jueves, 28 de octubre de 2010

VERTIGOS

Visión de dioses enclaustrados, vertiginosas alturas babelicas, vuelos y sobrevuelos, agua precipitándose al alto vacío en el Salto del Ángel, cóndores planeando indolentes en altas cordilleras nevadas, águilas y halcones fugaces, filosos y veloces, altos muy altos, envueltos en las nubes, por sobre los aguaceros y los relámpagos. Las luces pequeñitas de la ciudad allá abajo titilando en la negrura de terciopelo de la noche. La Torre Burj Khalifa o la columna de Marco Ulpio Trajano Emperador o la del Vizconde Nelson, primer Duque de Bronté. Vértigo de palomar en altos campanarios de altas catedrales. Vértigos de gárgolas asomadas en temerarias cornisas, altas arriba sobresalientes, grifos desaguando tejados, decorando desagües, ahuyentando brujas y demonios medievales, criaturas de piedra grotescas y espantosas. Barrancos y despeñaderos, farallones habitados de pájaros, de hierbas elevadas, de grietas y nidos. Ojos de gaviota ebria al borde del abismo con el mar, el oleaje y el roquerío allá abajo, bufando, devorando las pesadillas con el estruendo de rompeolas, de rompiente primigenia, bullicio de aves sobre las espumas, albatros y petreles, fardelas, arriba contra el cielo ilimitado. Vértigo de faro, iluminando escollos y crestas de olas, sobre un oscuro leviatán inmóvil. Vértigos de atalaya esperando, vigilando a los tártaros en medio de un desierto reverberante y desolado. Una V de gansos indicus contra el atardecer elevándose por encima de los Himalayas, o aquel solitario buitre griffon a once mil metros sobre costa de Marfil. Las chovas piquirrojas picoteando las cumbres del Everest o el majestuoso vuelo de cisnes negros a los ocho mil sobre las Hébridas. Precipicios hacia el centro de la tierra, derrumbaderos, escarpes, taludes resbalosos y mortales. Cúspides o ápices. Vértigos que hacen girar la pieza, la casa, la calle, el planeta y el universo como una galaxia terrorífica en medio de las náuseas, los vómitos, y el sudor. La caída vertical, el descenso sin fin, el horror de estrellarse y deshacerse en sangrientos fragmentos estallados. Vértigo de cristales de calcio. Y las otras alturas, las intimas y terribles, de las pesadillas, de las alucinaciones, del desvarío y del delirio. El vértigo freudiano con la peor variedad de angustia, la Angustneurose, cuando el suelo se hunde y oscila, y es imposible mantenerse en pie, las piernas de plomo tiemblan y se doblan, y se viene ese profundo desvanecimiento subjetivo, ese vértigo, el de las alturas del inconsciente atrapado en las represiones y en las fobias.

domingo, 24 de octubre de 2010

JARDIN

Amapolas tristes y rosas violentas en un jardín abandonado a las ortigas y a las malezas, territorio de dientes de león y correhuela, de chamicos, alfilerillos y senecios, solar de dalias y azucenas estremecidas. Rompehielos patibularios sobre el alfanje filoso de la luna nueva, vestigios de una albura estridente en el ciruelo florecido en alto velamen perfumado navegando al centro de toda la noche enmudecida. Entre las piedras, lombrices, zánganos imperturbables e inútiles, isópodos rastrojeando en los rincones húmedos y umbríos del desamparo. Ababoles rojos con sus opios dormidos, campos feraces de adormideras, zumos papaveráceos, nirvana de amapolas o de luna reflejada en crisálidas o crisantemos. Testimonios de un verdiazul irrecuperable. Abajadero por donde escurre del tiempo, las estaciones, los desolados plenilunios. Ahora es sólo la probabilidad de presencia en una región delimitada del espacio que propuso Schrödinger con una melancolía de aguacero en una cabaña deshabitada de rústicos tablones más al sur aun del desespero, sin paso por el río y su crecida de aguas turbias y troncos semisumergidos. Dominios de zinnias, imperios de alelíes, paraísos de antirrhinums, costanera fresca de las calas, anchas hojas muy verdes, alba flor y espiga amarilla. Arriba clarines, abajo pensamientos, a media altura siemprevivas. Jardín de amarantas y estramonios invadido de ortigas, cicutas e hinojos insurrectos.

NAUTICA

Bajamares rastrillando el balastro de las playas muertas de arenas, incitación de caracolas y cangrejos, de luna reflejada en carenas y carabelas. Cizalles de aguas de sal sobre pedregosos litorales. Poligamias de cefalópodos entre sargazos o escolleras, algas y jibias copulando en verdiazules venusterios marinos. Preludios de monterías náuticas, paramentos y bizarrías. Dodecaedros horarios. Numismática malacológica, valvas, conchas y caparazones, las ocho placas calcáreas de chitones, cucarachas de mar o piragüeros. Ostiones peregrinos, argonautas pelágicos, pulpos, calamares, jibias y nautilos cavilando entre arrecifes de coral. Percebes y equinodermos. Ornitología de peces voladores y de mantarrayas. Orografía marina, archipiélagos y profundidades abisales, fosas e islas, arrecifes con un cielo de espumas y oleajes en rompientes. Poliandria de lamelibranquios, escandallos y encalladeros. Poliperos, fondeaderos, ostrales, varaderos de sardinas seducidas por las violentas marejadas. Escafandras, batiscafos, la turmalina de los aparejos y el bauprés del bergantín fantasma atrapado en el huracán de las Antillas, en el ciclón del golfo de Bengala, en el tifón de la bahía de Hokkaido, navegando a contraola, a barlovento, a destiempo, a pleno velamen para no alcanzar nunca las calma chichas de las aguas de la muerte. Anclas, boyas, alto bordos y amuradas, tajamares y rosas de los vientos alisios. Islas, las islas de las especias, la isla de los náufragos, la isla del tesoro, la isla Negra con sus ágatas marinas y su poeta que se cansa de ser hombre y entra en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando en un agua de origen y ceniza, matando monjas a golpes de oreja. El viejo galeón empavesado con las banderolas del Imperio y los gallardetes de piratas, filibusteros y corsarios. La brújula, el sextante y el astrolabio buscando latitudes y estrellas, y un Norte extraviado hacia el Sur de una astronomía encantada. Navegaciones, naufragios, tormentas y trombas marinas, intensos vórtices o torbellinos, avatares de narvales y sirenas. Las pancoras encostradas en una pleamar adormecida y sangrienta. El betumen, el fango abisal, la biocenosis de los infinitos y microscópicos esqueletos calcáreos que mañana serán calizas y luego mármoles, y devendrán el Antínoo Capitolino o el David de Michelangelo.

sábado, 23 de octubre de 2010

CONSTRUCTO FUNDACIONAL

Todo tendrá que ser reconstruido, invencionado de nuevo, y los viejos mitos, al reaparecer de nuevo, nos ofrecen sus conjuros y sus enigmas con un rostro desconocido. La ficción de los mitos son nuevos mitos, con nuevos cansancios y terrores.

La expresión americana, José Lezama Lima, 1957.


Extremaunciones de espliego y alcántaras con sus terciopelos furtivos, telares, rueca y husos. Mitos, himnos y lamentaciones. El deletéreo caudillo de las arenas y las fuentes, rey de oros y nardos bermejos o violetas. Argumentos, adivinaciones o intuiciones sobre el crepúsculo, sobre la lluvia venidera, acerca de la mandrágora y sus desolaciones, sobre el código instaurado en las oquedades basálticas en las tripas del carnero degollado. Desvaríos sobre los esplendores de la variedad macrocristalina del cuarzo color violeta, tentativas de aproximación a la resina vegetal fosilizada de coníferas. Exhumaciones de vitriolo, cráteres, praderas y euforbios, sentinas. Mitos que perfilan las siluetas de impasibles dioses mesopotámicos. Mapas de prodigios y fruslerías, desencantos sobre uno de los tapices de La dama y el Unicornio. Los cinco colores heráldicos, el verde sinople, el rojo gules, el azul azur, el negro sable y el violeta púrpura. Sus dos metales, el amarillo oro y blanco plata, y sus dos forros, el armiño y contraarmiño blanquinegro y las campanas del vero con su verado. Y sus otros cinco secundarios; el morado, el aurora anaranjado, el carnación rosa pálido, el gris cenizo y castaño leonado. Signos, símbolos y códigos, denominaciones atroces. Himnos de alabanza a los dioses trizados, a los reyes envenenados, a las ciudades sitiadas y a los templos destruidos. Un violento deshojamiento de trémulas margaritas con la aquiescencia de santos beatos y pecadores. Desconcertantes arqueologías de las arcaicas dinastías de sumerios e hititas, las ensoñaciones y vigencias de Babilonia la Grande con sus dos ríos y sus jardines colgantes y su torre políglota. El león alado nacido de la copula del águila que arrancó el pimpollo cimero de Israel y del Asad Babil, el León de Babilonia, del Hussein muerto en la horca. Misterios de la semiótica; ruidos, sonidos, fonemas, significante y significado, referencia. Lamentaciones describiendo la destrucción de urbes enterradas, catedrales en ruinas y el traidor abandono de dioses borrachos o insanos. Fragmentaciones con las raíces en arenas negras, con las claves del dogma y las sucintas sombras, con el arte menor del duelo y los cantos a las soberanas de ínsulas y sortilegios. Las ruinas de Mohenjo-Daro y sus fantasmas de alfareros, tintoreros, herreros, artesanos de conchas y de cuentas. El montículo de la muerte en el valle del Indo. Monedas, sellos, joyería, esculturas, terracotas y ladrillos. Su sistema de escritura proto-índico, que no ha podido ser descifrado, que representa una lengua también indescifrable. Descreo, retrato, refundo.

REINALDO ARENAS, IN MEMORIAN

Cuba será libre. Yo ya lo soy.

Reinaldo Arenas (i)


Lo mataste Fifo, lo borraste de su nombre, de sus difuntos, de su patria, lo torturaste Fifo hijo de la perra, lo violaste, lo incendiaste, lo dejaron irse por muerto tus perros hambrientos, tus quiltros ignorantes, Fifo de la gran Pe, lo mordieron, lo abusaron, y lo siguieron buscando, a ladridos, a espaldas del Che, con toda tu revolución sucia, revolcada en tus vómitos de traidor, de pobre tonto insuflado, lo capturaste, lo encerraste en tus mazmorras equivocadas, le quitaste la luna, el malecón, el sol estallado de su Habana Vieja, Fifo hijuna, lo emparedaste con voz y todo, lo asustaste, dejaste que lo vilipendiara tu corte de payasos, de mediocres esclavos cucaracha, de analfabetos verde oliva, de barbudos tontos, de héroes de tercera, de burócratas prostituidos, quisiste hacer lo mismo, Fifo matamigos, que con el Comandante del Pueblo, Señor de la Vanguardia y Héroe de Yaguajay; desaparecerlo, borrarlo, eliminarlo en la memoria de tu historia mísera de pequeños contubernios y miserias de patriarca, pero te equivocaste Fijo y la que te parió, porque él era más grande que tú, mucho más grande, más hombre, más persona, menos equivocado, por eso tus esbirros, tus sicarios, tus meros yanaconas de tres al cuarto nunca entendieron la luz que los cegaba cuando lo apaleaban, cuando lo encarcelaban, cuando lo dejaban muerto de silencio. Te equivocaste Fifo mendigo, viejo de mierda, sicótico egocéntrico, asesino por pena, por miedo, por envidia, porque él era celestino antes del alba, él pertenecía al mundo alucinante con el palacio de las blanquísimas mofetas y la vieja Rosa. Era otra vez el mar, y era Arturo, la estrella más brillante desde la loma del ángel. Era el asalto, el portero, el viaje a La Habana con el color del verano o ese nuevo jardín de las delicias. Él miraba con los ojos cerrados porque sabía como termina el desfile, él era el central, sentía la voluntad de vivir manifestándose, la necesidad de libertad, y porque vivió tu persecución de teatro barato supo irse antes que anochezca, porque tenia alas, porque su reino no era de este mundo tuyo; sucio, pervertido, traicionero, él era leve, frágil, él era un arcángel, Fifo sarnoso y mala leche, con él no pudiste, él te venció con su muerte y con su verbo, y te iras a la tumba tragándote tu diarrea, tu verborrea, tu enajenación de pequeño cacique, porque él sabía que era un “mal poeta enamorado de la luna, no tuvo más fortuna que el espanto; y fue suficiente pues como no era un santo sabía que la vida es riesgo o abstinencia, que toda gran ambición es gran demencia y que el más sórdido horror tiene su encanto.” (ii), y ese mal encanto y esa su gloria serán los gusanos que te coman, Fifo malparido, en el lodazal de tus indigencias de tirano malnacido, y su patria (que es también la tuya pero tampoco lo es) sabrá un día, mas temprano que tarde, que la pérdida que le duele es su voz cantarina siempre al borde el agua y no tu triste rabia de perro callejero. Vale.


(i) Reinaldo Arenas Fuentes fue un novelista, dramaturgo y poeta cubano. Nació en Aguas Claras el 16 de julio de 1943 y falleció en Nueva York el 7 de diciembre de 1990. Se destacó por su ataque directo al régimen comunista de Fidel Castro.

Arenas nació en el campo, en Aguas Claras (en la parte norte de la provincia de Oriente, Cuba), y más tarde su familia se mudó a Holguín. Su adolescencia campesina y precoz se vio marcada por el manifiesto enfrentamiento contra la dictadura de Batista. Colaboró con la revolución cubana, hasta que, debido a la exclusión a que fue sometido, optó por la disidencia. Su presencia pública e intelectual le granjeó marcadas antipatías en las más altas instancias del Estado, lo cual, unido a su homosexualidad, provocó una implacable y manifiesta persecución en su contra. En toda su vida, Arenas sólo pudo publicar un libro en Cuba: Celestino antes del alba. Reinaldo Arenas sufrió persecución no solamente por su abierta tendencia homosexual, sino por su resuelta oposición al régimen, que le cerró cualquier posibilidad de desarrollo como escritor e intelectual durante los años de mayor ostracismo cultural en la isla. Contemporáneo y amigo de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, fue encarcelado y torturado, llegando a admitir lo inconfesable y a renegar de sí mismo. Ello provocó, en la sensible personalidad del escritor, un arrepentimiento que fue más allá de los muros de la prisión de El Morro (entre 1974 y 1976), calando tan hondo en su corazón que acabó por odiar todo cuanto le rodeaba. En esta época escribió su autobiografía, titulada Antes que anochezca. Durante los años setenta, intentó en varias ocasiones escapar de la opresión política, pero falló. Finalmente en 1980 salió del país cuando Fidel Castro autorizó un éxodo masivo de disidentes y otras personas consideradas indeseables por el régimen a través de Mariel. Por la prohibición que pesaba sobre su trabajo, Arenas no tenía autorización para salir, pero logró hacerlo cambiando su nombre por Arinas. Desplegó desde este momento, y en el exilio nunca aceptado de Nueva York, una profunda visión intelectual de la existencia enmarcada entre la expresión poética más hermosa y la más amarga derrota del desencanto. Estableció su residencia en Nueva York, donde en 1987 le fue diagnosticado el virus del sida. El 7 de diciembre de 1990, Arenas se suicidó. Envió a la prensa y a sus amigos una sentida carta de despedida, en la que culpaba a Fidel Castro de todos los sufrimientos que padeció en el exilio.

(ii) Fragmento del poema ‘Autoepitafio’, de Reinaldo Arenas.

viernes, 15 de octubre de 2010

BITACORA DEL DESESPERO

y saldrán mis raíces

a buscar otra tierra.

Los Versos del Capitán. P.Neruda.


De ida todos los amarillos centelleando a lo largo del camino que iba siempre al mismo sur del memorial del olvido. Al sur del sur, más allá del consejo de todas las tierras, de los territorios del indio que soportaron el asedio de los adelantados pero sucumbieron a la vil estafa de almaceneros, jueces corruptos o estafetas de tercera categoría. Más allá del amarillo y los bosques ordenados. Después entre colinas verdeantes río abajo con las colmenas de todos los colores y por la orilla las maderas ordenadas, trozadas y rojas, como carnes heridas de hacha o sierra, esperando. Y había un rostro perdido entre el desastre de verdes, verde ulmo, verde coigüe, verde raulí, el verde lenga y sus iracundos fractales, el verde alerce y el verde roble. El fresco arroyo escurriendo entre quilas y matorrales, las secretas vertientes cerro arriba con sus nalcas y sus helechos, canto de pájaros, helicoidales vuelos de jotes de negro plumaje, como sombras de cóndores humillados, hasta hubo un chercán en celo aleteando detrás del cristal, rama en rama cortejando. Y un verde arrayán de palo colorado, con la corteza de color canela o rojo ladrillo, muy lisa, sedosa y fría al tacto como la piel de las vírgenes perdidas. Escribiendo la bitácora de un amor desesperado con el humo, con los senderos madereros, con los botes destrozados, con el vino amargo de un destierro autoinfringido que tiene nombre y voz y los ojos pardos sin olvido de su perdición para siempre, con ese rostro que se escabulle, se diluye, se pierde en ese desastre de verdes detenidos, verde tepa, verde tineo, verde olivillo y verde mañio. Los troncos secos de árboles muertos como columnas de un mármol más antiguo que la luna de la noche embrutecida de estrellas de una astronomía feraz e imposible, la noche río abajo hasta el mar que se presiente, con su barra, su arena y su oleaje. Todo el silencio aconchado en el valle y su afluente, como un violín muerto o una copa rota. El vaho madrugador que se reparte entre el boscaje y el espejo fluvial del agua casi detenida. Los meandros del río de los peces escondidos, del bivalvo petrificado, de los esquistos, más allá de la mapu de esos hombres oscuros, con sus cementerios inundados y sus nostalgias de araucarias y piñones. Aun más allá. Y hay un verde que vuela que se nombra choroy y un ancho río lento de aguas verdes que se nombra Llico, desaguadero de una cordillera verde que se nombra del Sarao. El verde profundo con los estallidos de pequeños rojos encendidos, de otros amarillos en medio de la pendiente verde oscuro. Pero todo se va en la vida, amigos. Se va o perece (i). Y el día se rompe en fragmentos verdes y el rostro, ese rostro, se desliza al fin aguas abajo naufragado. De vuelta la bruma, niebla, gris y húmeda, expandida por las siluetas fractales de las lengas, y los verdes ajenos, el verde eucalipto y el verde pino radiata. Después sólo la llovizna y después la lluvia por negros caminos que tragan y matan (ii) pensando y repensando la reina, perdida para siempre en el enigma del (iii) río sin peces y la madera congregada y los altos verdes y los breves amarillos del retorno. Vale.


(i) Mariposa de Otoño. Pablo Neruda, 1923.

(ii) Caminos Negros. Patricio Manns, 1957.

(iii) El Otoño del Patriarca. Gabriel García Márquez, 1975.

CINEGETICA LACERTIDA

Ululan espantosas mariposas transparentes con sus probóscides venenosas enroscadas dispuestas a inocular su ponzoña primaveral en los inquietos lagartos variegados de rojo escandaloso y cruel amarillo. Con sus seis pequeños tarsos se aferran a las rugosidades de la escamosa piel de los reptiles tanteando con su espiritrompa extendida entre las escamas hasta encontrar una grieta, un intersticio por donde clavar su filoso seudoaguijón. Y ahí permanecen por horas, absolutamente quietas, a la espera de poder regurgitar una gota de néctar mezclado con sus venenosos jugos gástricos. En tanto en el aire amodorrado zumban los monótonos contrabajos alados de un caótico enjambre de abejorros de cristal esmerilado color negro, y bandas amarillas, blancas o anaranjadas, con el imperioso instinto de buscar floripondios y pasionarias en el jardín de amapolas rojas donde yacen las aguas muertas del estanque de nenúfares y jacintos de agua. La música, siempre la música, se escurre entre la transparencia vitriólica de las mariposas, se desliza agazapada a ras de tierra bajo los vientres variegados de los lagartos envenenados, fluye tintineando en los huecos estremecidos de lo abejorros vitrificados desafinando las cuerdas más graves de los bajos, burbujea rozando el espejo intacto del estanque como el surco en el aire que dejan las libélulas ebrias del estiaje. Saltan ágiles y devoradores los lagartos, contorsionándose en el afán insaciable de capturar los matapiojos de grandes alas tornasoladas, se escabullen, reptan, acechan crispados y vistosos en sus rojos y amarillos, variegados, mimetizados entre las flores de los tréboles. La música rasga con filo de violín el contorno de las alas de las mariposas, aserrándolas una y otra vez, haciendo desprender pequeños trozos transparentes que caen sobres las brillantes hojas de nenúfares y jacintos de agua como una lluvia de estrellas microscópicas o el confeti del carnaval de las hormigas sacramentales sobre un terrón de azúcar. Con el atardecer, todo tiende a desvanecerse; lepidópteros, lacértidos, himenópteros, odonatos y ormícidos, o a confundirse en la profusión vegetal de una extravagante jungla jardinal de solanáceas, passifloras, papaveráceas, ninfeáceas, eichhornias, y trifoliums florecidos, sólo la música, siempre la música, permanece titilando hasta que anochece. Vale.


miércoles, 6 de octubre de 2010

BITACORA DEL NAVEGANTE IMAGINARIO

“…y bebíamos agua amarilla, podrida desde hacía ya muchos días, y comíamos ciertas pieles de buey (puestas sobre el mástil mayor con el fin de proteger las jarcias) durísimas a causa del sol, de la lluvia y del viento. Las dejábamos por cuatro o cinco días en el mar y luego poníamos un trozo sobre las brasas y así las comíamos, e incluso muchas veces probamos también aserrín de tabla.” Relazione del primo viaggio intorno al mondo. Antonio Pigafetta. Venecia, 1536.


Brújulas y sextantes. La horda de tártaros extraviados entre grifos e iguanas. Viajes, éxodos, periplos, hégiras, odiseas, traslaciones, travesías, son solo desoladas exploraciones en busca de nuevos soles, de otros orientes o de lejanos horizontes. Sobre las altas cúpulas doradas planean negros cuervos mientras una tortuga soporta el entero Universo. Mapas y portulanos dibujados con la precisión de un iluminado en las cenizas aun tibias de un cenicero en un oscuro y fétido tugurio en Mumbai. Plateados alevines voladores y el enigma de los imanes. Una cosmogonía de enanos invisibles que posee la misma simplicidad del péndulo de Foucault que demuestra la rotación de la tierra. Un brasero donde se quema el incienso en cínica adoración de falsos dioses. El equilibrio de las aguas de los océanos con sus alabardas de hierro-níquel de estrellas fugaces, sus iteraciones en el fermento mas profundo del légamo acumulado por centurias, milenios y eones con el resabio de continentes desaparecidos, naufragados, territorios tragados por sus mares en bíblicas hecatombes volcánicas. Cartografías erradas, las Terrae incognitae, inexistentes o mitológicas, Hiperbórea, más allá del viento del Norte, la Ultima Thule, más allá del mundo conocido, la Atlántida, más allá de los Pilares de Hércules y el gran continente Mu, más allá del gran mar oriental, el océano Pacífico, con su pirámide y sus ruinas sumergidas. Los oleajes y tormentas, ciclones, huracanes o tifones según sea donde. Las madreperlas y los nautilos, los corales y grandes cetáceos. Trasgos, duendes, druidas, traucos, miriápodos predadores en sus guaridas subterráneas ocultos y acechando a los tránsfugas de la urnas sagradas, y el cisquero que se usó para copiar en pergaminos de Pérgamo las raíces de todas las bromeliáceas del Nuevo Mundo. El moreno tegumento de las divinas princesas del Inga. El aljibe a cuya sombra se agazapaba Asterión. Los siringueros casi extintos de la Amazonia. Los abalorios, las ánforas, los demonios del alabastro, las esfinges aladas de Persia con cuerpo de león y cabeza humana, con sus tocados y sus cuernos triples que fungían como espíritus protectores del disco solar alado de Ahura Mazda, emblema de la dinastía Aqueménida. La circunnavegación Fernão de Magalhães, del levante al poniente en tres años y veintisiete días, con sus cinco naves, sus doscientos treinta y cuatro tripulantes, las catorce mil cuatrocientas leguas navegadas, y los dieciocho sobrevivientes que fueron en camisa y descalzos, con antorcha en mano a agradecer la gracia de vivir para contarlo a Santa María de la Victoria y a Santa María de la Antigua. Naos, carracas, galeones y carabelas navegando furtivos itinerarios. Vale.

martes, 5 de octubre de 2010

JOYAS SEGUN FIBONACCI

Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Eclesiastés Cap.I, Vers. 2-3.

Tiaras. Sortijas. Azules zafiros. Zircones y citrinos. Brillos dorados y amarillo limón. El topacio imperial con su amarillo anaranjado rojizo. Los diamantes perturbados en las coronas de las Reinas envilecidas por casamientos incestuosos. Meras piedras y fríos metales que anónimos orfebres encerrados en sigilosos talleres convierten en seductores insectos, bellos, delicados y misteriosamente perfectos. Hematíticas arañas dormidas. Nacaradas sierpes entre níveos pechos. Aretes de verdes esmeraldas como siniestras mantis verdes. Libélulas cristalizadas en plata y oro, alas de diamantes y cuerpo de perlas. Libélulas en vuelo detenido aferradas a sedas, encajes, algodón, lanas y linos, prendidas y encendidas en sus destellos de luz refractada. Dragones volantes, vitrales tornasolados, vivaces hélices de charcos, persistencia alada, zumbidos coloreados de tigres, de rubíes, de ópalos y turquesa, libélulas a ras de agua o estáticas a contraluz del ocaso, veloces joyas instantáneas. Amatista, jaspe, aguamarina, coral, azabache. Escarabajos, escorpiones, mariposas, petrificaciones atrapadas en metálico engarce. Negros escarabajos de lignito, negros escorpiones de obsidiana, mariposas de cuarzo amatista violeta. Brazaletes, esclavas, collares, cadenas, cordones, colgantes, medallones, escarabajos, escorpiones, mariposas, libélulas, arañas, sierpes, mantis, hematitas, esmeraldas, diamantes, perlas, rubíes, ópalos, turquesas. Bichos adamantinos como el diamante, resinosos como el zircón, nacarados como las perlas, sedosos como el cuarzo rutilado, crasos como la turquesa, resinosos como el ámbar, céreos como el jade, grasos tal el azabache. Bellos insectos vitrificados en silicatos, en berilos, en corindones, hermosas serpientes fundidas en oro, plata o platino, estilizados arácnidos tallados en negros metales o carbones, preciosas alimañas duplicadas por encorvados orfebres para mayor gloria de su arte y para esplendezcan rutilantes sobre elegidas damas enjoyadas, orgullosas Reinas bienamadas, tímidas princesas seducidas y sensuales meretrices bienpagadas. Un diamante azul y miríadas de brillantes para las incestuosas Reinas coronadas, verdeantes esmeraldas en esplendidos medallones de princesas y amantes, secretos rubíes en los perfumados y tibios cuerpos de las meretrices del Reino. Ámbar amarillo, rojo, azul, dulce féretro de hormigas, mosquitos, abejas, mariposas, libélulas y escorpiones, calido herbario de orquídeas, musgos y líquenes. La diadema de esmeraldas y diamantes de la Duquesa de Angulema, Reina efímera. La varonil, sensitiva e fálica corona de Venus. El anillo de los Nibelungos. El zafiro Rúspoli. Los diamantes perturbados en las coronas de las Reinas envilecidas por casamientos incestuosos. Los diamantes de Reinas envilecidas por casamientos incestuosos. Los diamantes de Reinas envilecidas. Diamantes en Reinas. Diamantes envilecidos. Cuarzo con denominación de topacio. Imposibles granates azules. Calcedonia flor. Joyas. Pedrerías.

EL MEMORIAL DEL CONDE

Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas. Carolus Linnaeus

Su mundo era denso, ceñido, multitudinario, saturado, lleno de siluetas en los muros, de árboles y pájaros, de macetas y botellas de color, de campanas, de fósiles de amonites, de estatuillas del Buddha, de seres desconocidos que se reflejaban una y otra vez en los espejos, en las esferas de bronce, en la humilde concavidad de las cucharas de alpaca que dormían ordenadas sobre el terciopelo verde del fondo de un caja de ébano, en los pomos de las puertas pulidos por los siglos de roces de manos enguantadas, en las lagrimas de cristal de la gran lámpara colgante que ocupaba casi toda la cúpula central del alto techo. Abajo, a ras de piso se percibía una concentración anormal de pastos, hierbas, tocones, musgos, brotes de caña brava y de bambú que irrumpían por todos lados entre las junturas del piso de parquet de menuiserie tan perfectamente pulido, barnizado y encerado que reflejaba en todos sus mínimos detalles la barroca lámpara de techo. Los altos ventanales del fondo eran una trabada masa vegetal compacta de hiedras, pasionarias y parras vírgenes que intentaban con un tropismo anómalo penetrar en el amplio salón con la clara intención de ocupar los últimos vacíos que quedaban entre los maniquíes, los múltiples objetos coleccionados por un viajero y explorador de islas, archipiélagos y continentes, la lámpara colgante, los muebles y la voluptuosa flora interior que crecía desaforada en el tranquilo estudio del Conde. Casi se podía ver la combadura de los vidrios que soportaban estoicos la presión de aquella masa vegetal pugnando por romperlos e invadir al aposento. Del alfeizar de las ventanas que daban al poniente surgía una cascada de bolitas verdes nilo de los senesios rosario que se propagaban después arrinconados por el piso siguiendo y echando sus raíces en la madera de los junquillos de los guardapolvos. Los hongos levantaban los cuadros y los espejos de las paredes creciendo escondidos en esas penumbras verticales, sus esporas fluían lentamente como un humo gris pardo y se depositaban en todos los intersticios posibles, y también en los imposibles pues ya asomaban bordes de sus píleos de las cajas de música, de los joyeros de plata, de los cofrecitos de caoba donde el Conde guardaba el rapé, el tabaco de pipa y los caramelos de licor, del antiquísimo reloj de pared con la esfera cóncava por el empuje del cultivo de setas que crecía entre los numerosos engranajes de su vientre mecanizado. De las dos armaduras ubicadas detrás del rústico escritorio brotaban delgados tallos y zarcillos de secretas enredaderas que buscando la luz asomaban de los yelmos como hirsutas barbas o cómicos peinados. Los muebles de preciadas maderas, nogal, ébano, caoba, olivo y sándalo habían resucitado de sus muertes de aserradero estimulados por la pulsión soterrada de la orgía clorofílica que los rodeaba y de ellos salían ramas verdeantes a punto de florecer y raíces aéreas buscando la tierra y la humedad incrustándose con la vehemencia de sus árboles originarios. En las versallescas vitrinas la fina cristalería de Bohemia permanecía quieta pero expectante a la espera que los quintrales, los cabellos del diablo y las malamadres en sus prodigiosos crecimientos desatados terminaran por quebrar los vidrios biselados que la protegía y penetraran en esos espacios de delicadas transparencias y destellos de brillantes enclaustrados de la luz refractada en las copas, los vasos, los pocillos, los jarrones, los azucareros de cristal tallado que resplandecían aun incólumes a la crispación de carnaval de gentes, objetos y vegetaciones que todavía no invadía los paralelepípedos de vidrio y madera que los contenía. El aire estaba perfumado de esencia de lavanda que provenía del florecido matorral de espliego que asomaba en esplendoroso azul-violáceo por debajo del piano. En medio del tumulto de anónimos seres inmóviles, de la verde conflagración selvática, del vistoso desorden de mercado persa, el Conde, sentado frente a su tosco escritorio hecho con la madera de naufragios rescatada en la playa cercana cuyo oleaje apenas se escuchaba atenuado por la caterva de vegetales que bloqueaba hasta los mas mínimos resquicios en los bordes de las ventanas y de la única puerta, escribía ensimismado sus pudorosas memorias de gentilhombre con la cínica parsimonia del que todo lo ha visto. Vale.


CONFUSO IMAGINARIO PERSONAL II

Una oquedad de jacintos, de dalias, de calas bajo una tarde perdida entre esa infinitud de tardes y domingos de una infancia desplegada como la membrana iridiscente de una inmensa burbuja de jabón. Las calles entrampadas en la curiosa percepción de un tumulto de incubos, de gárgolas, de estatuas moldeadas en un coloide que tiene la consistencia y la coloración de la carne / piel de los seres que deambulan por el filo del día en otras calles desaparecidas en la rutina de un olvido necesario y consecuente. El pasaje abierto en medio del laberinto, la esquina falsa con el espejo que bifurca la realidad donde existe otro que mira asombrado desde el otro lado del azogue. El pequeño cuenco de bronce con la trama de arabescos intraducibles. El clavel del aire, las azucenas repetidas en el perfumado rosado de las añañucas del último jardín. Los saltamontes marrones y los extrañamente verdes, las mantis y las arañas, el escualo de pulida piedra negra que surcaba los mares imposibles entre los quejosos balandros que traficaban con botones florales de zinias y semillas negras de sandia. Las mariposas blancas, anaranjadas y gris perlescentes, siempre las mismas verano a verano en esa oquedad de siemprevivas, de gladiolos, de estrellitas, de clavelinas y violetas. El río, el gran río de aguas pardas, traicionero, que ocultaba su torrente impetuoso en la lenta densidad superficial que arrastraba troncos semisumergidos y desviaba el cruce de los caballos asustando a los jinetes emborrachados de aguas y bosques, arriba, abajo, en las orillas, hacia donde fuera que se miraba porque la tierra era aun virgen de holladura y solo existía el mate amargo y los cigarros de romero. El río, el ancho río que drenaba los imponentes glaciares y soportaba las bastas lluvias sobre las amplias hojas de nalca, el río que después llegaba manso y desbordado al lago de dos nombres con sus islas atravesadas de cavernas de mármol. Y todo se entremezcla en el otro río vertiginoso, el del tiempo, que en su correntada de aguas pardas y aguas saladas de los mares de los balandros fluyen en caótica turbulencia los jacintos, las dalias, las gárgolas, la esquina y el espejo, las azucenas, los saltamontes verdes, el escualo niño y las semillas de sandia, las mariposas, los gladiolos, el gran río con sus troncos, los caballos y sus jinetes, el mate, los cigarros, las lluvias sobre las nalcas, y la imponente catedral de mármol a mitad del lago que se confunde con aquel bruñido cuenco de bronce donde cada elemento de la memoria estaba ya burilado en sus herméticos arabescos y en sus cóncavos reflejos. Vale.