sábado, 14 de noviembre de 2015

VERTIDO SERA EL SILENCIO


“Con su linealidad dispersiva, preocupada en ir a todas partes, la poética neo-no-barroca impulsa su unidad en la fragmentación, en las lecciones de distracción carentes de objetividad, en su constante recurrir a la impersonalizacion del sujeto autoral.” Neo-no-barroco o barroco: Hacia una perspectiva menos inexacta del neobarroco. Eduardo Espina, Abril 2015.

Fulguraciones del pasado que se quedó enquistado en un desierto de pasos lentos que guarda las huellas milenarias en un caliche quebradizo, o sumergido en un mar lejano de barcos anclados al pairo en la rada de cormoranes y pelícanos rasantes sobre las albas espumas, profundas perturbaciones de la realidad que convergen en ilusorias dimensiones atemporales, en la oquedades que van quedando en las horas de ocio o somnolencia. La temporalidad se bifurca en el destello continuo del ahora que acontece cuántico y palpable, sin futuro posible, sin tentaciones ni premoniciones, sin ni siquiera tenues expectativas, y en la algarabía de un ayer de sensaciones perdidas u olvidadas en el trasiego de las memorias demasiado transitadas. A contraviento del tiempo con sus horas marcadas, de los soles que giran establecidos en su propia indiferencia, y del eco o reflejo que devora con repeticiones y olvidos, en los hábitos del contraluz parpadean perennes imágenes que perduran en su sencilla latencia como el musgo en el muro de adobes que espera paciente el invierno para recobrar sus breves esmeraldas. Un vaho de nostalgia asume entonces el poniente, rabiosos arreboles acorralan el enjambre de dudas insolubles y circunstancias equivocadas. En lontananza el negro velero de la noche cursa los oleajes atardecidos del negro mar de las lunas con su único navegante; un arcángel enfurecido que vocifera de pie en la proa salpicado de espumas refutando la divina voluntad. Torvo el oscuro disemina sus semillas en un crepúsculo de estrellas congeladas antes que retornen las sombras de las sombras caminando extraviadas por los senderos de las consabidas penumbras, como ágatas antiquísimas encapsuladas en sus sedosas perlecencias, como los matices texturales de los crisoberilos en color verde amarillento y sus pervertidos brillos vítreos. Las calles del barrio se vacían apenas el ocaso se deshace en las fuliginosas honduras, sobreviene entonces un vasto silencio urbano que no alcanza a plagiar la húmeda monotonía de las lucecitas tristonas de los faroles engarzados en los brumosos follajes. Un nocturno milenario va cargando de monotonías el insomnio, el sujeto, inmerso en esa densidad oblicua, sigue extraviado en sus caóticos pensamientos, ensimismado, solitario, sin la urgencia del ahora que se deshace, arena o ceniza, en ese tupido intervalo de tiempo. Sabe, y eso lo conforma o a lo menos atenúa sus agobios, que hacia el fondo del bosque se iniciará al alba el misterio de la pequeña y secreta felicidad de volver a oler el lejano perfume de la madreselva.