viernes, 16 de diciembre de 2011

Página

Un texto de Byron González (i)

Escribir sobre tu cuerpo ha sido la más reciente aventura que ansío. Volverte mi página y ver nacer en ella mis palabras. Grabar con mi aliento los puntos finales y las pausas germinales. Escribir sobre tu cuerpo y sus honduras. Escribir la palabra caracol en tu bajo vientre y que mis labios deletreen el monte de Venus; es describir las albricias de mis manos recorriendo las dunas y la misteriosa escritura de tu ángulo sitiado. Escribir sobre tu cuerpo es una demanda erguida, es avizorar las torres de la distancia y los farallones donde la mar embiste.

Escribir sobre tu cuerpo es una urgencia sin tiempo, son ondeantes pañuelos preñados de adioses de amantes sonámbulos que con sus puños crispados se arrebatan la piel hasta verla nacer en flores de índigo profundo. Escribir sobre tu cuerpo es amar las llanuras y las pacíficas rías rezumadas de tus piernas; es transgredir las gramáticas oficiales e inventariar los diccionarios hasta dar con la palabra que reúna el sello, la imagen reconocible al tacto: el espaldarazo del amor y el deseo.

Escribir sobre tu cuerpo es crear las iniciales miniadas que con paciencia y tezón van iluminando las páginas de tus sueños de mundos solares.

Escribir sobre tu cuerpo es leer los horóscopos en tu piel, las sabidurías de lunas y firmamentos, los presagios y augurios de mañanas más consistentes.

Escribir sobre tu cuerpo es rebelarse contra las falsedades, es amurallar a la mentira y sus sociales conspiraciones, es el día a día de la minuciosa hechura de la ilusión que saquea el santuario que el espacio ha creado.

Escribir un diario del gozo, graficar los estertores eruptivos en gritos dentados y la voz de los dedos aprisionando el destello de la entrega, escribir sobre tu cuerpo es darle rienda suelta a la ansiosa afirmación de jardines y aromas.

Escribir sobre tu cuerpo es pintar inviernos y veranos, otoños y primaveras; es consultar el almanaque para fijar el calendario de siembra y cosecha.

Esclarecer de zarza el camino y chapodar los matorrales que ocultar puedan sierpes y verbos innobles, pues escribir sobre tu cuerpo apremia entendimientos.

Escribir sobre tu cuerpo es responder a los enigmas esfíngicos y oraculares, y emerger airoso al beso y la centella.

Escribir sobre tu cuerpo rocío, tiempos alborales, auroras de mañanitas con aromas a madroños y hojas de guayaba, Monte Musún, Momotombo y Momotombito, y está linda la mar.

Escribir sobre tu cuerpo las estelas cotidianas en los esplendores de la ternura. Escribir sobre tu cuerpo las letras capitales de tu sol oscuro y la expansión de tu universo; letra a letra, sílaba por sílaba, palabra por palabra visualizar las razones del paradiso y arrullarlas en las cuencas de mis manos.

Escribir sobre tu cuerpo es recordar versos de Guillén y repetirlos como un conjuro:

“Dormías, los brazos me tendiste y por sorpresa

rodeaste mi insomnio. ¿Apartabas así

la noche desvelada, bajo la luna presa?

tu soñar me envolvía, soñado me sentí.”

Escribir sobre tu cuerpo es un beso en la lejanía.

Es esta letra de tu piel impregnada. Es esta letra de tu piel impresa.



Publicado el Miércoles, 2 de Noviembre de 2011 en:

http://www.tribuna-latina.com/tln/index.php/cultura/cultura-categorias/cultura-libros-novelas/2954-pagina#jacommentid:25

(i) Byron González graduado en Ciencias de la Educación, con especialidad en Español. Catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua donde impartió Literatura Latinoamericana y Española; co-autor del curriculum docente Taller Literario para la misma Universidad; miembro del Equipo de Investigaciones de la Historia Social de la Literatura Nicaraguense, participando específicamente durante los años 1984-1986 con el grupo de investigación del "Discurso Económico en los Textos de la Colonia" . Director del programa radial político-cultural "El árbol de la Tormenta" transmitido dominicalmente en Radio Noticias, Managua, Nicargua ; ha publicado en "Ventana", "Nuevo Amanacer Cultural" "La Prensa Literaria " y "El Pueblo" de Nicaragua. Trabajó y dirigió a sus estudiantes durante la Cruzada Nacional de Alfabetización de Nicargua durante 1980 en la investigación de la historia social y económica de la Comunidad de Cerro Blanco. Investigación que se encuentra en la Biblioteca Municipal de Muelle de los Bueyes, Costa Atlántica de Nicaragua. Participó en los recitales populares durante la década de los 80 en Nicaragua y en el ciclo de conferencias que la Universidad de San José de Costa Rica desarrolló al celebrar los noventas años del pintor Paul Delvaux, sobreviviente del movimiento surrealista europeo. Sus trabajos en prosa y verso han aparecido en revistas como "Andrómeda", "Revenar", "Escena" y los suplementos culturales de los diarios "La República" y "La Nación" en Costa Rica. Actualmente trabaja como profesor de Español y colabora con las ediciones latinas de Edmonton como" La Guagua" suplemento cultural de la Revista mensual "El Hispano" y "Tribuna Latina"

CURSILERIAS Y OBVIEDADES

Ríndete al error, al ensueño, al desfalco irrestricto de afectos, amores y pasiones, sin pensar sino en el hoy que transcurre mientras lees como una afilada guadaña en un campo de trigos maduros. Así sin aviso déjate naufragar en un cielo sajado por los vuelos de las palomas, olvídate de las premoniciones de lluvias venideras, ocúltate de los soles que hacinan las sombras contra los muros cubiertos de hiedras, y reclúyete imperturbable en los palomares escondidos en los entretechos de antiguos castillos del acecho de los halcones y los cernícalos. Olvídate de todos los nombres que horadan tu memoria, y de sus rostros y de sus manos, y confunde los días, los caminos, las esquinas, y vaga sin cartografías premeditadas ni equivocados mapas de tesoros, y navega sin brújula ni astrolabio por los mares que vinieren, y cruza los océanos sin esperanzas de archipiélagos ni islas encantadas. Deja tu equipaje en la estación y sube en cualquier tren sin siquiera intuir para donde está el norte con el sur traspapelado por las emigraciones equivocadas de las aves ciegas y el sol mismo atajado por tus premuras entre oriente y poniente. No hagas la pérdida que imaginas para que no se te cumplan los designios de ignominia que te prometieron los naipes torcidos de la baraja del ahorcado. No proyectes, no preveas, no siembres para cosecha sino solo por ver las flores, en cada bifurcación toma los dos senderos, no trunques tus pequeños destinos instantáneos ni cierres las puertas entornadas, no abundes en penumbras ni penurias, y corre por el pasto fresco en las mañanas, pasa el día espiando las nubes entre las ramas del árbol que te da sombra, colecciona los ocasos ordenándolos por los matices de sus sonrojos, entra en la noche como en un baile de máscaras y descubre cada amarillo de los amaneceres como si hubieras nacido poquito antes que canten los gallos. Fluye, deslízate, escurre, aprende del sigilo del silencio, toca las cosas y los cuerpos, pisa los charcos y persigue sus libélulas. Disfruta los acantilados y los laberintos, el vértigo de lo alto y la sordidez de las cloacas, la simpleza y la complejidad, porque entre cima y sima debiera estar la clave de Universo. Asume la nada, el vacío, la impotencia ante la muerte y el milagro momentáneo de la vida. Quizá así el pasado se te diluya cansado de esperarte y te quedes a la gira en el presente sin el entramado siempre desobediente del precario porvenir.

jueves, 15 de diciembre de 2011

PASADO PERFECTO

Yo era de voz entrante, de canto atravesado, de burbujas en vuelo iridiscente entre las rosas, más tierno, menos ausente, contiguo, sacramental sin soberbia, algo perverso en sosiegos yo era. Iba viviendo de obsesión en obsesión como pasando las cuentas de un rosario, dejado de afanes útiles perseguía las hormigas, decretaba sus lutos y sus ceremonias iniciáticas, burdo sacerdote o chaman. Poseí los códigos de las constelaciones y de las huellas de las lombrices después de las lluvias, pero allá en mi infancia, donde mi madre, allá tan lejos que perdí el aroma del ciruelo y de la rama de pino de la Navidad, el ciprés de todos los años que íbamos a buscar con mi padre, y extravíe el perfume ácido de un rosal enredadera de pequeñas rosas muy rojas que aun existe pero ya no es el mismo porque yo era por ese entonces de voz entrante, de canto atravesado, y cazaba mariposas e indagaba asombros en una alquimia de líquidos de colores con la savia de los flores. Era gris, azul, perpendicular a la corriente, a los flujos y reflujos de los naipes, habitado de luciérnagas y noctilucas, subterráneo. Los días no tenían afanes ni las noches sueños, los años eran planos, desérticos, extensos arenales donde a veces llovía. Urdía tramas románticas de naufragios y dragones, capitán de las nubes yo era, pero ella nunca tenía rostro y los dedos de sus manos eran largos y el cabello muy negro. Había una plaza con una gran encina de follaje verde muy oscuro y bellotas de un marrón brillante también oscuro donde nos sentábamos a conversar en un banco rodeados de verde grama. Aunque hoy por hoy creo que tal circunstancia sucedía en las tardes de verdad. Y es que en esas antiguas concavidades del tiempo los sucesos y los seres que los habitan se confunden con las alegrías de los veleros en el tranque, las bolitas de cristal y los palitos navegando por las acequias. Yo era distante a los objetos, rastreador de lagartijas y arañas, sigiloso, estafador y cirquero. En esos soles todo era un patio con sus rincones, un parrón y una verja, allí los nardos de diciembre y por acá los pensamientos con sus rasos oscuros a poco de la tierra. Yo era siempre de perfil, como segado, sin silueta ni sombra, apenas unos trazos en los azogues, pero era más feliz, por esos tiempos, que los moscardones y las dalias. Vale.

domingo, 11 de diciembre de 2011

A KELE YOYO

Hay maripositas que vuelen de lao, barcos escorados con sus velámenes rozando las espumas, ojos donde se reflejan solos los azules prístinos, laberintos expuestos en las maderas de la calles mas antiguas donde el comején instaló sus breves ciudades, un candil siempre encendido porque su llama es de mentira y solo alumbra de día, delicadas lagartijas de sonrisas amarillas, arcones con muchos mapas para llegar al mismo tesoro, un tigre caucásico de pestañas muy arqueadas, el silencio de los cementerios atrapado en una pequeña botella de color amatista, hay un collar de alas de cucarachas hilvanadas con un hilillo de telaraña, un cono de luz de un poste de alumbrado de hierro forjado con un farol de gas bajo el cual bailan tango dos compadritos, altas copas de bronce sin escanciar, un macetero con geranios negros, una mariposa nocturna conservada en un cubo de hielo transparente, los primeros treinta y siete números primos escritos en una tablilla de barro, un dado de hueso de perro en un cubilete de cuero de gato, guirnaldas de libélulas atadas a orquídeas atadas a lianas atadas a los troncos de los manglares, hay placidos días con la lluvia a boca de jarro, cocodrilos durmiendo boquiabiertos en las arenas del bajío, sepulturas fosforescentes con coronas de papel de colores, violines aferrados a una misma sonata, eñes ocupadísimas por años en llenar de sueños las palabras de todos los otoños para los niños que juegan en los cañaverales, iridiscentes burbujas de jabón correteadas por la brisa de la primavera por el jardín de rosas de la Maga, cirios iluminando el humo del incienso en el funeral de un Vizconde muerto de amor, un cenicero de lapislázuli en el que su veteado reproduce la primer gran ola del maremoto de Lisboa del día de Todos los Santos de mil setecientos cincuenticinco bajo un sol de pirita, hay amapolas ensoberbecidas en sus rojos atávicos, cristalerías tintineando fanfarrias de carnaval veneciano, un yunque de oro, una daga de ópalo, una chupalla de paja, un capullo color anaranjado de la mariposa de las seda con la crisálida equivocada, puntas de flechas de obsidiana usadas en la defensa de Tecnochtitlán, remolinos de papel plateado girando como espejos estroboscópicos, un parque bordado con la algarabía de las rondas infantiles, una duna de arena vitrificada en la memoria de todos los alcatraces que la sobrevolaron con la esperanza de la mar, y hay muchas maripositas que vuelan de lao.

viernes, 9 de diciembre de 2011

EMBESADOS

Sí, nos seguiremos besando a pesar de los mustios guardianes o las magas intocables, nos besaremos detrás de los muros de las catedrales, en los zaguanes de la lluvia, en lo más alto de los nidos de los pelícanos, en los suburbios con olor a trenes o madreselvas, en los puertos de la noche, en la calle roja de los burdeles, sobre los plintos de las estatuas destruidas, en las aceras y los parques, en los sitios eriazos, en los comedores de pobres, en los manicomios y en las clínicas de fertilidad, abajo en las alcantarillas y en las galerías laberínticas de los hormigueros, a ras de tierra y en hirviente asfalto, en las aguas de las fuentes y en los pajonales de los bajos del río, embriagados de salivas, heridos de dientes, atragantados de lenguas seguiremos besándonos por las calles a favor de las madrugadas, a contrapelo del trafico, atravesados en las rutas rutinarias de los agentes de seguros, de las secretarias y de los dentistas, debajo de los puentes y de las mesitas de los cafés, arriba de las mesas de aquel bar de la Rivadavia, en los mostradores de las boutiques entre la algarabía de las damas chillonas, hundidos en el silencio de los anaqueles de las bibliotecas, perdidos en los intersticios de los adoquines de la calle larga y empedrada, en la repisas de las cocinas de las señoronas de sueños dormidos, en los portales de los conventos y de las abadías, sin descanso ni calma, seguiremos a besos arrastrados por los torrentes de los inviernos, recién florecidos en las brisas primeras de las sorprendentes primaveras, endulzados por la vendimia de los otoños, buscando umbríos lugares en medio de los estíos, seguiremos urgiéndonos a besos brujos, a besos de cristal, y a besos de chocolate, sin rendirnos, sin cansarnos de la boca del otro, enviciados y soberbios con los labios húmedos y mordidos por los fervores de los besos, sin dormirnos en los laureles ni besarnos en las mejillas, besándonos con desparpajo, con erotismo, con morbo, con toda la pornografía posible, y porque no, también con la imposible, sin saturarnos nunca por la sobredosis de besos porque hay que dar al Cesar lo que es del Cesar, y tu boca es mía y la mía es tuya, y seguiremos besándonos, piantaos e impúdicos, felices y excitados en los callejones y las callejuelas, en las orillas de los riachos y de los arroyuelos, y así seguiremos a besos locos, embesados por siempre y para siempre sin solución de continuidad hasta que nuestras arcillas separen nuestras bocas por lo poco que quede de eternidad. Vale.

viernes, 2 de diciembre de 2011

AMY JADE WINEHOUSE

In Memoriam. Londres, 14 de septiembre de 1983 – ibídem, 23 de julio de 2011.

«Todo lo que Amy hizo, lo hizo en exceso: tomó en exceso y también se desintoxicó en exceso». (i)

Como fue que te pilló ese julio en que me borraste ese mismo tu día fúnebre la fosforescencia de Madonna, y su voz y sus destellos de diva cotidiana. Como fue hembra celestial que tenías que venir a torcer las bocas de las pequeñas hormigas que llenan las calles con sus paraguas y sin tus coloridos quitasoles, con tu pelo largo y negro en peinado sesentero, tus ojos recargados de rimel egipcio, tu boca de labios sobrepintados, tus tatuajes que convertían tus brazos en delgadísimas serpientes graffiticas, tus piernas huesudas bajo tus antiguos vestidos floreados y tu voz sesgada de rhythm & blues, de jazz y rock & roll, de ebria drogadicta que va derramando su tristeza huraña por las calles. Tu voz de pantano, de paria intocable, de sirena ciega o extraviada. Tu voz como un vértice fluctuante, la canción extendida e infinita que sobrevolaba siniestra sobre tu vida. Viviste en un territorio ajeno, de rojas amapolas de heroína, de verdes campos de marihuana, de árboles con los frutos prohibidos del éxtasis y la cocaína, de delirantes mariposas de ketamina y cristalinas vertientes de alcohol. Ahí en ese julio quedaron tirados los arcos de tus cejas, el desparpajo del piercing como un lunar de hembra bailaora al lado de tu boca, las brasas de los volcanes heridos de tus ojos sin mirar, el vaho de tu aliento negado a los espejos. La muñeca rota, quebrada en el feroz gambito de Dama. Que importa si fue una sobredosis o la ultima gota de vodka de tu vida rebanada por el tallo, sin raíz, que importa ahora si se te fue la voz con las palomas inquietas de tus manos tras unas luces estroboscópicas de colores absurdos e irreales. Como fue que esa noche se cerró tu canto sobre ti misma, flor inversa de perfecta primavera. Como fue que se cerró la marca de tu oscura melancolía que hacia girar y girar tu cuerpo de niña escuálidas en torno a ella como un eje, un centro que atravesaba los suburbios y las dehesas de las abejas. Que llantito de pena habrás llorado en esa soledad volteada en el piso alfombrado que te traía de bruces a los escarpes del Estigia, con el ruido de un agua vertida al pasar con la ultima bocanada de humo de tabaco huyendo de tu boca ya sin canto para ir a asumir la serenidad secreta de las esfinges. Estarán todavía aullando los perros de la luna allá en esa noche de ese julio final e instantáneo, quizás no inesperado, sin la comparsa ni el blue de los tugurios o las risas del patio del colegio, ni la abrumadora luminosidad mentida de tus tumultuosos escenarios. Seguirás ahogada para siempre en tu último naufragio.

(i) El padre de Amy Winehouse.

Rehab, en su voz. http://www.youtube.com/watch?v=KUmZp8pR1uc&feature=relmfu