jueves, 28 de febrero de 2013

DONDE TU LECHO


En ese tu lecho (nuestro), acogedor y enternecido con sus mullidos cojines y su hermoso cobertor irá floreciendo nuestro Amar en esta nueva primavera, ahí tu boca me llenará de besos y mis manos acariciarán la cascada de tu largo pelo negro, allí nos uniremos en un abrazo eterno de ternuras, de soledades compartidas, de nuestras búsquedas de cariños que al fin encontraron lo perdido, de los sueños construido entre tú y yo en todos estos años en que mis labios te besaron en la distancia humedeciendo lo tuyos como un roció que venía de lejos a consumar la cercanía, el encuentro, la pasión y el Amar que me enseñaste con tus mimos de amada amante, sobre ese lecho te susurraré todos los versos que te debo, las palabras que se perdieron en el trafago de los días, los meses y los años, y que te buscaban como mariposas extraviadas para ir a posarse en tus sabanas mientras dormías soñando que venían mariposas a decirte cuanto te amo, en ese nido mullido y tibio sentirás mi cuerpo cercano buscando el tuyo para iniciar los ritos del Amar, las ceremonias nocturnas de unirnos en una comunión tan intensa de seremos una sola piel, en una consumación tan íntima que nos perderemos del mundo naufragando en el dulce perfume de la grandes flores de ese hermoso edredón. Por ese ventanal que da a la luz del día entraré cada noche sigiloso, alado y sutil, a besarte mientras duermes soñando con la grama de tu tierra natal, con tus caballos y tus alegría de niña, me deslizaré junto con la luz de la luna para ir a tocar tu amada piel iluminada de tierna doncella misteriosa, beberé de la nocturna vertiente de tu pelo las aguas secretas del paraíso, me hundiré embelesado en el aroma de tu cuerpo dormido como un niño abandonado, atravesando ese vidrio transparente de tu ventana vendré en la madrugadas de lluvia a traerte el calor del Amar, el olor a tierra húmeda, las gotas cristalinas que caen de los árboles de aquel bosque encantado por tu voz, el viento que recorre los territorios sagrados donde habitas cuando duermes, cuando te sueño, cuando te pienso, y atrapado en esa luz de la madrugada me quedare esperando que despiertes, que vuelvas al día y tus rutinas para mirarte los ojos encandilados y tu cabello revuelto, y así, aun semidormida robarte los besos que tu boca siempre me debe. Vale.

lunes, 25 de febrero de 2013

MAGA A CONTRALUZ

A la Maga

Era la penumbra dulce y narcotizada que precede a la buena muerte, movió lentamente la mano y tocó esa otra piel que hacía tantos años le era cercana, sintió esa tibieza acurrucada que poseen los objetos que ya son nuestros por certidumbre, por nostalgia o por hábito, no necesitó abrir los ojos para saber que era ella, reconocería esa sombra borrosa bajo la luz de cualquier plenilunio. La silueta de su cuerpo se había incrustado en el suyo a la manera de un vicio necesario, irremplazable, no sabía respirar si ella no lo respiraba. A veces permanecía enterrada por varios días o semanas solo por hacerle sentir que su presencia lo justificaba, era cosa de pensarlo; no se imaginaba sin ella. Tal vez, pensó, no era ella la que debió estar ahí en esa reposada agonía, pero la amó más de cuarenta veces los mismos años, hubo noches en que esa sola sombra le dio el cobijo que necesitó para no quedarse a dormir para siempre en otro lecho equivocado. Soportó su innata lejanía de viajero extraviado y le perdonó sus constantes fugas de niño abandonado, lo dejó ser feliz a contramano, como escondido, para que nunca se supiera sin ella. Le dio hijos con el hierro de su misma semilla y cuidó afanando del castillo y de las rosas, le ayudó a habitar los terrores secretos del dolor físico y sus intolerables penas funerarias, los tormentos de los días grises o tristes, no los de las lluvias, alguna vez lo miró a los ojos y él no supo si en ellos vio el amor o el odio, no obstante, el cariño de madre otra instaurada, la ternura que derramó antes ciertas tristezas y esa cercanía constante, perenne como su fidelidad inquebrantable le borraron fácil el recuerdo de aquella mirada. Ya viejo le fue soltando la mano, de a poco, como no queriendo, quizás porque ella tampoco sabía que iba a hacer sin él. Y ahí estaba, cerca e intocable como la esfinge lejana que siempre fue. Ahora, en la hora terminal de la suma confirmó con entera certeza que si no era ella a lo menos tuvo la grandeza majestuosa de reemplazar perfectamente la perfección de la imposible. Era casi llegada la noche cuando le sobrevino la esperada oscuridad de los ojos abiertos y sintió complacido que ya se iba desenhebrando y escindiendo el delicado cordón de plata, entonces recordó la promesa que le había hecho tantas veces sin decírselo, y entreabriendo apenas los labios resecos pronunció, con debida veneración y en un último susurro, su nombre. Vale.

domingo, 17 de febrero de 2013

A CONTRALUZ DE LAS DALIAS

El color de las dalias sobre tus pechos asume la reminiscencia edípica del jardín de la infancia, esos largos veranos capturando mariposas y mantis o leyendo bajo el parrón los libros de la vasta biblioteca mi padre en la quietud del estío cuando ni siquiera intuía que vendrías a por mí. Pero ahora ese mismo color de las dalias untado sobre tu piel posee una intensidad distinta, un tenacidad de recuerdo que no se vuela y genera un estremecimiento macho surgiendo en un florecimiento decantado, denso, abrumado por la imposibilidad de dibujar tiernamente con mis labios el limite entre tu tibieza y ese delicado matiz del color de las dalias. Agradecido te veo en esa lluvia donde no fuimos de la mano caminándola, veo las gotitas de aguacielo en tu pelo y en tu rostro, veo tus labios humedecidos por esa lluvia que perdimos y te beso con toda mi ternura de linyera abandonado, y ebrio de tu saliva y de tu lluvia revivo unos versos perdidos que te escribí años antes de que amanecieras en mí. Día vendrá en que atrapado en el perfume de tu rosa saciaré esa tu sed de besos míos, hasta hacerte sangrar los labios mordidos y así borrar de tus boca todos los besos que no fueron míos: Sé que lo sabés y lo presientes porque también yo busco y rebusco tus labios en el denso calor de la tarde, y te voy imaginado del color de las dalias en medio de la espuma, bajo esa cascada que te besa cristalina en mi nombre, y te veo leyendo a la sombra verde de un gran árbol, o mirando las mariposas con los ojos perdidos en mi horizonte, y me voy cercando tus muros de silencio y te acaricio el pelo con la brisa y te susurro versos con el rumor del agua que fluye por tu piel y me la trae dibujada en el agua que bebo. Veo tu silueta amada y deseada, veo adivino intuyo un escote de mis sueños, pero difuso, oculto en las penumbras, alcanzo a divisar tu piel enceguecido por la luz que penetra por la mil veces maldita ventana. Así juegas conmigo, das y quitas, muestras y te exhibes sin mostrar ni exhibir, ah! maldita, solo logras aumentar mis deseos de ti, pero también cierro los ojos y me pregunto cual es el apuro si ambos nos sabemos inmortales.

viernes, 8 de febrero de 2013

DESCONCIERTOS DEL ESCRIBIENTE

El desierto lunar con sus luciérnagas en su negro terciopelo, las luminiscencias de las constelaciones trazadas en el nimio pergamino con la prolija mano del fauno en privilegio de perdidas bravuras, la vastedad translucida de un océano de hielo milenario, las blasfemias escritas en el polvo, en la aun tibia ceniza funeraria, en el vidrio ciego del ventanal empañado, signos, símbolos, imágenes que han perdido su significado, intraducibles retruécanos de pordiosero. El desquicio y la ponzoña allá en lo alto del índigo a la manera de augurios siniestros, la evocación de las magnolias y las violetas escrita con vicioso detalle en la bitácora del destierro. La efímera sensación de la decadencia, de la palpación del alabastro abrumador y frío, la mansedumbre del testigo despiadado, el sendero de los abrojos y el de los crisantemos, el murmullo del agua con sus jaculatorias herejes, colapso, amargura o escarmiento. Bajo el vernáculo aguacero de los quebrantos, andariego y autárquico, bufón de toda las reinas y de todas las meretrices, devorador de los otoños y de la falacia de la mandrágora, soberbio escarabajo del crepúsculo. La palabra marmolada y sin clemencia con su misericordia de libélula o sus perjurios de albatros, navegaciones en cristerías, en arrabales, en la turbiedad insana de los albañales, en los preludios. La melancolía del incienso, del sándalo, del tungsteno, de la intimidad de las medusas menguantes, de su alquimia y su vértigo y su resonancia, entreverada en el púrpura del ocaso y en el jolgorio de las madreperlas. La quietud del varadero de ultramar donde la brisa se venía de ámbar y alelí, mientras el verano devoraba los amarantos dejando una reverberancia de color carmesí y un aroma de mariposa. Todo va cuajando en un ronroneo perverso, como un dibujo a carboncillo de siluetas deformadas en los reflejos de la escarcha. En la luminosidad contenida del último farol, a la vuelta de la esquina, hay una dulzura, una fugacidad, un rostro de soslayo y unos ojos dormidos, inviolada comarca donde persiste una pequeñita vehemencia de insecto o de pájaro. Una mujer dolorosa observa apoyada en el alféizar de un altísimo ventanal como se ensombrece la tarde decimoquinta, pero su mirada nostálgica está ya en un abril lejano buscando el día en que amanecerá distinto. Toma un libro, lo hojea y lo deja, mira el mar, se entristece y eleva la mirada hacia el vacío añil de su cielo, mira el río, se abruma de soledad y llora. Es todo.

jueves, 7 de febrero de 2013

XIV - XV

(Anega tu silencio ausencia las callecitas de una ciudad que se pierde en oscuros augurios, en una desolación de perro abandonado, en la rabia que acomete arrebatada por los catorce días con su noches troqueladas en infinitos insomnios, trizadas como un espejo que te refleja de a pedazos, en fragmentos irreconocibles que no logran perfilarte para que des la sombra que se proyecta curvada en las esquinas donde te esperan los besos esos que se esparcían por las tanguerías y las islas acometidas por cañaverales y camalotes. Con sus noche sin tu piel exasperando los entresijos de los parques somnolientos que visitabas asidua en las madrugadas de los sueños, escondida detrás de las estatuas, reflejada como luna en los estanques de los peces que te miraban embobados, refractada en los rocíos que lagrimeaban en las hojas de los ceibos y los jacarandás, entumida de nostalgias o garúas. De los sueños donde navegabas entre los escollos de mis anhelos de tu naufragio, por donde los sargazos de mis deseos confundían el imán de tu brújula y te desviaban hacia la oquedad oceánica donde debía atraparte en la orilla de los acantilados abisales en cuyo fondo bullían las pesadillas marinas de amanecer sin ti, escorado y roto el velamen, impávido esperando el oleaje que rompiera los carcomidos maderos de la víspera del infierno. En mis deseos que fluyen crecientes como una pleamar furiosa en las tibias arenas de tu piel imaginada hasta el cansancio, el sumergimiento, el hundimiento o la encalladura, que se estrella contra los muros de tu lejanía, que desencuaderna el navío donde huyes mar adentro de los albatros que te persiguen en ocasos y horizontes sobrevolando tu boca en sus navegaciones fantasmas. Esa lejanía sutil y siseante como afilada daga o sigilosa serpiente donde se fraguan los toscos ejercicios de la paciencia durante las jornadas del adviento, esa liturgia desesperada sobre los ecos imposibles de una voz resentida, leyendo entrelineas los arcanos de los salmos escritos por el tiempo en las cortezas muertas de los troncos de los añosos árboles de un bosque indolente, en las grietas de las paredes de ladrillos donde otrora vagaban voluptuosos caracoles, en los intersticios de cielo gris entrevistos en el mecido ramaje del eucalipto. Es el eco de tu voz en silencio de piedra el que inunda esta anchurosa ciénaga de noventa días con sus densas noches de alquitrán sin tu amargo perfume de hechicera. Vale.)


domingo, 3 de febrero de 2013

CONSTATACIONES SINONIMICAS

Elí, Elí, ¿lama sabactani?
Mateo 27:46

Sobre los escombros, entre la espuma y los vientos, o en los aledaños de los bosques encantados, siempre buscando esa revelación insensata, la epifanía que ha de resolver el misterio del Universo, explicar el sinsentido del vivir, confirmar la certeza de la ausencia de un Dios. Lo rasgado en el templo aquella tarde aciaga, la inepta exploración por justificar el dolor, el sufrimiento, la humillación, sin los alamares del incienso ni la torpeza de un alguien que rige este caos incomprensible. Quemar la indumentaria grotesca de los equivocados y los ilusos, de los ignorantes y los ingenuos, la farsa de los augurios de alcantarilla, y la decadente promesa de un paraíso inexistente, todo en un solo destello de verdad última antes de hundirnos en la dicha serena de la desaparición sin retorno. Sobre los despojos, entre la efervescencia y las galernas, o en los confines de las arboledas embrujadas siempre demandando esa manifestación desatinada, el fenómeno que ha de desatar el secreto del Cosmos, aclarar el absurdo del existir, ratificar la convicción de la inexistencia de una Deidad. Lo desgarrado en el santuario aquella funesta hora nona, la incapaz indagación por acreditar el tormento, el desconsuelo, la degradación, sin los fastos del humo sagrado ni la ineptitud de un ente que gobierna este revoltijo ininteligible. Calcinar la vestidura bufona de los errados y los cándidos, de los incultos y los simples, la tramoya de las profecías de cloaca, y la menguada oferta de un edén ilusorio, todo en un solo resplandor de evidencia definitiva antes de sumergirnos en la sosegada complacencia de la extinción sin regreso. Sobre los desechos, entre la baba y las ráfagas, o en las cercanías de los boscajes hechizados, siempre indagando por esa intuición alocada, el descubrimiento que ha de solucionar el enigma del Todo, justificar el vacío del ser, corroborar la veracidad de la imposibilidad de un Creador. Lo rajado en la sinagoga aquel entre mediodía y atardecer infausto, la desmañada búsqueda por validar el suplicio, la amargura, la ignominia, sin los adornos del sahumerio ni la incapacidad de una entelequia que tutela este fárrago inexplicable. Carbonizar el ropaje ridículo de los desorientados y los insensatos, de los iletrados y los incautos, la comedia de las predicciones de albañal, y el menoscabado compromiso de un nirvana inconcebible, todo en un solo centelleo de certidumbre concluyente antes de sumirnos en el tranquilo contento de la evanescencia sin reanudación. Vale.