Sí, nos seguiremos besando a pesar de los mustios guardianes o las magas intocables, nos besaremos detrás de los muros de las catedrales, en los zaguanes de la lluvia, en lo más alto de los nidos de los pelícanos, en los suburbios con olor a trenes o madreselvas, en los puertos de la noche, en la calle roja de los burdeles, sobre los plintos de las estatuas destruidas, en las aceras y los parques, en los sitios eriazos, en los comedores de pobres, en los manicomios y en las clínicas de fertilidad, abajo en las alcantarillas y en las galerías laberínticas de los hormigueros, a ras de tierra y en hirviente asfalto, en las aguas de las fuentes y en los pajonales de los bajos del río, embriagados de salivas, heridos de dientes, atragantados de lenguas seguiremos besándonos por las calles a favor de las madrugadas, a contrapelo del trafico, atravesados en las rutas rutinarias de los agentes de seguros, de las secretarias y de los dentistas, debajo de los puentes y de las mesitas de los cafés, arriba de las mesas de aquel bar de la Rivadavia, en los mostradores de las boutiques entre la algarabía de las damas chillonas, hundidos en el silencio de los anaqueles de las bibliotecas, perdidos en los intersticios de los adoquines de la calle larga y empedrada, en la repisas de las cocinas de las señoronas de sueños dormidos, en los portales de los conventos y de las abadías, sin descanso ni calma, seguiremos a besos arrastrados por los torrentes de los inviernos, recién florecidos en las brisas primeras de las sorprendentes primaveras, endulzados por la vendimia de los otoños, buscando umbríos lugares en medio de los estíos, seguiremos urgiéndonos a besos brujos, a besos de cristal, y a besos de chocolate, sin rendirnos, sin cansarnos de la boca del otro, enviciados y soberbios con los labios húmedos y mordidos por los fervores de los besos, sin dormirnos en los laureles ni besarnos en las mejillas, besándonos con desparpajo, con erotismo, con morbo, con toda la pornografía posible, y porque no, también con la imposible, sin saturarnos nunca por la sobredosis de besos porque hay que dar al Cesar lo que es del Cesar, y tu boca es mía y la mía es tuya, y seguiremos besándonos, piantaos e impúdicos, felices y excitados en los callejones y las callejuelas, en las orillas de los riachos y de los arroyuelos, y así seguiremos a besos locos, embesados por siempre y para siempre sin solución de continuidad hasta que nuestras arcillas separen nuestras bocas por lo poco que quede de eternidad. Vale.
Que decir! es absolutamente hermoso. Tiene infinitas imágenes amorosas que embelesa. Gracias
ResponderEliminar"....hasta que nuestras arcillas separen nuestras bocas:..! Maravillosamente escrito.
ResponderEliminarHilda Breer