domingo, 9 de marzo de 2014

ESTRAVIOS LUNARES


«La vida es sólo un inmenso cenicero, violeta pálida destruida por el mundo, sílaba atroz en el cenicero repleto de palabras» Leopoldo María Panero.

Amapolas y agapantos. Jardines como junglas de orquídeas y magnolias, caracoles subterráneos extraviados en un invierno que no sucede, escarabajos áureos, lentas joyas iridiscentes merodeando por las trizaduras que van dejando las libélulas entre los berilios de las mariposas y las hormigas del ámbar. Los azules impetrados en el mar de lapislázuli solo por el filo del agua como enpudiendo [sic], escrito en los mármoles en un lenguaje sin vocales ni consonantes, describiendo las sinuosidades caóticas y las turbulencias hipertélicas de un barroco impecable. Y el tiempo pasado cristalizó en un calendario con el pez dibujado en la arena, la flor y los pasos en el borde sobre los tablones pulidos por las lluvias y el trasiego de la orilla, los lápices de colores como un sol de arcoíris, las hojas secas y la madera en fragmento, las castañas escondiendo sus caobas en un cofre erizado, el sendero por el parque lluvioso bajo un paraguas amarillo, los fucsias solemnes de los Dondiego de noche tras el vidrio difusos por las gotas de otra lluvia invernada, los nublados en una danza imponente entre azul cielo y albos algodones, el trigo amasado y dorado sobre la mesa, las pálidas flores radiantes con su pequeño disco solar engarzado en sus acuarelas, los cerezos florecidos en intensos rosados sobre el verde pasto y el caminito a cualquier lado, y la campanita sobre la estrella empolvada, todo esto sin contar el lunario, la carta astral y el libro de las constelaciones. Hay un espanto plumeo, tarántulas y coleópteros marcianos, crisantemos rosas y un espejo de tinta, sátiros en el parque y una tienda de lámparas, un molusquicidio y un asesino que vivía en una mariposa, que se van difuminando por que su creador camina a ciegas extraviado entre las adelfas negras crecidas en el Jardín de la Luna (i). Alguien traza con tiza fosforescente un circulo tridimensional sobre los ocho peldaños de la escala del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de la Nueva Extremadura en honor y gloria al sevillano desorientado, el aire frío de la noche con sus incrustaciones violeta (ii) lo deviene cilindro iluminado de reflejos de certeros rubíes y luego en una esfera de alabastro que ya de madrugada es de negrísima ágata, la luz del día la apaga con un silencio de transeúntes y funcionarios. Retornan las aves de sus tristes migraciones, las estatuas se derriten en las ascuas del mediodía, los escaños y las fuentes soportan las pocas ternuras que deambulan ebrias de un sopor de ausencia y un tedio funerario. Esquizofrenia. Palomas y celacantos.

(i) Imaginaciones ruizcaballerescas.
(ii) ‘El frío de la noche tenía incrustaciones de violetas’. Pequeño relato de fantasía. Francisco Antonio Ruiz Caballero.

1 comentario:

  1. Homenaje a un señor de las letras neobarrocas. Excelente prosa. Sus letras siempre gustan.

    ResponderEliminar