Yo dejaba que tu boca me naciera
como aquella rosa en su rojo contenida, que la madrugada amaneciera en tu piel
de luna llena, desdoblaba la mañana para ir a encontrarte en los pájaros
entumecidos, en las piedras sin ruido sobre las tierras quemadas, veía llegar
la noche con sus arreboles impuros, con las intenciones perfumadas desde el
borde de tu cuello besado hasta el silencio, con las estrellitas esparcidas en
el terciopelo triste que no acababa en tu ausencia sino seguía parpadeando como
un león cansado en los aleros de tus pestañas. Cristalizaban entonces nuestros serenos
imposibles, el destiempo, la distancia, los otros, el no haber coincidido en el
mismo barrio o la misma calle cuando aun era el tiempo, la lluvias inútiles y
los parques vacíos, las garúas en horas equivocadas, ese destino que no supo
tejernos la trama del encuentro con los besos y los anhelos de una posesión que
atravesara los instintos y los convirtiera en una sola caricia. Había voces
instaladas en los bordes del otoño, musgos esperando y hiedras hibernando, y
yuyos dormidos en sus latencias de semillas amarillas bajo los escombros y los
naufragios. Yo te veía venir desde el otro lado del espejo, entre las dalias de
un jardín ya imposible donde tu primavera florecía esperando la vendimia de los
años por venir, y un mar de veleros atrapados que se desvanecían en los
imprevisibles oleajes de todas las tormentas. Las tardes eran extensas planicies
sin horizonte donde yo esperaba tus furias y tus celos, tus pasiones y tus
extravíos, tus fugas y sus retornos, pensándote en un extremo de los años que
faltaban para que se cumplieran los designios de la borra de tu café y las
premoniciones que escribían los caracoles en los muros de mi invierno. Yo me
quedaba extraviado en los jardines de las madreselvas como si ese poco tiempo
fuera nuestro mientras tú desaparecías en esos lugares extraños, patios,
jardines, cuartos y corredores con altos ventanales, todos sitios de la memoria
más profunda, aquellos donde se guardan los años felices. Ya chapoteando en los
último arreboles del crepúsculo me despedía con un abrazo tierno y un impúdico
beso en tu boquita esquiva en cualquier esquina donde nos encontrara la noche
que nos separaba, y me iba sintiéndome culpable de tus desencantos y tus
desengaños, aun sabiendo que ambos caminábamos siempre juntos de la mano por
esos rumbos de perdición y sueños inconclusos.
martes, 12 de mayo de 2015
jueves, 7 de mayo de 2015
ELIPSIS/SISPILE
En tanto marca que se desliza, se
mueve paralela a la realidad, repite inversa, copia transformada, virtual, sucede
en un instantáneo después vertiginoso, infinitesimal, un ahora casi en contacto
con el aquí y por ello verosímil, ilusión tras en sobre cristal, intocable y
mentida, invertida, lo otro mismo orto,
dualiza, no se bifurca, contiene, cristaliza, quizá absorbe duplicando sucesivo.
Vidrio y cinabrio, aguas quietas, lisa obsidiana, bruñidos metales, cobre,
plata o bronce, amalgama de plomo o estaño, aluminio, derramados vertidos
esparcidos sobre la lisura de sílices intranquilas, plateadas superficies que plagian
tu rostro, copian tus gestos, calcan tus alegrías o tus penas, falsifican tus
rasgos, calcan tu mirada en otros ojos trasplantados, iguales pero sin vida,
como muertos bajo el cristal de un féretro vertical incrustado en el muro. Tus
ojos en todas las lunas, tu rostro enmarcado, limitado por decoradas
geometrías, tú devuelta como imagen, inmaterial, impalpable, sin voz ni
tibieza, sin el ácido perfume de las oscuras rosas rojas, sin el vaho vivo de
tu respiración, sin la posibilidad de acceder a tu ternura, la mirada que no
encuentra los fulgores latiendo en el lado equivocado de la mísera realidad, te
observas, te repites, te especulas, rozas el absurdo invertido, reconoces al
que no es, al que nunca ha sido ni será. Repeticiones inútiles de gestos, rictus,
sonrisas cínicas, muecas de payasos de circo pobre o mohines de falsas
esfinges, ambigüedades y aspavientos, arenas, polvo o cenizas que serán cuando
todavía parpadeen los últimos vestigios de la última vez que te asomaste a esa
mentirosa ventana donde los objetos pierden su realidad y sus concretas geografías.
Tu silueta iluminada intangible, sin la soberbia que te inunda en este reverso
ni la imperceptible corrosión de los años en los gélidos cuarzos de tus manos,
vidrieras que te persiguen repitiéndote como las copas o los vidrios cotidianos,
tu bosquejo a contraluz en las mamparas de las puertas cerradas, tus escorzos
en las acuarelas de la pompas de jabón, en la anilinas metálicas de los pomos
que esperan tu tibia cercanía, tu reverbero en los charcos que te siguen sin
dividirte, innumerables en las calles después de las lluvias. Planos
inquietantes, tridimensionales, pulidos hasta el engaño, relucientes facetas
del ojo de un monstruoso insecto desperdigado en los infinitos universos
posibles, deformaciones cóncavas y convexas, esféricas refracciones del todo, del
absoluto contenido en la reluciente curvatura, elementales ejecutores de un antiguo pacto, multiplicar el mundo como
el acto generativo, insomnes y fatales (i). Azogues donde despareces.
(i) Borges
domingo, 3 de mayo de 2015
ESCRITOS EN LA BORRA DEL CAFE
Entonces desaparezco del universo
entero, me vuelo, huyo, me escapo de la torpe realidad, todo mi ser se sumerge
en estas palabras, en la búsqueda de "le
mot juste" que la dibujen, la describan, la perpetúen en los cristales
del tiempo, como un cazador de mariposas corro detrás de sus imágenes y sus
metáforas en un campo de lirios, de magnolias o de rosas, siempre rosas,
desarmo una y otra vez las frases, las reconstruyo y las desarmo, las enredo,
las tenso, las fragmento, y las reescribo hasta el cansancio del vencido, por
ella en esos momentos de éxtasis jubiloso estoy desaparecido, inerte a los
juegos del día, a los veneros de los ponientes, a las navegaciones inconclusas
de la noche. Lo que le he sido, esa extraña circunstancia de ser un hombre en
su nombre, es una ilimitada lista de imágenes, visiones, símbolos, sensaciones
y memorias, las vastas memorias que inevitables ya me definen. Visiones donde
aparece y desaparece, emerge o florece, entera desnuda incitando poderosas
inspiraciones o en tenues fragmentos de su piel desperdigados por las estaciones.
A veces la reemplazan breves incrustaciones, con rostros distintos e igual
perfume, o la rompen en los trozos de otras bocas, en ojos que no me miran como
lo hizo ella en la plenitud de su furiosa posesión, pero persiste en su
soberbia innata, en la fragilidad de un instante que borra toda otra presencia,
nombres, perfiles y siluetas, voces que no poseen la compleja tonalidad de la
suya. Falta en la somnolencia de la mañana y el otoño se rompe en fríos
cristales, no hay su palabra encendiendo el amanecer y el sueño instala
congeladas luminiscencias, se ausenta en un silencio de distancias, de vastas
lejanías transoceánicas, de leguas y leguas hasta su piel y su boca, no está en
la luz mañanera que la evoca ni en el cariño que destila la noche yéndose, no
surge como la tierna rutina enamorada ni como la vertiente de los besos
extraviados, falta en el azúcar de café y en el humo de tabaco que lento la
dibuja, todo se desvanece o se hunde en el abandono, hasta el mismo otoño se
detiene triste a esperarla. En fin, si solo esta inconclusa enumeración fuera
todo lo que ella habría de darme, ya bastaría para iniciar tranquilo el retorno
al minucioso polvo del universo, entendiendo que sus perfectas desapariciones,
su desoladora impermanencia, sus inesperadas mutaciones, son la justa
premonición del infierno.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)