viernes, 16 de septiembre de 2011

LAS NAVES DEL ALMIRANTE

Y ahí estaban con sus velas del color crudo del lienzo en que estaban hechas y las cruces rojas para distinguirse de los barcos de piratas y de los del imperio del turco. La Niña, carabela de Juan Niño, La Pinta, carabela de un Pinzón y de Quintero y la nao Santa María, nombrada así en honor y gloria de la Virgen de La Rábida, Santa Maria de los Milagros, que encalló después en la costa norte de La Española, la isla que los taínos llamaban Haití, y con sus maderos se construyó el primer fuerte en esta América. “De modo que volvió al dormitorio, abrió la ventana del mar por si acaso descubría una luz nueva para entender el embrollo que le habían contado, y vio el acorazado de siempre que los infantes de marina habían abandonado en el muelle, y más allá del acorazado, fondeadas en el mar tenebroso, vio las tres carabelas.” La Santa Maria y La Pinta cada una con su cebadera, su trinquete, su gavia y su mayor, y atrás su mesana drapeando, sus obenques y su bauprés, La Niña con la mar meciendo sus maderas de pino y chaparro con sus dos velas cuadradas y su mesana. Recordó el antiguo monumento inútil en “el promontorio de granito del mausoleo vacío del almirante de la mar océana con el perfil de las tres carabelas que él había hecho construir por si quería que sus huesos reposaran entre nosotros”. Olió la brisa que le traía la sensación de la sal marina atrapada en las neblinas que levantaban los oleajes en los roqueríos de las loberas, y volvió a recordar que hacía treinta años “había hecho construir una tumba de honor para un almirante de la mar océana que no existía sino en mi imaginación febril cuando yo mismo vi con estos mis ojos misericordiosos las tres carabelas fondeadas frente a mi ventana”. Y en el reflejo del vidrio cuarteado del ventanal de la sala de mapas vio el rostro barbado del descubridor, navegante, cartógrafo, almirante, virrey y gobernador general de las Indias al servicio de la Corona de Castilla tal como lo había reconocido en la pintura Virgen de los Navegantes de Alejo Fernández que pudo ver y tocar con veneración y escondido en la Sala de los Almirantes en los Reales Alcázares de Sevilla. Suspiró aliviado al ver la tenue luminosidad del horizonte con “el anuncio secreto de un amanecer feliz en que iba a abrir la ventana de su dormitorio y había de ver de nuevo las tres carabelas del almirante de la mar océana”.


Notas.-

1.- Los párrafos entrecomillados pertenecen a “El Otoño del Patriarca” de Gabriel García Márquez, 1975.

2.- "Yo entré a vuestro servicio cuando tenia la edad de veintiocho años. Hoy no poseo un cabello que no esté blanco. Mi cuerpo está gastado. Yo he consumido todo lo que me quedaba después de haber vendido mis bienes. Se le arrebató todo a mi hermano, sin que se nos oyera e interrogara, con grande deshonor para mí. Hay que creer que todo esto no ha sido hecho por orden de Vuestras Altezas. Estoy abandonado. Hasta el presente yo he llorado sobre otros. Ahora... que el cielo tenga misericordia de mi y que la tierra llore sobre mis desgracias. Desde el punto de vista material, yo no poseo una moneda para dar a la ofrenda. Desde el punto de vista espiritual, he llegado a las Indias, aislado con mis meditaciones, enfermo, esperando la muerte de un día para el otro, rodeado de un millón de salvajes crueles que nos hacen la guerra, alejado de los Santos Sacramentos, de la Santa Iglesia que olvidará mi pobre alma, si ella abandona aquí mi pobre cuerpo. Quienes tengan sentido de la caridad, de la bondad y de la justicia, lloren por mi. Yo no emprendí este viaje y esta navegación para ganar honores ni riquezas. Hace mucho tiempo que la esperanza de tales ventajas ha muerto en mí. Yo no puedo mentir. Suplico humildemente a Vuestras Altezas, si le place a Dios sacarme de aquí, que me permitan ir a Jerusalén, como a otros lugares de peregrinación." Carta de Cristóbal Colón a los Reyes de España, firmada en Jamaica el 7 de julio de 1503.

No hay comentarios:

Publicar un comentario