miércoles, 30 de mayo de 2012

BORRARTE


Estoy borrando todas tus huellas posibles, los vestigios de tu presencia hasta en los más delicados intersticios donde se guardaban tus perfumes y también tus furias, tus desesperantes celos de gata veleidosa, tu manía de virgen perseguida, el sosiego brusco de tus silencios, tus fuegos y tus alturas de reina indómita. Voy tachando fechas, quitando los festivos y los duelos, ocultando nostalgias inverosímiles porque te estoy olvidando a como de lugar. Estoy deshaciendo los nudos y los entuertos que me ahogaron con la tibia imposibilidad de tus manos, anulando ciertas voces, cierta imagen, raspando la verisimilitud de un sueño atiborrado de incertidumbres, de pequeñas pesadillas, de huidas imprevistas y retornos cotidianos. Estoy despintando un paisaje de tantos colores que se nos habían perdido los matices del gris y ya no sabíamos cuando era noche en su oscuro ni día en sus altos soles cruzando de ti a mí con sus retrasos. Voy desfigurando tu imagen con las agua de todos los ríos que socavaban mis orillas de arenas en reposo con la turbulencia de tus regaños y arrebatos inquisidores en el delirio de bajante furiosa según la inundación o sequía que atrapaba tu alma intranquila. Voy corrigiendo las biografías no autorizadas, las memorias apócrifas, los relatos de los amores de ultratumba. Estoy modificando la tensa ansiedad de las mañanas, extirpando tu nombre, tus nombres, del ahora aciago ventanal que da a las lluvias sobre el jardín donde florecían los rosales de tu recuerdo. Estoy impugnando los decretos por los que reinabas en tu reino de mi desesperación constante, derogando tus leyes estrictas e injustas con que gobernabas las mareas de tus furias instantáneas. Estoy desbaratando los castillos de arenas de cuarzo, los muros de obsidiana sajante, quitando tus ojos de las cosas que miro, enterrando en cada mañana los restos fúnebres de tus ausencias impredecibles. Estoy rectificando la palabra camalote para que signifique nada más que jacinto de agua de hojas verde brillante y flores lilas o azules, y no tenga el peso de tu historia ni la connotación del río de aguas zainas, ni me traiga el aroma de un delta que nunca veré contigo en un atardecer ya perdido, y ahora le llamo aguapé o aguapey como un guaraní asustado escondido en las breves selvas de tus islas. Te voy borrando a contrapelo, en contracorriente, a pesar de plenilunios y solsticios. Y te aviso maldita que también estoy borrando con el codo todo lo que escribió mi mano, así que lee pronto esta envenenada carta de mortal despedida antes que te ciegues tú misma los ojos porque tú sí que no podrás borrarme. Vale.

martes, 29 de mayo de 2012

DE CUARZOS Y MARIPOSAS

Fervor de tus besos retribuyendo mis afanes de ti, de tocarte, de verte, de fragmentar el imposible hasta verter en ti mi saliva urgente. Los brazos abiertos hacia ti y el rostro triste como un cristo sufriente contra los arreboles de un crepúsculo de cielos desgarrados. No estabas, no eras habida en la turbiedad de la lluvia que se derrumbó sobre la sinuosidad contraída de las calles, solo había tu mano en los cuarzos envidioso del rosado de frambuesa nacarada de tus uñas almendradas y aquella incógnita mariposa (i) indescifrable libando en el rojo del hibisco, y busqué su nombre para nombrarte en la clandestinidad de silencio; mariposa de la pasionaria, y supe que eras tú alada e impalpable, apasionada. No estabas, enmudecías en el llueve del día que se iba sin las furias de tus verbos y las furias de tus celos, aún estabas inmersa en ese mar de mareas locas que sacuden tu barca sin piedad, huyendo siempre del indomable amante que no te deja olvidar aun creyendo que tampoco quieres. Y en la alquimia de piedras y lluvias nos quedamos atrapados e insepultos, mariposa trasnochada y fauno intermitente, en la telaraña del tiempo y el laberinto insalvable del espacio donde todo va sucediendo sin nosotros, condenados a vivir con la maldición de un doble exilio inmerecido. Rumbeabas por allá en el lejos, por la llanura pampeana al pie del monte, entre cuarzos y mariposas, entre benteveos, caranchos y chingolos, quizás por el mismo Espinal entre los pálidos amarillos del quebracho blanco y del algarrobo, y el blanco difuso de los romerillos, mientras yo chapoteaba en los charcos arrinconando las arcillas como un alfarero desamparado. Fervor de besos en las esquinas sombrías, detrás de los muros y en los altos campanarios, en las cuarceras abandonadas y en los rincones inundados, aleatorios, sin bocas cerca ni labios tocándose, besos con la levedad de las mariposas transparentes que iban y venían entre tú y yo cuando no estabas. Ahora es otra hora y estás en el lugar de siempre, con la bruma de un día gris en tus ojos encegados, pero aun yo sin ti y tú sin mí, solo incrustados el uno en el otro por esa sincronía de coincidencias en el tiempo y las certezas, y de simultaneidades de nuestras mutuas incertidumbres. Pero igual me voy feliz por todito tu cuerpo recorriéndolo y recuperándolo para mis oscuros deseos de siempre en el fervor de tus besos incautado.


(i) Agraulis vanillae maculosa

domingo, 27 de mayo de 2012

NADA EN MITAD DE LA LLUVIA

“mientras la lluvia crecía como árbol inmenso sobre los árboles.”
Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Gabriel García Márquez, 1955.

Llueve, andarás mirando la lluvia con tus ojos de penita buscando perdidas primaveras, y así te voy pensando porque sé que la lluvia te traerá con tus tristezas arrinconadas bajo los árboles casi sin hojas de una plaza vacía o bajo los aleros de una calle larga como tu silencio donde el agua va goteando y goteando un cielo vertical de fríos cristales incesantes. Y veré otra vez agradecido la dulce melancolía de tus ojos que hace estremecer el alma dormida de este viejo macho solitario. Ahora la lluvia, por ti, posee otra circunstancia, una tenacidad más hiriente, un desamparo más intenso y una nostalgia como de infancia en un patio grande con sus charcos reflejando los pájaros entumidos cruzando oscuros nubarrones. Y las gotas atrapadas en los vidrios de las ventanas escurren con la misma lentitud de la tarde lluviosa que se va embancando en el jardín de los rosales con sus pétalos de todos colores derramados sobre la grama verde que exhala ese olor de tierra mojada que acumula en su cuenco las reminiscencias de todas las lluvias vividas y por vivir. Los chasquidos de las goteras en el patio van configurando las detalladas memorias de tu rostro, el mismo rostro triste que me trajo la lluvia, que se dibuja y desdibuja en desolación según los monótonos ciclos del aguacero. Llueve, caminarás de vuelta a tu casa mirando los pedazos de cielo otoñal encarcelados en las pozas de la calle buscando las negadas estrellas, los hilos enredados de tus sueños, el borde del año que se te paso sin meses ni semanas, y fue no más que unos pocos días asustados por los ruidos de la lluvia. Arriba, en las salientes de los tejados las guirnaldas de gotitas de cuarzos transparentes te van adornando como a una virgen ensimismada, sagrada e intocable, dueña y señora de sus propios desconsuelos. Irás esquivando somnolienta los meandros de los ríos de juguete en medio del escándalo de las palomas anegadas, con la lluvia repicando en el asfalto como si todos los otoños lluviosos confluyeran en ese único lugar, en esa isla sin marejadas ni oleajes donde todos los matices del verde se abocan por estos días a ser amarillos, ocres, rojos y marrones en los follajes orilleros del río de las aguas del deshielo. Solo en el descampado de tu corazón en lluvia ya es llegado el incierto invierno deshojado donde nunca escampa. Vale.


sábado, 12 de mayo de 2012

DEMENCIA SENIL


Todos los nocturnos se me van muriendo de frío, los otoños se extienden sin encontrar sus inviernos como sí el estío allá detrás se hubiera volado y la primavera subsiguiente fuera una llana incertidumbre. Se van, se vuelan, se diluyen los tiempos aciagos con sus pesadillas recurrentes y sus dolores instaurados, y también el canto de ola de esa noche de noctilucas, las luces lejos, la luna inmensa y amarrilla allá hacia el horizonte marino dejando el rastro de sus babas iluminadas sobre un mar quieto y desgarrado. Yo que vi el esplendor de la Rosa Celestial, que tuve en mi mano el cetro, la corona y la espada de amo y señor de mis territorios, rey instaurado y pequeño dios sobre mi entero Universo, vil y vicioso, debo ahora regirme por las azarosas pleamares de los inundados plenilunios. Yo busqué en ceparios y teterías los tóxicos licores que hacían los días distintos, los sumos y brebajes que no daban la inmortalidad pero sí convertían la vida en continuos oleajes de goces imprescindibles. Y encontré en esos rústicos encierros de vergüenzas las calles empedradas que daban al todo infierno con sus algarabías y cánticos de engaños, y en la última cloaca del espanto poseí la serena beatitud de la saciedad y el cansancio. Pero se van yendo los treinta y dos matices del amarillo otoñal, entre rojos, marrones y ocres, y caen las hojas y se vienen los nublados con sus vientos y sus pájaros entumidos. Se van, se vuelan, se esparcen las mañanas cargadas de las intensidades de la noche, huyen los perfumes con sus vahos perturbadores, los ojos en los espejos, la piel que fue silencio y las manos desveladas. Nadie más que yo, pescador y barquero, navegué costeando con el rumbo perdido sabiendo usar la brújula y el astrolabio, orzando en aguas bajas buscando encallar para saberme náufrago en los entornos de un determinado paraíso. Desafié con desdén la causalidad voluntaria y la casualidad indescifrable, las epifanías en las que los profetas, chamanes, brujos u oráculos interpretan ciertas visiones de un más allá inexistente, me rebelé ante las revelaciones insostenibles de la fe y la falacia circense de una justicia final. Por el entramado de los bosques, en las orillas vegetales de los ríos, a través de los caliches desamparados, se van resquebrajando los nocturnos encantados, se me van, se me vuelan, se me deshacen en arenas insómnicas las imágenes de un extraño sitio eriazo donde crecían grandes matas de zapallo con sus grandes hojas verdes y sus grandes flores amarillas, y eso era en mi infancia. Vale.


Imagen: “Perfecciones del otoño”, fotografía del autor.


viernes, 11 de mayo de 2012

Un Patio Vacío.

Un texto de Francisco Antonio Ruiz Caballero.

No hay ningún minotauro de cuernos colosales. Ni fuente preciosa de agua fresquísima. Ni limonero florecido. Ni estatua. Tampoco se asoma al patio ventana alguna ni celosía discreta permite una mirada. Es tan solo un patio vacío. No hay cadáver, ni fantasma, ni hormiga. No tiemblan diapasones cristalinos bajo un sol iridiscente. Ni mariposa se posa en su zócalo de mármol sin mancha. Quisiera tal vez tener un ladrido de perro rabioso, pero tampoco hay eso, ni se columpia el aire en la rama de ningún almendro florecido. No repta la sierpe de cascabel, ni crecen los cactus furiosos asesinando el aire entre sus pinchos. Tampoco hay un oculto farol rojo para alumbrarlo en las noches sin lunas. Ni bajo el suelo se esconde el esqueleto de una niña muerta. Ni siquiera lo han andado los pasos meditabundos de un loco. Ni ha temblado la hojarasca inexistente bajo las pisadas del curioso. No se abren arcos góticos para visitarlo. Es un patio cerrado. Sin vida. Quizás está exigiendo la percusión de un violín de plata para ocultar su desvergonzada y quejumbrosa desnudez. No hay maceta con aspidistra verde. Quizás está requiriendo el toque de una trompeta de rubíes. Pero el músico no llega. No llega tampoco el gato nocturno a atravesar la pared que lo separa del tejado vecino. Ni han anidado las golondrinas o vencejos. Pasan las nubes sobre su cuadratura inmaculada, y lo dejan mojado las lluvias que no fructifican. Pero no lo visita ningún niño de ojos verdes. Atruena el granizo, y al fundirse, la solitaria alcantarilla se traga el esfuerzo realizado. Podríamos llenarlo de dragones de fuego verde, podríamos llenarlo de panteras amarillas, o de caballitos rosas, que caracolearan fantásticos en sus poses de curvatura maravillosa, pero está vacío. Podríamos pintar sus paredes con una escena de fantasía celeste, o con el guarismo y algoritmo de una firma cúbica, pero sigue impoluto. He decidido que tengo que reformar este patio. Sembrar rosas o claveles o potos o jazmines. Intacto me parece lamentable. Quizás pudiera poner la maquinaria de un tren eléctrico, pero me parece muy infantil. Debiera de tener una sencilla fuente de agua transparentísima, que con el sol se desdoblara en espejismo y oasis. Lo visitarían las peligrosas avispas rayadas, negras y amarillas, macabras, que me dan bastante miedo, y las libélulas rojas y verdes. Debiera de noche sostener el solitario canto diamantino del grillo, toda la madrugada desnudo bajo las estrellas. Podría poner varias macetas con geranios rojos. Debiera de instalar un banco de mármol o de hierro junto a la fuente. Habría que hacer obras. La taladradora mecánica tendría que abrir un canal, para instalar las cañerías del agua. Sería complicado. Y plantar un níspero, o una morera. Un reloj de sol en una de sus paredes sería estupendo. Pero pasear yo solo sería triste. Bah, ahora no está mal, es como un grito en medio del desierto. En vez de sembrar flores podríamos sembrar cactus, son una imagen más íntima y verdadera de mi alma. Y la fuente podría ser renacentista o moderna. ¿Qué sería lo mejor?, una fuente con estatua, quizás la de un cerdo de bronce, como en Florencia, o un Minotauro echando agua por su boca, un Alien de acero y cristal sería demasiado caro. Una simple fuente de antigua iglesia, una simple pila bautismal bastaría, para que bebiesen los gorriones. Y luego instalar la música, una música suave, caleidoscópica, electrónica, zigzagueante. Bastaría para eso el grillo. Impertinente y maravilloso. Azul. Lástima de patio. Podría haber sido una maravillosa composición de adelfas negras, y es solo una mediocridad de músico fracasado. Lo anduve como un loco sonámbulo dormido y al despertar habían grabado a fuego en sus paredes la palabra “YERMA”.

miércoles, 2 de mayo de 2012

ARCAICAS PREMONICIONES


Esas cosas pudieron no haber sido.
Casi no fueron. Las imaginamos
En un fatal ayer inevitable.
"El pasado", Jorge Luis Borges

Como un beduino de ojos rasgados por el brillo de todos los soles de todos sus días en un desierto de desolación con el aire quieto de los cementerios abandonados en las pampas de las costras de caliche y los dominios de piedras negras. En la boca esa añoranza sórdida por el mecer de las ramas de los sauces arrastradas con insistencia de Tántalo por las acequias y los canales de su infancia tan lejana que su recuerdo es solo el recuerdo de recuerdos cada vez más antiguos que se convierten en meros esbozos de un paisaje, una imagen o un olor indescriptible. Gorgojeos de pájaros distintos en la fascinación de los verdes congregados en las zarzas moras antes de su firmamento estrellado de verdes iniciales, ácidos rojos y negros finales. El té con canela, el mate y el colapso de los juegos en el jardín o el patio, la extinción sucinta de la alba lechuza que sobrevolaba la casa en silencio absoluto cierta noches de primavera. El crepitar del brasero allá afuera en su incendio quántico de miríadas de chispas incandescentes y extrañas flamas azules. El péndulo de las estaciones con su anarquía protocolar que hacia llover sin aviso a mitad del verano y la luna nueva con sus cachos avisando como vendría el clima en un código atávico que solo la abuela sabía descifrar. Aprendiz de pirómano tristón ante la última sepultura, enfrentado al juego aleatorio de la muerte que se adhiere a los años como dentritas de hierro y manganeso o empegos de crisocola, irrisoria, pomposa, como el catafalco destruido de un rey sin castillo, reino ni territorios. El brocal del pozo de las aguas salobres allá en la isla del poeta y las sedosas ágatas resplandecientes, simientes de la roca pura acariciadas hasta el cansancio por las arenas y desperdigadas como joyas de naufragio por los oleajes sin misericordia. Barbitúrico o artimaña del tiempo en decadencia, impronta de un pasado posible y verosímil pero sin certezas, vuelos de pelícanos en ultramar, algarabía de gaviotas, gélido invierno marino que expande las carencias en su polifonía de rompientes y su euforia de espumas. Caracolas, botellas, mascarones, campanas sospechosas como el ancla oxidada que mira la mar con metálica nostalgia, y el verso habitual en su esplendor y dramaturgia, allí en la patria ingrata de los asesinos quemando libros que no entienden en su burda naturaleza de miserables traidores. La azucena colindante, acidulada, en su vertiente de voces inmortales en esas calles con geranios y altos pinos y cercos de maderas recién taladas. Vale.