lunes, 2 de marzo de 2015

NOSTALGIAS DE ROSAS ESPERANDO


Es su rostro en la penumbra, la sonrisa pensativa, el pelo ensortijado, lo rojo y los refulgentes metales, su silueta perdida en los parques de las estatuas silenciosas y la garúa, su voz negada en los desamparos, la pálida rosa incrustada. La veía aún no reflejada en los espejos horizontales del agua ni en lo vertical del azogue, lejana imposible, de pronto una mañana su imagen desde su noche en un ayer recuperado, la veo caminando por una playa, sus pies besados por las espumas, su sombra tiñendo de púrpura las arenas, la mirada cansada, y acá las ultimas rosas esperando su presencia etérea, imposible pero vigente, en el jardín que sus ojos jamás verán con la intensidad de un otoño lluvioso. Había cierto misterioso afán en su vertiginosidad vertical, enfuriada, que no llegaba a suceder, un continuo no atreverse, no sometido a clandestinajes oblicuos ni a demasías irreverentes, era como una voz secreta sin desperdicios ni ripios, inalterada, que no lograba deshacerse de si misma y se escondía, se difuminaba, se silenciaba en el borde mismo del abismo temerosa. Su melancolía desarmaba los relojes y destorcía los tientos, encendía los parajes del desengaño con la yesca de sus dedos, abarcaba el horizonte para que los rubores del crepúsculo giraran en su entorno, con serenidad de esfinge dejaba de ser para que la siguiera buscando en su acuciante transparencia. Solía estremecer los venusterios y las gárgolas embrujadas, el posillo del café, el vaso con agua, la pequeña brasa del cigarrillo cercana a sus labios, su obsesión por no dejar espacios al asombro ni a la duda. Hay números en misteriosos códigos indescifrables de dulzuras inviables y en un atardecer en la esquina de calles numeradas, nada sino el vacío, la materia sin forma, el espacio infinito, desorden, turbulencia. Algo del anhelo va quedando como un musgo reseco entre los escombros, entre las piedras de lo que fue templo o monumento, la amapola de su boca, sus cristales, la magnolia que mojó la luna y las dalias de una inmensa soledad ajena, las propiedades quiméricas del cinabrio, su reflejo recuperado en el azogue contorneado de caoba. Y sigo mirando con nostalgia las rosas del jardín de las lluvias, añorando las garúas en los parques y las estatuas silenciosas, soportando los días con sus miserias y sus tristes rutinas con la esperanza de esa cita concertada allá en un porvenir sin olvido.

Imagen: Fotografía del autor, febrero 2015.