viernes, 31 de diciembre de 2010

IL BAROCCO, LE BAROQUE, EL BARROCO

“Nuestra apreciación del barroco americano estará destinada a precisar: primero, hay una tensión en el barroco; segundo, un plutonismo, fuego originario que rompe los fragmentos y los unifica; tercero, no es un estilo degenerescente, sino plenario,…” (i).

Proliferaciones insensatas, búsquedas inversas, diversas y perversas, incontinencias verborreicas, adjetivaciones extremas, minuciosas, descaradas. Manierismos decimonónicos, repeticiones machacantes, cursilerías de carnavales paganos y de romerías marianas. Excesos. Detalles y fragmentos fuera o dentro de contexto, desordenes y paradoxas. Inestabilidades verbales. Tautologías infantiles, elipsis, enumeraciones inusitadas o alephicas. Humo, hojarasca. Adjetivos que modifican, disgregan o califican los sustantivos heroicos, las cosas innecesarias, los seres intranquilos, las almas concretas de los meros objetos. Asombros. Imaginarios desbocados, desaforados, desquiciados. Palabras secretas, cifradas, palabrotas de puertos, de lenocinios, de mansiones versallescas, verbos desafiantes, bizarrías. Prisma de infinitos colores, catalogo de texturas, abigarradas colecciones geológicas, entomológicas, gemológicas, microscópicas o museológicas. Artículos necesarios, pronombres codificados, abundancia de preposiciones, adverbios triaxiales, nunca interjecciones y demasiadas conjunciones. Reinas de barajas, palitroques condecorados, príncipes bastardos. Exploraciones diccionaricas, ruidos gramaticales, tumultos retóricos. Desestibaciones. Invenciones, desbordes, torrentes en verbigracias, flujos de pensar florido. Medusarios, galaxias y paradisos, artificios, artesanías, arteros arqueros, arcontes apátridas. Herejías y sacrilegios, obviedades lingüísticas. Miméticas. Deformaciones poéticas y arbitrarias de la realidad, metáforas sobrecargadas, imágenes hermosas, maravillosas, asombrosas e inquietantes, elaboraciones y reelaboraciones. Fantasías, alegorías, imaginaciones irracionales, sueños o pesadillas. Insanías. Mansedumbres de crótalos sangrantes. Utopías ancestrales, botánicas primordiales, zoologías parciales de cobras, colibríes y cocuyos. Lo real maravilloso. Reescrituras, plagios, apropiaciones anónimas. El frío de la noche tenía incrustaciones de violetas (ii). Cubanización del idioma de algunas de las españas, el malecón de La Habana por las ramblas de Barcelona, el mambo por el flamenco, y el Che por el Cid. Lezama Lima por Góngora y Quevedo. Revelaciones y rebeliones. Arte de la contraconquista. Polifonías, carnavalizaciones y parodias. Intertextualidades. Finísimos filigranas, absurdos, voraces, estrafalarios. Palabras amaneradas, exageradas y retorcidas. Devoración consentida del significado por el significante. El travestismo y la metamorfosis. Catedrales sobre templos, mármoles sobre piedra. Incienso sobre sangre. El comienzo de América fue barroco. Y el Barroco en América, un comienzo (iii). Lo kitsch, lo queer, lo camp, lo mágico de esta otra realidad, lo onírico vivido hasta el hartazgo, el horror vacui, lo latinoamericano, lo indoamericano, lo hispanoamericano, lo Not American. Gárgolas y tragaluces. Lo barroco, lo neobarroco, lo transbarroco, lo ultrabarroco. Exageraciones barrocas. Variaciones barrocas. Barroco, barrueco, perla de forma irregular, joya falsa. Barlocco o brillocco. Barro-coco. Baroco. Artificioso y pedante, confuso e impuro, engaño, capricho, extravagancia del pensamiento. Búsqueda de la palabra, de las palabras, para construir desconstruyendo el poema o el texto, indagaciones semióticas, escrituras/lecturas, extradescripciones e intradescripciones. Afanes. Barroco nuestro que estas entre nosotros y el cielo…, etcétera.


Bibliografía.-

(i) La Curiosidad Barroca. José Lezama Lima. 1957.

(ii) Pequeño relato de fantasía. Variación. Francisco Antonio Ruiz Caballero. 2006.

(iii) América barroca: De Lezama a Sarduy. Socorro Jiménez. 2006.

FINAL DE AÑO

Un ámbito patriarcal recorre estos últimos días con sus tardes de macho viejo y vetusto. Todo el entorno crepuscular parece abjurar del ajado y deshojado calendario. Las últimas noches se tuercen bajo la densa gravitación de tantos inútiles insomnios. Se derogan turbias leyes ya en desvaído desacato, se decretan nuevas posesiones, se renuevan los mismos perjurios. El icono del tiempo se va disgregando roído por el vaho de un hastío insoportable mientras otro dios impío comienza a nacer en su capullo de confeti y torpes campanadas. Un osario de días muertos, de rostros pasajeros, de techumbres y cornisas se hunde lentamente. Allá lejos, un fondeadero de barcos naufragados enarbola su tristeza de virgen exiliada. Nomenclaturas dispersas, códigos reencriptados, enumeraciones siniestras, van sellando breves historias cotidianas. El ábaco de las horas desgrana la meticulosa continuidad que encadena este ayer con aquel mañana. Algarabías, tumultos, fanfarrias, libaciones sagradas o profanas, bruscas ebriedades, demarcan la frontera temporal. Menguan los torrentes que buscaron turbulentos las quietas soledades de un estuario donde heréticas aves vuelan enredadas en las postrimerías del crepúsculo sobre un derrumbado campanario. Siluetas destrozadas, limadura de obsesiones, desconcertados navegantes y pontoneros mesiánicos trazan el albur venidero. La mampostería que amparaba altares y venusterios se derrumba a ojos vistas con la lenta parsimonia de inexploradas ruinas arcaicas. Un agua orbicular inunda la austera mañana con la que se abre el desaguadero terminal, allí entre las piedras y los charcos se escurre el ofidio que posee el secreto y el veneno del dulce vino del estío. Engastados en pervertidos elogios los granos de la cosecha se cuentan con sobria desesperanza. Un canto germinal susurra escondido en la humedad subterránea del próximo almanaque. El láudano de lo concluido borra las minucias, las imperfecciones, las trizaduras, dejando en la piel un marasmo de llovizna, una lasitud de eterno perdedor atrapado en la ignominia de lo sucesivo. Las conclusiones tienen la consistencia de pobres bagatelas, de meros ejercicios escolásticos, solo el abolengo que da la certeza de la mortalidad sostiene la persistencia involuntaria de volver a despertar. A horcajadas sobre el cántaro del que fluye el tiempo, con un boato de jinete apocalíptico y un candor de fugitivo tarahumara, el año concluye con la transparencia de la treceava calavera de cristal maya, en hondura sobre el cascajo sumergido, glorificado y numeral. Una emperatriz nigromante busca los augurios en el fermento del maíz, con su bagaje de siglos de repetitivas premoniciones, en la fastuosidad indiferente de un templo vacío. Vale.

lunes, 27 de diciembre de 2010

EL JARDIN DEL PARAISO PERDIDO

A Selmira, con todo el amor posible.

Eran ocho rectángulos delineados con piedras semienterradas como ocho lampalaguas asomando las ondulaciones de sus lomos en un denso río de tierra ancestral, de tierra enternecida por las manos campesinas de una jardinera diligente. Y en cada cuadro vivían sus sucesivas primaveras las flores que recorrieron la infancia con un fondo de polen y pétalos incrustados en prístinas memorias de días anchos y felices. Corso de alelíes y manzanillones, de dalias y zinnias, del orgullo casero de las azucenas de la Virgen de diciembre, de claveles y clavelinas, de rosas vibrantes que refulgían en los atardeceres con olor a tierra mojada, con los intensos aromas de los nardos y la voz ahora ausente de mi madre entre el ruido fresco del agua y un sereno crepúsculo que iba entrando en la noche florecido y eterno. Arriba el ciruelo encendido de flores contra oscuro terciopelo nocturno como un galeón de alto velamen entrando empopado en la bahía del grato silencio, con su proa cortando el mar verde oscuro con sus espumas blancas de las calas y arremolinando las olorosas noctilucas de los jacintos y los juncos. Y el recuerdo de jardín y soles es una acuarela fetichista con sus morados y blancos, sus amarillos, sus rojos atrevidos y las misteriosas variaciones del rosado, o los tonos apastelados que ostentaban ciertas corolas en el ardor desatado de los mediodias del estío bajo el vuelo dicharachero de tres especies de mariposas vestidas de blanquinegro, anaranjado fuerte y delicado gris plata, contra el rezongón zumbido de abejas y moscardones, y el chirrido inubicable de la invisible chicharra. Paraje de trepidantes e iluminados gladiolos, de humildes violetas pequeñitas y perfumadas que son una devoción y una pena, las alquimias silvestres de la menta, del toronjil cuyano, del ají verde y del cilantro, de clarines y estrellitas en miríadas, y las frutillas madurando su sabor a flor de tierra, a pleno verano. El geométrico archipiélago limitaba al oriente con al casa del ruido de la lluvia en el techo de zinc, al poniente con una reja de tejido romboidal donde quedaban atrapados los arreboles de cada atardecer, al norte con el perenne verdor brillante de las calas, y al sur con el acantilado alto y vertical de una pared de ladrillos habitada en sus grietas y oquedades por hurañas arañas. Su cielo era de un azul tan preciso que nunca se ha vuelto a repetir, y abajo, la tierra pura y maternal tenia la textura indescriptible de los sueños. Quizás para confirmar la imposibilidad de un retorno, no habían pájaros ni dragones ni unicornios, la fauna mayor se limitaba a escurridizas lagartijas celeste/verde/amarillas, y sus monstruos fueron apenas las mantis y aquellas arañas ermitañas. Los chanchitos de tierra habían aprendido desde antes a huir de las cacerías infantiles escondiéndose bajo las piedras. Porque aquel jardín poseía la certeza de la felicidad del niño, solitario terrateniente de ocho cuadros de verdes florecidos resguardados por ocho anacondas subterráneas, donde exploró las islas y los continentes, circunnavegó el globo en un balandro mágico y se extravío para siempre cada tarde de cada verano hasta que naufragó en la desolación del primer amor adolescente. Luego, demasiado pronto, se vinieron de bruces todos los años, con el tumulto y la fanfarria del tiempo, ese enemigo formidable, haciendo que detentar estos recuerdos sea poseer la feliz memoria del único paraíso perdido. Vale.

domingo, 26 de diciembre de 2010

SENSACIONES BARROCAS IV

Observó el amplio salón con sus exuberantes pinturas de pálidas madonas y angelitos rosados con alas de cristal de Bohemia, los gobelinos con imágenes sacras embebidos de rojos y oros, las alfombras mullidas que borraban los pasos en sus arabescos y filigranas moriscas. Husmeó un perfume leve, casi imperceptible que permanecía aferrado al tapiz del sillón dorado donde decían los antiguos se había sentado la reina madre cuando era virgen y tocaba el clavecín esperando a su príncipe. Palpó el hierro sangriento de la espada del Cid y en ese roce sintió la vibración de las batallas y el griterío de almorávides, el tremor del galope del Campeador al frente de su mesnada yendo a besar la muerte en alfanjes y cimitarras de oscuros sarracenos, ahí en el degüello. Oyó el eco repetido por los rincones, los vidrios de las vitrinas y de los vitrales, los bronces de las estatuillas y las armaduras melladas, de las trompetas llamando al asalto sangriento, y también de los pífanos del retorno victorioso. Paladeó en el frío vaso de plata del califa Habbus ben Maksan el vino endulzado por los soles del "Vaso de plata lleno de esmeraldas y jacintos" escanciado por las manos alegres de la cortesana favorita, y reconoció su rostro muerto en el concho de sarro púrpura.

SENSACIONES BARROCAS III

Vio las casitas bajas lado a lado de la calle con el volcán el fondo ensimismado en su nieve y sus fumarolas confundiéndose con las nubes chatas enredadas en el cono perfecto y apacible. Olió las esencias florales de los aromos dorados, de las rosas intensas, rojas y abundantes con su aroma cítrico, de las azucenas virginales, y se hundido en la nostalgias desperdigadas por los años. Tocó la persistencia dolorosa de una piel deshabitada, perdida o fragmentada, y no pudo encontrar su nombre ni su voz ni su rostro en la turbiedad del recuerdo. Escuchó cantos de pájaros, aguas en cascadas, lluvias sobre el techo de zinc, oleajes rompiendo en un roquerío cercano a las ágatas y muchas voces acaecidas de noche. Saboreó con delicadeza uno a uno los besos, las salivas, las lagrimas ajenas, el mustio relente de bocas confusas y labios repetidos, hasta que reconoció la vehemencia de una sola boca en una sola noche y lloró.

SENSACIONES BARROCAS II

Vio el alto velamen entristecido, roto y naufragado contra la escollera envuelta en algas, en oleajes, en derivas y derrotas equivocadas. Olió la brisa húmeda e impregnada de las sales de todos los continentes y archipiélagos e islotes olvidados trabados de rompientes, de arenas, de junglas y cocoteros. Tocó los guijarros negros, basaltitos, de la playa pedregosa sintiendo en su suave tacto los milenios erosivos de piedras contra arenas bajo infinitas olas. Escuchó el traqueteo monótono y marino de las piedras arrastradas una y otra vez por el juego astronómico de las poderosas fuerzas gravitacionales de soles y lunas sobre las aguas aventadas por esas mareas en quietas bajamares y violentas pleamares. Saboreó la intensidad misteriosa de la sal en los labios y dibujó el mapa de bajíos y escollos, trazó la carta de marear de delicadas lejanías de tierras a la vista y dedujo del puro sabor salino la alquimia oceánica que justificaba todos los naufragios.

SENSACIONES BARROCAS I

Vio el descalabro de las flores de violetas violentadas en la tierra mustia por los tormentos del otro azul liliáceo de la Vinca major, transitoria y rastrera, desencadenado a mitad de la exigua primavera. Olió el perfume pequeñito del mioporo que se desvanecía entre los tréboles verdes y las semillas brotadas de laurel y ortiga, entre el cañaveral atrapado de inciensos, de leguminosas, de ardientes membrillos. Tocó la corteza oscura y agrietada del palto moribundo que se alzaba como un esqueleto confuso sobre el verde naranjo, la verde ligustrina, y el verde y el amarillo pálido de la misma en su variedad variegada que se escondían ateridos bajo la ya seca madera. Escuchó el bullicio de gorriones y el ronroneo monótono, monocorde, de las tórtolas, los ruidos lejanos en las calles abandonadas a sus destinos y pasos, el rumor ensimismado de la brisa entre el follaje y los altos abanicos de la cincuentenaria palmera. Saboreó el agua que destilaban las hojas como cantaros rotos, el agua serena y nocturna que traía el duelo de estrellas y nieves desde las profundidades de la noche.

jueves, 23 de diciembre de 2010

HEREJIAS

En el principio era el verbo, con sus perjurios de oropeles renacentistas, el oficio órfico de alfarero equivocado y el estigma de viejo cansado pero sublime que fue capaz de crear la rosa justificada en su mera belleza y también la penuria extraviada en los campos de refugiados del Sájara. Fue el principio y el fin de la larga travesía por las hogueras de la Santa Inquisición, por los holocaustos con el humo oliendo a carne quemada, por los pasillos de mármoles reinantes donde vagaban clavecines y laúdes, por la Ruta de la Seda y por los retorcidos senderos selváticos que nunca llegaron a El Dorado. El verbo así se fue desgranando en orbitas heliocéntricas, en ecuaciones cuadráticas, en argumentos logarítmicos o refracciones cuánticas, se fue disolviendo en flujos turbulentos, en matrices o asíntotas, en plasmas fluctuantes y en eternidades impalpables como cenizas de sándalo. Mas las penumbras socavaron los amaneceres de pájaros y alelíes, resecaron los pétalos mortuorios y los brotes nonatos en sus verdes primordiales, escanciaron el vino amargo del lagar del espanto hasta que el eco turbio de los llantos del valle de sombra de muerte lo convirtió en burbujeante sentina. Las penumbras, las sombras, lo más oscuro de las peores tinieblas inundaron las rías, los estuarios y los humedales con sus aguas de ciénagas perpetuas, con sus negras arcillas de pantano, tallaron los fiordos y los acantilados con sus nocturnos y estrellados glaciares, detentaron morrenas, esculpieron monolitos a los dioses sin rostro, y despabilaron los muertos felices de vida plena y sin vuelta, y desenterraron los dolorosos de ojos mustios que murieron para siempre en la fe de la vida eterna, amen. Entonces y solo entonces el verbo no se hizo carne sino palabra, confundiendo premoniciones de profetas, ordenes de santos sepulcros, prelaturas territoriales de obispos no santificados, porque el movimiento no fue más que una oruga cambiando de piel, colgando de un sucio hilo de su propia seda en el muro de adobes y lamentos. Derramóse la palabra sin cuajar aun por las cavernas ateridas, por los lúgubres túneles antes del fuego y su luz, por las catacumbas donde la palabra ya existía como incienso, y por los cauces secos escondidos entre los arbustos, lejos del feroz merodeo de las fieras. Floreció así la palabra, imperecedera, en los medanos y las marismas, en las grietas de barro solemne y no en el amor, que es silencio, sino en la última mirada displicente de los verdaderos suicidas, mientras arriba, altos arreboles ramoneaban en la profundidad del azul zafiro y ardía la tarde presagiando el minotauro. Vale.

viernes, 17 de diciembre de 2010

DESESPERACIONES

Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nueva refutación del tiempo. Jorge Luis Borges, 1952.

Desesperaciones, lúgubres silencios, estatuas mudas en medio de los estropicios de día y los sacrilegios de la noche. La búsqueda de un rostro en las santerías y en los medanos donde los pájaros sangran. Desesperaciones y ansiedades. El catastro de los miedos con sus oscuridades de menguante, sus engendros cavilando en el terror de las ciénagas. Ambigüedades de la construcción y desconstrucción de la noche en sus insomnios y vigilias, en sus sueños barrocos y sus pesadillas góticas. Disectar la nocturnicidad, desagregar las sombras callejeras, las penumbras de la celda y la vacua concavidad del lecho. Cribar las negras arenas nocturnas del tiempo ensimismado para separar constelaciones de osamentas, las cegaduras de amianto del ladrido de los perros furiosos del desencanto. Desesperaciones, oquedades y urgencias. Visiones de salamandras del fragmento recursivo que muele y muele para apartarse del molino del desvelo, somnolencias de los guijarros del miedo, hasta oír el crujido de jarcias, el flameo del velamen, el chirrido del cabestrante cuando levanta el ancla enmohecida para ir a naufragar contra la escollera de la madrugada incipiente. Desesperaciones e impaciencias incrustadas en los objetos disgregados, en los seres desvaídos que cercan los muros o sus escombros. El día haciéndose agua, sal y ceniza bajo un sol perpetuo que reverbera en la pulida superficie de un alfanje lunar. Espejismo, traiciones, honduras inútiles. Pasos, tumultos, antropofagias de lobos hambrientos, sedimentos entristecidos, dunas de cuarzos ocultando los templos destruidos a arqueologías secretas. Desesperaciones pervertidas de serpientes, de huríes y eunucos, amparos y fugas. Cerrazones de poliedros, incertezas y dubitaciones que habitan las perfidias, las lejanías, la falacias. Piedras y humo. Espículas de poríferos, espumas foraminíferas, botroides de malaquita, singladuras de barcos extraviados. El escándalo del enrojecido poniente reflejado en el espejo de agua de la albufera con su brebaje de malaria y de dengue y el zumbido incesante de estilizados zancudos. Desesperaciones tantálicas, angustias, soledades, la eterna melancolía que destilan los almendros de las lluvias o los sauces nocturnos. Escarmientos incrustados en los huesos, en las uñas, en los dientes, en el sopor de una tarde de parsimonias y desolaciones, de argumentos y tentativas. El relente de la noche condensado en los vidrios del ventanal, empavonándolos con su vaho siniestro, mientras se derrumban las certezas atrapadas a lo largo del día. Desesperaciones y negaciones del mismo color amarillo brillante y nacarado de los cristales de arsénico. Desesperaciones ocluidas en negras malaquitas botroidales. Vale.

Cangrejos Verdes.

Un texto de Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Cangrejos verdes. Cangrejos verdes con los ojos rojos, cangrejos verdes con los ojos naranjas, cangrejos verdes con los ojos violetas, cangrejos verdes con las pinzas de diamante, cangrejos verdes con las pinzas de estaño, cangrejos verdes boca abajo, petunias amarillas. Heliogábalo en Tarsis. Estatuas que manan sangre de sus cuellos, estatuas de arcángeles desnudos, de atléticos príncipes musculados, de laberínticos niños de armonía y jade, de gladiolos de ónice y alabastro negro, de hormigas y de hipopótamos, de cisnes y de canguros, boca abajo y boca arriba, boca abajo, sosteniéndose sobre sus orejas, haciendo la colada sobre una lavadora sin ojos, con nutrias naranjas y con carne de membrillo en el paladar seco, con Antofagasta y sin Antofagasta, sobre el Mar Amarillo y dentro del ojo de una libélula, y fuera del ojo de una libélula, y dentro de un piano, y fuera de una trompeta, y dentro de una jeringa, y a tres mil años luz de la tierra, y sobre el precipicio, y a doscientos metros del precipicio, y con flor de argonautas y sin flor de argonautas, y con gengibre, y sin caramelo de potasio, y sin cuchillo, y con elefantes rosas, y sin elefantes rosas, y torciéndole el ala a una mariposa, y torciéndole la antena a una hormiga, y con un colibrï muerto disecado junto a una pieza de coral blanco. Y con nieve. Y sin nieve. Cangrejos verdes, y cangrejos amarilloanaranjados, y cangrejos rosas, muy rosas, y muy pequeñitos, y muy grandes, y cien soldaditos de plomo amarillo. Y Uranio y estricnina. E. Y embolo y guarismo. Y sal gema y lobo, lobo y dendrita, axial y coaxial al eje, dentro de la circunferencia y fuera de la circunferencia, sobre un montículo en la arena de la playa, y fuera de la elipse, y entrando en la espiral logarítmica, y haciendo aguas, y submarino que se hunde, o elevándose por encima de las tumbas, y ardiendo en Sumatra. Y raíz cuadrada de J. Y KLMN. Y trescientas monedas de oro. Y Alfa gamma omega. Y pi al cuadrado. H. Cangrejos verdes, con las pinzas de azul lapizlazuli, verdes de esmeraldas y azules turquesas finísimos, sobre gorgonias naranjísimas, cerca de caballitos de mar embarazados, lejos de los jarrones chinos llenos de hielo picado, cerca de los nudibranquios de color verde y algas zoótrofas, lejos de las orquídeas rosas y las aguas de Valparaíso, cerca de las azucenas amarillas, lejos de aquel frasco de mercromina, cerca del Mar de Aral, lejos del Indostán pakistaní, con nata de Uranio y sin nata de Uranio, y H elevada al cubo. Gato. Barniz. Pimienta. Gato. Barniz. Pimienta. Gato. Barniz. Pimienta. Y tres veces mas Gato Barniz y Terciopelo. Zeta rota por la mitad, alfabeto desconyuntado, y paraíso de orquídeas negras. Cangrejos verdes, muy verdes, verdísimos, esmeraldinos hasta un punto de terror, esmeraldas hasta el fulgor de la absenta, y oro, y rosas, y crisamentos, y lepra. Cangrejos verdes, con las pinzas de plata y de nácar, dorados y de plata, rojos, y azules, y frascos de perfume. Muchos frascos de perfume.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

PECES BLANCOS

(Palimpsesto sobre Gallos Verdes, de Francisco Antonio Ruiz Caballero.) Segunda variación.

Peces de alpaca. Peces de bronce. Uranio blanco. Dalias púrpuras. Hiedras hirsutas y espiralados esquejes de bambú. Peonías de plata, cruces blancas, ciempiés de obsidiana tímida, tijeretas esmeraldas, calas en hilera, curvas de cónica carmesí, rojizas zinnias fétidas, tábanos de platino y greda, reiteración de zarabanda de turmalinas, álcali y claveles.

Trueno que interrumpe el aguacero, atardeceres sudacas perfumados, frío en los glaciares, azucenas para la Virgen morena, urdimbre de trémulas circunferencias, manatíes anaranjados, caimanes amarillos y tortugas de carbón violeta. Miriápodos celestes y esqueletos iridiscentes, chanchitos de tierra verdes bajo helechos fucsias, una pizca de merkén en un tiesto de harina de maíz, doce pizcas de merkén en un tiesto de harina de mandioca. Abutilones cerrados en una madrugada de primavera. Enero pudoroso, azalea, saliva, azor.

Azahares colorados entre violines azules, lánguidas actinias entumecidas, travertinos canosos, fulgentes vahos de anilina burbujeante, camándulas de cuarzo tallado, trozos de concheperla cóncavos, sinuosidades de trombas marinas, tenues mariposas transparentes, sellos de rodocrosita, cucharitas de madera amarilla, dagas de bronce, lirios.

Aguilas imperiales bermellones, con cien garras verdes alertas y filosas, vertiente en flujo turbulento, guacamayo de hielo.

Peces de alpaca brillante. Peces de bronce envejecido. Arequipas de agua. Calamas de sabor amargo, escondidos hoplitas de quietud, cofres en los que hay un pigmento de cobalto, estropicios de puzolana y leña, magnesio hirviendo, día sin soles, relámpago, penumbra, ónice. Peces de los que fluyen regueros de licor endulzado, saliva que mana de bocas esmeraldas, saliva azul, linfa, néctar de caña y guayaba. Maniquíes de los que en su femoral sajada, se desagua un brebaje de topacios. Peonías adiestradas.

Estramonios para un mausoleo de azores, manglares hasta el dolor. Grifos, gárgolas, quimeras. Endriagos de la fantasía enfermiza. Derivadas que rastrean la igualdad en los polinomios, bailes de carnaval y otoño, visiones de lúgubres espejos, cristales y ventanas, pinturas acrílicas para una muchacha semidesnuda, peyote y serpiente.

Peces blancos, muy blancos, blancos, de cal viva, con pigmento índigo en los pómulos, blancos hasta lo transparente, carbón y sal, o peces verdes, de malaquita, de metal denso, con muescas de cincel y gubia. Grises muertos y magentas de ajenjo dulce, gobelinos plateados en los que se exorcizan maleficios, geniales virtudes de anciano, amarguras de linfa edulcorada, extravagancias de pieles de madera.

Magnética centolla. Plutón estigmatizado por la luz, primavera en flor en Plutón, flor gris, flor negrísima, setas del roble, poliedros de cristal ahumado. Medusas púrpuras. Junio en las Galápagos. Bilis de búfalo atrapado. Cloruros en flor.

Peces blancos. Peces escarlatas. Peces de ágata. Amaneceres en Paris. Gardenias de ónice azul. Gardenias de pirita roja, gardenias de cuarzo, alternancias de raíces de nieve, biologías antibióticas, perfectas ecuaciones de la vida. Diamante y sal, dádiva para un mendigo, sol sobre las chinampas del lago Xochimilco, hiedras venenosas. Curvas de liso basalto, ataujías de nácar. Codicia abortada. Mandrágora y puñal.

Gallos Verdes.

Un texto de Francisco Antonio Ruiz Caballero.

(ligeramente, muy ligeramente ampliado, únicamente para la Revista Paradoxas en Exclusiva).

Gallos de malaquita. Gallos de lapislázuli. Iridio verde. Lirios negros. Potos exuberantes y caóticos palos de Brasil. Orquídeas de oro, svásticas verdes, escorpiones de antracita rabiosa, alacranes blancos, nenúfares en grupo, líneas de polinomio violeta, cárdenas lilas exhalantes, hormigas de plata y yeso, prolongación de minueto de rubíes, ácido y jacintos.

Relámpago que ilumina la noche, auroras boreales dulces, calor en el trópico, gladiolos para una Virgen negra, mixtura de violentísimas espirales, tigres escarlatas, panteras rosas y lobos de azufre rojo. Nudibranquios rosas y caracolas tornasoladas, caballitos de mar negros sobre gorgonias azules, una gota de absenta en un vaso de zumo de pomelo, diez gotas de absenta en un vaso de zumo de granadina. Jazmines abiertos en una noche de verano. Mayo lascivo, rosa, sangre, cisne.

Lilas naranjas sobre saxofones rojos, voluptuosas madréporas agitadas, corales rubios, oscuros resplandores de cemento perfumado, arabescos de oro puro, ramas de arrayán turgentes, curvaturas de centellas ígneas, levísimas libélulas violetas, timbres de berilo, campanitas de metal azul, lanzas de plata, nardos.

Pavos reales fucsias, con mil ojos rosas abiertos y feroces, estructura en equilibrio inestable, garza de fuego.

Gallos de malaquita fulgente. Gallos de lapislázuli tornasolados. Florencias de fuego. Sevillas de rumor agrio, emboscados atlantes de dulzura, cálices en los que hay un vino de topacio, estridencias de platino y osamenta, mercurio ardiendo, noche sin luna, rayo, sombra, jade. Gallos de los que manan chorros de agua perfumada, sangre que brota de gargantas turquesas, sangre verde, agua, licor de coco y anís. Estatuas de las que en su yugular cortada, se desangra un agua de rubíes. Orquídeas salvajes.

Crisantemos para una tumba de cisnes, geranios hasta la rabia. Ángeles, arcángeles, íncubos. Engendros de la mente humana. Integrales que buscan el equilibrio en las inecuaciones, ritmos de corte y luna, resonancias de fúlgidos diapasones, arpas y marimbas, música electrónica para un muchacho desnudo, gardenia y toro.

Gallos verdes, muy verdes, verdes, de malaquita oxidada, con polvo añil en las mejillas, verdes hasta lo rojo, azufre y nieve, o gallos azules, de lapislázuli, de cristal macizo, con toques de violín y piano. Celestes rabiosos e índigos de caramelo amargo, tapices dorados en los que se perpetran blasfemias, esplendorosas maldades de niño, dulzuras de aceite picante, exuberancias de plumas de piedra.

Eléctrica araña. Mercurio aterrorizado por el sol, invierno de hielo en Mercurio, hielo rosa, hielo azulísimo, jacintos de agua, esferas de arcilla perfumada. Equinodermos violetas. Septiembre en la Gomera. Carne de molusco quemado. Sulfuro de hielo.

Gallos verdes. Gallos azules. Gallos de oro. Ponientes en Siria. Rosas de jade negro. Rosas de calamina gris, rosas de ámbar, repeticiones de logaritmos de lluvia, simetrías antisimétricas, falsas aproximaciones a la muerte. Perla y azúcar, limosna para un ciego, luna sobre los estanques de la China, madreselvas terribles. Líneas de duro granito, damasquinados de pedrería. Ambición cercenada. Amapola y cuchillo.

LA VIRGEN DEL INSOMNIO

Hay que despertar la poesía, despertarla con la voz de los geranios adormecidos o con el rumor incesante del oleaje en una playa pedregosa, acosarla en los callejones y los prostíbulos, en los puertos y en los sueños, buscarla con desesperación de naufrago, con ansias de amante secreto, de ultimo sobreviviente, de hambriento perro callejero. Hay que violentarla, asumirla como una cicatriz, disgregarla en verbos susurrados, en palabras distintas o iguales, hay que decretar su resurrección inminente, desangrarla a mordiscos de lobo, herirla, sajarla, desnudarla a contraluz, beberla hasta la ebriedad desaforada del canto y del desencanto. Hay que develar la poesía, desvelarla, indagar por sus dialectos, por sus quejidos de hembra impenitente y sus bramidos de macho malherido, hay que rescatar sus monólogos del laberinto del día a día, de la noche con su vuelo y su ausencia, convertirla en pan y en vino, en sal y en agua y también en cenizas. Hay que hundirse en el cenote nocturno de su útero virginal para renacer de ella a los esplendores de los soles venideros como un niño asustado. Hay que sentirla temblorosa, trémula, vacilante, como una madre dolorosa por nosotros sus hijos, habitantes de las sombras y de los arpegios cristalizados del dolor. Hay que romper la poesía, sacarla al viento, a la lluvia, exponerla al odio, al desengaño, a la pasión más perversa y al amor más sublime, hay que excavarla hasta encontrar sus cimientos, sus ruinas y sus estatuas descabezadas. Hay que destriparla con la furia hosca de los moribundos y la paciencia imperturbable de los inmortales. Hay que buscarla en los rincones y en los arcones, en la tibiezas mustias de los deseos cumplidos, en las miserias del desengaño, en las alegrías de un patio, de un bosque o de un beso en alguna primavera, en las memorias, las nostalgias y los olvidos, buscarla a oscuras, como un ciego palpando los bordes de lo desconocido. Hay que escribir la poesía como un rito, reescribirla como una ceremonia y releerla como una revelación o un éxtasis. Desbaratarla, desarmarla, desperdigarla en vocales, en silabas, en quejidos y gritos, y dejarla caer a mitad del plenilunio, deshojarla en los otoños, crucificarla en los inviernos, demonizarla en el Estío, del que estamos muertos, devorarla como una fruta sagrada, dulce y venenosa, hay que acecharla, seducirla, poseerla hasta el delirio porque hay que saciarse en ella para seguir viviendo. Vale.