lunes, 17 de agosto de 2015

INVERNAL DESATADO


“Dondequiera que estés te gustará saber que te pude olvidar y no he querido...” Dondequiera que estés, Joan Manuel Serrat

“Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta, ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña, ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios serán favor tan misterioso como el mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis brazos.” Amorosa anticipación, Jorge Luis Borges

Miro para tu rumbo y veo altas montañas nevadas y nubes de lluvia y tu silencio triste anegado por una desolación sin palabras que se disuelve desvaídas dulzuras sin nombre. Llueve allá y acá, como si estuviéramos juntos en el mismo sitio, mirando llover por el mismo ventanal y ya fuera la hora de ese futuro perfecto e imposible. Llueve intensamente, con frío y con viento, te pienso mientras tú también me piensas, por eso aun hay rosas en el jardín del invierno y besos de lluvia en nuestros labios distantes. Desde la lluvia un fragmento se encharca, estila, en su ventolera esparce las hojas muertas en sus ocres presuntuosos, un vaho húmedo como de silencio marino induce la añosa nostalgia de tantas lluvias vividas en los recodos de los destinos invernales. El canto crepuscular de los pájaros sobrevive en los espejos quietos de las pozas donde habitan serpientes y endriagos, negras obsidianas y marchitas magnolias. Los pasos buscan ese retorno a los tiempos idos sin saber si es posible el regreso, el vano intento de recuperar afectos, sensaciones, aquel rincón del patio que poseía la esencia de todo el invierno con sus lluvias y sus escarchas. Vuelve la casa con techo de zinc, donde la lluvia tamborileaba estrepitosamente, y me asomo a mi infancia, al jardín materno, con sus gladiolos, sus dalias, sus nardos, y la lluvia se enternece y llora sus goterones desde los párpados de las hojas secas que dejó el otoño. Es el agua de la noche lo que estila el nocturno en la gélida trama del invierno, y esa cierta torpeza en las nostalgias cuando la lluvia va inundando los pequeños rincones del jardín donde vimos, y veremos, gloriosas mariposas y febriles abejas. Las calles son más anchas por la soledad y el silencio y la lluvia, los caminantes son fantasma que trafican el púrpura de los lirios del delirio envueltos en los celajes del día que se encharca lóbrego y cansado. Dejo la sombra instaurada en la iridiscencia de las caracolas y en las breves palabras que mienten los abalorios del suicidio, el misterioso sonido que guardan las piedras en su eterna quietud y en su silencio ominoso, el aullido del viento en la noche allá en la infancia de trenes y ladridos lejanos. Surge nocturna la luna del plenilunio entre las altas brumas invernales, el frío convierte en vaho las palabras, la escarcha espera entre los árboles deshojados la congelada madrugada para desperdigar sus cristales de mínimos hielos. Ella ha soñado toda la noche, se veía durmiendo desde un vértice del techo de la habitación respirando agitada, pero al despertar no había podido recordar ni una escena, ni una voz ni un color o siquiera un aroma a tierra mojada, tampoco el solitario búho en el tejado esperando impasible y aterido.