martes, 5 de octubre de 2010

CONFUSO IMAGINARIO PERSONAL II

Una oquedad de jacintos, de dalias, de calas bajo una tarde perdida entre esa infinitud de tardes y domingos de una infancia desplegada como la membrana iridiscente de una inmensa burbuja de jabón. Las calles entrampadas en la curiosa percepción de un tumulto de incubos, de gárgolas, de estatuas moldeadas en un coloide que tiene la consistencia y la coloración de la carne / piel de los seres que deambulan por el filo del día en otras calles desaparecidas en la rutina de un olvido necesario y consecuente. El pasaje abierto en medio del laberinto, la esquina falsa con el espejo que bifurca la realidad donde existe otro que mira asombrado desde el otro lado del azogue. El pequeño cuenco de bronce con la trama de arabescos intraducibles. El clavel del aire, las azucenas repetidas en el perfumado rosado de las añañucas del último jardín. Los saltamontes marrones y los extrañamente verdes, las mantis y las arañas, el escualo de pulida piedra negra que surcaba los mares imposibles entre los quejosos balandros que traficaban con botones florales de zinias y semillas negras de sandia. Las mariposas blancas, anaranjadas y gris perlescentes, siempre las mismas verano a verano en esa oquedad de siemprevivas, de gladiolos, de estrellitas, de clavelinas y violetas. El río, el gran río de aguas pardas, traicionero, que ocultaba su torrente impetuoso en la lenta densidad superficial que arrastraba troncos semisumergidos y desviaba el cruce de los caballos asustando a los jinetes emborrachados de aguas y bosques, arriba, abajo, en las orillas, hacia donde fuera que se miraba porque la tierra era aun virgen de holladura y solo existía el mate amargo y los cigarros de romero. El río, el ancho río que drenaba los imponentes glaciares y soportaba las bastas lluvias sobre las amplias hojas de nalca, el río que después llegaba manso y desbordado al lago de dos nombres con sus islas atravesadas de cavernas de mármol. Y todo se entremezcla en el otro río vertiginoso, el del tiempo, que en su correntada de aguas pardas y aguas saladas de los mares de los balandros fluyen en caótica turbulencia los jacintos, las dalias, las gárgolas, la esquina y el espejo, las azucenas, los saltamontes verdes, el escualo niño y las semillas de sandia, las mariposas, los gladiolos, el gran río con sus troncos, los caballos y sus jinetes, el mate, los cigarros, las lluvias sobre las nalcas, y la imponente catedral de mármol a mitad del lago que se confunde con aquel bruñido cuenco de bronce donde cada elemento de la memoria estaba ya burilado en sus herméticos arabescos y en sus cóncavos reflejos. Vale.


No hay comentarios:

Publicar un comentario