domingo, 26 de abril de 2009

LA DOPPLERIANA


“que todos se levanten, que se llame a todos, que nadie se quede detrás de los demás”
El Popol Wuj

El taumaturgo calvo de Pishikuy levanta los brazos, congelándolos por un instante en lo alto y luego en un ampuloso gesto teatral los baja a media altura trazando con ellos dos lunas nuevas con los cachos hacia el cielo alejándolos de su cuerpo. En sus escondidos arpegios el grillo subterráneo y la elevada cigarra responden la orden con sus violines obscenos, breves chirridos inubicables que esplendecen y desaparecen según el misterio de la serie de Fibonacci hasta alcanzar el brusco silencio. Los brazos del mago zacateca vuelven hacia el eje de su cuerpo e irrumpen otra vez hacia los lados en dos lunas musulmanas especulares y en sordo zumbar el panal estalla de mínimos zumbidos sumados y una miríada de Apis mellifera se enfrenta en lucha desigual con otra miríada de Apis Adansoni, el linfático carnaval va en un brioso in crecendo que deambula entre las copas de los árboles dejando un rastro de miel sobre hojuelas muertas sobre el suelo laterítico cubierto de pequeñísimas orquídeas parásitas y albinos hongos gregarios. En proporción inversa a los dulces cadáveres que se van esparciendo sobre las hojas e inflorescencias de las Orchidaceaes y en los albos sombreros de los fungis, el zumbido va desapareciendo como la lentitud de un crepúsculo. Pero antes que termine, el nigromante ya esta trazando con sus manos un plano horizonte y una sigilosa serpiente sisea una sonata venenosa oculta en el follaje húmedo bajo sus pies, el siseo se eleva en un éxtasis espantoso, husmea entre los tobillos, se enrosca en sus piernas siseando, y siseando se desliza otra vez hasta la putrefacción vegetal del suelo y se pierde siseando en una mimética desaparición de feria dominical o de circo pobre. Los brazos del brujo son ahora dos hélices cónicas a cada lado de su cuerpo que encienden los tambores de una falange de paquidermos monstruosos que avanzan como un tronador tsunami rompiendo, quebrando, aplastando, retumbando hoscos y profundos como soberbios timbales de Wagner, pasan por ambos costados del encantador y él, incólume, sigue haciendo girar sus brazos como dos aspas locas en la tarde calurosa toda ella sin metales azules, el tamboreo se aleja haciéndose cada vez mas grave bajo la ilusión del Doppler. El gran finale se acerca, el divino embaucador eleva su brazo derecho y hace un suave gesto helicoidal con la mano y los cielos desatan un aguacero bíblico, feroz, sobre la espesura que arde en caóticos movimientos en su cristalería de verdes brillantes. Es una lluvia gruesa, ponzoñosa, pero cursilona y menstrual porque tiene esa tibieza amarillenta de la orina del gato, se acumula arriba en el dosel del ramaje de higuerones y palmas, y en las esponjas vivas de bromeliáceas y orquídeas aéreas, y luego escurre hasta caer en toscos goterones sobre el sotobosque golpeando las grandes hojas de heliconias, cañagrias y anturios. Tamborilea así un staccato que el exaltado maestro aprueba con un gesto orgásmico mientras sus manos adoptan la forma de garras con las palmas hacia arriba e inician un muy lento movimiento ascendente y de nuevo se escuchan los chirridos de los grillos y las chicharras, los zumbido bélicos y mortales, el siseo fantasma de la sierpe traidora, sonando sobre el picado desordenado de la lluvia y a lo lejos los tambores elefantiásicos que retornan abrumadores como fondo imponente a los chirridos, zumbidos siseos y goterones, y todo entra en una inefable armonía e il Maestro sube y baja sus brazos con la violencia mesiánica del que ha alcanzado la perfecta plenitud, y ya en un trance desaforado lleva el in crecendo a su máximo posible y los pasos de los elefantes retumban cada vez mas alto y mas cerca, pervirtiendo y ahogando chirridos, zumbidos, siseos y goterones, y truenan aun mas cerca, mas cerca, tanto que en la culminación sinfónica los proboscidios cruzan enceguecidos por encima del podio sagrado y aplastan al Ungido una y otra vez con sus grandes patas planas como tambores invertidos. La música cesa lentamente, en un desorden desafinado de chirridos, zumbidos, siseos y goterones, y de timbales que se silencian cada vez mas lejos y mas graves siguiendo el misterio de la ineludible ley acústica del Doppler. Atrás, el Ajquij de Pishikuy es una informe mancha sanguinolenta que ya comienzan a llevarse las hormigas, a pesar que aun no escampa. Vale.

EL DIVINO TITIRITERO


Siete monjes de hábitos negros, con sus capuchas ocultando los rostros en la negrura, siete monjes en una lúgubre procesión tras un féretro negro sobre una desvencijada carreta tirada por una triste mula vieja, cruzan las desoladas calles empedradas del Ávila de los Caballeros de Castilla la Vieja. El carretero lleva tomadas las bridas con una mano y con la otra tapa su boca desdentada para que no le vean la sonrisa los innumerables ojos que se asoman ocultos por cortinas y geranios a lo largo de todas las calles que van del convento al camposanto. La noche se ilumina por segmentos con los cirios de cera virgen que llevan los siete monjes. Ahí va Torquemada, con su rostro de tubérculo adusto e infeliz en la última mueca de dolor. Esa piltrafa que los buitres rechazarían fue el temible Inquisidor General del Tribunal del Santo Oficio, el primero, el que señaló el camino de la hoguera a los herejes, y agregó otra diáspora humillante a los descendientes de los hicieron crucificar al Ungido. Ahí va encajonado, pudriéndose en su salsa, ese solitario Tomás, el sádico erudito, que escuchó los pecados de la reina, sus reales soberbias, sus tristes y patéticas lujurias de palacio, las pequeñas miserias de hembra coronada. Le temieron las Españas y sus súbditos por su piedad tenebrosa, y porque en medio de la nobleza que medraba en lujos y apariencias, él comía poco, desdeñaba manjares, dormía sin sábanas, y vestía sencillo, para ser el mas severo hasta consigo mismo. Eso fue «el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país, el honor de su orden», el ciego fanático que ordenó la quema de bibliotecas judías y árabes para aplacar la Ira de Dios sobre una humanidad inconsciente de sus culpas y sus castigos en el fuego que cuida con sus tres feroces cabezas el Can Cerberos. Esos labios tumefactos ordenaron la quema liberadora de diez mil sacrílegos y el tormento rescatador de veintisiete mil equivocados. Va tan muerto como todos, creyentes, conversos o herejes, el hijo de Pedro y Mencía, castellano de Palencia, que no conoció mujer y quizás tampoco las granjerías sodomíticas del convento, solo supo, sintió y vivió la fe inmutable en que él era un elegido. Le dolía el dolor del prójimo, no el físico porque al fin y al cabo el cuerpo es cosa deleznable, sino el dolor ignorado de sus almas en pecado camino al infernum, le dolía además que su tiempo de mísero mortal no le alcanzaría para rescatarlas a todas. Por eso debió apurar el fuego y la tortura, porque la palabra, la mera palabra ya no servia. Siete monjes, un carretero, un Torquemada tieso, van por las calles oliendo a cadáver, el hedor hace cerrar las ventanas y va dejando mustios los geranios. Torquemada va impávido, el carretero va sonriendo, y de los monjes no se sabe. Allá muy arriba, tanto que no se ve, un Dios Impotente recoge cabizbajo las cuerdas cortadas de su marioneta preferida. Vale.

domingo, 12 de abril de 2009

El Martirio


Un texto de Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Cuando la voluntad de los dioses es más fuerte que la ambición de los hombres.

Soy un sacerdote hereje del Templo de Abaipsu. En un tiempo tuve la mayor de las glorias en mis manos. Llegué a ser secretario del consejo sacro. Pero yo aspiraba a más. La soberbia me perdió. No toleraba ser un segundón en el consejo, quería ser el sumo sacerdote. Sus prerrogativas son tan amplias, es un ser tan afortunado que la lascivia adorna su cama con frenesí y la voluptuosidad envuelve sus noches, placenterísimas, orgiásticas, fabulosas. Posee la diadema de la belleza radiante y en su lecho las estrellas azules y frías le colmatan de placer. Y el vino más amable de la tierra le besa y acaricia los labios y le hace olvidar todas las penurias.

Conspiré contra él. Quería encaramarme en su trono. Me detuvieron.

El proceso, el juicio, fue sumarísimo. La condena fue dictada, inapelable y rotunda como un bofetón. Procedieron a mi castigo.

Me han desollado vivo y me han sumergido en el tanque del dolor eterno. Un líquido salino y aséptico en el que me mantienen vivo y sin piel y en el que respiro como un pez extraño envuelto en una túnica de dolor. Espantoso. Tardaré meses en morir, lo peor aún no ha llegado, he sido sacrílego a Abaipsu, cuando muera todavía tengo que pasar por el infierno que he construido yo mismo para mi insolente rebeldía. Contemplad la advertencia que os enseño. No desafiéis la voluntad de los dioses.


jueves, 9 de abril de 2009

NOCTURNO VENECIANO


El universo de esta noche tiene la vastedad

del olvido y la precisión de la fiebre.

Jorge Luis Borges


De demonios, de pájaros, de crepúsculos nublados que se pintan de tonitos rosados, casi rubores amanerados, al final del día previo a la tormenta, y de clavecines mudos como una fila de la guardia suiza, con su marcialidad vaticana de oropeles y uniformes de carnaval. Habemus Papam. Urbi et orbi. Sic transit gloria mundi. De demonios fucsia con níveas dentaduras de porcelana que hacen resplandecer sus risas odiosas en la oscuridad densa de la primera mitad de la noche herida por la fina daga de la angustia o por el tosco puñal del miedo. Y los ojos rojos, rojo sangre, rojo fosforescente de maldad que miran penetrantes sin dejar ni una sola fisura por donde adivinar sus intenciones ni aquello que solapadamente piensan. Demonios, muchos demonios apretujados arriba y abajo como en El entierro del Conde Orgaz, con las uñas muy bien manicuradas y pintadas de nacarado transparente. Porque no era una Revelación. Y de pájaros, bandadas de pequeños pájaros mezclados como una nube de hambrientas langostas rojas que se mueve según una enigmática coreografía multitudinaria compuesta con la perfección de un Grigórovich. Pájaros azul cobalto de pecho dorado verdoso, negros de ojos amarillo fulminante, pardos de patas y pico anaranjados, variopintos iridiscentes colibríes enanos, horrorosos picabueyes, el Machetornis rixosus, con sus picos sanguinolentos, y altivos canarios amarillos, rojos, blancos, rosas, ágatas, negros, bromos, verdes e incluso del tenue isabela. Pájaros, demasiados pájaros volando al mismo tiempo como un oleaje de confeti ensordecedor. No había tórtolas ni chincoles ni jotes, porque no era la vigilia. Y los crepúsculos sucesivos, fugases, que nacen y mueren en unos pocos minutos sin alcanzar la melancolía o el asombro acostumbrados, apenas raspando el alma como un detalle mas en la muchedumbre de demonios y la miríada de pájaros. En la hondura siniestra de la segunda mitad de la noche. Y clavecines en formación de uno enfrente, semejando una alegre caravana de féretros de enanos muertos en fieros combates circenses, o una fila de descendientes de aquel bicho cubista que imagino Faulkner, congelados en un eterno Fa sostenido mayor, hermosos clavecines lacados, elegantes, soberbios en la espera insensata de que alguien se apiade de sus silencios y los hurgue a dos manos para sacarles las tocatas, los caprichos, las fantasías, o hasta un mísero ricercare, como en esos tiempos del seicento en que Frescobaldi o Scarlatti los justificaban ante las mas nobles y rancias sangres reinantes en altos e iluminados palacios. Muchos clavecines silentes, majestuosos, pero que van siendo mancillados poco a poco por el puntillismo de la humillante lluvia de pequeños excrementos blanquinegros que les brindan los pájaros irrespetuosos asustados por los demonios en medio de la indigencia grisácea de un crepúsculo que se ha extendido mas de lo usual. Y de súbito todo se detiene, vuelo de pájaros, risas de demonios, crepúsculos efímeros, y hay un silencio opresivo y una quietud angustiosa durante una larga centuria de dos o tres minutos y también de pronto, sin explicación ni razón, un clavecín rebelde abandona el Fa sostenido mayor y arremete con los acordes iniciales de La Dauphine de Jean-Philippe Rameau, y es bajo ese sortilegio que mis parpados se van cerrando en el sopor de la música en una pirrica victoria sobre el insomnio porque comienzo a soñar un sueño de demonios, de pájaros, de crepúsculos, de muchos clavecines muertos en Fa sostenido mayor, y de un mágico clavecín insubordinado, cuando ya el alba se desmorona impaciente sobre el incesante Canalazzo.


ESPANTO VENECIANO


Al Maestro, Francisco A. Ruiz-Caballero

Ad evidentiam itaque dicendorum, sciendum est quod istius operis non est simplex sensus, immo dici potest polysemos, hoc est plurium sensuum; nam primus sensus est qui habetur per literam, alius est qui habetur per significata per literam.

La Divina Commedia. Dante Alighieri. 1472, Foligno, Perugia, Italia.


El último Dogo ha muerto, la República anegada lo llora sin una lágrima. En la madrugada siguiente solo su amante, la hermana del Can Grande Della Scalla, señor de Verona, acompaña el féretro en la inmensa basílica vacía. Un tufo de algas y mariscos podridos hace de pestífero incienso. Afuera, en las calles atestadas, el carnaval se ha desatado y la muerte es una máscara repetida en la muchedumbre, que aparece en las esquinas, en los puentes, en los canales salpicados de confeti de colores. La vida sigue su curso, ahora tortuoso, para saciarse de pecados consumados antes de las miserias de los ayunos de la Cuaresma. La muerte es una máscara mas entre las máscaras. Allí va la Luxuria con sus rasgos ambiguos de hembra y macho, de efebo o ninfa, su rostro sonríe libidinoso, es de un blanco casi absurdo y de labios muy rojos, y en su corona de oro antiguo espejean las finas agujas de las incrustaciones de diamantes rojos. Un largo manto de terciopelo carmesí cubre y descubre a impúdicos intervalos su equívoca desnudes. Una turba de hombres cerdos cruza el Puente de los Suspiros llevando en andas a la Gula, una madonna muy gorda y desaforada que muerde un jamón serrano al compás de los sube y baja de los angarilleros que la soportan. Su rostro mofletudo, abotagado, de un sonrosado enfermizo como la flor del Nelumbo nucifera, es una luna redonda y convexa, pringada por la grasa del jamón. La Avaritia, rodeada de humillantes y pordioseros baila en el portal del Palazzo Ducale, su traje de muselina verde esmeralda roza los andrajos de los miserables seguidores mientras estos aplauden al cicatero saltimbanqui, todos los ojos siguen con respeto temeroso los ojos de la máscara que danza; dos cuencas vacías en una faz impersonal de alabastro amarillento. La muerte pasa por el lado del grupo, se detiene un instante y observa minuciosa esas oquedades vacías, arruga el seño como molesta y continúa su camino sin mirar atrás. En la penumbra fresca de un zaguán alguien duerme tirado con los brazos y las piernas abiertas en una gran equis, el cuerpo se ve tan lánguido y desarrapado que a primera vista parece que el disfraz estuviera vacío, cubre su cara la máscara de la Acidia, es de cuero ajado y con un tinte desvaído del ocre de hematites, pero sus labios poseen la mas perfecta mueca de la incuria. Desde la esquina opuesta la Ira grita y gesticula con el rostro de yeso entre el gules y el bermellón, congelado en una contorsión de cólera insana, y un rictus de fina crueldad en nacarado rojo pálido. Arlequines, polichinelas, colombinas y morenitas se aprietan contra los muros para evitar un golpe o un escupitajo de la bestia, que grita y gesticula sin darse cuenta que el yeso de la máscara ya comienza a resquebrajarse. La muerte, que viene caminando detrás de un medico en tiempos de la peste es la única que ve esas grietas y mueve la cabeza en un gesto de lastima. En medio de una alegre comparsa de bautas y mattacchinos se escurre solapada la Invidia, a medio cubrir su máscara con el manto de seda azul de Prusia y el bordeado de armiño, el jade teñido de un turquesa mas celeste que verdoso, posee la bella e imperturbable, pero triste, fisonomía de la Judit de Botticcelli. Mira y remira los trajes de cendal que un día antaño fue marca de baja clase y ahora desde que lo vistió la emperatriz María de Rusia solo se le permite a las Doñas y Marquesas cuyos primogénitos heredarán un escudo de armas. Solo el tercer día, en el crepúsculo que abre la noche anterior al miércoles de ceniza, una estilizada silueta recorre las calles y los puentes, sigilosa y altiva, evitando pisar los ebrios que duermen en cualquier parte sobre sus propios vómitos, o mirar a los amantes que hacen un amor de pena en los rincones hediondos a orines. Es la Superbia, esa mujer siempre virgen, intocada por inútiles afanes o pobres virtudes, solitaria pecadora perfumada, dulce fruta para el egoísta sibarita, ella, la mas alta de la altas, la arrogante y la vanidosa, la meretriz insaciable cuya pervertida caricia nadie evita. Viste un amplio vestido de seda tailandesa teñida del genuino color púrpura del Murex trunculus, con sus dos diversos y misteriosos brillos; un matiz para la deformación y otro para la trama. La máscara, de femenina hermosura es de porcelana china, blanca impoluta bajo la frente de dorados arabescos y un sutil toque de rubor en los pómulos. En ese bello rostro no hay una pizca de emoción o humanidad, y todo como que se adivina mas que se ve, el profundo negro de sus ojos escondidos, la sonrisa quieta e imperceptible, el perfil de su nariz de diosa, la tersura increíble de los parpados, en fin, toda esa fría y distante belleza de los seres que habitan los sueños. Transita a paso rápido, en un recorrido en espiral hasta cubrir todas las calles de la vergüenza. Solo una vez se cruza con la muerte y se guiñan el ojo en secreta complicidad. Cuando ya la noche hace desaparecer las ultimas estatuas cruza el puente de Rialto sobre el Rivus Altus para perderse en las brumosas sombras de la Serenissima. El último Dux muerto duerme en la cripta de los grandes, durante tres días nadie más que su amante lo ha llorado. Hoy es miércoles de ceniza y la basílica está agobiada por un tumulto de nobles, príncipes de cortes, comerciantes, artesanos, hombres y mujeres del pueblo, que lloran lastimeros a su líder. Es miércoles de ceniza, por el Canal Grande se escurren lentamente las ultimas miasmas del carnevale.


martes, 7 de abril de 2009

Anuncios de la Tele.


Un texto de Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Tratado de Micología Infernal. Pócimas elaboradas de setas venenosas, platos de sinuosas víboras hervidas, malignidad en dosis azucaradas. Oronjas que acumulan daño, desaprensivas y tiernas, agradables al paladar y aciagas como diente de mamba. Negruras ilimitadas bajo sabrosos olores, sabores deliciosos que ocultan puñales históricos, rabiosos como bocas de hidra. Hipócritas manjares preparados por cocineros malignos, ruines hasta el exterminio, deliciosos, sabrosos, riquísimos hasta el empalago, pero feroces y curvos como dagas islámicas melladas. Disfraces de niño que ocultan cocodrilos hidropésicos, en alferecía de criminales intenciones, y ocultos en espléndidos colores, mentiras que entran en el oído tal una música de cascabeles dulces y que esconden, tal extrañas ostras marinas, perlas de cicuta asesina. La Phyllophorus Hidroxanthus, bailando junto a la Amanita Muscaria, en un plato de ostras de Haití, servidas con la untuosidad de los camaleones verdes. Escandalosos paraísos ubérrimos, repletos de fuentes de oro, con mosaicos azules, y rosas cargadas de perfume, y que disimulan la apoteosis de la pantera, escondida entre los palos de Brasil, disimulada por el canto de los ruiseñores, y tela de araña de plata purísima y brillante, taimada cual sabihonda hiena sin sonrisa. Amabilísima señorita de voz dulcísima, bellísima y de corazón híbrido.

El autor ya no puede más. Ha entrado en el fondo de la mina para extraer brillantísimos diamantes, el Pozo estaba lleno de hongos admirables, Oronjas naranjas, Lepistas Azules, Clitopilus ocres, Ramarias maravillosas, pero su esfuerzo no era suficiente, tenía que desollarse las manos para extraer la Cortinaurius, rabiosa como un manojo de bichos, y la profundidad del fondo marino era la de una entidad leviatánica, su lucha era una lucha contra los elementos, y su propia naturaleza la del payaso repugnante, arborescentes ramas cilíndricas se oponían a su paso, extrañas panteras que no existían, demonios que no estaban en ningún lugar de su cabeza se le oponían para entrar en el palacio de los Jades turquesas, y los cisnes azules estaban lejanos de la lira de su lápiz, los colores se resistían , el palacio a edificar era sólo un proyecto en su mente, una sierpe imposible de cazar, difícil como un concierto en clave.

El Suillus Granulatus, regular, liso, convexo, aplanado, de cutícula separable, glutinosa, de tubos amarillentos y poros pequeños, boletal comestible si se despelleja la cutícula, junto a la Inocybe Fastigiata, muscarínica y letal, vomitiva, de olor espermático, lejías feroces y sabores insípidos. Carnaval, rompecabezas, tómbola arquetípica, circo de arcángeles e íncubos, bailarines con máscaras de hielo, crispados de música elegante, atrayentes como zafiros y malos como alucinógenos.

El autor ya no puede más , lo intenta, y lo intenta, está escuchando a una sirena y aún así se le resiste el oro, que escapa de sus dedos como el agua, líquido y brillante de sol, pero imposible de atrapar por él.

Y tras una sonrisa se escondía el veneno.

Con la sensación de haber fracasado terminó de escribir el loco.

Advertencia Barroca al Presidente de Francia.


Un texto de Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Dos setas prácticamente iguales. Tricholoma Flavovirens y Tricholoma Sulphureum. Sosias amarillos totalmente indistinguibles. Hermanos gemelares del Reino botánico. Por un mínimo detalle, nota de piano que no aparece en la partitura original, la copia lasciva y perfecta, espanto curvo de feroces dientes, negra rosa y asfodelo amarillo, horada y devasta como gusano rabioso el hígado. Dorados ángeles de belleza áurea, indistinguibles en su hermosura arcangélica, y oculto satán tras el espejo. Anillo que esconde la dioxina bajo un ámbar fulgente. Gemelo esquizofrénico y gemelo cuerdo, el uno proyecto de víbora, el otro, Jesús comestible, blando y delicioso como Eucaristía sublime. Rabiosos amarillos sedosos, sombrerillos gualdas que brillan estridentes, oro que fulge como la orilla de un río, trozos de la bandera española, delicia para paladares exclusivos y basidiomiceto criminal, estática pantera inanimada, psicodélicamente coloreada, partitura en negativo de pentagrama maligno, reflejo mortal de mariposas amables, e insecto repulsivo antítesis de su molde bondadoso.

En el cuadro original, el muchacho desnudo, exquisito narciso estremecido, arpa y clave de dulcísimos y amarillos timbres, tiene un anillo azul en el que el atardecer se asoma como una libélula a un junco. En la copia, el exuberante Apolo, aunque toca la misma melodía de esmeriladas trompetas carmesíes, tiene por anillo un jade rojo, con el toque de los bermellones sanguinarios. Los ojos son distintos, tienen matices diferentes, en la copia una furia malvada reposa en la mirada del Dios Apolo tal una araña de azufre. La firma del autor también es asimétrica, en el original hay una misericordia de campanitas tristes, azules y vegetales, la copia, sin embargo, tiene los rasgos de las letras levemente torcidos de soberbia, como ejecutados bajo sonidos espasmódicos.

El arcángel tiene la dulzura de los melocotones maduros, su reflejo, en cambio, destila, gota a gota, ácido de víbora en cántaros llenos de linfa negra.

Hay un lunar en la tetilla izquierda del impuro que no aparece en el original remoto. Las escenas son prácticamente especulares, sólo las soberbísimas pituitarias de los catadores de vino podrían distinguir el leve toque agrio del piano cuando arpegia la partitura plagiada. ¡¡¡¡Qué vinos tan semejantes y tan distintos¡¡¡¡, el uno con el azúcar de los caballitos rosas de mar, entre gorgonias azules, el otro, con el espanto de los bosques indonesios, en los que las mambas y las cobras persiguen mordeduras de tigre.

Tricholoma Flavovirens y Tricholoma Sulphureum, dos escenas prácticamente indistinguibles, en una de ellas la noche está aromada con molienda de trigo y harinas panaderas, en la otra la brea y la hulla han asesinado a las rosas.

Hay que distinguir en este plato de suculentos hongos el trozo de espanto que produce el cáncer, aquel trozo de violento amarillo que desatará la hepatitis ictérica. Tomad y comed y elegid bien el pedazo de ponzoña que os llevará al infierno o al paraíso. Plato de setas envenenadas. Original y copia, mezcla de veneno y caricia, ¡¡¡¡ cuidado siempre, Emperadores Romanos¡¡¡¡¡. Billetes falsos. Gotas de rubí durísimo.

Exhausto quedé sobre la arena.

(que no nos den nunca un billete falso)


EXODO


Al verdadero F.S.R.Banda, nunca ausente.

Lo primero que hicimos fue exhumar todas las tumbas del rincón cenagoso donde enterrábamos los muertos y calcinar los huesos de nuestros ancestros, luego una vez quemados y casi deshechos lo fuimos quebrando en fragmentos tan pequeños que no se reconocía a que parte de la osatura pertenecía cada trozo. Finalmente enterramos esa arena gruesa desperdigándola por el campo como hacíamos con el abono de las guaneras blancas del roquerío de las aves, y los cubrimos completamente con la tierra negra que cada año el gran río nos regalaba antes de la siembra. Después dejamos escurrir libremente las aguas de todas nuestras putrefactas cloacas hacia los maditos campos feraces, envenenamos las vertientes, cortamos las hierbas buenas y malas, hicimos arder los trigales que nos saciaron junto con las Elaphe guttata, las malditas serpientes del trigo, y permitimos que las llamas alcanzaran las miserias de nuestras moradas. Veinticinco recuas de mulas durante tres días trajeron la sal desde las salinas de los impíos en el mar de las aguas espesas. Fue esa sal la que esparcimos en un circulo centrado en la colina del templo y que se extendía hasta los últimos cultivos de Canabis satiba, allá donde el bosque ya no dejaba brotar las semillas. Sabíamos que ese sello de sal cristalizada resplandecería para siempre bajo las cíclicas lunas y los inútiles soles venideros. Así nos aseguramos de que esa tierra nuestra no volviera a dar las abundantes cosechas que los sacerdotes ordenaban según las premoniciones que leían en las vísceras de las palomas, ni las vides sus racimos apretados para que en la vendimia del otoño estrujáramos el vino dulce que bebíamos de noche mientras bailábamos alrededor del fuego. Nadie sabrá que habitamos ese lugar sagrado porque no hallarán aguas puras, ni hierbas, ni granos, ni siquiera los huesos de nuestros ancestros. Solo quedarán huellados los innumerables senderos por los que subíamos cada uno hasta el templo, como los absurdos dibujos de un loco mesiánico que escribió en la colina las parábolas y los salmos dictados palabra a palabra por un dios indiferente.


DEL ESPEJO Y LA ORQUIDEA


Para Ruiz Caballero, con respeto, y vergüenza por mi mala sintaxis.

Anoche, después de ver desde mi ventana al sol hundirse en el mar como una naranja y alzarse las diminutas estrellas, cerré la puerta con cerrojo, corrí las gruesas cortinas de las ventanas, y encendí las tres velas de cera amarillenta y olorosa del candelabro francés de bronces rococó y frío mármol. Envuelto en esa tibia casi penumbra dispuse sobre la mesa la delgada caja de madera veteada y la abrí con cuidado. En medio del terciopelo color obispo estaba el fragmento trapezoidal de un espejo. Por el discreto pero perfecto biselado que se reconocía en una de sus aristas, la calidad de cristal y el tipo de azogue era fácil saber que había pertenecido a un muy antiguo espejo veneciano. Me había llegado por encomienda hace dos días, el nombre del remitente venia borrado bajo una mancha del mismo lacre con que se había sellado el paquete. Recuerdo que me pregunte instintivamente si ese detalle era producto del azar o de la voluntad del emisor. Lo adquirí por eBay, el día antes de Navidad leí en el L’Arc de Feu que Ruiz Caballero había sido asesinado por un yonqui en la entrada de un local cuyo giro por respeto a su memoria prefiero no mencionar, y que sus antiguallas y manuscritos se iban a rematar en beneficio del Hospicio de San Fermín, ya que no dejaba herederos. El trozo de espejo refulgía en la mesa como un pedazo de luna amarillenta o una cloaca de aguas negras según el ángulo en que se lo mirara. Me asomé a él con un poco de temor reverencial, es fama que fui un envidioso admirador de la obra de aquel glorioso sevillano, y tener ahí un objeto que había sido de su propiedad me hizo sentir de alguna manera poseedor de una fracción de sus asombrosas magias verbales. Y allí, en la solitaria oscuridad de mi dormitorio, descubrí que aquel fragmento de espejo era un portal hacia otros mundos jamás visitados. Mundos de colores distintos, de extrañas mineralogías, zoologías y vegetaciones, allí vi ubérrimos jardines de colores extraños, vi bichos, hibiscos naranjas y amarillos, un Alíen en una película porno, vi un antidiamante y mimbres, pececillos grises y ranas verdes, un arpa y una araña., vi crisoberilos, rodocrositas, un cabaret y las lágrimas de San Lorenzo, fuego e infinitas mariposas de cristal, gatos y gatitos, moluscos, un pitufo y una mandolina loca, vi el reloj del judío y el tintero de la mariposa, vi veintidós descensos y el Spantax horribilis, ese extraño insecto del planeta Helicón V, vi mundos minerales y planos como hechos de coral y de cristal, vi lepidópteros, un cardenal y hormigas, libélulas, una sandía, una tienda de lámparas y un palacio, una mosca, un caracol, una verga, y un espejo que no era este, vi orquídeas Azules de corolas zigomorfas, dragones, uno de ellos con las plumas de alabastro, vi a Hannibal Lecter, una tarántula, la luz del sol en Xcrit, una pirámide tres mil quinientos años, y vi un jesuita de negro azabache que llevaba un anillo verde, vi una violación y el inframundo de El Corte Ingles, vi un mar de magma rabioso que devoraba cuanto caía en sus fauces, vi toros, toreros, jóvenes gay y cerdos, muchos cerdos, vi meretrices en un burdel de paredes café con leche, y vi las alas de una mariposa quemadas por ácido sulfúrico, vi un Pianista y a su lado un nazi, vi a Max Brod leyendo con veneración un manuscrito de su amigo Franz Kafka, y en su mano un diamante aplastado donde estaba tallada la frase del Eclesiastés; ‘Yo hago brotar de ti el fuego que te destruye’, vi a un hombre de una extraña mirada vidriosa, devorado por una fiera brutalmente espantosa, vi en su rostro el dolor de la tortura y la muerte, y por ultimo vi una orquídea lobulosa de color rosa, como una flor de varias lenguas exquisitas, que por supuesto no existe, y bajo ella un espejo, y ahí entendí el secreto de la Orquídea Carnívora, porque vi en ese otro espejo, por una ventana, al sol hundirse en el mar como una naranja y alzarse las diminutas estrellas, y lo vi ahí inclinado sobre una mesa, y sobre ella un hermoso y antiguo espejo veneciano, lo vi quebrar el espejo y supe que lo hacia para hacer partícipe de su secreto a algún amigo, y entendí que yo era ese amigo, entonces (*) vi mi cara y mis vísceras, vi su cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible imaginario de Ruiz Caballero. Sentí infinita veneración, infinita envidia.


(*) Lo que sigue es una paráfrasis, (plagio, para ser preciso), de un fragmento de El Aleph, de Jorge Luis Borges, ese otro maestro.

domingo, 5 de abril de 2009

EL BARON MALDITO


El hombre estaba en el rincón mas oscuro y alejado del salón, solo, sus rasgos vulgares apenas se adivinan en la penumbra, en sus labios y sus ojos se marca claramente una actitud de frió desprecio. En sus manos que descansan cada una sobre una de sus piernas brillan los muchos anillos de oro y en algunos las facetas de los granates engarzados espejean cada vez que mueve los dedos con impaciencia como tocando un piano invisible. Observa a sus perras viciosas, como le gusta llamarlas, una a una, hay cinco de ellas completamente desnudas, las mas sucias y pervertidas –piensa- pero las preferidas por los visitantes. Namibia la negra masai de olor almizclado que él nunca ha podido soportar, esta sentada en actitud vulgar con su sexo rodeado de vellos enrulados abierto como una húmeda flor roja que destila un veneno agrio que solo atrae a las víboras de ponzoña verde. Eva Luna, la prostituta sudaca, siempre sudorosa y la más barata, se abanica tratando de parecer una dama pero su raza la persigue en esos rasgos comunes de callejera mexicana, casi como de travestí. Un poco mas allá Adelaida, la maja insaciable perfumándose para esconder siempre sin suerte el extraño olor acre de su menstruación, que la persigue por varios días después de su menstruo. Y Josefa la demonio de ojos árabes, negros y paranoicos, buscando una salida ilusoria a su destino de puta eterna en las cartas, y en el otro lado del salón Conchita, que escribe en el incongruente escritorio de ébano, de seguro un poema a un amor perdido que le prometió, para lograr un miserable descuento, venir dentro de tres días a sacarla de lupanar y hacerla una mujercita de casa con hijos y un gran gato blanco. Todas desnudas, impúdicas, no por orgullo de sus cuerpos de gatas finas sino por que ya han perdido hasta el mínimo el pudor. Nada más vulgar que rameras desnudas –piensa para sus adentros-, son como ver un hato de ovejas recién trasquiladas o cerdas recién bañadas. Sigue ahora observando a las otras, las vestidas o semidesnudas, Tasuko Sumori, es la menos deseable para él, le teme a sus ojos azules de pupilas lilas, y le desagradan sus vellos púbicos, lisos, muy negros y ralos, cada vez que los ve imagina que se deben a una maldición asiática que puede traspasarse al que los toque. Rosa María, la soñadora impenitente con su rostro somnoliento que le da una actitud de lánguida estulticia que aleja a los visitantes, por lo que solo la ocupa el Vizconde, un viejo pederasta tacaño y soez, sus bragas rosas y esa ridícula orquídea en el pelo le confirman que ya es hora de que se vaya, su tiempo ha sido cumplido y él no está para lastimas. A su lado Francisca, la lesbiana narcisista se mira embobada en el espejo, girándolo lentamente como si buscara el mejor ángulo para confirmar su belleza mustia. Solo estuvo una noche con ella y después la evitó porque se dio cuenta que su amor lésbico era una hoguera que lo llevaría mas temprano que tarde a las cenizas. Luego Federica que lee ensimismada un libro muy ajado, mientras su silueta se recorta casta y quieta contra la vidriera de cristales azules, es la única que no parece prostituta y de la que él estuvo enamorado los tres meses en que ella le negó sus favores. Y está Carla, la tontona del Yorkshire y sus pechoñerías incomprensibles, lo único sexual que posee es ese lunar en uno de sus pechos, por el que un joven poeta una noche de excesos de alcohol y drogas sagradas se suicido de un tiro en su misma falda. La visión de la sangre negruzca escurriendo por las medias negras caladas le quedó a él como un fetiche sexual y aun, cuando la soledad le carcome las noches, la llama y repite el rito con mermelada de berrys. En el rincón opuesto Ernesta, suspirando con la boca entreabierta, borda estúpidamente un pañuelo, como si esperara tranquilamente ese novio de voz ronca y modales amanerados que la trajo una noche a divertirse y que ya ebria se la vendió por tres monedas. Todas son unas perras viciosas –pensó- con la inercia agria de tantas noches iguales sentado ahí mismo esperando a los visitantes. Escucho el leve ruido y vio girar la manija de la puerta, la alta hoja de la doble puerta de cedro se abrió suavemente y entro ella, toda envuelta en armiño, como una diosa blanca, impoluta y virgen, intocada e intocable, era Nieves, la doña imposible, intentó levantarse e ir hacia ella, calculando cuanto ofrecería el Barón por ella esa noche y buscando el limite hasta donde él podría oponerse a esa cifra, pero se dio cuenta que otra vez no alcanzaría a subir la oferta y permaneció sentado, hundiéndose mas en el sillón para hacerse mas invisible. Antes de cerrar los ojos para evadirse se esa pesadilla recurrente, alcanzo a ver como ella arrojaba un guante al suelo enfadada. Sonrió para sus adentros, el Barón se había atrasado otra vez, la cifra iba a subir, había hecho bien en quedarse quieto en su rincón.

LA DOÑA IMPOSIBLE


La sala es amplia pero esta atiborrada de sofás, divanes, y otomanas, y entre ellos pequeñas mesitas de caoba. Hay muchos cojines y almohadones mullidos que cubren aquellos muebles dando a toda la gran habitación un ambiente de intima sensualidad. Todo es rojo oscuro y dorado. Una imponente lámpara de bronce brillante y cristal cuelga en el centro con sus luces de un amarillo penumbroso. Hay muchos hombres muy bien vestidos conversando entre ellos con finas copas de champagne en las manos y largos habanos que humean como incienso en una catedral en fiesta santa. Una suave música de violín y chelo proviene de alguna habitación cercana. El lugar esta lleno de placenteras sensaciones olfativas y auditivas. De pronto el reloj de pared del salón comienza a dar sus profundas campanadas, todos permanecen en silencio contándolas en un murmullo ansioso. A la décimo primera campanada todo queda en un silencio inquietante por algunos segundos, hasta que súbitamente se abren las dos hojas de la gran puerta de cedro y entra un grupo de damas ataviadas con una notable elegancia. Entran sonriendo y saludando a los hombres con desenfadada coquetería, formándose una algarabía de risas y saludos y grititos de gatas felices y machos entusiasmados. Tintinean las copas y las voces se confunden en múltiples conversaciones. La noche avanza, en la sala apenas se pueden divisar los contertulios entre la bruma azulada del humo de tabaco y la luz amarillenta que no alcanza a cruzarla completamente. Se ve a los hombres en mangas de camisa, los cuellos desabotonados, las caras enrojecidas por el champagne y el calor abrumador de tantos cuerpos encerrados. Las mujeres en su mayoría están semidesnudas, solo en bragas, brassier y medias, algunas con escandalosos ligueros y otras con solo ligas decoradas con vuelos y filigranas bordadas. Solo unas pocas permanecen cubiertas con semitransparentes y vaporosas enaguas. Los hombres la besan, las acarician, las sientan en sus piernas y huelen sus cabellos con fruición de sibaritas. De pronto el reloj de pared del salón comienza a dar otra vez sus profundas campanadas, todos se quedan quietos contándolas en silencio. A la décimo segunda campanada, mientras aun se escucha su ronca resonancia se abre una de las hojas de la gran puerta de cedro y entra una silueta que parece ser una dama, su cabello negro azabache es muy liso y cortado en la frente en una línea perfectamente horizontal a la manera egipcia, se cubre con una túnica blanca muy delgada y apegada a su cuerpo, al que delinea con perfección. Los que se encuentran más de cerca se dan cuenta que solo esta vestida con esa túnica pues sobresalen de ella sus pequeños pechos y sus breves puntas, y en su pubis se nota la diminuta y ambigua prominencia de sus vellos púbicos de forma suavemente convexa. Su maquillaje negro y azul sobre sus ojos confirma el estilo egipcio, coincidiendo con sus ojos negros intensos y que se ven un poco rasgados por las gruesas líneas que los extienden hacia los lados. El rostro esta apenas empolvado y en los pómulos solo un toque mínimo de rubor. Lleva unos aretes colgantes de turmalina y un collar de espejeantes lagrimas de oligisto. Todos han permanecido quietos y silenciosos después de su aparición, y mientras ella camina felina y flexible por el salón va saludando uno a uno a los varones que apenas se atreven a sonreír. Las mujeres lentamente se han ido acomodando hasta quedar sentadas castamente en los sofás u otomanas, algunas en el piso alfombrado con las piernas juntas en actitud casual, pero ella no las mira, su atención esta dedicada solo a los hombres. A algunos les roza el rostro con su mano de largas uñas pintadas de un negro opaco, y a unos pocos medio les dibuja con su dedo índice el borde de los labios, como palpándolos. Aquellos honrados por tal honor entrecierran los ojos para disfrutar ese leve roce en su máxima plenitud. Cuando ha recorrido la sala completa y saludado, observado o acariciado a cada uno de la veintena de varones presentes, se detiene en medio del lugar, bajo la lámpara colgante de bronces y cristales que la ilumina entre la bruma como la estatua de una virgen, y va girando su rostro hasta detenerse en el hombre que estaba en el rincón mas oscuro, solo, sin ninguna mujer en su cercanía, y le hace un gesto como una venia sutil, como asintiendo a algo que nadie mas alcanza a percibir, y se dirige a la puerta con los mismos pasos de gata sensual. El elegido se ha levantado rápidamente y llega antes que ella a la puerta, la abre para que ella salga y la sigue cerrándola lentamente tras él. Alguien lanza un suspiro como de pena o desilusión y los demás ríen con sobriedad respetuosa. De inmediato vuelve la algarabía de risas y grititos de gatas felices y machos entusiasmados, vuelven a tintinear las copas y las voces se confunden otra vez en entreveradas conversaciones. Nadie se da cuenta de que la suave música de violín y chelo proveniente de alguna habitación cercana ha dejado de escucharse.

EL LECTOR INSACIABLE


Aprendió a leer a los cuatro años y desde esa fecha no dejo de leer todo lo que se le ponía a su alcance, diarios, revistas, folletos, las instrucciones de las cajas de antibióticos, los envases de los alimentos, los letreros de la publicidad de las calles, y libros, muchos libros, todos los libros. Este vicio que en él era ya algo sicótico lo llevo lentamente a ver letras donde no debiera, y así fue que una tarde en la playa, el mismo día que cumplió los catorce años, descubrió no sin cierto asombro que podía leer las conchas de los caracoles. Primero reconoció en una concha la silueta de una letra cualquiera y sonrió, pero lo siguió girando y aguzando su atención y vio que le seguía otra y después otra, finalmente leyó una palabra completa: alfanje. Estuvo toda esa tarde recogiendo y leyendo conchas de caracoles, y en todas pudo leer una palabra o dos, o incluso a veces traían adjuntas un articulo o una preposición, u otras eran simplemente algunas de las partes de una oración, aunque sin conexión entre si pues estaban tomadas al azar, pensó, y paso las siguientes tres semanas en su casa tratando de armar frases con las trescientas ochenta y cuatro conchas que pudo recolectar. No tuvo éxito, pues las palabras pertenecían a muy distintos temas y muchas estaba en idiomas que él no conocía. Pero ya había descubierto el secreto y recordó a Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, que había descubierto en la piel de un jaguar las catorce palabras mágicas que le permitieron la mística unión con la divinidad. Se dedico entonces a leer todo lo que estaba escrito en la naturaleza, lo que a la vez le obligó a aprender distintos idiomas y dialectos, para poder entender lo que leía. Esta obscena labor le tomo treinta y dos años, hasta que terminó por entender perfectamente todos los idiomas oficiales y sus deformaciones, los coa y lunfardos, los mas de doscientos dialectos y lenguas que existen en Italia, además del ligur, el occitano, el vascuence y todos lo que pudo encontrar, hasta el mismísimo y extraño dialecto véneto de Chipilo. Pero ya a la mitad de esos estudios bizantinos la realidad física era para él una biblioteca infinita, misteriosa e incitante. Plena de prodigios y asombros. Descubrió que las filigranas de los dibujos en la alas de las mariposas eran delicados haikus escritos en una variante muy antigua del nihongo, la lengua nipona, que los largos pliegos que podía leer en la corteza de los troncos de los abedules eran cuentos escandinavos infantiles, y que las grietas en los roquerios de las rompientes siempre correspondían a versículos bíblicos del Cantar de los Cantares. Por otro lado pudo constatar la falacia de que los sesenta y cuatro hexagramas de Libro de los Cambios o I King, formados por todas combinaciones posible de seis líneas partidas o enteras habían sido descubiertas por un emperador prehistórico en la caparazón de una de las tortugas sagradas, pues todas las caparazones de tortuga que pudo leer reproducían fragmentos de los versos anisosilábicos de El Cantar de mio Cid. Y en su peregrinaje a Tierra Santa pudo conocer el misterioso sarcasmo de la divinidad, porque las sombras del mediodía de las irregularidades de las piedras del Muro de los Lamentos reproducían completa, en dialecto cananeo, la sura IV del Quran, la dedicada a “Las Mujeres” (An-Nisâa), y en cambio a la trémula luz de los cirios sobre las paredes de la gruta del Santo Sepulcro leyó los primeros veinticinco versículos del Pentateuco, en árabe sulaymi, justo antes que Jehová pensara en crear al hombre a su semejanza para que se enseñoreara sobre los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en todo animal que anda arrastrando sobre la tierra. Siempre recordaría un atardecer en Gangasagar cuando leyó los setecientos versos del Bhagavad-Gita en los sinuosos reflejos de las sucias aguas de la desembocadura del Ganges, mientras más de trescientos mil hindúes tomaban el baño sagrado para celebrar la festividad del "Makar Sankranti". Ese día el recuerdo de Tzinacán no le fue ajeno, porque aunque hubo cuatro muertos, él logró entender y aceptar la inmortalidad del alma. O esa noche en que se le ocurrió leer las trizaduras de un espejo quebrado en un cabaret de mala muerte, allí leyó en el dialecto malayo yawi la terrible profecía: “ciertamente el que lea esto morirá en el octavo día”, pero no se asustó; no soy yo -se dijo- pues no ando en busca de nada, he venido solo a beber el vino barato y a oler el perfume de estas muchachas cansadas, y son las meretrices las que me buscan. Y tenia razón pues siguió viviendo por muchos años, pero evitando, sin reconocerlo, leer los espejos trizados. Al final de su vida, de omnilector insaciable, ya casi ciego, se dio cuenta que la única felicidad que encontró, en todos sus años de lecturas inútiles, obviedades y repeticiones solapadas, fue comprobar la verdad poética de Pablo Neruda, porque cuando vagando por todas las playas que recorrió a lo largo de sus ochenta y tres años, leía las huellas de las gaviotas en las arenas, siempre eran sonetos de amor. Vale.

LA ENVOLVENTE INFINITA


La habitación es muy alta y por la perspectiva desde acá abajo parece cilíndrica. Pero no para un experto trepador de muros como yo que la he recorrido palmo a palmo, ladrillo a ladrillo, hasta reconocer cada una de las grietas y sinuosidades de su oscura superficie interior. Puedo aseverar, sin soberbia, que me basta hacer un pequeño circulo sobre ella palpando con alguno de mis pulvillos o uñas para saber exactamente que punto de la pared estoy tocando. He aprendido que la rutina es fuente del mas perfecto conocimiento. Ya en los primeros viajes de exploración táctil me di cuenta de su conicidad, mínima pero detectable. El techo plano y circular, lo define además como un cono truncado. La puerta, de madera noble, ha permanecido desde siempre cerrada, al igual que las ventanitas tapiadas desde los tiempos en que todo esto era un barco. Hace años, quizás debiera decir decenios o siglos, (pero el tiempo como sucesión ordenada acá no es importante), que vengo pensando en construir un entrepiso aprovechando las salientes de las pequeñas ventanas allá en lo alto. Solo que tal separación ha de ser construida no en el espacio físico del recinto, sino en su precisa representación dentro de mi imaginario, pues no tengo a mano los materiales necesarios. Lo que para efectos prácticos viene a ser lo mismo. Cuando pasan muchos días sin movimientos ni ruidos que me rompan el tedio, inicio un lento recorrido siguiendo un zigzag heurístico por la pared imaginando que es una cinta de Moebius, y créanme que por largos momentos habito un espacio infinito. Acá no hay muebles, cuadros o lámparas, ni ninguno de los objetos típico de un lugar habitado, vasos, cuchillos, libros, tableros de ajedrez o relojes; solo el piso circular de baldosas negras y blancas sin dibujos, el techo de apolillados tablones de roble allá arriba entre las sombras; y la pared, esta continua superficie curva que me envuelve desde siempre, origen seguro de mi locura, de mi desesperación claustrofóbica. Pero hay días mejores. Cuando viene la época de las interminables y bullangueras lluvias del monzón todo cambia, cada ciertos días se escuchan voces, ruidos de claqueos y de golpes breves, contundentes, de pequeños objetos sólidos contra una superficie plana. No es raro que en medio de esa bulla la habitación se estremezca y se mueva. Cada una de estas ocasiones dura algunas horas y después viene una quietud absoluta por dos o tres días o semanas. A lo largo del tiempo las voces van cambiando, como en ciclos de lustros o lapsos similares, y eso altera también los movimientos de la habitación dentro de los ciclos menores de horas. Al principio del ciclo casi no hay movimientos, o estos son escasos, no rara vez solo es uno, preciso, seguro, poco después del inicio de los ruidos. Mas adelante se hacen mas y mas abundante. Este aumento siempre es en las etapas finales de los ruidos y golpes. Eso si, los movimientos son siempre de cuidadosa traslación lineal y sin perder la verticalidad. Esto me ha hecho llegar pensar que el universo exterior a pesar de los alborotos y bamboleos es de alguna manera ordenado, con pautas o reglas que no admiten cambios azarosos. La rutina, las repeticiones cíclicas, el tedio de esta penumbra atemporal, me han llevado a reconocer con exactitud matemática las relaciones biunívocas entre voces y movimientos. Usualmente todo termina cuando se escucha el ruido de uno de los objeto que cae rodando sobre la superficie. O también, pero esto es mas ocasional, cuando una de las voces pronuncia con notoria felicidad una única palabra, que en los siglos del brahmán Sassi era “chaturaji” y por estos tiempos es “jaque mate”. Entonces todo vuelve al silencio y la inmovilidad, a esa inacción total, desesperante, que me enloquece hasta el dolor. Para alejarme de esa acechante locura, invento complicados juegos sobre las baldosas escaqueadas con figuras imaginadas que al ser movidas repiten los ruidos que escucho en los días felices. Si me siento un poco mas intranquilo vuelo en círculos helicoidales sin tocar la pared, y haciendo vibrar mis halterios al mismo ritmo que mis poderosas alas delanteras, provocando un grato zumbido adormecedor. La pared, curva, es (o me parece) así infinita y mi vuelo ilimitado. Con estas toscas ceremonias suelo encontrar, en el cansancio físico o mental, la anhelada, pero siempre momentánea, paz.

Nota del Autor.- La lectura de “En Dos Dimensiones” de Ruiz Caballero, y en especial la frase “En la torre quizás habite un monstruo,…”, y la asociación inmediata (para un vicioso borgeano) con La Casa de Asterión de Borges, me llevaron a intentar este breve relato a la manera de una amalgama de ambos autores. Como el lector habrá fácilmente deducido la alta habitación es la torre del ajedrez, la roka (barco) del sáncrito que siglos después Alfonso X el Sabio denominaría roque, y el solitario habitante es una mosca, la común, Musca domestica, las palabras pulvillos y halterios, así lo declaran. Vale.


BREVE SEMBLANZA DEL CRIADOR DE LIBELULAS


Soy Ascario Jacinto Buñuelos, natural de La Puebla del Rió, y lo conocí mejor que muchos. Aunque previendo refutaciones interesadas, debo reconocer que solo trabajé para él ocho años, cuatro meses y doce días. Me fue presentado el dieciséis de mayo de 1921, cuando comencé a trabajar como secretario privado de su padre, el Conde de Torrevieja, que Dios guarde en su Reino. En ese entonces él era un jovencito elegante y afeminado que solía perderse tardes enteras en el ilimitado jardín del Conde con un frasco de ancha boca, de cristal veneciano, y una delicada red de cazador de mariposas. Nunca cruzamos palabras, que yo recuerde, hasta la muerte de su padre, la tarde después del funeral me llamó al despacho recién heredado y me ofreció servirle como ayuda de cámara. Acepté mas por comodidad que por gusto, con la secreta intención de buscar otro trabajo mientras le servía. A pesar de ser un hombre carismático y seductor, recibía escasas visitas, y los más eran parientes que venían a solicitar alguna ayuda económica o una recomendación para algún negocio de ultramar. Solo dos eran las mas asiduas, el Cardenal Navrija-Sáenz, que como recordarán hizo su fama persiguiendo a los jesuitas, y la hermana de Su Eminencia, la Baronesa de Essex. Que si bien eran hermanos nunca lo visitaron juntos. La Baronesa era una mujer elegantísima, aun tengo la visión de ella envuelta en un abrigo de zorro plateado, con unos altos y finos tacones de verde malaquita. Tenía unas bellísimas y suaves manos, una cabellera sublime y unos ojos azules, casi violetas, bajo unos párpados de largas pestañas. En cambio el Cardenal era un hombre opaco, enjuto, de mirada extraviada y de piel translucida, que hablaba en voz muy baja, como en susurros. Llegaba siempre ataviado con su manto arzobispal, de frenético rojo rabioso, y al entrar extendía hacia mí su pequeña mano huesuda como de murciélago albino para que besara su anillo cardenalicio. La ultima vez que lo vi fue un martes de invierno, cuando lo hice pasar al salón donde él ya lo estaba esperando, tres días antes de que encontraran su cadáver desangrado y con las cuencas de los ojos vaciadas, en la sacristía de la catedral. A los que nunca consideré visitantes eran dos jovenzuelos malvestidos y soeces que aparecían por la casona una vez al mes, y se encerraban con él en sus habitaciones toda la tarde. Tenían una actitud irrespetuosa y familiar que no se correspondía con sus meros servicios de aseadores del laboratorio. No recuerdo sus rostros, apenas que uno era rapado al cero y el otro un mulato de pelo rizado. Cuando me ofrecí para realizar esa labor, él me contestó que era un trabajo pesado y sucio, para gente mas joven. Sobre él solo puedo decir que era un solitario, un hombre de pocas palabras, de sonrisa esquiva y de ojos tristes, su vida misma era un misterio, creo que hasta para él mismo. Como licenciado en Ciencias Biológicas y especialista en Entomología, que por la fortuna de su herencia familiar no necesitaba trabajar, se dedicó por completo al estudio de los anisópteros, y se pasaba días enteros encerrado en el laboratorio aledaño a sus habitaciones. Una vez me dijo que su objetivo era la cría industrial de la libélula, no me atreví a preguntarle para que, temiendo quedar como un ignorante. Amante de la pintura y la música, podía estar por horas en semipenumbras escuchando a Frescobaldi o a Bach, sus autores preferidos, con la mirada perdida en el paisaje veneciano, verde y surrealista de su Canaletto. Su afecto, escaso y reprimido, lo volcaba por entero a sus cinco gatos, Belcebú un raro gato de rayas verdes, Diosa la gata blanca y Amanda la gata negra, Azrael que tenia un sucio color ceniciento y Pecador, un gato incoloro tranquilo y aburrido. Su mayor dedicación, aparte de sus estudios anisoptericos, era para su acuario de shubukins, de hermosos colores amarillos cobres y naranjas metálicos. Ahora bien, sé que Ruiz Caballero ha escrito algunas notas sobre él, sé que en ellas hay acusaciones veladas de sodomía, microzoofilia y sadismo entomológico, sé que incluso ha llegado a vincularlo al horroroso crimen de Su Eminencia. Esos libelos han hecho de él un equivalente castizo del Conde Vlad III de Valaquia. Para desvirtuar tales infamias es que he querido dejar escrito lo que yo conocí de él como persona. Que siendo poco es mucho considerando su voluntario enclaustramiento vitalicio, social y familiar. El lector puede ahora preguntarse si un tranquilo caballero de rancia alcurnia, de pocos amigos, amante de los gatos y los shubukins, de la música y el arte pictórico, un científico anónimo y silencioso que gastó gran parte de su fortuna en arduas investigaciones inútiles, podría ser el monstruo que ha querido crear la desaforada imaginación de ese autor malicioso. Sé que vuestro juicio, ahora bien informado, ha de limpiar su nombre. Vale.


Únicas referencias biográficas y bibliograficas.-

http://escribeya.com/Historias/el-criador-de-libelulas-primera-version-7077

http://escribeya.com/Historias/el-criador-de-libelulas-segunda-version-7078

http://escribeya.com/Historias/el-criador-de-libelulas-tercera-version-7079

http://escribeya.com/Historias/el-criador-de-libelulas-cuarta-version-7080

http://escribeya.com/Historias/el-criador-de-libelulas-sexta-version-7081

http://escribeya.com/Historias/el-criador-de-libelulas-septima-version-7082

Nota del plagiador.- La quinta versión de esta saga injuriosa, se cree está perdida. Intuyo que no fue escrita, para así dejar espacio literario a nuevos infundíos sobre él, provenientes esta vez de los malicioso lectores de Caballero Ruiz.

PROLEGOMENO



El Surrealismo Neobarroco es una corriente literaria cuyos rasgos principales son la deformación poética de la realidad por una acción fantástica descrita de un modo excesivamente recargado de imágenes, metáforas y adjetivaciones dentro de una narrativa breve y puntual. En sus textos la trama suele ser un aspecto secundario y hay un evidente predominio de la búsqueda de imágenes hermosas, maravillosas, asombrosas y siempre inquietantes, las que provienen de muy diversos campos del conocimiento. Hay un exceso de énfasis y abundancia de ornamentación, siendo claramente un arte "elaborado". La fantasía y la imaginación son evocadas en el lector, abusando del abundante el uso de la metáfora y la alegoría, sin correcciones racionales, utilizando las imágenes para expresar emociones, pero sin seguir nunca un razonamiento lógico. Tiene una vocación libertaria sin límites buscando la exaltación de los procesos oníricos, del humor corrosivo y de la pasión erótica, concebidos como armas de lucha contra las obviedades de la literatura actual. Abunda en lo onírico, lo fantasioso a partir de objetos reales, la terminología científica, real o inventada, la cultura de las artes y las ciencias, y no es raro encontrar en estos textos el material de las pesadillas. Sus textos son en general breves y compactos, sin separación de párrafos, como la corriente de conciencia de quien describe un sueño o una pesadilla, o el monologo insensato pero maravilloso de un loco. Sus ancestros literarios se pueden encontrar en el Fíton de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, en el Aleph de Jorge Luis Borges y en El Otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez. Y sus raíces visuales en Hyeronimus Bosch y Salvador Dalí. Es en resumen una orgía de imágenes que asombran, asustan, inquietan, maravillan, un delirio onírico hilvanado sutilmente mediante la sola palabra a la realidad, que todos vemos burda y opaca y el poeta brillante y misteriosa. Posee una tendencia a las variaciones sobre un tema hasta su agotamiento, o en la búsqueda reiterativa de la perspectiva mas adecuada para su exposición. Está claramente más cerca del barroco hispanoamericano que del realismo mágico. El Surrealismo Neobarroco se escribe con absoluta impunidad, y con toda la transtextualidad necesaria, y corresponde a una literatura elitista, apolítica, fuera de la realidad, no comprometida, una literatura que se escribe y se lee desde una aislada y altísima torre de marfil, y que es, esencialmente, un mero juego (inútil) de palabras bonitas. Su literatura tiende a ser, en la medida de lo posible, arcaica, barroca, rebuscada, demanda el asombro no la emoción, todo forma y nada de fondo, capaz de crear un (o muchos) Universo caprichoso, ni siquiera paralelo, sino absolutamente diverso al Universo del infatuado escritor o del asustado lector. Esta literatura está, o lo mas alejada posible de la brutal realidad, o interviene en ella poetizando sus miserias como si fueran burbujas de jabón, iridiscentes pero esencialmente inútiles. Esto basándose en que si algún lector extraviado desea aprehender la realidad, puede fácilmente acceder al periódico de su gusto, diariamente y por unas pocas monedas y allí encontrara sin más, la (su) miserable realidad. Es una literatura tal que trata de transplantar la forma sobre otra materia; en otros, de desarrollar los armónicos de base; en otros, de añadir una voz a una armonía y en otros, como en la variación jazzística, de dar ‘swing’ a la materia misma. Una literatura tan ultratransgresiva (Ultra = mas allá de; Trangresiva = que traspasa los limites) que va mas allá de mas allá de los limites, es decir la nada misma, el ámbito del sagrado vacío y la mítica soledad. Tan más allá, que si el Universo es curvo, como soñamos, al transgredir el presente e ir hacia el futuro alcanza a volver por el pasado. Pues bien, en este contexto, quiere ser un Warm Hole literario, un atajo desde el Aquí y Ahora hasta el Aquí y Ahora, pero cruzando por el proyectado futuro y el confirmado pasado. En fin, una literatura que pretende estar solo comprometida con la literatura, y a la que le basta, simplemente, con ser leída. Y por ultimo, en las palabras de Francisco Antonio Ruiz Caballero (i), profeta del Surrealismo Neobarroco, “Venga, animaros, queremos ver esos híbridos, esos mutantes, esas paradojas, esas contradicciones, vivientes o no vivientes, reales o no reales, geográficas, zoológicas, o botánicas, humorísticas o dramáticas, tragicómicas o comicotrágicas, bicéfalas o cuasiinoportunas, mixtas o seudoarquetípicas, contrahechas o bienhechas. Trihibridas o polimorficas, imaginarias o reales. En la frontera o en el submundo, llegando al subuniverso o conquistando el suprauniverso. Curvilíneas o semirrectas. Etc, etc, etc.”

(i) A usted, Ruiz Caballero, heresiarca de los cybercafe sevillanos, biólogo del barroco, suma de infinitos enciclopedistas surrealistas, mezcla rara de Gabriel García Márquez y Hieronymus Bosch, de Borges y Cervantes, de Kafka y Cortazar; a usted, Ruiz Caballero, lo veo ante todo como un Gran Poeta.
Y luego así: arbitrario, descarado, sexual, desaforado, soberbio, mágico, triunfante, hiperimaginativo, inseguro, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil y genial.
Un tal F.S.R.Banda