miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL GRAN CONFIN

…escuchad el sonido quebradizo de la sal viva, sola en los salares: el sol rompe sus vidrios en la extensión vacía y agoniza la tierra con un seco y ahogado ruido de la sal que gime. “El desierto”, Pablo Neruda.

Hasta que finalmente no haya cielo sino Desierto de Atacama y todos veamos entonces nuestras propias pampas fosforescentes carajas encumbrandose en el horizonte. “El Desierto de Atacama II”, Raul Zurita.

El camino era arduo de vientos y arenas, de calcinadas piedras negras desperdigadas en una divisoria de aguas sin agua, desértica, seca, con una extensa soledad amarillenta u ocre, de leves rojos, rojizos, púrpuras lejanos y sales sucias y horizontes quebrados. Nubes de polvo bailaban sus danzas helicoidales dispuestas en un azar de guijarros y colinas desnudas. El rito de la queja, la sinfonía, el solo de fagot de la ventolera ululando por entre las quebradas resecas, sedientas, empolvadas por milenios de chusca invisible revoloteando los siglos y los albores. Los volcanes en su perversa altura y distancia, en su línea de nieves reverberando en el aire calido más allá del infierno de los pirquenes y de los laboreos incas en su cosecha de turquesas. Lajas y pircas en la aguada y la vegetación dura, sobreviviente, bebiendo atrapada de los charcos subterráneos, esos verdes opacos y escasos, de raíces endurecidas de esperar las lluvias de la milenaria, la densidad fresca de la camanchaca y la noche que parece húmeda en su frescor quieto y ciego. El camino se alargaba bajando por un tedio de leguas eternas, subiendo a contraluz de un mediodía furioso como un yunque, caracoleando por entre las rosadas ignimbritas canteadas por las ráfagas y la fragua incesante del nocheidia. Un rumor de poniente indeciso, las sombras largas contra el caliche, las primeras estrellas confundidas entre el azul muy oscuro del cielo sin luna y el relieve de negro terciopelo de la pampa, el nocturno declarado con las luces de las salitreras abandonadas y de las lamparitas de los fantasma extraviados detrás de las carretas cargadas con las costras de nitratos. Más abajo, el callejón de luces rojas de los prostíbulos de las meretrices de las copas siempre vacías y las fragancias de pachulí y los aliento de menta ingenua. El camino poseía la serena infinitud de lo irracional, de los mapas de otros territorios, de las cartas de los suicidas y del catalogo de los rubores de los atardeceres marinos, solo que allí no había mar ni noctilucas en los oleajes, sino grietas de resecación en las arcillas y el brillo mate del barniz del desierto en los cantos rodados. Allí, contra la coronación y el estupor, en las huellas de los saurios extinguidos, entre las flores de amatista y calcedonia, en la grama de crisocolas y malaquitas, en las vertientes cristalizadas de las ágatas bruñidas por el finísimo recebo dispersado por los años grandes del torbellino del horno de Inti. Aridez, desolación, silencio. Calor y polvaredas, sed, sudor y hastío, eso fue para mí el infinito desierto de Atacama.

lunes, 19 de septiembre de 2011

NOSTALGIAS DEL ERODIUM CICUTARIUM

Volverás a un sitio eriazo de grandes y amarillas flores de zapallo y de los pálidos amarillos de los yuyos, abandonado a los juegos de otros niños y los volantines que anunciaban primavera. Desde ese lugar entrarás en los felices tiempos atesorados en esa única fotografía de blancos, negros y grises, con la jaula de los conejos y un irreconocible horizonte sin esquinas ni casas ni gentes. Entonces volverás a una plaza en ese ayer solitaria, silvestre, con su imponente encina y sus bellotas pequeñas de brillante color madera. Y abajo a ras de tierra agazapados los rosados alfilerillos (i). Debieron haber dientes de león, senecios y corrihuela, y bolsita del pastor (ii) con sus corazoncitos aplastados surgiendo tímidos de las florcitas blancas con pequeñas líneas rojizas, pero lo que aun persiste en la visión atemporal de aquellas maravillas son esos misteriosos relojitos vegetales. Y en la plaza verás a la abuela cortando esos rosetones terrestres y verdes para los conejos que tu memoria no guardó encandilada por las infinitas exploraciones de un niño ante el Universo del jardín y las calles polvorientas de una patria antigua, y el asombro de los remotos recovecos de los viajes a la Virgen del Pilar, alta dama enquistada en la evocación de una infancia eterna y consagrada. Todo era verde entonces, Dios tenía Cielo y el ciruelo florecía. Volverás después a esa plaza adolescente de verde grama, pasto tierno, a la sombra y agua mansa, a jugar partidas de axedrez y ver pasar las vírgenes intocables. Cruzaras un día esa misma plaza sin glorieta ni flores de la mano de la maga en el esplendor de sus buenos años. Todo era azul entonces, oscuro en el terciopelo de la noche y brillante en el mar pétreo de Isla Negra. Se te cerró una puerta, se alzó un muro, solo quedan la encina, la alta dama coronada y para siempre la dulce cercanía de la maga. No volviste nunca a cortar hierba para los conejos, a ver las flores amarillas de zapallo o a oler la fresca noche bajo el ciruelo. Aun de vez en cuando ves senecios y corrihuela con la nostalgia declarada, y las bolsitas de pastor con que juega tu nieta son hoy por hoy venerables recurrencias del pasado. A esa plaza de la abuela y las bellotas ya no volverás más que de paso, rodeándola vertiginoso en estos tus años de desamparo, en un ahora destinado a la soledad, a la torpe negación y a una ensimismada renunciación que desgasta o degrada. Todo es gris ahora, la pena que emborrona los recuerdos y la turbiedad borrosa del olvido. Vale.

Notas botánicas.-

(i) Erodium cicutarium. Aguja de pastor, aguja de vaquero, aguja española, agujas, agujas de pastor, agujas de vaquero, agujas españolas, agujón, alfelitero, alfiler, alfiler de cigüeña, alfileres, alfileres de cigüeña, alfileres de pastor, alfilericos, alfilerillo, alfilerillo de pastor, alfilerillos, alfileritos, alfilerón, alfilerones, alfileta, alfileteros, alfinelera, cabeza de pájaro, cigüeña, cigüeñuelo, espetones, fileres, hierba de la coralina, mata de alfileres, peine de bruja, peine de brujas, peine de Venus, perejilón, picocigüeña, pico de cigüeña , picos de cigüeña, reloj, relojes, relojicos, relojito, relojitos, tenedores, tintones, yerba de la coralina, zapaticos de la Virgen.

(ii) Capsella bursa-pastoris. Bolsa del pastor, bolsa de pastor, botella, botilla, cucliyo, devanaera, devanaeras, herba dos dentes, hierba del cangrejo, hierba del carbonero, jamargo, jaramago, jaramago blanco, jarilla, mostaza, mostaza salvaje, mostuezo, pajito blanco, pamplinas, pan de pastor, pan de queso, paniquesillo, paniqueso, panquesillo, pan y lechuga, panyquesillo, pan y quesillo, pan y quesito, pan y quesito blanco, pan y queso, pata de gallo, pimpájaros, quesillos, rabanete, rabaniza, sanguinaria, zurrón, zurrón de pastor.

viernes, 16 de septiembre de 2011

LAS NAVES DEL ALMIRANTE (Segunda versión. * )

“y más allá del acorazado, fondeadas en el mar tenebroso, vio las tres carabelas.” El Otoño del Patriarca, Gabriel García Márquez, 1975.

Y ahí estaban con sus velas del color crudo del lienzo en que estaban hechas y las cruces rojas para distinguirse de los barcos de piratas y de los del imperio del turco. La Niña, carabela de Juan Niño, La Pinta, carabela de un Pinzón y de Quintero y la nao Santa María, nombrada así en honor y gloria de la Virgen de La Rábida, Santa Maria de los Milagros, que encalló después en la costa norte de La Española, la isla que los taínos llamaban Haití, y con sus maderos se construyó el primer fuerte en esta América mancillada. Ahí, a la gira, carcomidas por los gusanos de barco, con sus palos inertes y sus velámenes raídos, y sus cordajes deshilachados de tanto Atlántico sin ver tierras de las Indias y noches iluminadas por los fuegos de San Telmo. Cansadas de navegaciones y sueños del genovés inspirado, soñador de dudoso origen y embaucador de guerreras reinas católicas, pero varón ilustre y distinguido. Fondeadas en esas aguas tibias en medio de tiburones y medusas estaban La Santa Maria y La Pinta cada una con su cebadera, su trinquete, su gavia y su mayor, y atrás su mesana drapeando, sus obenques y su bauprés, La Niña con la mar meciendo sus maderas de pino y chaparro con sus dos velas cuadradas y su mesana. Recordó el antiguo monumento inútil en un lugar de cuyo nombre no quería acordarse porque sus huesos de varón, de entre 50 y 70 años, sin marcas de patología, sin osteoporosis y con alguna caries, mediterráneo, medianamente robusto y de talla mediana estaban repartidos entre un suntuoso catafalco en la Catedral de Sevilla y una caja de plomo en la Catedral de Santo Domingo. Olió la brisa que le traía la sensación de la sal marina atrapada en las neblinas que levantaban los oleajes en los roqueríos de las loberas, y volvió a recordar que hacía treinta años las vio llegar, imponentes y extranjeras, entre el bullido de caribes y gaviotas asustadas. Y vio por primera y ultima vez al almirante, virrey y gobernador de las islas y tierra firme de las Indias descubiertas y por descubrir, hincado rodilla en tierra nueva agradeciendo a un dios invisible el haberlos salvado de las penurias de un viaje incierto coronado por el descubrimientos destos territorios equivocados. Y en el reflejo del vidrio cuarteado del ventanal de la sala de mapas vio el rostro barbado del descubridor, navegante, cartógrafo, almirante, virrey y gobernador general de las Indias al servicio de la Corona de Castilla tal como lo había reconocido en la pintura de la Virgen de los Navegantes de Alejo Fernández que pudo ver y tocar con veneración y escondido en la Sala de los Almirantes en los Reales Alcázares de Sevilla. Lo atragantó la nostalgia de las islas y archipiélagos dormidos, vírgenes y felices antes de la llegada de los godos, y suspiró aliviado al ver la tenue luminosidad del horizonte con las siluetas de las tres carabelas al trasluz del primer amanecer en esta la mar del Almirante.

* A la manera de don Francisco Antonio Ruiz Caballero.

LAS NAVES DEL ALMIRANTE

Y ahí estaban con sus velas del color crudo del lienzo en que estaban hechas y las cruces rojas para distinguirse de los barcos de piratas y de los del imperio del turco. La Niña, carabela de Juan Niño, La Pinta, carabela de un Pinzón y de Quintero y la nao Santa María, nombrada así en honor y gloria de la Virgen de La Rábida, Santa Maria de los Milagros, que encalló después en la costa norte de La Española, la isla que los taínos llamaban Haití, y con sus maderos se construyó el primer fuerte en esta América. “De modo que volvió al dormitorio, abrió la ventana del mar por si acaso descubría una luz nueva para entender el embrollo que le habían contado, y vio el acorazado de siempre que los infantes de marina habían abandonado en el muelle, y más allá del acorazado, fondeadas en el mar tenebroso, vio las tres carabelas.” La Santa Maria y La Pinta cada una con su cebadera, su trinquete, su gavia y su mayor, y atrás su mesana drapeando, sus obenques y su bauprés, La Niña con la mar meciendo sus maderas de pino y chaparro con sus dos velas cuadradas y su mesana. Recordó el antiguo monumento inútil en “el promontorio de granito del mausoleo vacío del almirante de la mar océana con el perfil de las tres carabelas que él había hecho construir por si quería que sus huesos reposaran entre nosotros”. Olió la brisa que le traía la sensación de la sal marina atrapada en las neblinas que levantaban los oleajes en los roqueríos de las loberas, y volvió a recordar que hacía treinta años “había hecho construir una tumba de honor para un almirante de la mar océana que no existía sino en mi imaginación febril cuando yo mismo vi con estos mis ojos misericordiosos las tres carabelas fondeadas frente a mi ventana”. Y en el reflejo del vidrio cuarteado del ventanal de la sala de mapas vio el rostro barbado del descubridor, navegante, cartógrafo, almirante, virrey y gobernador general de las Indias al servicio de la Corona de Castilla tal como lo había reconocido en la pintura Virgen de los Navegantes de Alejo Fernández que pudo ver y tocar con veneración y escondido en la Sala de los Almirantes en los Reales Alcázares de Sevilla. Suspiró aliviado al ver la tenue luminosidad del horizonte con “el anuncio secreto de un amanecer feliz en que iba a abrir la ventana de su dormitorio y había de ver de nuevo las tres carabelas del almirante de la mar océana”.


Notas.-

1.- Los párrafos entrecomillados pertenecen a “El Otoño del Patriarca” de Gabriel García Márquez, 1975.

2.- "Yo entré a vuestro servicio cuando tenia la edad de veintiocho años. Hoy no poseo un cabello que no esté blanco. Mi cuerpo está gastado. Yo he consumido todo lo que me quedaba después de haber vendido mis bienes. Se le arrebató todo a mi hermano, sin que se nos oyera e interrogara, con grande deshonor para mí. Hay que creer que todo esto no ha sido hecho por orden de Vuestras Altezas. Estoy abandonado. Hasta el presente yo he llorado sobre otros. Ahora... que el cielo tenga misericordia de mi y que la tierra llore sobre mis desgracias. Desde el punto de vista material, yo no poseo una moneda para dar a la ofrenda. Desde el punto de vista espiritual, he llegado a las Indias, aislado con mis meditaciones, enfermo, esperando la muerte de un día para el otro, rodeado de un millón de salvajes crueles que nos hacen la guerra, alejado de los Santos Sacramentos, de la Santa Iglesia que olvidará mi pobre alma, si ella abandona aquí mi pobre cuerpo. Quienes tengan sentido de la caridad, de la bondad y de la justicia, lloren por mi. Yo no emprendí este viaje y esta navegación para ganar honores ni riquezas. Hace mucho tiempo que la esperanza de tales ventajas ha muerto en mí. Yo no puedo mentir. Suplico humildemente a Vuestras Altezas, si le place a Dios sacarme de aquí, que me permitan ir a Jerusalén, como a otros lugares de peregrinación." Carta de Cristóbal Colón a los Reyes de España, firmada en Jamaica el 7 de julio de 1503.

martes, 13 de septiembre de 2011

TRANSEÚNTE

Anduvo por los riscos de la soledad extrema, dubitativo, sin quejarse, caminó las leguas de los arcanos, los senderos donde el olvido va dejando en la piel un polvillo azul brillante que se mete en los poros y hace ver las mismas visiones que volvieron loco a Pascal ante un Universo que le parecía tan inmenso e inexplicable que abandonó las matemáticas y la física para dedicarse a la filosofía y a la teología. Recorrió los bordes de los abismos del desengaño, hundió sus pies en el barro de penumbras que rodeaban Tenochtitlan, las albuferas de aguas salobres de la Mar Chica de al-Magrib y las infinitas extensiones de la tundra de suelos pantanosos cubiertos de musgos y líquenes y turberas del Artico ruso. Huía, ultimo vástago de una estirpe de santos y ermitaños, del tumulto, de las voces de las calles, del afán inútil y la esperanza vana, huía de los demonios de mil caras afables y cuatro mil tentáculos ponzoñosos, huía de la sonajera, del carnaval destemplado detenido en la ultima copla como si el canto hubiera enfurecido a los dioses y estos, cerrando los ojos, hubieran dejado de pensarnos para siempre. Se cobijó en las cuevas habitadas de murciélagos milagrosos de alas iridiscentes y cuerpos transparentes, se sumergió en un profundo bautismo esencial donde vislumbró en la lejana turbiedad abisal el nado silencioso y milenario de los celacantos. En una breve temporada de largos días lluviosos tradujo los textos canónicos de una religión sin dios que recomendaba el desapego y la saciedad para lograr la iluminación. Días hubo en que se dejó llevar por la desidia y aprendió el goce del ocio cultivando nopales y criando gorriones sin enjaularlos. No miraba el cielo para no emborracharse con la falacia de un Creador omnipotente ni maravillarse de sus celestiales maravillas, además porque llegó a saber que la tanta grandeza del Universo era más coherente con un politeísmo desaforado que con un monoteísmo ególatra. Cuando sintió que su viaje terminaba frente a una escollera que separa dos mares, uno azul profundo y otro verde somero comenzó el regreso por los mismos caminos, senderos y huellas, hasta que reconoció el cotidiano trivial, los frívolos atardeceres y las noches vacías, y ahí supo que había vuelto al risco de la soledad extrema, y entonces anduvo tres días más y se detuvo. La última vez que lo vieron estaba cavando un pozo para regar sus nopales y dar de beber a sus gorriones.

Imagen: Escultura “El caminante”, bronce, 1985, de Juan José Eguizabal, ubicada en Plaza del Arca, en el País Vasco, Álava, Vitoria-Gasteiz.

domingo, 11 de septiembre de 2011

DE TUS VETUSTAS E INCIERTAS GEOGRAFIAS

Para la Maga, soberana.

Te me pierdes, te me ocultas en los rincones de las horas, en las vehemencias de ígneos batolitos, entre geografías hirsutas e inciertas, mas allá del pasado congelado, mas acá del futuro, casi de cara al día, pero secreta, inaccesible, muda a los albores de las entumidas madrugadas, quieta a las enrojecidas declinaciones solares, al viento arrachado y al sopor de la mediatarde. Te me ausentas, te me escapas, te me fugas por los intersticios que deja la lluvia en los vetustos ladrillos de un muro sin ventanales ni puertas. Abundas en silencios brumosos, en soledades escarchadas, en vigencias sin luna, abundas en tus vísperas sin geranios ni almendros florecidos. Limitas al norte con una oscura certidumbre, habitas, naufragas, desapareces de ti, de mi estropicio de canto que no te llega ni toca ni seduce, muerto entre tus dedos en el afán de alcanzar a verte a la vuelta de una esquina o en los espejos rotos. Fantasma y atisbo de musgo en los rincones donde el invierno pervive escondido, como tú, de la abrumadora primavera. Te me disuelves en una ceremonia de altos jazmines, y así disuelta te me esparces entregada a tus rondas de niña, a la delicadeza de una calle honda hacia lejos, te me disgregas entre las piedras lavadas por la neblina persistente de los tangos aprendidos de memoria mientras te espero. Te esperaba ayer desde anteayer, sumergido, como tú, en la insistencia de tu barrio, de tu casa antigua donde florecían los mismos geranios y los mismos almendros. Te me encierras en castillos de arena, de naipes, de sillar canteado, alzas tu arrogancia de vestal intocable, te me haces inexpugnable y laberíntica, te me escabulles por las junglas y las estepas, adormecida. Cavilas, divagas, poetizas sobre témpanos, sobre arenales calcáreos, sobre catacumbas, tocas las cosas para que se me desaparezcan, como tú, de la mesa, los tejados y los altares. Acometes el suicidio del otoño con tus manos llenas de desahuciado polen amarillo, elaborando un martirologio de hojas secas y ramitas quebradas como si fuera una penitencia de insectos invernando. Te me extravías buscando sur donde yo no esté cavando túneles en tu corazón de turquesa, ni cultivando para ti rosadas clavelinas en el desaparecido jardín de mi madre, ni seduciendo en sueños tu boca con tímidos besos incautados. Bruñes los bronces que encierran los azogues que te me reflejan en ausencia, engarzas perlas negras, rubíes sangre de paloma, y diamantes rojos para tu invisible corona de reina imposible en mi reino de tristes metales. Inalcanzable, te me vas yendo siempre hacia los lejanos horizontes de zarzamoras de mi infancia. Vale.

viernes, 9 de septiembre de 2011

ATREVIMIENTOS

Atrévete, busca en los socavones de tus húmedas pesadillas las huellas de tus demonios, las marcas de garras en los muros, el lenguaje de la sal apelmazada en las grietas, el resplandor imposible de las luciérnagas subterráneas. Abre las jaulas de los pájaros de las fantasías escondidas y los sueños estremecidos, deja que rompan con sus vuelos las telarañas del miedo, los líquenes colgantes donde anidan brillantes y coloridos insectos, las raíces de las orquídeas epifitas que perfuman las penumbras de tus ojos y los zarcillos de las viñas donde haces la vendimia del insomnio. Navega en las espumas de los rompientes de todos los mares que circundan las islas de tus fugas y regresos. Indaga en las palabras enterradas en el jardín donde sabes las instancias del rocío y de las libélulas por los códigos perdidos. Atrévete a abrir, a navegar, a indagar, a buscar las luces y las sombras, los monumentos derrumbados de tus memorias, las estatuas blancas en mármol que soportan las fuentes de las aguas que cantan los zumbidos de las abejas. Cataloga los fragmentos de los fósiles abandonados y las ruinas de un pasado equivoco que poseen las claves de tus destierros. Urge tus imaginarios para desenterrar los mapas de tu infancia, las cartas astrales de tu adolescencia y los geoglifos de tu vida incesante. Desguaza tus naves naufragadas, destruye los templos con sus ídolos y sus vitrales, borra las pisadas ajenas en las arcillas de tus recuerdos y escribe en otro idioma todas tus biografías. Cataloga y urge, desentierra o desguaza, destruye y borra, pero siempre con el verbo atrevido como una azada o una guadaña. Desata ese cúmulo de palabras entrelazadas para que digan lo que no dicen, y aten y desaten esa luz violeta dorada que fosforece en el oleaje de tu nocturno marino. Explora en las charcas de los bivalvos, de los caracoles de agua y los peces atrapados, por las icnitas de los dinosaurios que pisaron el barro primordial. Decanta los sedimentos, imagina los plegamientos terrestres y la erosión de los antiguos parajes que miraste asombrada una tarde con el ocaso acechando. Excava las tumbas abandonadas, atrévete a hundir tus manos en el vocabulario de los reptiles, descifra el rastro de tus propios pasos en las arenas del tiempo. Desata, explora y decanta. Imagina. Excava, hunde o descifra los signos, los símbolos, las imágenes que acuden a ti como ebrios dragones. Solo atrévete. Vale.

CADENCIA DE AMANTES MADUROS

Cómo hablar del amor y de los que se aman sin parecer cursi?. Luis Castellanos (i)

El roce de una piel entristecida, cadencias. Arpegios desolados de una música antigua, perdida. Trémulas caricias, ritmos y estremecimientos de una sinfonía secreta. La intimidad, la cercanía, el sosiego de una tarde. La sensualidad de una respiración tan cerca que quema el incienso del aliento. Que arde en los poros abiertos, en las cicatrices, en el boato de la noche que se viene. Soñadores negados, sacrílegos. Vértice, convergencia, simbiosis. Vórtice donde las manos asumen las turbulencias del deseo. Sima. Faro, túmulo, campanario, minarete donde el muecín llama a profanas oraciones. Cima. Piel contra piel ensimismadas en una disonancia compartida. Bocas en sus hambres arcaicas, en la sed de besos, de mordiscos, de lenguas trabadas en un juego de salivas, dientes salvajes rebuscándose, encendidos. Un lecho que es finas arenas, mullidas gramas, suaves sedas de celestinas mariposas. Los cuerpos en arcos y tensiones, reptando por un calido desierto de suaves dunas de sedas. El contacto de una piel entumecida, cadencias. Un obituario con rostro de doncella triste, con ojos turbios de mancebo de mirada lasciva. Las exequias, las mascaras funerarias, los cálices y el aroma del sudor que perlaba una frente, perfumes vagabundos sumergidos en el vaho de una ávida profanación. Flores aprisionadas en un libro como una mariposa cristalizada sin memoria ni vuelo. El tacto de una piel estremecida, cadencias. Alta cúpula con amaneceres y crepúsculos donde las gaviotas y los albatros juegan una voluptuosa danza babilónica. Penumbras de tragacanto, densidad, espesura, consistencia de cuerpos embebidos en sus propios licores, brebajes orgiásticos destilados de hondas ternuras. Vendimia clandestina de oros y cristales. Blasfemos, apostatas envilecidos. Laberinto de impúdicas lombrices, doradas simientes retorcidas, coloides cuajados, dulzuras de una tarde con el sol detrás de los cortinajes en un atardecer de azafrán y magnolios. Territorios demarcados en mullida alfombra, copas vacías, almohadones, dulces silencios impuestos por un dedo en los labios. Desconciertos. Vértigos de acantilados, continuos fragmentos de un éxtasis inefable, osarios florecidos por las aguas salobres de la breve castidad sometida. Afanes. Mordidas estridencias, susurros. Incautaciones. La intensa percepción del espanto del dolor de la pérdida. Astrágalos, rotulas e isquios, xifoides, hioides y vómeres, metacarpianos, nudos o mástiles, soterrados trebejos de un axedrez de un solo escaque. Veneraciones. Serena permanencia de una cauta tibieza. Herejes, excomulgados perjuros. Sátiro impaciente y altanera meretriz, amantes furiosos ante el vitriolo de la oscura mancebía y el desolado concubinato. Denso y lento frote de piel sobre piel en la sagrada cadencia nocturna. Habitantes indolentes de aquel ardiente y cotidiano paraíso. Vale.

(i) http://reflexionesdiarias.wordpress.com/