imponente entre azul cielo y albos algodones, el trigo amasado y dorado sobre la mesa, las pálidas flores radiantes con su pequeño disco solar engarzado en sus acuarelas, los cerezos florecidos en intensos rosados sobre el verde pasto y el caminito a cualquier lado, y la campanita sobre la estrella empolvada, todo esto sin contar el lunario, la carta astral y el libro de las constelaciones. Hay un espanto plumeo, tarántulas y coleópteros marcianos, crisantemos rosas y un espejo de tinta, sátiros en el parque y una tienda de lámparas, un molusquicidio y un asesino que vivía en una mariposa, que se van difuminando por que su creador camina a ciegas extraviado entre las adelfas negras crecidas en el Jardín de la Luna (i). Alguien traza con tiza fosforescente un circulo tridimensional sobre los ocho peldaños de la escala del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de la Nueva Extremadura en honor y gloria al sevillano desorientado, el aire frío de la noche con sus incrustaciones violeta (ii) lo deviene cilindro iluminado de reflejos de certeros rubíes y luego en una esfera de alabastro que ya de madrugada es de negrísima ágata, la luz del día la apaga con un silencio de transeúntes y funcionarios. Retornan las aves de sus tristes migraciones, las estatuas se derriten en las ascuas del mediodía, los escaños y las fuentes soportan las pocas ternuras que deambulan ebrias de un sopor de ausencia y un tedio funerario. Esquizofrenia. Palomas y celacantos.

(i) Imaginaciones ruizcaballerescas.
(ii) ‘El frío de la noche tenía incrustaciones de violetas’. Pequeño relato de fantasía. Francisco Antonio Ruiz Caballero.

martes, 4 de marzo de 2014

INCERTIDUMBRE DE CABALLERO


Al último Maestro sevillano, con humilde respeto

“Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío.” A Leopoldo Lugones. Jorge Luis Borges, El Hacedor (1960).

Yo dividí los nombres aduciendo causas y nociones, la tarde se dormía en sus iridios, en un crepúsculo somero, en un tornasolado sin retorno, en un girasol detenido, acudían los pájaros en sus vuelos de otoño, de altos cristales enternecidos. El arrebol iba escribiendo los nombres acerados, deshojaba los libros secretos y blandía furioso su alfanje lunar, habitaba los rastrojos, se escondía en las santerías y los mentideros, asolaba los verbos y los adverbios como un arcángel vengador que solo sucumbía a los estragos del nocturno y al álgebra inverosímil de los sobreadjetivados adjetivos. Translúcidas libélulas danzaban sobre el espejo de las aguas reflejadas, sobre rosados nenúfares florecidos y rojos peces dormidos, una brisa jugueteaba en los sauces columpiando las cigarras que cantaban los arpegios en fanfarria de su oculto carnaval. Y es una melodía tan fresca, tan bonita, y tan transparente que es como si aquí no hubiese sucedido nunca nada (i). Y vino el silencio de la voz incontenida, la desaparición de sus asombros y sus imaginarios, de su iridiscente verbalia gongorina, mudo y sumido en la voracidad del pez de catacumbas. Lo que no lograron los mediocres inquisidores, los menos y los faltos, los miserables que medran en las grietas de pacatas censuras, lo pudo el azar de un pavoroso torrente desviado. Ardua su medianoche fue cristalizando los miedos en los azulejos transgresores, la mitad del tiempo se diluyó siguiendo las huellas de las salamandras en la pared de la celda cegada, un perfume de orquídeas negras lo llamaba desde sus adentros misteriosos. En la catedral del insomnio oraban por su alma desaforada un nazi, un alíen y un pianista, vestidos de galas medievales como para velar las armas del insigne caballero, esperaban el amanecer en un mar sin horizonte donde pululaban las salvajes gaviotas. Volverá, se dijo en las cárcavas y los cañaverales, y se corrió la voz entre los proxenetas y los asiduos a la bohemia de tugurios de mala muerte, a los escondrijos de penumbras viciosas, a las calles donde todo sucede. Y si no vuelve quedarán sus voces enquistadas en los barrocos derramados de los que convergieron en la sooolitaria [sic] huella del adelantado con non sancta envidia y con la sacrílega admiración desarmada de los meros aprendices. La cimitarra sajaba las vidrieras sobre el canto frío del destierro y dividía los nombres en sus cuarzos, repitiendo para la pequeña posteridad sevillana el eco codificado de sus primeras palabras: Ahora obviamente hay que crear un universo de plantas extrañas con flores enigmáticas tanto o más exóticas de lo que es ya de por sí naturaleza. Y finalmente poner un gran tesoro de infinitos y rabiosos rubíes (ii). Vale.

(i) La Jaula Espacial. Francisco Antonio Ruiz Caballero. Enero 13, 2014.
(ii) Pequeño Relato de Fantasía. Antonio Ruiz Caballero. Enero 4, 2006.