Es la voz que inicia los embrujos, los ruegos y letanías de lobos solitarios, de emigrantes inmóviles, de exiliados en los laberintos de la Santa Madre, de la gruta de dragones y demonios, es el susurro, el quejido, es la voz con su ebriedad de meretriz y virgen intocada, son los dígitos confundidos, señales, números sin nombres, son los sueños buscando una piel a la distancia, un roce imaginado, la fantasía de un cuerpo rendido e imposible, es la voz que invoca sus hechizos de hija de la reina de la noche, las maravillas y los asombros que convergen en bruscos deseos, torvas ansiedades y lentos instantes donde la humedad se derrama densa y solitaria cuajando un goce egoísta, secreto, avergonzado detrás de otra voz que pide, paga y vuela, desconocida, sin rostro, aquejada de dolores y tristezas, de temores a ver la luz de las mañanas y las penumbras que abren los ocasos, que esparce en un postrero silencio la queja impúdica desde las orillas del infierno, es la voz misteriosa y esquiva como los siete colores del pájaro naranjero, que remonta el río que fluye en el limite del imperio, es la palabra penetrando, hurgando las tardías infancias, las adolescencias iniciales, la ilusión estremecida de una cercanía que no se cumple pero embriaga con sus licores ácidos y dulces, impuros, sospechosos de falacias, de disimulos e invenciones, de un rito sagrado que se diluye en las puerta del templo, es el verbo consentidor, el grito ahogado que no alcanza a florecer en la furia de la carne acariciada, es el sonido susurrante de la serpiente del Jardín del Paraíso, la voz ajena que socava los instintos con la silueta de una hurí perpetuamente virgen, y el ruido adormecedor de pequeños oleajes en una costa de riquezas florales y abundancias voluptuosas, esmeraldas, milagros y lucecitas, es la perfecta voz de la perfecta imagen de la alta Condesa de Yago de León, es el tributo del tiempo a sus anunciaciones, revelaciones y premoniciones, es el murmullo de una cascada rodeada de animalitos sorprendidos, el rumor trepidante de una catarata antigua y lejana, es el canto de la brisa entre el follaje, es la noche que sigue su curso taciturno, son los faunos extraviados por sus yermos senderos, son los habitantes huraños de una ciudad implacable y desquiciada, sin tintineo de copas ni perfumes zalameros ni bocas pizpiretas, es la soledad deambulando por los cuartos vacíos, por los tugurios virtuales, en la otra voz atrapada en sus embrujos de figurita en azul con un sombrero de paja. Vale
Fotografía: “Cala”, Horacio Lindner (Nacido en Mar del Plata, Argentina, en el año 1975).
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