martes, 25 de octubre de 2011

CONVERGENCIA


A María Jesús Pérez Vilar, otra exploradora de Celacantos.

La convergencia evolutiva es un fenómeno evolutivo por el que organismos diferentes, relativamente alejados evolutivamente, tienden, bajo presiones ambientales equivalentes, a desarrollar en su evolución características semejantes.

Ahí estaban los celacantos perdidos nadando entre dos aguas en el silencio de telar de los acrílicos luminosos, esperando los verdes y rojos, anaranjados y amarillos donde florecer de arte y nostalgia por sus aguas profundas en los bordes de los abismos de los territorios de la palabra excesiva, de las repeticiones de la obsesión y del latido vigente de sus siluetas escondidas, codificadas y relictas. Vagaban hieráticos con sus aletas lobuladas de extraños sarcopterigios soñándose extintos de todos los océanos, de todos los mares abiertos e interiores, de todos los lagos y los pantanos, de oleajes y redes, de vastos volcanismos submarinos. Esperando la convergencia evolutiva de la mano que pinta y la mano que escribe, veleidosos, secretos, mimetizados de anémonas o de medusas. Los albos signos marcan el lugar donde habitan y las albas flores detentan la luz de sus lunas. Invisibles detrás de la blanca rosa difusa, semisombras ictioformes sesgadas como un parpado o atrapadas en el canto de un vórtice de verdes hojas y musgos. Escondidos en las tramas de lanas o sayales que los ocultan para los ojos profanos y las austeridades del color derramado. En una naturaleza interior miríadas de escamas de esmeraldas arremolinadas en el fondo pedregoso de suaves azufres textiles. En pétreos cardúmenes de ojos cristalizados en topacios amarillos, de milenarias escamas de fósiles dormidos, profundos en la lejana turbiedad abisal, en nado silencioso y milenario, siniestros deambulaban por las dulces turbulencias de la saliva marina provocando la dilusión de asombros y penas. Turbios, tenebrosos, velados o sombríos en su solitaria inmortalidad de esfinge viviente, escabulléndose fragmentado como el último de un linaje congelado en los glaciares del tiempo. Entre placodermos e ictiosaurios, gusanos tubícolas, esponjas globo y pulpos luminosos, mixinos y esturiones, fantasmas marinos vivos o muertos, de piedra caliza o de brillante pirita, cruzando los eones como asta de una lanza forjada con metales primigenios en la fragua de los magmas iniciales, inverosímiles, enormes y lentos. Verbo o pintura, linea, trazo o vocablo que fluyen dibujando sutiles exploraciones de monstruos arcaicos. Amanecen náuticas constelaciones olvidadas que caen hacia los crepúsculos sobre horizontes embaucados por el tráfago incesante de efímeras especies. Ahí están todas las magias de un pez insondable derramadas en pigmentos contenidos en una emulsión de un polímero soluble en otras aguas, vertidas en el trabado léxico de un onírico barroco surrealista, en su honda delusión perturbadora. Colores, adjetivaciones, vislumbres de sumergidos celacantos. Series de cuadros y textos inéditos, lejanas y compartidas obsesiones. Vale.


Imágenes: Acrílicos de la serie "Celacantos", de la artista María Jesús Pérez Vilar.

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lunes, 24 de octubre de 2011

PERDIDOS CELACANTOS

No alcanzaron a ver como brotaban de los fangos primordiales los primeros vegetales terrestres, pero sí testificaron el surgimiento de los anfibios chapoteando embarrados y temerosos en las costas lagunares donde ya se reflejaba la luna inicial, y de los amonites invadiendo los mares aun tibios con la nata espumosa de azufres volcánicos. Divisaron a lo lejos las refractaciones de los grandes bosques carboníferos y presintieron la aparición de los reptiles y de los dinosaurios por los extraños silbidos que les llegaban de detrás de los negros roqueríos. Los vieron y escucharon crecer y multiplicarse, reinar por siglos que parecieron eternos, y los sintieron y vieron extinguirse después de un destello celestial que iluminó hasta las mismas cumbres de las dorsales oceánicas. Sufrieron estoicos los estremecimientos de los fríos babilónicos de las grandes glaciaciones. Supieron de la aparición de la especie humana cuando vieron descender al primer ahogado vestido de piel ajena y collares de conchas hasta los abismos de un cielo oscuro, profundo y aun sin Dios. Vieron los restos del primer naufragio de un sampán chino incendiado por una pipa de opio y siguieron el rastro de basuras de la nao Victoria por más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas desde Sanlúcar de Barrameda hasta Sanlúcar de Barrameda. Nadaron sus siglos, sus milenios, sus sintiempos geológicos en las aguas marchitas de un planeta que envejecía disgregado en soles y lunas que contaban por pleamares y bajamares, por sicigias y cuadraturas, mareas muertas y mareas vivas, por pálidos plenilunios o desteñidos eclipses. Soportaron los antiguos oleajes que sumergieron la Atlántida y las olas prehistóricas de todos los tsunamis que cantearon las costas con sus cangrejos y sus lagartos. Una noche larga de diluvios divisaron los restos hinchados de los rudimentarios baaios y enns, y las alas nervadas de polos y vaias con los ojos llenos de luz de nanu que traían los riachos desde los continentes apenas enfriados de sus volcanismos estelares. Sobrios depredadores, durante el día habitaron en las cuevas submarinas de las zonas profundas de un mar en ciernes, subiendo a superficie por las noches primigenias para alimentarse de los alegres y vistosos pececitos de los arrecifes. Nunca fueron otro monstruo más en el catalogo de terrores marinos poblados de cachalotes, orcas, belugas y narvales, hasta que los atraparon pescadores equivocados ante la desembocadura de un río del África. Arcaicas siluetas devónicas de casi cinco codos de largo y casi dos quintales de peso, nadan con sus pares de aletas lobuladas, sus gruesas escamas, su simétrica cola de tres lóbulos, y su intenso color azul. Hubo remotas eras en que estas evanescentes y esquivas criaturas abisales habitaron lagos, pantanos, mares interiores y océanos, por estos soles de invierno se esconden asustados en algunas pocas y tenebrosas fosas de sus tristes mares apocalípticos. Ya presienten que un día cercano se extinguirán.


Fotografía: "LUNA PARA CELACANTO" Acrílico sobre lienzo 132 x 65 cms. María Jesús Pérez Vilar. Canarias, Tenerife, España.

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Nota.- Los celacantos son peces de aletas lobuladas que se creían extintos desde el período Cretácico (hace 80 millones de años), hasta que el 22 de diciembre de 1938, Marjorie Courtenay-Latimer descubrió uno (Latimeria chalumnae) entre la pesca descargada en los muelles de East London en la costa oriental de Sudáfrica. Otra especie (Latimeria menadoensis) se localizó en Célebes (Indonesia) en 1998. Junto con los peces pulmonados, son los seres vivos marinos más cercanos de los vertebrados terrestres. Aparecieron en el período Devónico (hace 400 millones de años), aunque la mayor cantidad de restos fosilizados pertenecen al período Carbonífero (hace 350 millones de años).

PARADOJAS TEMPORALES

Si hoy fuera ayer el tiempo debería desandar sus designios, tragarse palabras, diluir asombros, penitas, celacantos, cicatrizar heridas como si la daga fuera solo la silueta de una hoja de eucaliptus, reamanecer y reanochecer, hundir el sol por el oriente y amanecer entre rubores de crepúsculos, encender cenizas, avivar fuegos apagados, hacer subir los torrentes por sus cauces asustados devolviéndolos a sus nieves iniciales, disgregar desencantos, temores y turbaciones, fragmentar hasta la arena tímidos sonrojos, apaciguar iniciaciones de ritos ancestrales, borrar memorias, verbos, ojos y piel incandescente, volver flores a sus capullos, doblar silencios que titilaron por los días buscando la voz pertenecida, espantar pájaros, libélulas y mariposas, ocultar malas y buenas intenciones, derogar la ley física que ordena la sucesión causa efecto, cambiar el orden insobornable del calendario, detener las aspas del molino de la noche, devolver las monedas del insomnio, confundir el azar para que los dados vuelvan al cubilete, urdir una nueva trama segundo a segundo con los mismos personajes pero sin las desdichas del adiós inesperado, desacralizar ceremonias, desarmar insistencias, enredar las horas en sus murmullos, enfriar lechos, ordenar sabanas y almohadas, virginizar fantasías, depurar imágenes, hacer naufragar en inconscientes olvidos sabores, perfumes, roces, la caricia furtiva y el beso imaginado, trabar la juguetona virtualidad petrificándola, otorgar a una realidad desvencijada el derecho a repetirse, a revivirse, a buscar la otra opción más tranquila, la alternativa sin sangre pecadora ni purgatorios compartidos, ni pequeñas perversiones, ni vestales ingenuas, ni demonios incitantes, olvidar códigos, símbolos, desolaciones, detener en los labios los besos, relegar al exilio los instintos, las sensaciones, las ganancias y las perdidas, extraviar a los caminantes por sus propios bosques o arenales, dejar los oleajes en suspenso, abandonar al infierno de sus miedos a los habitantes arrepentidos, relegar a las cloacas negligencias u omisiones, derrumbar memoriales, monumentos y estatuas descabezadas y repartir sus mármoles por las cordilleras equivocadas, abusar de misterios y trabalenguas, volver las ajadas cartas del naipe del destino en su mazo inaugural, cerrar juicios y abrirse a solemnes amnistías, indultar arrepentidos, tardar castigos, ordenar el salvataje de náufragos y la búsqueda de extraviados, bajar culpables de la horca, volcar la copa de veneno, inventar otras realidades o a lo menos un par de universos paralelos, demostrar la falacia de la imposibilidad de la conjetura de protección cronológica, declarar inverosímil lo sucedido, difuminar la persistencia del error, y romper para siempre la cadena de la castidad con sus dulces provocaciones y terribles consecuencias. Vale.

domingo, 23 de octubre de 2011

DAMA SOBRE SAYAL

“Todo estaba iluminado como a la espera de una Reina muerta…”. Orlando. Virginia Woolf.

Eran los ojos entumecidos de una reina de baraja, sus manos anilladas con diamantes de bisutería y la testa imperial coronada con una tiara de perlas de Mallorca. Allí, bajo las bóvedas y las cúpulas nervadas del castillo morisco, sobre las losas entramadas de trabes cruzadas formando una retícula, dejando huecos intermedios ocupados por bloques de ónice y obsidiana, contra un bosque deshojado de columnas enyesadas con filigranas de selvas con papagayos y vides sin vendimia y hiedras sin muros. El rostro iluminado por los fulgores púrpuras de los cortinajes y los destellos de un sol de bronce en un espejo inmenso donde había otra reina como ella pero con el lunar inverso en el otro lado de su boca de cereza y las mejillas de nácar y el pelo tan negro que si se miraba de cerca se alcanzaban a ver las estrellas de la noche sin luna. Sus pies calzados en raso pisaban el sayal de su modestia y en la mano derecha enguantada en delicado cuero de cabritilla color marfil elevaba una copa de cristal tallado donde el Vizconde había escanciado el veneno verde esmeralda para que el sueño viniera teñido en esperanza. Aunque el salón era amplio y muy alto, recargado de caobas y mármoles, bronces y madreperlas, no lograba aplacar su altiva silueta de cinco veces duquesa, dieciocho veces marquesa, veinte condesa, vizcondesa, condesa-duquesa y condestablesa, y catorce veces Grande de España. Naderías y abalorios al lado de su belleza de purgatorio eterno o infierno solemne, que hacia envejecer las rosas en los jarrones y dejar caer sus pétalos en los jardines. Desde un extremo de la gran sala el Vizconde la observaba con la primitiva jactancia del macho dueño sin saber que el joven amante también la miraba desde su rincón de tercer edecán pero sin jactancia porque se sabía y sentía dueño absoluto de esa piel de virgen pecadora y esa alucinante hermosura de meretriz insobornable. De pronto la voz del Vicomte resonó con las épicas resonancias de quien ha comandado muchos hombres hacia la muerte en innumerables batallas e inició un bring dich laudatorio en celebración de su cumpleaños. Cuando el Excelentísimo terminó el amoroso discurso en su honor, ella alzó la copa recorriendo con su mirada de vestal inalcanzable toda la noble concurrencia buscando sin encontrar a su último enamorado y bebió lentamente hasta ver a Cristo la glauca serpiente que la esperaba en el cáliz de su malasuerte. Toda en rojo furioso cayó la reina desvanecida sobre su sayal armiñado tirado en el piso, boqueó tres veces y sin cerrar sus hermosos ojos infieles, murió.

jueves, 20 de octubre de 2011

DESENCANTOS MARINOS

Los mares verdes de algas veleidosas con sus sirenas atrapadas enmudecidas ante las espumas fosforescentes que estallan contra los islotes de los alcatraces. Y el turbio celacanto zambullido entre ruinas sumergidas e infaustos naufragios en las aguas azules de la mustia soledad de las profundidades oceánicas. Oleajes de tardos sargazos con las parsimonias de mar adentro flotan en una sopa cálida al acecho de las naos vencidas, de los cormoranes exhaustos y de los buzos extraviados. Y el tenebroso celacanto nadando en majestuoso silencio en las densas aguas de las planicies abisales reflejado en el terror de los ojos de pulpos, calamares y nautilos. Horizontes de lejanos archipiélagos con sus náufragos momificados por las salmueras se desgranan en las efervescencias de las olas costeando sus arrecifes impávidos. Y el velado celacanto fluye en su nado pausado bajo los peces parvularios de cuerpos blandos y huesos pequeños, de bocas grandes con largos dientes filosos. Un hervidero de anchovetas desesperadas huyendo de los lobos marinos cruza los amplios arcos translucidos de las saladas anchuras de un piélago inmóvil. Y el sombrío celacanto hundido en la capa de penumbras navega a lo largo del negro terciopelo de las aguas de la noche bioiluminado por el escalofrió de sus victimas presuntas. Antiguo leviatanes sagrados surcan las corrientes marinas en eternas migraciones arrastrando las arcillas de los continentes arrasados por las lluvias del monzón o de la Oscilación del Sur. Y el celacanto con su solitaria inmortalidad de fósil viviente se escabulle de los grandes ojos de la extraña fauna abisopelágica por las refracciones sucesivas de los respiraderos hidrotermales. El espejismo superior de la Fata Morgana alarga y eleva las siluetas de islas, acantilados, barcos o témpanos de hielo, que flotan en una ilusión de mar calmo y juegos de aires calientes y aires fríos. Y el celacanto fragmentado por la nieve del mar de los restos en descomposición de los solares habitantes de más arriba se va transmutando en una sigilosa serpiente marina o en un espiralado narval. Monstruosos esqueletos de triturados tritones de Cipango y albos conchales de Escafópodos van urdiendo las coquinas que adornarán los acantilados donde los eunucos cavarán las tumbas de los esotéricos cementerios de sirenas. Y el último celacanto vaga a través de los manantiales de aguas termales que surgen a lo largo de las fracturas de la corteza terrestre, en esas dorsales oceánicas donde se generan los continentes que ha visto nacer y morir una y otra vez desde las enlutadas honduras de sus aguas milenarias.

viernes, 14 de octubre de 2011

COMO UNA VIRGEN

A Madonna, like a virgen.

Borraría los nombres, los rostros, los lugares y las noches que desataron cansancios, hastíos e insoportables saciedades inútiles, asaltaría los tugurios con pisos de tierra y techos de paja, los salones de cristales y caobas florecidos de meretrices, dejaría esperando a la muerte con su sayo y su guadaña para penetrar en tus ojos grises, en tu piel madura, en tus tenebrosos deseos. Construiría una alta basílica sin colorinches vitrales ni santos de yeso ni vírgenes de madera para que tu imagen no se corrompa con las babas de mis demonios ni con el aire fétido de celos de las multitudes de leprosos que te buscan por las grietas sangrantes de sus llagas buscando el milagro de tu presencia. Volvería por mis pasos equivocados de esquina, por las anchas avenidas donde se reflejaban las luces verdes, amarillas y rojas de los semáforos impenitentes y por la calle ripiada de la acequia donde los árboles tenían nombres de arcángeles y pájaros escondidos, para hacer crecer desde ese pasado feliz un silencio de tumba abandonada en espera de tu voz revolcada en tesituras e impostaciones. Derramaría el vino aciago de las vísperas sobre la cera virgen de los colmenares, con su rojo tinto y su sabor áspero pagaría las indulgencias, las penitencias y los últimos sacramentos, para acercarme a tu cuerpo de pecadora constante, de ninfa lésbica y de diosa insaciable, sin el fardo de mis pequeños pecados y mis elucubraciones sacrílegas. Aduciría inconciencia, letargo, ingenuidad, una locura de piedras, un espanto de vértigo sobre los riscos del acantilado de areniscas y coquinas, o una enajenación de marinero cansado para justificar mi viaje, mi ausencia, mi fuga de los sitios cotidianos, de las sillas y los balcones, en busca de tu rostro ajado, de tus labios agrietados y el fulgor fosforescente de tu piel antigua sobre el lecho imposible en la oscuridad aterciopelada de un cuarto quimérico sin puertas ni ventanas. Abandonaría el monasterio a media noche solo para verte en la gruta del patio de oraciones en tu pequeña talla monolítica de Virgen coronada y sedente, hierática, frontal, en sándalo rojo con la policromía perdida por el roce sucio y vulgar de tus incontables peregrinos enviciados en tu silueta de hembra tutelar. Untaría de sangre y hiel los adoquines que llevan a tu sagrario para mantenerte secuestrada en el frío del mármol blanco apenas iluminada por un alto lucernario de cirios parpadeantes, y entregarte en tormento mi sicótica adoración de beato inconcluso. Vale.

lunes, 10 de octubre de 2011

DELIRIOS DE NAVEGANTE

Soy el sátiro de los puertos de noche, deambulo por los sucios callejones de lucecitas rojas y antiguos empedrados, me asomo a las ventanas buscando los barcos a la gira, asumo la vaguedad de los molos donde atracan los botes de los pescadores y los crepúsculos se confunden con los amaneceres. Surjo de la humedad nocturna de las costaneras, caminando de popa a proa, aspirando el murmullo del oleaje mientras se levan las anclas y se alzan albos los velámenes. Escribo desde la nostalgia de capitán frustrado, de navegante inconcluso. Repaso mapas y portulanos calculando las derrotas de las naves inmóviles, los rumbos imposibles con sus mareas de pena, los vientos y las brumas que esconden los faros y hacen encallar las naos en los roqueríos del destiempo. Suelo entretenerme en las orillas escarbando en las varazones de peces o descifrando las huellas de los cangrejos. Llevo las bitácoras de las algas y las medusas, con sus derivas y sus navegaciones. Describo las arboladuras y aparejos de los veleros de alta mar que cruzan iluminados con sus luces rojas y verdes, y sus espumas alborotadas bajo la dama del mascarón. Camino por los muelles entre los pescadores ensimismados, a la espera de los barcos de cabotaje, de los lanchones cargados de frutas exóticas o misteriosos minerales, de las borrascas que desolen las maderas podridas y devuelvan la debida soledad al desembarcadero entumecido. Desde la escollera llevo el timón de los pontones y de los barquitos de colores por entre los botes y lanchas fondeadas en la amplia rada con la mar verdiazul manchada de petróleos iridiscentes donde flotan grandes aves muertas. Comparto los territorios del malecón con las gaviotas bochincheras y los huraños lobos marinos, con las cadenas oxidadas de las naves que nunca zarparon y las dunas de redes esperando la madrugada. Conozco los códigos de humos y estelas entrando en la bahía con el sol atrapado en el escorzo de la dársena, conozco cada una de las muescas del embarcadero, los cordajes del último naufragio y la nostalgia de sus marineros fantasmas. Adormecido sobre un amarradero cavilo singladuras mientras migran hacía la noche de sus nidos los alcatraces y pelícanos. Soy una sombra merodeando los puertos de la noche, sus ancladeros, sus diques de carena con sus navíos heridos, las embarcaciones dormidas con sus candeleros de negros cormoranes. Escucho mi nombre en el crujido de los cordajes que tensan la pleamar y la bajamar bajo la fría seducción lunar. Vale.

sábado, 8 de octubre de 2011

MÁS NADA

Ya te me perdiste niña en tu silencio de ninfa secreta. Y yo sin saber porqué te me escapas, a donde te fugas, en que desierto vagas iluminada por tus sueños de virgen dolorosa. Nada dejas tras de ti, solo la tierna soledad de los inviernos, la invocación de tus palabras desaparecidas, el retazo de tus ojos cercanos y ambiguos, la demora persistente en tu olvido. La dulce soledad que restriega tus ojos bandoleros, tus ojos llenos de mar, de corsaria embaucadora, de vestal inconclusa, va dejando un reguero de pétalos amarillos, de iridiscentes rastros de caracoles, esa soledad que rompe tu nombre en su inicio y consuma los rosales en sus rosados imposibles. Buscas entre otoñales rastrojos la dulce paz de la dulce calma de la dulce luz, buscas y rebuscas, arrastras oscuras intenciones por los azulejos de una habitación en penumbras mientras alguien te observa desde las impúdicas sombras de un rincón. Abres puertas y ventanas para que entre el aire con aromas de flores y la luz del brillante mediodía, palpas los cristales, los tules, las maderas para saber que estás viva, unges tu cuerpo asiluetado para consagrarlo a tus delirios. Duermes, respiras, vives el tiempo como de lado, tangencial y lúgubre, predestinada. Te encierras en un mutismo de gaviota incendiada por el ocaso, vuelas, navegas, transitas, te disgregas en las siluetas de las aves migrando contra el atardecer, en las arenas de cuarzos amarillos, en los cardúmenes que siguen de ola en ola el rastro plateado de la luna. Cobijas los encierros sangrientos, los carnavales de confeti y ojos pintados, de mascaras y sedas luminosas, los gemidos de los ahorcados y los aullidos de los lobos allá en el laberinto de pinos. Guardas tus voces a la espera de que se entierren los cangrejos del odio y se hundan las medusas de la envidia. Aquietas tu corazón vulnerable atrapado entre las aguas y las lluvias, ansioso, sostenido e imperfecto. Te me pierdes por los senderos de las junglas, por las convexidades ocres de los desiertos, por los abandonos nevados de las nubes perseguidas del amanecer de tu isla sigilosa. Enmudeces ante los arpegios y las armonías de tus hechizos lunares. Niegas la persuasión de la víspera y el canto de los arlequines. Te rebelas ante la verde luminosidad de las luciérnagas revoloteando sobre los pantanos y en las esquinas, y al inevitable temor de la pérdida. Vale.

lunes, 3 de octubre de 2011

ELLA ESPERA

Para K. en su voz.

Está sola, todo está tranquilo, quieto, como un pueblo fantasma. Nada existe. Solo ella allí en su choza. Observa con cuidado y sin prisa todo lo que la rodea. Ve el ancho río con sus aguas turbulentas, sus espumas y sus orillas lavadas. Mas allá la selva y el ruido del salto de agua. El castillo en penumbras le trae las voces de los náufragos que la amaron y el despeñadero con su torrente los tardos susurros de los sátrapas que la desearon. El mármol no resiente el pasado porque siempre vive en el aquí y ahora, la incesancia del oleaje de todas sus vidas, con sus tardes anegadas de jazmines, de corolas, de amarillos refulgentes y sus noches de galas de tul y ramos de rosas enmudecidas. Luces y algarabías y jolgorios arrasados por sus pasos de sonámbula escondida entre los troncos secos oliendo la tierra para sentir los pasos de alguien que recién venia naciendo como redentor y cizaña en el jardín lunar de Umbrelicantos violeta y Asteridomus púrpura. Porque todos los puertos se parecen, con sus naves a la gira, sus molos y sus herrumbres, y sus antiguos maderos podridos, ella vive penando la lastima de que no esté a su lado para enseñarle sobre el presente que se repite con ella aunque él no lo recuerde, y sabiendo que de todas maneras se dejará seducir nuevamente, si él lo desea, porque ella nunca sabe más de lo que siente, y se queda ahí dudando si debía morir entonces para volver a comenzar, sin entender, porque siempre ella será antes que él, y él la encontrará esperándolo, horriblemente solitaria, majestuosamente aislada. Y se queda ahí, en el ahoral de este día, de esta tarde, de esta hora de ahora, silueta a contraluz, reflejada en el azogue o en el ventanal que da al parque donde las estaciones pasan rasguñando las estatuas, asustando los pájaros, engañando a las flores de papel y soliviantando a las hormigas. Permanece detenida refractando la luz de las mañanas como un prisma de cristal de plomo, repartiendo los colores del espectro en las verdes incrustaciones de los bronces. Abre la puerta en un rito ya consagrado y deja pasar el tiempo, del que es dueña, y lo esparce sobre los objetos que le guardan sus pequeños recuerdos de unos pocos años, para que no se apelmacen en las grietas y detengan aquel río de aguas turbulentas, con sus espumas y sus orillas lavadas, y no quedarse sola como si viviera en una choza de un imaginario pueblo fantasma.

Imagen: “Elegia”. Fotografía digital, Horacio Lindner.

sábado, 1 de octubre de 2011

SATIRO HABITANTE (Versión con puntuación)

“La escritura neobarroca es el intento por recuperar el sentido en la intensidad de una escritura que provoca una dimensión de visualidad imposible.” Sergio Rojas.

Surgidero de palomas sobre lo alto de sus escondidos cautiverios, de sus comarcas de tejados, balcones, entretechos. La Bethânia, serpiente su voz mordiendo piel, músculo y deseo, todas las desolaciones abiertas, las heridas encendidas por la mordedura y la salazón, invocaciones. Hasta el borde de lo que no sé, orilla, cauce, azul zafiro, granates incrustados en la profusión de grises, palomas. Busqué tus ojos adormilados de sirena encandilada por las costas borrascosas de los acantilados y los despeñaderos. Siniestros celacantos deambulaban por tu saliva provocando dulces turbulencias, estropicios de eriales y parajes sobre un códice manuscrito con la tinta negra de las tristezas y los desengaños. Campanarios de bronces inertes, alturas, vértigos, el yermo de la tarde desvencijada entre las calles, murmuraciones de hibiscos y hiedras. Espantos de grandezas, de soslayos, de misericordias, de violines y cantaros, de abruptos designios. Surgidero de pájaros en luna llena, desaguadero de los escarmientos, de las blasfemias, de los secretos sacrilegios. Martirios, carencias y decoraciones, arrebatos, marcas, cicatrices e iluminaciones, las esencias del espliego, azahares y juncos. Objetos, cerámicas, lozas, cristales, greda roja sangrienta, joyeros desaparecidos, perlas, trepanaciones. Anduve en tus orillas confundido con los juncales sediento bebiendo de tus aguas detenidas. Desagües, cárcavas, acequias fluyendo, convergiendo, derramando miel, vino, aceite, vertientes, pedregales de amapolas anaranjadas, cuencos tejidos con amarillos cabellos del diablo, vitrales de alas de libélulas. Surubíes bajo los camalotes, espineles, mallas, las redes de tres dedos, avios de pesca, la ranchada en una de las islas y los caprichos de las aguas, boteros de otro sueño más antiguo, palimpsesto. Faro, atalaya, torre, megalitos, lontananzas de alta cetrería, de incendiados horizontes vesperales, de ocasos estallados en cirros ensangrentados. Sonajera, tamboril soñoliento de la danza de las madrugadas, los perfiles, las siluetas, los escorzos. Vestiglos y endriagos, túmulos, pedrería, el crisma del verde pasto, verde naranjo, verdes rosales, verde profundo, materno, doliente. Por el filo de aciagas escarpaduras de bruces ante desgarrados precipicios, absorto en desesperos, en urgencias, en un nocturno sagrado en la oquedad de tus brazos Lo perdido, Bahia, una ventana al mar tibio del amanecer equivocado. Los incrementos del día, un pez de cuerno, unas aves de mimbre, el cabello cobrizo detentado por las esquinas. El código ya indescifrable escrito en las caparazones rígidas, segmentadas, calcáreas, de los oniscídeos. Una secuencia de bocas, voces y besos, un altar, un féretro, una pena; el amigo que no escribe porque no existe o viceversa, cierta prescripción y tal. Vale.

SATIRO HABITANTE (Versión con escasa puntuación)

“La escritura neobarroca es el intento por recuperar el sentido en la intensidad de una escritura que provoca una dimensión de visualidad imposible.” Sergio Rojas.

Surgidero de palomas sobre lo alto de sus escondidos cautiverios de sus comarcas de tejados balcones entretechos La Bethânia, serpiente su voz mordiendo piel músculo y deseo, todas las desolaciones abiertas, las heridas encendidas por la mordedura y la salazón invocaciones Hasta el borde de lo que no sé, orilla cauce azul zafiro granates incrustados en la profusión de grises, palomas ‘Busqué tus ojos adormilados de sirena encandilada por las costas borrascosas de los acantilados y los despeñaderos’ Siniestros celacantos deambulaban por tu saliva provocando dulces turbulencias estropicios de eriales y parajes sobre un códice manuscrito con la tinta negra de las tristezas y los desengaños Campanarios de bronces inertes alturas vértigos el yermo de la tarde desvencijada entre las calles murmuraciones de hibiscos y hiedras Espantos de grandezas de soslayos de misericordias, de violines y cantaros de abruptos designios Surgidero de pájaros en luna llena, desaguadero de los escarmientos de blasfemias, de secretos sacrilegios Martirios carencias y decoraciones arrebatos marcas cicatrices e iluminaciones las esencias del espliego azahares y juncos Objetos, cerámicas lozas cristales greda roja sangrienta joyeros desaparecidos perlas trepanaciones ‘Anduve en tus orillas confundido con los juncales sediento bebiendo de tus aguas detenidas’ Desagües cárcavas acequias fluyendo convergiendo derramando miel vino aceite vertientes pedregales de amapolas anaranjadas cuencos tejidos con amarillos cabellos del diablo vitrales de alas de libélulas Surubíes bajo los camalotes espineles mallas las redes de tres dedos avios de pesca la ranchada en una de las islas y los caprichos de las aguas boteros de otro sueño más antiguo palimpsesto Faro atalaya torre megalitos lontananzas de alta cetrería de incendiados horizontes vesperales de ocasos estallado en cirros ensangrentados Sonajera tamboril soñoliento de la danza de las madrugadas los perfiles las siluetas los escorzos Vestiglos y endriagos túmulos pedrería el crisma del verde pasto verde naranjo verdes rosales verde profundo materno doliente Por el filo de aciagas escarpaduras de bruces ante desgarrados precipicios absorto en desesperos en urgencias en un nocturno sagrado en la oquedad de tus brazos Lo perdido, Bahia, una ventana al mar tibio del amanecer equivocado Los incrementos del día un pez de cuerno unas aves de mimbre el cabello cobrizo detentado por las esquinas El código ya indescifrable escrito en las caparazones rígidas segmentadas calcáreas de los oniscídeos Una secuencia de bocas voces y besos un altar un féretro una pena el amigo que no escribe porque no existe o viceversa cierta prescripción y tal. Vale.

EL MISTERIO DE MARIA

Es la voz que inicia los embrujos, los ruegos y letanías de lobos solitarios, de emigrantes inmóviles, de exiliados en los laberintos de la Santa Madre, de la gruta de dragones y demonios, es el susurro, el quejido, es la voz con su ebriedad de meretriz y virgen intocada, son los dígitos confundidos, señales, números sin nombres, son los sueños buscando una piel a la distancia, un roce imaginado, la fantasía de un cuerpo rendido e imposible, es la voz que invoca sus hechizos de hija de la reina de la noche, las maravillas y los asombros que convergen en bruscos deseos, torvas ansiedades y lentos instantes donde la humedad se derrama densa y solitaria cuajando un goce egoísta, secreto, avergonzado detrás de otra voz que pide, paga y vuela, desconocida, sin rostro, aquejada de dolores y tristezas, de temores a ver la luz de las mañanas y las penumbras que abren los ocasos, que esparce en un postrero silencio la queja impúdica desde las orillas del infierno, es la voz misteriosa y esquiva como los siete colores del pájaro naranjero, que remonta el río que fluye en el limite del imperio, es la palabra penetrando, hurgando las tardías infancias, las adolescencias iniciales, la ilusión estremecida de una cercanía que no se cumple pero embriaga con sus licores ácidos y dulces, impuros, sospechosos de falacias, de disimulos e invenciones, de un rito sagrado que se diluye en las puerta del templo, es el verbo consentidor, el grito ahogado que no alcanza a florecer en la furia de la carne acariciada, es el sonido susurrante de la serpiente del Jardín del Paraíso, la voz ajena que socava los instintos con la silueta de una hurí perpetuamente virgen, y el ruido adormecedor de pequeños oleajes en una costa de riquezas florales y abundancias voluptuosas, esmeraldas, milagros y lucecitas, es la perfecta voz de la perfecta imagen de la alta Condesa de Yago de León, es el tributo del tiempo a sus anunciaciones, revelaciones y premoniciones, es el murmullo de una cascada rodeada de animalitos sorprendidos, el rumor trepidante de una catarata antigua y lejana, es el canto de la brisa entre el follaje, es la noche que sigue su curso taciturno, son los faunos extraviados por sus yermos senderos, son los habitantes huraños de una ciudad implacable y desquiciada, sin tintineo de copas ni perfumes zalameros ni bocas pizpiretas, es la soledad deambulando por los cuartos vacíos, por los tugurios virtuales, en la otra voz atrapada en sus embrujos de figurita en azul con un sombrero de paja. Vale

Fotografía: “Cala”, Horacio Lindner (Nacido en Mar del Plata, Argentina, en el año 1975).