“mientras la lluvia crecía como árbol inmenso sobre
los árboles.”
Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Gabriel
García Márquez, 1955.
Llueve, andarás
mirando la lluvia con tus ojos de penita buscando perdidas primaveras, y así te
voy pensando porque sé que la lluvia te traerá con tus tristezas arrinconadas
bajo los árboles casi sin hojas de una plaza vacía o bajo los aleros de una
calle larga como tu silencio donde el agua va goteando y goteando un cielo
vertical de fríos cristales incesantes. Y veré otra vez agradecido la dulce
melancolía de tus ojos que hace estremecer el alma dormida de este viejo macho
solitario. Ahora la lluvia, por ti, posee otra circunstancia, una tenacidad más
hiriente, un desamparo más intenso y una nostalgia como de infancia en un patio
grande con sus charcos reflejando los pájaros entumidos cruzando oscuros
nubarrones. Y las gotas atrapadas en los vidrios de las ventanas escurren con
la misma lentitud de la tarde lluviosa que se va embancando en el jardín de los
rosales con sus pétalos de todos colores derramados sobre la grama verde que
exhala ese olor de tierra mojada que acumula en su cuenco las reminiscencias de
todas las lluvias vividas y por vivir. Los chasquidos de las goteras en el
patio van configurando las detalladas memorias de tu rostro, el mismo rostro
triste que me trajo la lluvia, que se dibuja y desdibuja en desolación según
los monótonos ciclos del aguacero. Llueve, caminarás de vuelta a tu casa
mirando los pedazos de cielo otoñal encarcelados en las pozas de la calle
buscando las negadas estrellas, los hilos enredados de tus sueños, el borde del
año que se te paso sin meses ni semanas, y fue no más que unos pocos días
asustados por los ruidos de la lluvia. Arriba, en las salientes de los tejados
las guirnaldas de gotitas de cuarzos transparentes te van adornando como a una
virgen ensimismada, sagrada e intocable, dueña y señora de sus propios
desconsuelos. Irás esquivando somnolienta los meandros de los ríos de juguete
en medio del escándalo de las palomas anegadas, con la lluvia repicando en el
asfalto como si todos los otoños lluviosos confluyeran en ese único lugar, en
esa isla sin marejadas ni oleajes donde todos los matices del verde se abocan por
estos días a ser amarillos, ocres, rojos y marrones en los follajes orilleros
del río de las aguas del deshielo. Solo en el descampado de tu corazón en
lluvia ya es llegado el incierto invierno deshojado donde nunca escampa. Vale.
En la vida ,como en la lluvia se van esquivando deseos, miradas,caricias,ansias infinitas en la creencia de que la soledad es una solucion,a veces lo es pero el alma siempre busca una choza donde los murmullos delatan esa compañia que es imposible de evitar....Amor.
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ResponderEliminarVagar tejiendo sin cesar el misterioso encanto de la lluvia el aroma y color de la humedad que silenciosa se acomoda en los recovecos que la ropa y el alma sustentan en un delirante frenesí libertario.Mirarse en cada charco reconociéndose parte del todo y a la vez jugar con el gris algodonoso del cielo que invita a navegarlo danzando con las ausentes gaviotas, mientras una gota se desliza por el tobogan de las pestañas rio abajo en las mejillas hasta tocar la comisura de los labios palparla con la lengua y soñar agradecer recrear...
ResponderEliminarGracias por la profunda riqueza que trasmites a los sentidos y al alma.
Mariangeles
Adoro esto,tus letras adoro todo lo que venga de un poeta amigo que ya no quiere nada de mi.Te extraño mucho ,mucho.
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