jueves, 28 de abril de 2011

TERRITORIOS

Hay una densidad posible, una incerteza delicada como una bruma, una turbación de garúa que viene de allá del fondo mas profundo de los recuerdos como la camanchaca que se extendía en blancos mantos en ese desierto de cobres y salitres donde los soles tenían un sopor de distancias, de abandonos, de intervalo temporal y áureo destierro. Territorio que ocupó tu imagen ocultando la raíz del sueño desolado. Territorio que ocupó tu imagen y que aun recorro en los rojos tristes de la tarde. Territorio que ocupó tu imagen donde solo fragmentos te recuerdan. Territorio que ocupó tu imagen, hoy lugar ávido de memorias extenuantes. Territorio que ocupó tu imagen y ahora muerta llanura de la ausencia. Territorio que ocupó tu imagen, arrasado por multitudes sin rostro. Territorio que ocupó tu imagen, aquellos hoy vacíos territorios que ocupó un día inundando tu imagen. Territorios que ocupo tu imagen. Territorios, fronteras, abismos y ondulaciones de tu cuerpo bajo el designio, túmulo, tumulto, llanuras desoladas, colinas con el perlescente sudor oloroso de ti, en su alquimia o hechizo, dulce narcótico esparcido por la caricia, el roce, el restrego de la piel por la piel. Territorios. Dunas, desfiladeros abrumados de vértigo, de suspiros, de quejidos desde el fondo hundido, percolado por sus propias vertientes, cauce, surco, hendidura, cárcava, sima cárstica, hondura donde surgen las lavas quemando, ardiendo en su ansiedad litológica, en su imperio de piedra porosa, en la matriz de oscuros sílices, en la profunda cristalización de los volcanes ciegos. Cima basáltica, protuberancias, territorios de vastas arenas solares, medanos, montañas escindidas, quebradas de aguas y rodados, estepas, riscos. Territorios, pedregales desamparados, glaciares socavando las sales de tus vapores secretos, de las humedades aconchadas en las oquedades eólicas de tu cuerpo, territorio, saciado. Rocas, cascajo, arcillas. Territorios vedados a las simientes, a los estragos del curso de los ríos del tiempo, a las lentas sombras que giran atadas a solsticios y equinoccios. Escondrijos, grietas, breves territorios de bestias amansadas y ángeles arrepentidos. Comarcas donde habitas los fríos ponzoñosos de tu majestuoso silencio. Terrenos congelados, con pastizales fósiles, selvas carbonizadas, tundra, convocaciones. Dominios muertos, resecos, sedientos sedimentos en la sequía de un desierto mudo y ajado. Parajes contenidos entre tus dedos, bajo tus uñas, envueltos en tus parpados de vidrios volcánicos. Continentes arrasados por las lluvias de tus líquidos vestigios. Señoríos donde tu imagen campea sobre los cadáveres de los demonios vencidos. Intimas posesiones.

Fotografía: Volcán Poruña, Calama, Chile.

RÜTTERSTRASSE 189

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra.

La casa de Asterión. Jorge Luis Borges, 1949.

La casa parece vacía desde siempre, un hirsuto y salvaje jardín así lo advierte con su desgano hosco y con su quietud petrificada. Una verja baja, de madera, pintoresca y amigable, separa el camino público de la intima región que la circunda y le pertenece. Después, la franja de unos pocos pasos del jardín descuidado, abandonado a la libre voluptuosidad de su vegetación. Aun no hay flores, solo ramajes, troncos, hojas, los verdes son pálidos, desvaídos, como reflejando una escondida tristeza. Todo tiene esa vegetalidad caótica de un bosque lejano, y la verticalidad de árboles tupidos allá atrás soportan el enrevesamiento de los arbustos y los árboles más cercanos a la verja. Un rastrillo apoyado en un árbol detenta el recuerdo de un jardinero que dejó su labor a medio hacer, porque debió irse o huir. La hiedra inicia su abrazo vegetal escalando el tronco más antiguo. Un árbol de nudoso tronco concentra el dolor retorcido de todo el mínimo paisaje. Una maceta de greda roja sobre un plinto hecho con un madero, posee la vaciedad estremecida de los tiestos sin flores de las tumbas de los cementerios en invierno. Hay un muro delantero pintado de un blanco quieto, puro, que parece separar el jardín de la casa, o que da a un zaguán oscuro con un ancho portón, cuadrado, brusco, burdo y agresivo, enrejado con delgados hierros verticales. Al lado, una ventanita de arco con una reja de hierro forjado endulza el frontis desmintiendo su prima imagen carcelaria. A continuación viene una tapia entejada, del mismo blanco apagado, con la ternura de una puertecita enrejada con la misma forja y arco de la pequeña ventana, que da hacia un patio lateral desde afuera vedado a las miradas de los caminantes. Pedacitos de cielo gris apenas se atreven a brillar entre la tupida arboleda, la tapia y el tejado. Un farol de vidrios blancos en medio del jardín, entre los matorrales, predice una luz ciega, solo posible en las noches sin testigos. Otro, más breve y formal vigila en la tapia al lado de la tímida puertecita. La casa misma, atrás, no se alcanza a visualizar, solo se bosqueja apenas un segundo piso más misterioso aun, de un color indefinible, oscuro y muy antiguo. Es en esa casita hermética, desolada, donde se cuenta que vive un hombre solo, al borde del bosque que por ahí comienza, inmerso en un ámbito de descuido, de aislamiento y vacío. Su misterio posee desde hace casi veinte años la curiosidad despreocupada de los pocos vecinos. Nadie sabe que hay detrás de esos muros, allá adentro de esa casa silenciosa habitada de esa siniestra ausencia, nadie adivina lo que allí sucede o sucedió, si hay alguien que cavila talvez memorias de un amor muerto o perdido, o esconde perversiones inconfesables o crímenes sangrientos, o quizás solo es un hombre abrumado de una soledad innata, dolorosa y sorda, hervida en la leche amarga del desamparo, el despecho, el desengaño. O quizá no hay nadie casi nunca y la dejadez del jardín, y el sosiego inquietante tras las rejas son las banderas del hastío de quien ya ha navegado todos los mares y caminado demasiados territorios. Poco más allá en un curioso detalle hay un cartelito, “Kröten-wanderung”, que avisa que es una vía de migración de ranas, que verdosos anuros pasean por ahí y hay que evitar aplastarlos, y otro, “Wasserburgen-route”, que indica que la ruta va a un turistico castillo de vetustas murallas y su foso de aguas. Ahí, en Merten, detrás de la casa de la dama de cabellos plateados y sonrisa dulce que no sabe el nombre de la calle, y cuyos ojos verde pardos y marrón claro suave con reminiscencias de ocres otoñales una sola vez en los tantos años vieron al hombre del secreto, al furtivo habitante de la casa vacía, que apenas saludó, para desvanecerse después en la trabada jungla de su propio enigma.

Nota del autor.- Texto escrito a partir de la fotografía y los apuntes de lugar de Hilda Breer, a quien por cierto se agradece la grata inspiración.

viernes, 8 de abril de 2011

POETICA, PERDIDA O LIBERACION

“La guerra es dulce para quienes no la conocen”. Píndaro.

Libérame Señor de la rima, asonante o consonante, y dame el ruido continuo y monótono de la lluvia sobre el techo de zinc de mi infancia. Libérame Señor del avaro conteo de silabas, de esa aritmetica infame que traba y encadena, y regálame el verbo continuo como un hilillo de sangre, un arroyo sonajero y cristalino, o un río turbulento de aguas furiosas. (Abandoné la poesía, hembra esquiva, no por marchita, ni ajada ni por sus muchos amantes, [es inmortal y siempre virgen], la abandoné porque los años me atenuaron las pasiones, los delirios, los afanes, y busqué en la prosa una amante razonable, hembra madura, tranquila, sin apuros, para vivir no el destello o la pasión insaciable, sino el mero vicio o la pequeña perversión insobornable). Indúltame Señor del castigo del verso, de su brevedad lacónica que pontifica en busca del mármol, el laurel, la memoria o el beso, y bendíceme con la libertad absoluta de la humilde prosa, con su palabra desatada, con su oleaje y su embriaguez de tumulto de voces, letanías y murmullos, con su incoherencia, su laberinto subterráneo, con su secuencia palpitante, con sus largas agonías y sus silenciosos demonios. (Me tomó efebo, vivió en mí y me enseñó el amor y el desamor, la nostalgia, tiempo hubo en que cada noche la tocaba con sensualidad de fauno o ansiedad de naufrago, fue confidente y cómplice, me enseñó a seducir y también a olvidar. Pero los tiempos cambiaron y el crepúsculo se hizo carne infiel y la negué tres veces y abrí la puerta a la última fuga). Quitame, Señor, el peso de la estrofa, daga o espada que mutila, corta, saja o detiene, y brindame el don de la frase extensa y sinuosa como lana o serpiente. Rescátame Señor de lo sublime, del éxtasis de la iluminación o la revelación, y abrúmame de lo cotidiano, del detalle y el fragmento, del exceso, del horror al vacío, a la superficie desnuda, a la armonía lineal geométrica, dame el entendimiento para hacer predominar el significantes por sobre el significado, para desenterrar los asombros de los significantes puros, sin significación. (Trasegué de los versos de un capitán al otoño de un patriarca, dejé de ser el que me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca, para ir a ser aquél que se sintió más triste, más solo que nunca en la soledad eterna de este mundo sin ti, mi reina, perdida para siempre en el enigma del eclipse, fui desde el recuerdo que emerge de la noche en que estaba, al niño que se congeló en el perplejo.) Extírpame Señor la pretensión de un orden divino, sonoro y misterioso, y húndeme en el caos elemental y terrestre, sin solución de continuidad ni místicas leyes secretas. A ti confío, Señor, en esta hora oscura, mi voz entera y mi búsqueda infinita. Vale.

Referencias, (en cursivas), por orden de aparición:

El campo conceptual del (neo)barroco (Recorrido histórico y etimológico). Pierrette Malcuzynski

Barroso y sublime: poética para Perlongher. Marcos Wasem

Poema XV. Pablo Neruda

El Otoño del Patriarca. Gabriel Garcia Marquez

La Cancion Desesperada. Pablo Neruda

Paradiso. José Lezama Lima

Imagen: “Marat assassiné”, Jacques-Louis David, 1793.


lunes, 4 de abril de 2011

ALLA, NO AQUÍ

“Bajo las matas

En los pajonales

Sobre los puentes

En los canales

Hay Cadáveres”

Cadáveres. Néstor Perlongher, 1981, publicado en 1984.


Es allá donde suceden las cosas, no aquí, es en los callejones, en los tugurios, en las oscuras piezas de los hoteles parejeros, en las boticas y las mercerías, en siniestros humilladeros, en las grandes avenidas, en las sastrerías como las del subterráneo del cine Metro hace tantos años, en las galerías antropófagas de boutiques luminosas y librerías de ciegos, no aquí, en este bosque de diez por cuarenta con un palto y un acacio secos de viejos, una palmera tan antigua como las piedras, y todos esos pájaros itinerantes, chercanes, gorriones, zorzales, y un estanque muerto sin peces anaranjados ni gambusias plateadas, y un cañaveral circunscrito a un paso por lado, tórtolas, picaflor, palomas arriba, lejanas y serias, y una rana de bronce y dos leones de yeso. Es allá, en los venusterios improvisados, en los prostíbulos clandestinos, en las terrazas caribeñas frente a un mar tibio donde fondeaban los galeones de filibusteros y los altos veleros con sus cargamentos de esclavos, allá, no aquí donde las abejas en remolino beben agua fresca en los criaderos de caracoles dulceacuícolas, y vuelan cotorras argentinas; verde pálido, brillante y azulado, azul, gris claro, tiuques; café canela, café claro, café oscuro, y palomas; gris claro, gris oscuro, negro, blanco, verde y púrpura iridiscentes, y hay comederos de aves y pasionarias en los muros de ladrillo y nueve variedades de geranios en maceteros ordenados por color e intensidad. Es allá, en la noche de bullanga, en las sombras de los parques con matorrales, faroles quebrados y estatuas voyeristas, en los burdeles con soles de neón y delgadas meretrices de ojos grandes y manos largas, en los arrabales, en los barrios marginales, en las esquinas donde la espuma se tiñe de cielo estrellado y se escriben besos con el carmín barato embebido de perfumes dulzones, densos e instantáneos que se quedan reverberando hasta la madrugada de allá, no de aquí donde hay esencias de violetas a ras de suelo y de jazmín volando entre las ramas, y hay semillas dormidas y flores escanciadas, y una tregua de arañas en una batalla de insectos. Allá, que no aquí, donde las caravanas sedientas abrevan en las copas con licores azules o verdes con sombrillas multicolores, donde las tinieblas son volutas de humo de tabaco rubio, y hay maromas de proxenetas y mimos con largas uñas pintadas de granate intenso, en ese allá, no en este aquí con los jirones de los eucaliptos esperando el viento sur para navegar de mentira en el océano de verdes vegetales y cantitos de chincol. Allá es donde confluyen y se enturbian todas las aguas, no aquí donde solo el tiempo sucede y escurre lento como un arroyito que se infiltra y se seca cuando la tarde se va destrozando contra el furioso arrebol. Vale.