sábado, 1 de octubre de 2011

SATIRO HABITANTE (Versión con puntuación)

“La escritura neobarroca es el intento por recuperar el sentido en la intensidad de una escritura que provoca una dimensión de visualidad imposible.” Sergio Rojas.

Surgidero de palomas sobre lo alto de sus escondidos cautiverios, de sus comarcas de tejados, balcones, entretechos. La Bethânia, serpiente su voz mordiendo piel, músculo y deseo, todas las desolaciones abiertas, las heridas encendidas por la mordedura y la salazón, invocaciones. Hasta el borde de lo que no sé, orilla, cauce, azul zafiro, granates incrustados en la profusión de grises, palomas. Busqué tus ojos adormilados de sirena encandilada por las costas borrascosas de los acantilados y los despeñaderos. Siniestros celacantos deambulaban por tu saliva provocando dulces turbulencias, estropicios de eriales y parajes sobre un códice manuscrito con la tinta negra de las tristezas y los desengaños. Campanarios de bronces inertes, alturas, vértigos, el yermo de la tarde desvencijada entre las calles, murmuraciones de hibiscos y hiedras. Espantos de grandezas, de soslayos, de misericordias, de violines y cantaros, de abruptos designios. Surgidero de pájaros en luna llena, desaguadero de los escarmientos, de las blasfemias, de los secretos sacrilegios. Martirios, carencias y decoraciones, arrebatos, marcas, cicatrices e iluminaciones, las esencias del espliego, azahares y juncos. Objetos, cerámicas, lozas, cristales, greda roja sangrienta, joyeros desaparecidos, perlas, trepanaciones. Anduve en tus orillas confundido con los juncales sediento bebiendo de tus aguas detenidas. Desagües, cárcavas, acequias fluyendo, convergiendo, derramando miel, vino, aceite, vertientes, pedregales de amapolas anaranjadas, cuencos tejidos con amarillos cabellos del diablo, vitrales de alas de libélulas. Surubíes bajo los camalotes, espineles, mallas, las redes de tres dedos, avios de pesca, la ranchada en una de las islas y los caprichos de las aguas, boteros de otro sueño más antiguo, palimpsesto. Faro, atalaya, torre, megalitos, lontananzas de alta cetrería, de incendiados horizontes vesperales, de ocasos estallados en cirros ensangrentados. Sonajera, tamboril soñoliento de la danza de las madrugadas, los perfiles, las siluetas, los escorzos. Vestiglos y endriagos, túmulos, pedrería, el crisma del verde pasto, verde naranjo, verdes rosales, verde profundo, materno, doliente. Por el filo de aciagas escarpaduras de bruces ante desgarrados precipicios, absorto en desesperos, en urgencias, en un nocturno sagrado en la oquedad de tus brazos Lo perdido, Bahia, una ventana al mar tibio del amanecer equivocado. Los incrementos del día, un pez de cuerno, unas aves de mimbre, el cabello cobrizo detentado por las esquinas. El código ya indescifrable escrito en las caparazones rígidas, segmentadas, calcáreas, de los oniscídeos. Una secuencia de bocas, voces y besos, un altar, un féretro, una pena; el amigo que no escribe porque no existe o viceversa, cierta prescripción y tal. Vale.

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